Alejandra Ziebrecht, Chile
Asuntos Pendientes
Qué duda cabe
después de la despedida
que ha durado siglos
consagrados a la extensión
de los cuerpos
Qué pesadilla o bestial aprendizaje
o morbo
ha sido este
convite a lo imposible
a lo gastado
de ti
y de mí
a los remiendos
Ni yo
ahora
sé por qué escribo
cuando debiera
estar sobre la cama
soñando con la muerte
esperándola
o pensando en la puta de Talcahuano
que se quemó a lo bonzo
por culpa del olvido
Como dijo la Palmenia Pizarro
por culpa del mal amor
por culpa del licor barato de la tía Olga
Qué duda cabe
Bartleby tenía razón
sólo queda tenderse sobre un césped de manicomio
con los ojos abiertos
para que nadie dude que estamos vivos
pero muertos
Que preferiríamos no hacerlo
pero igual se nos vienen las ganas de amar
de escribir sobre los muros
de una ciudad indiferente
Igual el otoño
se llevó desnuda a la puta de Colón
su cuerpo del delito
mulata
como la Amalia Rodríguez
igual de triste
pero más pobre
infinitamente más sola
menos diva
Qué duda cabe
si los suicidas son inmortales Maupassant
no le entran balas
ni cuchillos
sólo se mueren de palabras idas
de silencio
de habitaciones encerradas
de soledad
nos incendiamos de soledad
somos brazas a medio fundir
huesos carbonizados
que dicen adiós
porque hay una hermandad de las cenizas
donde nos encontraremos
Por eso esta tarde
de bruces sobre mí
me habla de todas
Marguerite
Virginia
pero sobre todas
sobre cada una de ellas
y de mí
que me lo sufro todo escuchando a la Palmenia
pienso en la putita de Talcahuano
que rompió la noche con su grito de madera quemada
de cuerpo obrero
proletario
de fado triste
de saudade
de radio a pilas
de inmigrante
de poetisa sin libro
sin beca literaria
sin subsidio rural ni del otro
sin hoyo donde enterrarla
( qué paradójico )
Sólo el destino de las animitas es para ella
Animita de las putas de la calle Colón
flores de papel
mil grullas
y el cielo se les abre
¡Ay! no sé por qué escribo
de los adioses Vilariño
a ti te regalaron unas noches en exclusiva
es todo cuanto pudo Onetti
es todo cuanto pueden darnos
no te creas la muerte
después todo se desgaja
y por eso se escribe
sobre asuntos pendientes
como la cuenta de la luz
la sobrevivencia toda
entre los versos que no nos alimentan
las páginas sociales
y el colon irritable
en los bordes de la desesperación
pensando en la tarde que nos encontrará a tientas
buscando algo
que no se ha perdido
porque nunca estuvo
En la ausencia
como las cartas muertas de Bartlebly
Qué duda cabe
II
La Tarde era perfecta como en las películas con efectos especiales porque uno llega a pensar que no puede existir una cosa así. Perfecta porque nada cae de golpe, nada estalla a destiempo, nada ocurre para que todo sea. Era así la tarde antes de tu muerte. Afuera había un sol maravilloso que no podías ver y por eso quise contártelo todo para que me escuchases mientras dormitabas con los ojos entornados entre el sueño profundo y el sueño de la agonía y yo te decía, a propósito de ti y de mí, que en la película de Tom Cruise, el samurai le dijo que buscaba una flor perfecta y luego, antes de morir, se dio cuenta que todas lo eran, es decir, hay cosas que sólo pueden revelársenos en el The End. Te dije en nuestra tarde que el sol, el gato sobre el tejado vecino, cómo te lo explico: hay un orden de maravilla que nosotras completamos porque debía estar tu rostro a medio morir usurpado casi del cuarto tan pobre, dicho sea de paso, porque la pobreza también es perfecta en su desmembramiento de cosas desordenadas, en su transparencia tenebrosa. Y las ropas colgadas en el patio daban una luz multicolor al estrellarse con el vidrio de la ventana, y yo tendida a tus pies, atravesada en la cama, te contaba de los helechos del muro de las monjas que algún día llegarían hasta Dios y le