En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



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miércoles, 29 de junio de 2011

HAN CEGADO A NARCISO – JOSÉ MAS

Carátula de libro





HAN CEGADO A NARCISO – JOSÉ MAS



Por ELisa Martín




“Lo mejor de la vida es el cuerpo”: tal es el título de uno de los poemas que José Mas incluye en su libro Han cegado a Narciso. La presencia de este cuerpo amado y llagado, deseado y rechazado, que conduce a la vez al amor por la vida y a la muerte, es una constante a lo largo de la obra. Como si en su misterio, sus pulsiones e imperfecciones, se hallara la respuesta imposible a la pregunta que plantean los mitos: el de Narciso, el de Edipo, el de Adán, todos ellos entendidos cual representación de lo humano en su estado desnudo. No en vano, el libro se inicia con un poema titulado “Mi cuerpo y yo”, con los versos:
Me conocí de niño muy imperfectamente;
pues el espejo que, al nacer, venía en mi equipaje
presentaba algunas rajaduras y manchas.

Ese conocimiento “imperfecto”, la pregunta por la propia identidad y el imposible reflejo del sujeto que escribe, recorre la obra de principio a fin. La paradoja quizá sea el recurso más utilizado para dar idea de la complejidad del yo, entendido como alma y cuerpo, como un corazón en el que caben la sangre, los deseos, el esplendor y el paso del tiempo, con sus padecimientos y la inevitable cercanía de la muerte. Así, en otro momento encontramos estos versos:
No sé quién es mi yo:
si la química ardiente del recuerdo
y de la imaginación,
o el óxido que obtura venas y arterias
para, al fin, convertirse en atasco y ceniza.

Han cegado a Narciso aparece dividido en tres partes: “La sed y el cristal”, “Íntima quemadura” y “Hacia la fuente”. Tal progresión da fe de un itinerario ascendente, que parte del deseo (la sed) y el cristal (que no espejo, porque no refleja, al contrario de aquel en que se miró Narciso: sólo deja ver), para llegar al fuego, a la disolución de lo más íntimo, donde se esboza otra suerte de autobiografía, pura declaración de intenciones:
Sueño con abrazarme al universo
y detener en seco el vértigo
de la luz viajera,
para ser el cero
de lo que nunca ha sido ni ha de ser.

Finalmente, en la tercera parte, “Hacia la fuente”, la voz poética, ante la cercanía de la muerte y del desastre, levanta el vuelo. Ofrece una muerte que es vida, a través de la evocación de las figuras mitológicas de Narciso y Edipo. José Ángel Valente, en un hermoso texto titulado “Pasmo de Narciso”, recalca el valor poético del mito, que también encontramos en el libro de José Mas: “El mito, antes de entrar en el orden sucesivo o argumental de la narración, es imagen que súbitamente se revela, es revelación, condensación o cristalización repentina del sentido, epifanía. Narciso: revelación en la imagen y por la imagen; epifanía del otro en la imagen de sí”.
“Sin fuente que lo absuelva y lo disuelva / Narciso viene a ser también Edipo”, reza una cita de José Mas, situada al inicio del libro. Volviendo al texto de Valente, encontramos bellos puntos de contacto con la profundidad asociada al personaje en Han cegado a Narciso: “Narciso, antes de ver en la fuente, no veía. El no ver de Narciso es acaso lo que la fábula quiere dar a entender al reducir el otro o lo otro a un eco –Eco y Narciso- que se extingue. Ver, para Narciso, es nacer, es salir del mundo de la extinción. (…) La imagen que Narciso ve está más allá de la muerte. El mito de Narciso es pues un mito de amor, de supervivencia o de resurrección.” Veamos ahora un fragmento del poema “Estoy sentado aquí”, de la última sección del libro, “Hacia la fuente”:
Cuando llegue el derrumbe, que ha de llegar por fuerza,
¿podrá sentir Narciso, un momento siquiera,
cómo se funden
en una fiebre sola labio y fuente?
¿O quedará en el aire, vagando inútilmente,
el cóncavo lamento
de Eco?

