Domingo Alfonso, Cuba
Ha sucedido que yo
inquiero sobre mí mismo,
paso a auscultarme cuidadosamente
del último cabello a la planta de los pies
y me encuentro culpable de traición a mi propia persona.
Vamos a formar el tribunal,
este individuo será castigado,
quemado en la hoguera si es preciso.
Miro su cuello, sus tetillas, sus nalgas y sus testículos;
no tiene justificación;
ni sus ojos indudablemente feos,
ni su diente partido, ni tampoco su corazón
podrán librarlo de la pena máxima.
Yo mismo me erijo en fiscal,
pronuncio el auto condenatorio
que será recibido con júbilo por el procesado.
Doy este paso trascendental:
Me convierto en juez, en víctima y en verdugo.
_____________
De, “Historia de una persona”, 1968
El hombre que se reparte
Hay rastro de mí en el nitrógeno del aire,
en el órgano genital de algunas mujeres,
bajo la piel ondulante que ciñe la isla,
en viejas casas que dejaron de ser,
en pensamientos que duermen,
o son olvido, o una llama que arde muy bajo.
Estoy en el futuro de seres que me ignoran;
una partícula de mi vida reposa bajo la tierra, bajo el mar,
en forma de saliva, de orina, de excretas.
Yo, el difundido en miradas, en voces, en partes
infinitesimales,
espero el minuto de repartirme totalmente.
Cinco minutos en la vida de Adán Aymée
Estos cinco minutos en la vida de Adán Aymée
comenzaron a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la
mañana
del nueve de septiembre de mil novecientos sesenta y siete
–con cielos parte nublados y nublados,
mar ligeramente movida en la costa norte–,
en la esquina de Amargura y San Ignacio...
Adán Aymée desciende a toda prisa del ómnibus
–una ruta 15: Santos Suárez –Ayuntamiento
número 2742–,
tropieza con una señora
vestida de negro y verde, le pide perdón,
esquiva a cuatro o cinco personas que vienen en sentido
contrario,
cruza la acera, consulta su reloj y viendo que son las ocho
y cuarenta y seis,
se decide a tomar el desayuno en la cafetería de enfrente;
le da paso a un automóvil
de la marca Plymouth, del año 1952;
Se sienta junto a la barra del café.
A su izquierda una mujer con el pelo teñido,
de todos los tonos entre el castaño y el rubio;
a su derecha un joven negro de pequeña estatura
escribiendo un poema titulado
“Cinco minutos en la vida de Adán Aymée.”
Adán lo observa todo sin mucha curiosidad.
El dependiente le informa
que sólo tiene refresco y pan con mantequilla;
Adán Aymée asiente con los hombros y el hombre
saca una botella y la coloca delante de Adán;
Va después hasta un extremo del mostrador
Adán mira el rostro de la dama a su izquierda;
Esta pregunta cuánto debe; Adán admira su hermoso perfil,
La mujer deja una moneda; se levanta,
y al girar enseña unos muslos dorados
que provocan una pequeña erección en Adán Aymée.
Ahora se sienta en el mismo lugar
un hombre de unos cuarenta y cinco años,
de camisa azul y pantalón gris.
Adán contempla por unos segundos
la fachada barroca de la iglesia, ve dos vehículos pasar,
se inclina hacia delante; ya está servido su pan con mantequilla
–mejor con margarina, piensa para sus adentros–;
Ve la hora en su reloj de pulsera
–Rolex automático, de acero inoxidable–:
son las ocho y cincuenta minutos de la mañana,
terminando de este modo
cinco minutos en la vida de Adán Aymée.
_____________
1967
De “Esta aventura de vivir”, 1987
Me convierto en víctima y en verdugo
Ha sucedido que yo
inquiero sobre mí mismo,
paso a auscultarme cuidadosamente
del último cabello a la planta de los pies
y me encuentro culpable de traición a mi propia persona.
Vamos a formar el tribunal,
este individuo será castigado,
quemado en la hoguera si es preciso.
Miro su cuello, sus tetillas, sus nalgas y sus testículos;
no tiene justificación;
ni sus ojos indudablemente feos,
ni su diente partido, ni tampoco su corazón
podrán librarlo de la pena máxima.
Yo mismo me erijo en fiscal,
pronuncio el auto condenatorio
que será recibido con júbilo por el procesado.
Doy este paso trascendental:
Me convierto en juez, en víctima y en verdugo.
_____________
De, “Historia de una persona”, 1968
El hombre que se reparte
Hay rastro de mí en el nitrógeno del aire,
en el órgano genital de algunas mujeres,
bajo la piel ondulante que ciñe la isla,
en viejas casas que dejaron de ser,
en pensamientos que duermen,
o son olvido, o una llama que arde muy bajo.
Estoy en el futuro de seres que me ignoran;
una partícula de mi vida reposa bajo la tierra, bajo el mar,
en forma de saliva, de orina, de excretas.
Yo, el difundido en miradas, en voces, en partes
infinitesimales,
espero el minuto de repartirme totalmente.
Cinco minutos en la vida de Adán Aymée
Estos cinco minutos en la vida de Adán Aymée
comenzaron a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la
mañana
del nueve de septiembre de mil novecientos sesenta y siete
–con cielos parte nublados y nublados,
mar ligeramente movida en la costa norte–,
en la esquina de Amargura y San Ignacio...
Adán Aymée desciende a toda prisa del ómnibus
–una ruta 15: Santos Suárez –Ayuntamiento
número 2742–,
tropieza con una señora
vestida de negro y verde, le pide perdón,
esquiva a cuatro o cinco personas que vienen en sentido
contrario,
cruza la acera, consulta su reloj y viendo que son las ocho
y cuarenta y seis,
se decide a tomar el desayuno en la cafetería de enfrente;
le da paso a un automóvil
de la marca Plymouth, del año 1952;
Se sienta junto a la barra del café.
A su izquierda una mujer con el pelo teñido,
de todos los tonos entre el castaño y el rubio;
a su derecha un joven negro de pequeña estatura
escribiendo un poema titulado
“Cinco minutos en la vida de Adán Aymée.”
Adán lo observa todo sin mucha curiosidad.
El dependiente le informa
que sólo tiene refresco y pan con mantequilla;
Adán Aymée asiente con los hombros y el hombre
saca una botella y la coloca delante de Adán;
Va después hasta un extremo del mostrador
Adán mira el rostro de la dama a su izquierda;
Esta pregunta cuánto debe; Adán admira su hermoso perfil,
La mujer deja una moneda; se levanta,
y al girar enseña unos muslos dorados
que provocan una pequeña erección en Adán Aymée.
Ahora se sienta en el mismo lugar
un hombre de unos cuarenta y cinco años,
de camisa azul y pantalón gris.
Adán contempla por unos segundos
la fachada barroca de la iglesia, ve dos vehículos pasar,
se inclina hacia delante; ya está servido su pan con mantequilla
–mejor con margarina, piensa para sus adentros–;
Ve la hora en su reloj de pulsera
–Rolex automático, de acero inoxidable–:
son las ocho y cincuenta minutos de la mañana,
terminando de este modo
cinco minutos en la vida de Adán Aymée.
_____________
1967
De “Esta aventura de vivir”, 1987
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