En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



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lunes, 24 de junio de 2024

“Los Hijos de Caín” o EL REGRESO DE LAS CENIZAS -de Hautefeuille al Montparnasse-

 

Carátula de Cadáver Baudelaire


“Los Hijos de Caín”

o EL REGRESO DE LAS CENIZAS

-de Hautefeuille al Montparnasse-

 

 

 

… ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!...

…De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,

¿Qué importa si, tornas —hada con ojos de terciopelo,

ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina! —

el universo menos horrible y los instantes menos pesados?...

CHARLES BAUDELAIRE

 

 

 

Que no sea el poema carne dada a los gusanos, que no sea el poeta caro data vermibus. Tengo enfrente “Cadáver Baudelaire”. Habrá entonces que recurrir a la necroscopia como recurso, como único procedimiento posible para retornar de las cenizas a la carne corrompida, y, de esta, a la belleza.

 

No será fácil este recorrido por la congoja y la pesadumbre, este cruento vaticinio, –si no inventario– de la descomposición manifiestas. Hay podredumbre en la atmósfera. Ante la peste, el poeta estrecha sus fosas nasales, dilata y afina sus pupilas –la pesadilla es evidente e inevitable–.

 

Nunca es posible sostenerse en las vértebras del caos, sin que la lucidez se abra al vacío

 

Ante el insomnio, solo queda la posibilidad de cartografiar las oníricas evidencias de una decadencia en marcha. El poeta nos propone una ventana terrible, en donde, pese a todo, crecen pacientemente los jazmines de la ternura.

 

Veo al poeta, lo imagino en cualquiera de los dos posibles lados del rosetón, aferrado a su taburete, divagando en el infinito y sacando de sus pulmones a las criaturas alucinadas por Ernst. Intentando aliviar los espasmos que provocan las utopías perversas. Dialogando consigo mismo, –no con Dios– sobre lo que pudo ser un paraíso que trasnochó en [mundo-ciudad-país] ahora, en franco deterioro, en declive.

 

el país es este opio de tedio, un mundo infame para respirar, un corazón

 con la dulzura de lo fúnebre

 

Cruchaga es un autor abundante y fecundo, pasional, frenético y distópico. Un poeta contundente y feroz que nos tiene acostumbrados a durísimos registros forjados desde su presente y su memoria. Poesía reflexiva y desgarradora, fiel al recuento de lo que acontece en sus paisajes y entornos próximos.  La mirada en André Cruchaga es siempre una poética franca y doliente que no rehúye a las evidencias del exterior, que no esquiva los cataclismos internos, las sacudidas que acontecen en su espíritu.

 

…A lo largo de todas estas calles, se advierten los milímetros de miedo…

 

Parece que la lluvia zozobra en medio de pañuelos fríos / parece que las paredes no detienen este drama onírico / recuerdo los litorales rotos de los malos engendros / tampoco sé si es el mismo ardor de los tejados a lo largo de las semanas…

 

Recorrer al poeta y sus cantos es disponerse a viajar por: Espejos funerarios y sus antípodas, hacer una pausa en Estación Huidobro, franquear Lejanías Rotas y precariedades, ir al Umbral de la sospecha o al Vacío habitado, disponerse recorrer Camino disperso y el Viaje cósmico, adentrarse en Motel o en la Ecología del manicomio, observar Cuervos imposibles y entregarse al Oficio del descreimiento y a la Metáfora del desconcierto, escalar la Noción de la extrañeza o descender al Sepulcro de la tierra.    

 

Ya en este último título “Sepulcro de la tierra[i]” el poeta da asomo a un […canto que alude al desencanto...] […Hay en sus líneas desesperanza y aturdimiento, cansancio y hastío, dolor por los síntomas de la vida en descomposición, desilusión de país[ii]] En esta nueva propuesta que ha decidido bautizar Cadáver Baudelaire, el poeta condensa todo su arsenal simbólico y sus recursos escriturales para edificar, en 87 fragmentos (poemas), un colosal y sórdido verismo continuado. El poemario es un todo fraccionado, pero hábilmente entretejido, que opera como una suerte de inventario de la decadencia donde el autor sintetiza las visiones y percepciones históricas por las que ha pasado su país y de las que sin duda ha sido testigo. Esta nueva pieza lirica constituye una atenta y dolorosa auscultación de un periodo específico que comprende seis años (2016 - 2022), un recuento de las evidencias y los cambios que padece la patria del poeta. 