Narciso se acerca a la muerte, y en ese instante quizá podrá sentir, que no ver ni mirar, cómo su rostro se acerca al agua, se funde con la fuente. Allí quedará finalmente unificado, comenzará a sentir aquello que sus ojos no pueden ver. Sin embargo, José Mas no nos ofrece una respuesta unívoca al enigma: también es posible que, en el último momento, no se produzca la ansiada unión amorosa, y el lamento de Eco (ninfa desesperadamente enamorada de Narciso, y que había sido condenada por la diosa Hera a repetir las palabras ajenas) se pierda ensimismado.
Edipo, que aparece en el último poema del libro, es el personaje que representa, por antonomasia, la ceguera del que ve y la sabiduría que lleva a quedarse sin ojos. En el poema de José Mas, el personaje se refiere así a su ceguera:
La muerte de Yocasta me privó de la luz.
Por eso, al arrancarme el hierro de los ojos,
yo ya sabía que la ceguera era
forma humanada de la piedad.

Sin embargo, los paralelismos con Narciso no terminan aquí. En el poema “Narciso a lo divino” se traza un sugerente puente entre el personaje de la mitología griega y Adán, el primer hombre según la Biblia. Dios lo crea buscando un espejo de sí mismo, una criatura que lo refleje, y es un ser andrógino. Ante su rebeldía, separa a las dos mitades, y surgen el amor y la muerte. El poema termina con un aroma de narcisos:
Cuando el humano ser brilla en amor
o se oscurece en muerte,
queda flotando, un punto,
en el aire del mundo y del tiempo
un olor de narcisos.

De este modo, Han cegado a Narciso recoge las paradojas del yo, una relectura de dos mitos clásicos, a los que pone en contacto con ciertos aspectos de la tradición bíblica, y un lenguaje de contrarios, que recuerda a la mística.
Me gustaría acabar con un fragmento de uno de mis poemas preferidos del libro, “Gramática interior de urgencia”, en el que José Mas define algunas de las palabras más significativas en su escritura. Me llamó especialmente la atención una de ellas, “Oscuridad”, con unos versos que dicen:
Oscuridad:
palabra que todos creen mía,
y que no puede serme más ajena;
Yo la traduzco por silencio.

Elisa Martín, 16-6-2011.

viernes, 1 de enero de 2010

poemas de josé mas

José Mas, España



CARTA AL AÑO ENTRANTE



Querido y temido 2010:
Debajo de las faldas festivas de diciembre,
se sienten ya tus lloros y tus risas.

Se dice que la luna, ¡tan coqueta!
ha abierto innumerables mirillas
en el hielo congénito
de los mares del norte y del sur,
para verse más hondo y, sobre todo,
para que puedan verla y disfrutarla
los peces abisales que ignoran desde siempre
el nombre titilante de la luz.

Anuncian los periódicos
que tienen catalepsia los ríos y las fuentes,
y hay que resucitarlos destruyendo
las centrales eléctricas.
Las fábricas contaminantes
habrán de trasladar sus turbulencias
a los desiertos en vías de extinción
o a las montañas altas, más de niebla que de nieve.

En reuniones que han dejado de ser secretas,
se comenta que los bancos no son
sino edificios de ladrillo y sospecha,
ya que las cajas fuertes
son solo cajas por la forma
y fuertes por las deudas.

Según los brokers, de ahora en adelante,
solo cotizarán en bolsa
el dólar del dolor y la extorsión
y el euro poderoso de la impotencia.

La muerte ya prepara sus colores mejores
para la ceremonia de la devastación:
desde el negro, austero y elegante,
al blanco suntuoso de hueso, pasando
por el más encendido púrpura de la sangre,
y el gris humo de la asfixia.

Pero después de todo, puede ser
que no haya motivos para tanta alarma:
desde que los hombres aprendieron
a contar los años
por el espejo giratorio de los cielos,
no se sabe de ningún año en blanco,
aunque tantos debieran haber sido tachados
con tachadura irreparable.

