Aristides Vega Chapú, Cuba
Conciencia de la pérdida.
Estoy a oscuras,
en el vacío espacio de lo que fue mi casa,
sobre las estáticas flores
de una loza tan antigua
como mi pasado.
Justo en el sitio
donde un caudaloso río se deshizo
de todos los peces
que con su ambición traspasaron los límites
fijados por el movedizo dibujo del agua.
Sucedió antes de que inundara mi casa,
la dividiera en dos
como un libro que se deja momentáneamente.
Bien sé que no he sido inocente,
ni siquiera me lo propuse
y ahora no espero perdón.
Estoy a oscuras,
sin pensar ni esperar de este tiempo
que fluye hacia un pasado inexistente.
La oscuridad desciende
desde una áspera franja de cielo
sin luna ni sol.
Bajo ella aguardo la señal
de los que alguna vez perdieron
el miedo a las pasiones
y fueron condenados sin piedad alguna,
no obstante su sentido común
sólo les permitió anhelar
lo que la luz de sus ojos convirtió
en predios posibles.
Esperanza del herido.
Para profundamente dormir
pongo el lado del dolor,
la herida que aún no ha cicatrizado,
frente al vacío perfecto de la noche.
No soy más que un herido de guerra
una guerra cuyo fin nunca es la muerte
sino el dolor,
un mutilado
que sólo cuenta con la fraternidad de la noche.
Quizás sea su invención
todo lo que disfrutar puedo
y nada exista
detrás de la aparente transparencia de sus velos,
azotados por el viento.
No dejo de buscar esperanzado
una desvaída estrella que mi deseo derribe.
Oculto en lo profundo,
como si estuviese encerrado en mí mismo
medito los errores, me perdono.
Una noche tan sedienta de luz
sólo podría acoger a los buenos
y en su efímero reinado no es posible morir.
Extraño sueño por el que despierto
Como el que asciende de las profundidades,
—falto de aire—,
despierto bruscamente.
No sabría oxigenarme
a través de la ingrávida transparencia,
creído de que serán mis últimas imágenes
del gobierno de Dios.
Incapaz de dialogar
sin el espejo que mis palabras traspasan,
dibujaré en su silencioso fondo
una estrella cuya plenitud será vista
en cualquiera de los cielos bajo los que despiertes.
Restauro mi vida con sueños,
el vacío que dejó
desocupada mi mala memoria.
Cada sueño posee su verdad y su héroe,
aunque yo nunca lo he sido
ni siquiera en los míos donde sólo me interrogo
como a un culpable.
Tal vez pueda comprender que soy muy joven
como animal de feria
desvanecido en el fondo de mi mano,
ninguna meta atemoriza
ni impide ver mi vida,
solo el sendero que husmeo para llegar a la casa
más allá de las fronteras
con que alguna vez soñé.
Conciencia de la pérdida.
Estoy a oscuras,
en el vacío espacio de lo que fue mi casa,
sobre las estáticas flores
de una loza tan antigua
como mi pasado.
Justo en el sitio
donde un caudaloso río se deshizo
de todos los peces
que con su ambición traspasaron los límites
fijados por el movedizo dibujo del agua.
Sucedió antes de que inundara mi casa,
la dividiera en dos
como un libro que se deja momentáneamente.
Bien sé que no he sido inocente,
ni siquiera me lo propuse
y ahora no espero perdón.
Estoy a oscuras,
sin pensar ni esperar de este tiempo
que fluye hacia un pasado inexistente.
La oscuridad desciende
desde una áspera franja de cielo
sin luna ni sol.
Bajo ella aguardo la señal
de los que alguna vez perdieron
el miedo a las pasiones
y fueron condenados sin piedad alguna,
no obstante su sentido común
sólo les permitió anhelar
lo que la luz de sus ojos convirtió
en predios posibles.
Esperanza del herido.
Para profundamente dormir
pongo el lado del dolor,
la herida que aún no ha cicatrizado,
frente al vacío perfecto de la noche.
No soy más que un herido de guerra
una guerra cuyo fin nunca es la muerte
sino el dolor,
un mutilado
que sólo cuenta con la fraternidad de la noche.
Quizás sea su invención
todo lo que disfrutar puedo
y nada exista
detrás de la aparente transparencia de sus velos,
azotados por el viento.
No dejo de buscar esperanzado
una desvaída estrella que mi deseo derribe.
Oculto en lo profundo,
como si estuviese encerrado en mí mismo
medito los errores, me perdono.
Una noche tan sedienta de luz
sólo podría acoger a los buenos
y en su efímero reinado no es posible morir.
Extraño sueño por el que despierto
Como el que asciende de las profundidades,
—falto de aire—,
despierto bruscamente.
No sabría oxigenarme
a través de la ingrávida transparencia,
creído de que serán mis últimas imágenes
del gobierno de Dios.
Incapaz de dialogar
sin el espejo que mis palabras traspasan,
dibujaré en su silencioso fondo
una estrella cuya plenitud será vista
en cualquiera de los cielos bajo los que despiertes.
Restauro mi vida con sueños,
el vacío que dejó
desocupada mi mala memoria.
Cada sueño posee su verdad y su héroe,
aunque yo nunca lo he sido
ni siquiera en los míos donde sólo me interrogo
como a un culpable.
Tal vez pueda comprender que soy muy joven
como animal de feria
desvanecido en el fondo de mi mano,
ninguna meta atemoriza
ni impide ver mi vida,
solo el sendero que husmeo para llegar a la casa
más allá de las fronteras
con que alguna vez soñé.
2 comentarios:
Me ha llamado la atención el caudal de metáforas que utilizas y muy bien en tu obra, la fluidez en los mensajes que quieres divulgar, la facilidad de palabra, el arte que te envuelve aunque la tristeza y melancolía sucumba en tu alma. El primer texto donde hablas de los espacios que habitaste, ese trabajo es maravilloso..y lo destaco.
Felicidades
Excelente encontrarme estos poemas de mi amigo Arístides Vega Chapú, muy buena bitácora amigo.
Juan Carlos Recio
NY/ poeta y narrador.
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