 

En un breve mensaje que recientemente ha llegado a mi buzón de voz el autor de Cadáver Baudelaire me comparte:

 

[…es un poemario excepcionalmente escrito y trabajado durante todos esos años, mismo que acoge y recoge las visiones y percepciones históricas por las que ha pasado el país. Supongo que ahí está el aire y el existir de un país enfermo, sus goces falsos y sus cansancios sociales que lo han llevado a una tempestad poco convaleciente…]

 

Fragmento a fragmento el autor de Cadáver Baudelaire construye un sólido y pulido mosaico que sostiene el discurso poiēmatikós, mismo, que opera como una suerte de sustrato o sedimento (socioideológico) desde el cual, poco a poco, el autor va levantando un intrincado andamiaje de visiones, personajes, accidentes, intersticios, y LOCUS –en tanto pequeños lugares en los que  acontecen eventos y dinamismos sociales, –si se quiere cotidianos e inadvertidos–, que de algún modo son reflejo o resultante de vidas inquietas y apesadumbradas. Eventos sobrevenidos en microgeografías donde la “cosa-humana” interactúa, escenifica y expresa –muchas de las veces en silencio– sus convulsiones. Criaturas que, sin saberlo, atienden y ejecutan una partitura invisible, que, sin embargo, es la que dicta y direcciona sus vidas. Sutilmente, el autor nos habla de la fragmentación, el automatismo y la enajenación del espíritu humano. Nos delinea, bosqueja, revela y evidencia escenarios y circunstancias que lentamente han arrastrado a un “territorio-país”, –el suyo– y el de sus prójimos, a un estado de metástasis donde el “corpus social «vivus Mortuus»no es capaz de percibir su propio cadáver.

       

Nadie se inmuta. Una manera de hacerlo es vaciar el silencio en una piedra; al otro lado de la calle se superponen las obscenidades del viento. Uno sabe que morir, es otra forma de rebelarse, una especie de ajustar cuentas ante lo que nos tortura

 En el mundo galopan bocas y miserias de niebla. Hay aves de rapiña, también, en la sal de la almohada, en la injusticia y el odio de este país donde todo es sombra y fila de gritos…

…Uno no puede fiarse de los espejos de los mingitorios, ni de ajos sostenidos en la viga del tabanco, ni del espantapájaros alrededor de la decrepitud. En fin, no se puede fiar del historial de la realidad y los deseos: la razón es solo otro cadáver, entre tantos cadáveres que se van acumulando la ponzoña…

 

Con una ferviente paciencia de artesano, el hablante lírico (el yo) en actitud carmínica observa y recuerda, recuerda y construye, construye y expresa las pesquisas y evidencias recogidas en una suerte de String of beads, donde como en un rosario, el lector puede palpar y reconocer las causas y los efectos de la putrefacción.

 

Cadáver Baudelaire de André Cruchaga comporta un sesudo ejercicio escritural, donde es ostensible la intención de contravenir las posibilidades del código. Es patente el propósito del autor por intentar una reelaboración en el ámbito del lenguaje de la “experiencia vital”, para transformarla en una experiencia esencialmente literaria. De algún modo estamos frente a un ejercicio de transgresión del lenguaje, donde Cruchaga, pese a intentar y procurar un giro estilístico, mezclando en esta ocasión de modo distinto sus recursos habituales, no abandona del todo su particular y usual forma de enfrentar el texto y disponer su arquitectura.