Por ello alcemos nuestra copa
con pasión efímera y eterna,
y brindemos
por la vida,
que es solo intensa porque en ella
cabrillea la espuma de la muerte.







Sonata para adolescente y padres




TENER en casa un adolescente
es una hecatombe
-también en su sentido etimológico-
y una maravilla
-o si queremos nuevamente aludir a lo helénico-
una taumaturgia.

Tener en casa un adolescente
es tener en un modesto tiesto de geranios
el naranjo que alcanza quince metros de altura
en la selva argentina.
Tener en casa un adolescente
es exhibir bajo la lluvia
el tigre de brillantes rayas amarillas
feroz en su mutismo y su belleza,
con la tensión eléctrica y felina
de la caricia y del zarpazo.

Hablarle de futuro a un adolescente
es hacer disquisiciones acerca del hielo
recién descubierto en la luna.
¿Y el pasado? ¿Qué será el pasado?
fragmentos de sueño o anécdotas
-algunas graciosas, las más ridículas-
que siempre le han pasado a otro;
también son, desde luego, trozos de muerte pequeñita.
Sólo vale el presente:
inseguro, absorbente, como una ciénaga
o intenso como el rayo que amenaza hacer trizas
alguna antena parabólica o tal vez un bosque
-a lo mejor también televisado-
pues los bosques, ya se sabe,
están en vías de extinción.

La experiencia, sobre todo si es de los padres,
es un pozo cegado del que ya no mana el agua.
Si alguna vez almacenó rumores de garrucha,
frescor de temblorosa arquitectura,
color reseco o cautivante de la sed,
ya sólo es el grafito indescifrable,
sobre un muro de tiempo,
de una lengua que bien pudiera ser el dálmata
[que, como se sabe,
hace cien años justos dejó de existir].

Pero al fin y a la postre,
en este esplendoroso banquete de ruinas
que es nuestra convivencia,
¿quién es más existente?
¿El obediente y programado,
que con sus pies y sus manos de músico
va sacándole registros uniformes
-que él cree matizados y variados-
al órgano de la nada?
¿O el que no admite consejos ni enseñanzas
y se aburre en las aulas que él ve como jaulas,
y disfruta en la nada de no hacer nada,
uniformando el caos
con la aventura de los ordenadores
y las nuevas palmeras altísimas de los decibelios?

Pero a pesar de todo es
aterradoramente bello y conmovedor
tener en casa un adolescente,
porque ha perdido -a veces sin saberlo,
otras sabiéndolo, de forma irreparable-
aquel velero azul de los años dichosos.
Y hoy va bogando y vagando
por un mar voraz de tiburones,
rumbo a lo desconocido.
Tras la indolencia o la insolencia
late en sus gritos y en su silencio
más que un anhelo de libertad,
el ansia impostergable
de que alguien lo acepte en sus contradicciones:
pues en la soledad busca la compañía
y está perdido en la multitud,
aunque ponga la cara de todos
y se exprese en la jerga de todos,
porque su lenguaje es único
y aunque ni siquiera lo sospeche,
el bote salva-muertes del amor
está brincando ya sobre las olas,
a millas procelosas de distancia
o a detenidas horas de calma chicha...
Bajo la superficie gris y tersa
de los días iguales y el arenal del insomnio
existe mucha mar de fondo.






A mi padre



Ahora que el papa ha definido,
con precisión de viajero teológico,
que el infierno y el cielo no tienen geografía,
¿dónde ubicar los muertos?
Al menos, los católicos.

Será conveniente, por si acaso,
revisar también las expresiones:
el más allá, que en tiempos ya aludía
a una lejana vaguedad difusa,
debería cambiarse por el aquí-aún
que será siempre en la proximidad de la memoria
y nunca más cuando el recuerdo acabe.

Un muerto ahora podrá acompañarnos
como el crujido de un sillón de mimbre,
el rastro intenso que deja una loción de afeitar,
(casi modernamente puede llamarse after shave)
el raudo deslizarse de unas zapatillas,
o un apretón de manos poderoso,
cuyo destino era ser caricia.