envolverían con su túnica verde, y todas le veríamos materializado en el patio, junto al gato que duerme sin hacer caso del vuelo de gaviotas que chillan, como si reclamaran para sí, con su desventurado vuelo, esta ciudad tan vieja que se nos viene encima con su derrame de casas irregulares y niños tristes como de papel al viento. Había un marco cercando el camino hacia la casa, un límite de luz, de cielo limpio, de perros ahogados por el sol, y el hombre del quiosco, que luego habría de matar a su amante, nos observaba sin vernos porque él también ya estaba muerto y no lo sabía y quizá por eso te miraba, o era el camino hacia ti el que perseguía con una complicidad que entonces no entendí, pero admiraba su figura de hombre medio hembra. Tu cabello, cómo me gustó su ondulación en tu frente, tenía algo surrealista como la mano que coge el violín en el cuadro de Dalí. Se te asomaba una hebra delgada, desteñida, casi cenicienta, mostrando que bajo el castaño gastado por las jeringas y el dolor había un nido blanco que se exhibía en toda su desvergüenza y, ahora que lo pienso, no debió incomodarte tampoco porque nunca te importó mucho este mundo ni el otro, pero yo insistía como para dejarte de este lado madre, para pedirte perdón por el poema que escribí acribillada por el dolor de no tenerte nunca como esta tarde para mí sola en la desolación del mundo, de tu mundo que no entendí. Tomo tu mano semejante a la mía en la semejanza del goce, el aturdimiento, los adioses. Aprieto tu mano para que no te vayas sola, para que sepas que me voy ahogando con la tarde, apagando en la perfección del inequívoco final, como en la película, abrazándote caída sobre mí, ausente ya de mí como el sol que se va deslizando sobre el mar allá afuera.
Los agujeros de la tarde
Los agujeros de la tarde
Medallones circulares
Un ojo
Acaso la yema de un dedo tapará este sol
Una luz al fondo de mí es el único rincón que me aguarda
Abro la caja de la noche
Abro la boca de la noche
Y las estrellas me ahogan
porque no cabe más luz al fondo de mí
Yo tenía un sueño fragmentado un rompecabezas
en el asilo para locos de remate
Tenía una cartera roja y un bolso negro
y las palabras salían de mi boca como baba oscura
porque sólo lo oscuro enciende el fondo de mí
Vivo en un circo colgada de un trapecio
el trapecio no se mueve sólo el circo
Hago piruetas estrafalarias
Bebo un café que me regaló Hemingway
cuando le conocí en París y él creyó que era una fiesta
pero estábamos solos en los trapecios
A veces los agujeros de la tarde se multiplican
como agua alrededor de las rocas
En sueños me atacan caballos feroces
huidos de alguna parte
En sueños armo el rompecabezas
y luego se resquebraja como un paisaje lluvioso
En las tardes duermo un sueño prestado
( todos somos prestados a este mundo)
Esta cama no es mía como tampoco mi sueño
ni este cuarto donde sueño el sueño prestado
Ni la casa toda es mía
Ni yo soy mía
Ni lo que escribo
Ni eso que me hace escribir
Ni los caballos que desaparecieron
Los agujeros de la tarde son las flechas del tiempo
Perforaciones al fondo de las cosas que no han de ser mías
Yo sólo hago piruetas estrafalarias
En el fondo de mí hay un corredor que lleva a ningún sitio
esa mínima concurrencia a la certeza
ese susurro miserable
en mi circo miserable
esa locura de ver agujeros en la tarde
es mi equipaje
Yo soy la muerte y la vida
Quién crea en mí verá los trapecios colgados del silencio
Verá los otoños cubiertos de flores
Oirá la sinfonía del aire con el aire
Y dormirá con un reptil muerto entre los dientes
Asuntos Pendientes
Qué duda cabe
después de la despedida
que ha durado siglos
consagrados a la extensión
de los cuerpos
Qué pesadilla o bestial aprendizaje
o morbo
ha sido este
convite a lo imposible
a lo gastado
de ti
y de mí
a los remiendos