 

No son poco los lectores y críticos literarios que han reconocido en el autor salvadoreño el uso continuo de todo el arsenal escritural que caracterizó a las vanguardias: la asimetría semántica, el contra sentido, la polifonía y la polisemia, la dialéctica, la inversión de la metáfora[iii]. En el prólogo propuesto para el libro Lejanías Rotas, el escritor Alfonso Fajardo acusa al poeta de Autodefinirse como poeta surrealista, –aspecto que no comparto del todo–, pues, aunque Cruchaga está hondamente influenciado por los registros del surrealismo, no percibo que sea la intención del bardo autoproclamarse como poeta surrealista. Pero en todo caso, sí son acertados algunos de los aspectos que menciona el poeta Fajardo: “…Cruchaga le imprime al lenguaje todas las técnicas de la vanguardia del siglo XX, la escritura automática, lo onírico, lo maravilloso, la imagen visionaria, el oxímoron” ... En la misma línea de análisis, el académico español José Siles González va más allá en el prólogo de Vacío habitado, y ahonda con elegante claridad en estos entrelazamientos, extendiendo su análisis a categorías como la estética pan-sensorial, la sinestesia y la utilización del recurso fractal. Advirtiéndonos, además, a los lectores:

 

“…Pero más allá del lenguaje fractal, los avances de la ciencia cuántica, el creacionismo o la sinestesia empleada por diferentes ismos … … tal vez lo crucial en la poesía de Cruchaga radique en algo que es mucho más elemental y compartido por el universo poético: la falta de sentido de la vida[iv]

 

Y aquí probablemente Siles González, sin aún saberlo, proyecta e intuye las claves y los signos ocultos que darán sustento y permitirán vislumbrar los detonantes, las búsquedas, los delirios y las obcecaciones que dieciséis años después se erguirán como un laberinto vertical escheresco bajo el sugestivo título de Cadáver Baudelaire.

 

Cruchaga es un poeta que entiende, al igual que Charles Pierre que “…La poesía, en sus alcances más amplios, hace referencia a la ’operación de la imaginación‛ que consiste en transformar la naturaleza en una obra de arte…”[v]  Probablemente de ahí se derive la necesidad del autor salvadoreño por ser un “constructor creativo” que exprime y fuerza las posibilidades del lenguaje, llevándolas en apariencia, al dislate. Sin embargo, lo que como lectores podemos percibir como sinsentidos en algunos segmentos de los poemas propuestos en Cadáver Baudelaire, – los cuales el autor en, todos los casos, destaca utilizando la cursiva– son en realidad fragmentos que operan como mecanismos, y/o recursos, al que el autor deliberadamente recurre en un exacerbado intento por comprehendere –a sabiendas– de que el lenguaje no siempre es suficiente para desmontar las causas del sufrimiento latente y la angustia irremediablemente instalada en el día a día de la criatura humana, de la cual el poeta,  como no podría ser de otra manera, se sabe parte.

Cruchaga sufre su terruño. Siente en carne propia la agonía que sobrelleva su tribu ante las constantes ondulaciones de la historia-país. Va al pasado y busca. Regresa al presente y calibra. Disecciona lo ya muerto, y su imaginación poética, muy a su pesar, atisba, modela, propone y conjetura un turbio, confuso y, por tanto, incomprensible futuro.

 

Cruchaga padece la postmodernidad del siglo XX prolongada y condensada en el siglo XXI, probablemente de igual forma como Baudelaire padeció lo suyo, enfrentándose a las dislocaciones propias de una época de muchos cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos que marcaron profundamente a los individuos  de la naciente “modernidad” del siglo XIX, caracterizada esta por una sociedad desarticulada por los efectos propios de la segunda fase de la revolución industrial, en donde lo que se inhalaba era el cambio constante,  la incertidumbre y  el temor, eso que Marshall Berman define en “Todo lo solido se desvanece en el aire”, refiriéndose a la experiencia histórica como una experiencia vital de los individuos frente a la permuta. Circunstancias también recogidas y expresadas, sin duda alguna, por los artistas, escritores y los filósofos de esa época, en cuyas obras reflexionaban sobre los síntomas del impacto producido por estas nuevas vivencias.

 

El autor de Cadáver Baudelaire sufre su propio Spleen, eso que en Charles Pierre se simplifica en “el fracaso del poeta” ante un mundo en decadencia, que en Cruchaga es desesperanza y frustración, desasosiego expresado en protesta y rebeldía. 

 

“…Uno vive a secas esa doble cara de los relámpagos. Cada cual llega a conocer las arrugas de la ceniza, las palabras fruncidas detrás de cada mueca flamante. Nos hundimos en calles que nos desprecian y en alianzas de espuma. El sesgo alza sus absolutos, sobre esa el mañana que no deja de ser un absurdo...”.