Alguno de estos rasgos,
que he presentado voluntariamente
de forma genérica,
puede, a veces, dibujar en escorzo
el perfil vivo de mi padre.

Pero su vida y su vinculación conmigo
son harina de un saco de emociones
que, sin duda, no van a caber en este poema.

Tú fuiste, junto a la bisabuela humilde y sufrida,
cargada de llagas que ella transformaba
en amuletos mágicos
ante los niños embobados que la escuchábamos,
quien me contó los primeros cuentos.

Tú apenas fuiste a la escuela:
con un maestro de los de antes,
de aquellos pioneros de la deforestación,
que gastaban más varas de olivo que libros
porque el escozor del golpe tiene una ventaja:
hacer que no se olvide,
si no lo que se aprende,
al menos sí lo que se recibe.

A pesar de tu escasa formación
y de tu palabra balbuciente,
te sabías todos los relatos de la huerta,
(también los inventabas)

Y nunca traicionaste ni en un solo detalle
-pese a los muchos años transcurridos-
a los autores que leíste:
Víctor Hugo y Blasco Ibáñez, sobre todo.

Tus hombros conocieron el peso de las aclamaciones
y de la muerte
del novelista que tenía por féretro
uno de sus libros proféticos:
Los muertos mandan.

A pesar de la guerra,
de la que audazmente desertaste,
y la desgracia, a la que parecías abonado,
y de las enfermedades de los últimos tiempos,
nunca, nadie, ni nada,
pudo quitarte el sueño,
(que te podía asaltar, incluso, de pie)
las ganas de vivir y el amor al trabajo.

Tres atributos míticos jalonaron tu vida:
el fuego de Hefesto,
más modesto e higiénico,
indispensable en la fabricación del jabón)
la velocidad de Aquiles
(quien, a juzgar por la Iliada,
no parece que corriera mucho:
incluso Héctor o su miedo fueron más rápidos)
Tu marcha, en cambio, rebasaba
la de los carros y los tranvías.
Y el gozo natatorio de Poseidón:
la espuma final de tus días conscientes.

Tú que, te avenías mal con las voces esdrújulas,
y que, en bastantes ocasiones hacías llanas,
nos has dejado a todos
huérfanos y desérticos,
íngrimos...

jueves, 2 de abril de 2009

Nuevo trovar de amor-José Mas

Paisaje





_____NUEVO TROVAR DE AMOR____

Niña de luz y niebla,
de fuego y agua,
cómo resplandecías
por la mañana,
cuando yo con ternura
te despertaba.

Al borde de tu lecho
yo me sentaba,
qué cerca estabas tú
y qué lejana.

Reptaban mis caricias,
disimuladas,
por el silencio en flor
de tu enramada.

Tú seguías durmiendo
como si nada
pudiera amenazarte,
ni mi amenaza.

Y tenías razón:
yo te guardaba
como sirviente fiel
que, aunque se abrasa,
bendice su martirio
y a quien lo manda.

Una luz musical
me invadió el alma
cuando al fin despertaste
risueña y clara.

Y sentí emocionado
tu voz deseada,
tu voz de oboe y brisa,
que besa y pasa.

“Toda me siento tuya,
pero no hagas
nada por retenerme,
siénteme y calla”.

Y al levantarte, niña,
de entre las sábanas,
un aroma de rosas,
de mar y jaras,
hizo cielo e infierno
toda la estancia.
_________________
José Mas, notable poeta, ensayista, músico, catedrático español con importante obra y estudios publicados.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Resonancias_Nuevo libro de José Mas

Carátula del libro: Resonancias de José Mas, España






________________________Resonancias



“Resonancias”,[Editorial Renacimiento. España, 2008] se titula el más reciente libro de poesía que el poeta José Mas [1], me ha hecho llegar desde Valencia; España. De entrada el libro está dividido en siete partes: Resonancias primeras, Haikús, voces y ecos; Bailables para el corazón y voz, ausencias; Esbozos, los sonidos de la nieva; Marinas con alguna duna al fondo, Resonancias eróticas y Resonancias finales.