Ni yo
ahora
sé por qué escribo
cuando debiera
estar sobre la cama
soñando con la muerte
esperándola
o pensando en la puta de Talcahuano
que se quemó a lo bonzo
por culpa del olvido
Como dijo la Palmenia Pizarro
por culpa del mal amor
por culpa del licor barato de la tía Olga
Qué duda cabe
Bartleby tenía razón
sólo queda tenderse sobre un césped de manicomio
con los ojos abiertos
para que nadie dude que estamos vivos
pero muertos
Que preferiríamos no hacerlo
pero igual se nos vienen las ganas de amar
de escribir sobre los muros
de una ciudad indiferente
Igual el otoño
se llevó desnuda a la puta de Colón
su cuerpo del delito
mulata
como la Amalia Rodríguez
igual de triste
pero más pobre
infinitamente más sola
menos diva
Qué duda cabe
si los suicidas son inmortales Maupassant
no le entran balas
ni cuchillos
sólo se mueren de palabras idas
de silencio
de habitaciones encerradas
de soledad
nos incendiamos de soledad
somos brazas a medio fundir
huesos carbonizados
que dicen adiós
porque hay una hermandad de las cenizas
donde nos encontraremos
Por eso esta tarde
de bruces sobre mí
me habla de todas
Marguerite
Virginia
pero sobre todas
sobre cada una de ellas
y de mí
que me lo sufro todo escuchando a la Palmenia
pienso en la putita de Talcahuano
que rompió la noche con su grito de madera quemada
de cuerpo obrero
proletario
de fado triste
de saudade
de radio a pilas
de inmigrante
de poetisa sin libro
sin beca literaria
sin subsidio rural ni del otro
sin hoyo donde enterrarla
( qué paradójico )
Sólo el destino de las animitas es para ella
Animita de las putas de la calle Colón
flores de papel
mil grullas
y el cielo se les abre
¡Ay! no sé por qué escribo
de los adioses Vilariño
a ti te regalaron unas noches en exclusiva
es todo cuanto pudo Onetti
es todo cuanto pueden darnos
no te creas la muerte
después todo se desgaja
y por eso se escribe
sobre asuntos pendientes
como la cuenta de la luz
la sobrevivencia toda
entre los versos que no nos alimentan
las páginas sociales
y el colon irritable
en los bordes de la desesperación
pensando en la tarde que nos encontrará a tientas
buscando algo
que no se ha perdido
porque nunca estuvo
En la ausencia
como las cartas muertas de Bartlebly
Qué duda cabe
II
La Tarde era perfecta como en las películas con efectos especiales porque uno llega a pensar que no puede existir una cosa así. Perfecta porque nada cae de golpe, nada estalla a destiempo, nada ocurre para que todo sea. Era así la tarde antes de tu muerte. Afuera había un sol maravilloso que no podías ver y por eso quise contártelo todo para que me escuchases mientras dormitabas con los ojos entornados entre el sueño profundo y el sueño de la agonía y yo te decía, a propósito de ti y de mí, que en la película de Tom Cruise, el samurai le dijo que buscaba una flor perfecta y luego, antes de morir, se dio cuenta que todas lo eran, es decir, hay cosas que sólo pueden revelársenos en el The End. Te dije en nuestra tarde que el sol, el gato sobre el tejado vecino, cómo te lo explico: hay un orden de maravilla que nosotras completamos porque debía estar tu rostro a medio morir usurpado casi del cuarto tan pobre, dicho sea de paso, porque la pobreza también es perfecta en su desmembramiento de cosas desordenadas, en su transparencia tenebrosa. Y las ropas colgadas en el patio daban una luz multicolor al estrellarse con el vidrio de la ventana, y yo tendida a tus pies, atravesada en la cama, te contaba de los helechos del muro de las monjas que algún día llegarían hasta Dios y le envolverían con su túnica verde, y todas le veríamos materializado en el patio, junto al gato que duerme sin hacer caso del vuelo de gaviotas que chillan, como si reclamaran para sí, con su desventurado vuelo, esta ciudad tan vieja que se nos viene encima con su derrame de casas