“…Después de todo, con las palabras procuro aliviar la asfixia que nos deja la magulladura de los que ascienden o descienden a lo siniestro. Un prostíbulo es lo menos abyecto a mis ojos y entendimiento: allí son los ideales rotos; lo inmundo, de pronto, lo encontramos en los absolutos del poder…”.

 

André Cruchaga es un poeta atónito frente a los espeluznantes imanes del abismo, un vate siempre en vértigo, consternado por la inevitable irradiación de una caída inminente.

 

 El autor de Cadáver Baudelaire padece su propia sífilis de espíritu y contagiado de pesimismo ante la impotencia de no poder expresar racionalmente –la mueca y remedo de país–, en que ha acaecido su patria, busca su flor azul. Recurre al simbolismo y al automatismo escritural como única forma de sobrellevar la pérdida de la cordura.

 

 Cruchaga construye una relación íntima con el dandi parisiense, se identifica con: “…esa alma que busca en el fondo de sí mismo un secreto, un conocimiento que escapa al común de los mortales, un conocimiento de sí que no puede ser transmitido sin horror y que condena al poeta a la soledad y a la incomprensión, a la misantropía y al dolor más incomunicable e irreparable, por tanto, irredimible…”[vi]

 

Por eso mismo André Cruchaga canta lo que canta. Sus coros surgen de ese conflicto pertinaz entre el poeta y la realidad

 

“…Hoy la tierra es salobre junto con sus muertos y deudos. Son así los mendrugos y las hambres embalsamadas, la tinta sobre el delirio del huerto. Son así las estaciones donde se ha construido el miedo. Son así las revelaciones de la historia en nuestras costillas. Es así de lóbrego el paisaje del país…”.

 

La grandeza humana decía Pascal, equivale a la conciencia que tiene uno de su miseria.

 

Hay en Cruchaga la angustia de la que nos habla Kierkegaard trasmutado en el Vigilante de Copenhague.  Hay también algo de la Náusea de Jean-Paul en el poeta salvadoreño y de esa guía, que permite al dasein encontrar una vía para el ser sí mismo, de la que nos habla Heidegger. Cruchaga es un poeta existencial. Un ser condenado a viajar constantemente del presente al pasado, intentando mediante la memoria y la observación descifrar las causas de ese abominable futuro que intuye. Una criatura que sabe le fue negado el paraíso y que, excluido del mismo, ha sido forzado a un viaje interminable. De -Hautefeuille al Montparnasse- que es como decir, del pasado al presente, del barrio que lo vio nacer a la fría lápida como última morada que significa el futuro. Ahí mismo, mausoleo donde yace olvidado bajo la sombra de su padre, el frío y ya putrefacto cadáver de Baudelaire.

 

Melvyn Aguilar/Desde el Zoo

San Salvador /El Salvador

7 /1/ 2024



[i] Sepulcro de la tierra/André Cruchaga—San Salvador, El Sav: Teseo ediciones.2021.

[ii] RICTUS, entre lo real y lo imaginario o el poema como pausa, como arte de la dilatación / Prólogo Sepulcro de la tierra/ pág.15  

[iii] bid.: pág.13

[iv] Vacío habitado de André Cruchaga o la poesía como búsqueda de un lenguaje aprehensor del sentido sin sentido de la existencia / San Salvador, El Sav: Teseo ediciones.2020 / pág.7.

[v] La modernidad y las vanguardias como aventura y descubrimiento de lo nuevo / Juan Carlos Orejudo Pedrosa / Universidad Autónoma de Zacatecas, México / FILHA, vol. 18, núm. 28, pp. 1-26, 2023.

[vi] bid. : pág.2


domingo, 28 de febrero de 2021

RITUS Entre lo real y lo imaginario

 

Sepulcro de la tierra, Andrè Cruchaga




RITUS

Entre lo real y lo imaginario

 (O el poema como pausa, como arte de la dilación)

 

 

 

Lloramos entre los rascacielos
como nuestros antepasados
lloraban entre las palmeras de África
porque estamos solos,
es de noche,
y tenemos miedo.