José Mas es poseedor de un estilo personalísimo, voz decantada. Usa la palabra exacta para expresar sus emociones. En José Mas se cumple, sin haberlo pensado él, la máxima poética que le aplicó a Vicente Aleixandre cuando escribió el estudio-prólogo al libro Diálogos del conocimiento: “Una conciencia sin atenuantes: eso es el poeta, en pie, hasta el fin”[2] Y así nos abre el libro con tres versos de redonda contundencia: Antes de la palabra fue el silencio,/ y el silencio será también/ cuando la palabra acabe.[3]. Como auténtico orfebre nos lleva de la mano, desde el principio de los tiempos, hasta nuestros días. Y concluye su primer periplo diciéndonos que “La vida es a la postre una perfecta/ sinfonía para sordos,/ un óleo exuberante para ciegos,/ y la tentación sensual más exquisita/ para unas manos maniatadas/ y unos labios/ en permanente/ fuga.” [4]
Teresa Garbí, en las palabras de presentación de “Preludio en luz menor”[5] nos dice de José Mas: “Mano brilladora, tacto que abre la luz. La voz, la palabra… en que se encierra el mundo”. La poesía de José Mas carece de relieves prosaicos y creo que como lo dice Juan Caballero Bonald,[6] “el poeta nunca puede caer en lo obvio, no debe ofrecer una fotocopia, sino una interpretación de la realidad, un modo de ahondar en ella, de buscar sus enigmas.”

Con la poesía de José Mas pasa lo que muy bien expresa Caballero Bonal: “en la poesía el que no evoluciona se termina convirtiendo en una momia. Además, hay que estar siempre atento a lo que ocurre, a lo que te ofrece la vida, y también hay que buscar maneras de escribir que se adapten a lo que pretendes en cada momento y con cada libro.”[7] Precisamente cada libro de Pepe es un nuevo horizonte donde la luz se hace presente para desvelar los arcanos del sueño.

La poesía de José Mas, contrario a lo que pudiese decirse, no es ajena a los avatares propios de esta época, aunque desde luego ningún tiempo es mejor que otro, cada cual tiene sus propias particularidades. “En nombre del progreso comercial,/ que cambia sentimientos por el maíz transgénico/ o por tertulias envasadas al vacío,/ se asesinó un día/…” sí, en nombre de la modernización y los juegos pirotécnicos de las bolsas de valores se cometen atrocidades en contra de la humanidad. El momento que vivimos en el planeta es desconcertante, aflictivo: la amenaza y la ira nos sonríen impunemente como errantes cementerios de ceniza. Hoy somos un solo conglomerado a la deriva de aguas movedizas.

Luego de este atisbo a situaciones globales, el poeta vuelve a desenfundar su interioridad: las ausencias que atrapan la emoción, los recuerdos apasionados de su propia hoguera. Las reminiscencias haciéndose conciencia en sus destellos; las mañanas, de repente, al salir a la calle con olor a albahaca. Y como a D. Quijote, a José Mas se le incendia el pabilo de las sienes a raíz de sus aventuras con la palabra y la poesía.

En el cristal de la vida, los vasos besan los espejos y el silencio se colma de palabras. Y así, “El viento de la mar inventa/ dedos de sol y de humedad”…
André Cruchaga,
Barataria, 27.XI.2008

_______________________


[1] Nacíó en Valencia, el día 11 de abril de 1939. Se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid, en la especialidad de Filología Románica. Obtuvo el título de Maestro Nacional en la Escuela Normal de Madrid y acabó sus estudios de Piano y Armonía en el Conservatorio de Valencia.
[2] Vicente Aleixandre entre la sombra y la luz, Diálogos del conocimiento, ediciones Cátedra, 1992.
[3] Op cit. Pág.13.
[4] Antes de la palabra, pág.14.
[5] Preludio en luz menor, ediciones Cátedra, España, 2007, pág.7.
[6] Entrevista a José caballero Bonald por Benjamín Prado, aparecida en Babelia, El País de España, el 22 de noviembre de 2008.
[7] Op cit, entrevista a caballero Bonald.