Javier Lostalé, España
Niebla
Todos somos niebla. Nos deshabitamos cada vez que otro ser
Coloca tus ojos
Coloca tus ojos en un cielo inmóvil
y escucha en el iris el corazón de una imagen que abre su luz;
baja tus párpados hacia su sueño
y quédate en la corola de la lágrima.
No le digas a nadie donde estás
el cruce de rayos tristes en que te borras.
Levanta la palabra en estado puro
para que nadie oiga sino transparencia
y no empuje sin querer la caída sombra de dentro.
Hunde el rostro en su memoria
e ilumínate con su silencio.
Nunca tu secreto ofrezcas
a la temperatura azul de otro cuerpo .
Redime su espacio hasta ti
con tu ya única vida
la quieta celebración del final del llanto.
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(Del libro LA ROSA INCLINADA)
Inédito
La memoria de la tarde
Niebla
Todos somos niebla. Nos deshabitamos cada vez que otro ser
tiembla su voz inaugural en nuestra sangre,
y ponemos luego la memoria al nivel de la bruma del mar
para abrazar el transparente cuerpo de lo perdido.
Todos somos niebla. Buscamos una mano
y por un precipicio de silencio resbala
la inocencia muerta de su tacto.
Sobre su cadáver crecen las yemas de nuestro sueño.
Todos somos niebla. Pronunciamos un palabra
y el eco nos devuelve olvido.
Pero el corazón, al no tener cura,
navega tan alto como una estrella.
Todos somos niebla. En un rostro besamos nuestra propia herida
para envejecer después sostenidos por aquella llama de sombras.
Todos somos niebla. Miran siempre lo ojos lo que nunca ven
y así se torna la vida anunciación de un tapiado jardín.
Todos somos niebla. El pensamiento carboniza lo que desvela
hasta alcanzar la grávida invisibilidad del abandono
y despertar todavía imágenes con nuestro ojo de vuelo desierto.
El mundo es niebla. Confusos pasos por dentro.
Deslumbrante ceguera de que se abre mientras se cierra.
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(Del libro Hondo es el resplandor)
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(Del libro Hondo es el resplandor)
Coloca tus ojos
Coloca tus ojos en un cielo inmóvil
y escucha en el iris el corazón de una imagen que abre su luz;
baja tus párpados hacia su sueño
y quédate en la corola de la lágrima.
No le digas a nadie donde estás
el cruce de rayos tristes en que te borras.
Levanta la palabra en estado puro
para que nadie oiga sino transparencia
y no empuje sin querer la caída sombra de dentro.
Hunde el rostro en su memoria
e ilumínate con su silencio.
Nunca tu secreto ofrezcas
a la temperatura azul de otro cuerpo .
Redime su espacio hasta ti
con tu ya única vida
la quieta celebración del final del llanto.
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(Del libro LA ROSA INCLINADA)
Inédito
La memoria de la tarde
declina en el silencio,
ajeno en su horizonte,
de un olvidado ramo de rosas.
Hay en todo una penumbra triste
que se hunde sin rostro
mientras el corazón escucha
el latido puro de las sombras.
Una nube fija irradia
en lento vaho tu nombre
y toda la habitación se empaña
con su cuerpo transparente.
El tiempo es vuelo sin anuncio
en el que la mirada se pierde
hasta que el pensamiento alumbra
núbil criatura de espuma.
Un advenimiento sin nadie
se consuma entonces en el pecho,
y las lágrimas se nublan
en su hondo cielo sellado.
Una cegada luna
fluye sin hora en la sangre,
mientras la soledad es una estancia
que se va quedando sin aire.
La memoria de la tarde declina
como un labio entreabierto sin beso.
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