irregulares y niños tristes como de papel al viento. Había un marco cercando el camino hacia la casa, un límite de luz, de cielo limpio, de perros ahogados por el sol, y el hombre del quiosco, que luego habría de matar a su amante, nos observaba sin vernos porque él también ya estaba muerto y no lo sabía y quizá por eso te miraba, o era el camino hacia ti el que perseguía con una complicidad que entonces no entendí, pero admiraba su figura de hombre medio hembra. Tu cabello, cómo me gustó su ondulación en tu frente, tenía algo surrealista como la mano que coge el violín en el cuadro de Dalí. Se te asomaba una hebra delgada, desteñida, casi cenicienta, mostrando que bajo el castaño gastado por las jeringas y el dolor había un nido blanco que se exhibía en toda su desvergüenza y, ahora que lo pienso, no debió incomodarte tampoco porque nunca te importó mucho este mundo ni el otro, pero yo insistía como para dejarte de este lado madre, para pedirte perdón por el poema que escribí acribillada por el dolor de no tenerte nunca como esta tarde para mí sola en la desolación del mundo, de tu mundo que no entendí. Tomo tu mano semejante a la mía en la semejanza del goce, el aturdimiento, los adioses. Aprieto tu mano para que no te vayas sola, para que sepas que me voy ahogando con la tarde, apagando en la perfección del inequívoco final, como en la película, abrazándote caída sobre mí, ausente ya de mí como el sol que se va deslizando sobre el mar allá afuera.
Los agujeros de la tarde
Los agujeros de la tarde
Medallones circulares
Un ojo
Acaso la yema de un dedo tapará este sol
Una luz al fondo de mí es el único rincón que me aguarda
Abro la caja de la noche
Abro la boca de la noche
Y las estrellas me ahogan
porque no cabe más luz al fondo de mí
Yo tenía un sueño fragmentado un rompecabezas
en el asilo para locos de remate
Tenía una cartera roja y un bolso negro
y las palabras salían de mi boca como baba oscura
porque sólo lo oscuro enciende el fondo de mí
Vivo en un circo colgada de un trapecio
el trapecio no se mueve sólo el circo
Hago piruetas estrafalarias
Bebo un café que me regaló Hemingway
cuando le conocí en París y él creyó que era una fiesta
pero estábamos solos en los trapecios
A veces los agujeros de la tarde se multiplican
como agua alrededor de las rocas
En sueños me atacan caballos feroces
huidos de alguna parte
En sueños armo el rompecabezas
y luego se resquebraja como un paisaje lluvioso
En las tardes duermo un sueño prestado
( todos somos prestados a este mundo)
Esta cama no es mía como tampoco mi sueño
ni este cuarto donde sueño el sueño prestado
Ni la casa toda es mía
Ni yo soy mía
Ni lo que escribo
Ni eso que me hace escribir
Ni los caballos que desaparecieron
Los agujeros de la tarde son las flechas del tiempo
Perforaciones al fondo de las cosas que no han de ser mías
Yo sólo hago piruetas estrafalarias
En el fondo de mí hay un corredor que lleva a ningún sitio
esa mínima concurrencia a la certeza
ese susurro miserable
en mi circo miserable
esa locura de ver agujeros en la tarde
es mi equipaje
Yo soy la muerte y la vida
Quién crea en mí verá los trapecios colgados del silencio
Verá los otoños cubiertos de flores
Oirá la sinfonía del aire con el aire
Y dormirá con un reptil muerto entre los dientes
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Los tres poemas de la poeta Alejandra Ziebrecht, pertenecen a su más reciente libro: "El sueño", publicado por Editorial Mosquito; y cuya presentación se hará el 16 de diciembre en la Pinacoteca Casa del Arte, Universidad de Concepción, Chile. La presentación del libro estará a cargo del académico y Miembro de la Real Academia de la Lengua Dn. Mauricio Ostria y por el destacdado poeta nacional Nicolás Miquea
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