L. Hughes


 

El poeta inicia Sepulcro de la Tierra usando los “cifrados” de un  hombre que afirma que la escritura “automática” es un viaje de lo superficial a lo profundo de las cosas. Un hombre que dice haber encontrado el ansiado estallido del yo. Un hombre que reza: “…Sol serpiente ojo fascinador ojo mío… …Mi deseo un azar de tigres sorprendidos en los azufres…   ...la tibieza mil veces feroz de la locura aullante y de la muerte”. Un hombre que busca donde sea necesario buscar, que  viaja de lo interior a lo exterior, del presente a lo ya vivido. Un escritor que se toma el tiempo y reconstruye su mirada interrogando a ese mundo que le tocó transitar y sufrir. Un hombre que viabiliza y asume el asombro que resulta del redescubrimiento de sus ritos ancestrales. Que teje sus hallazgos identitarios, fraguando la reconquista de su geografía y su cultura, propiciando el reseteo de la conciencia para reiniciar constantemente la formulación de sus posibles y liberadores universos poéticos, aunque para ello tuviese que apropiarse de los lenguajes estéticos de la Vanguardia.

 Quiero pensar y debo pensar que el poeta Cruchaga con su epigrafía inicial nos invita a construir una suerte de metáfora, al mismo tiempo que nos alerta y/o nos suguiere algunas de las claves para abordar su poesía. 

   Un autor como André Cruchaga es un escritor cincelado en la cultura de la Modernidad, entendida esta como unidad espacio temporal, donde se proveía eventualidad y se daba cabida al cambio, al mañana; donde existía la posibilidad de futuro y donde los acontecimientos pasados proporcionaban sentido y estructura a lo pendiente. Pero también Cruchaga es un autor que ineludiblemente está obligado a operar desde la Pos-modernidad y tal vez, solo tal vez –sea ese su calvario–. Y esto, probablemente sea así, porque Cruchaga es una criatura facultada para la recordación, y de tal hado, condenada a transitar –si no a naufragar– un tiempo sin tiempo, sin sentido histórico que al parecer no da orden ni continuidad a los sucesos.  

 Ante el terror diario, siempre se están escribiendo los mismos epitafios. / No cesa la avidez de los ungüentos, / ni los jirones de humedad en los zapatos, ni la arcilla de gemidos / sobre la hoja que pavimenta el traspatio del aliento. Antes solo era la carcoma / y vasta lluvia: siempre hay bestias confundidas por doquier

 El que ve y no quiere ver porque duele, el que no quiere ver pero ve, porque es ineludible. El que conmemora sin querer conmemorar. El que mira hacia adelante, pero con todos sus sentidos apuntando hacia atrás. André Cruchaga es un viandante que no deja de rastrear, parafraseando a Chul Han: los viejos aromas del ayer.

 ….Uno agarra, —a veces—, pedacitos del calendario para endulzarnos...

 ….En la carcoma defectuosa de los líquenes, nos estremece la destrucción del rostro y el castillo de naipes con recuerdos desvanecidos. / Hay deseos de encapuchar tantos olvidos. /  Deseos de párpados desinfectados,/ altas voces de la culpa vaciadas en el grito

 No poco se ha escrito sobre este inagotable autor, sobre sus hallazgos e irrefrenables dinámicas creativas, y esto, ciertamente nos hace difícil tributar en algo al análisis de su obra. He mencionado alguna vez que sus aportes son un expediente riguroso, excepcional y, si se quiere, insólito en tanto son el resultado de una voz sui géneris que, a contra pelo, ha forjado con sus scindere otras rutas de indagación. También lo he llamado “UN VIEJO TOPO” que testarudamente ha estado atareado en escindir, diseccionar y desbastar la palabra, el símbolo y sus significantes.

No es tarea fácil abordar a un autor que se empecina en desdoblar al lenguaje, que se empeña en la fractalización de las palabras como procedimiento para fracturar el significado y perturbar los sentidos, exponiendo al lector a un viaje “rizoma y barroco” de ramificaciones infinitas y vías muertas. Digo barroco por su exuberancia, aunque debería decir neobarroco, para intentar aproximarnos con mayor precisión a las configuraciones modernas de un laberinto escritural donde el descifrador transita por corredores que se interconectan entre sí, pero en donde los senderos o caminos no configuran una lógica de circuito cerrado que le lleve de nuevo al punto de partida. Sino más bien, a una disposición multidireccional y polifónica que propone un inestable equilibrio de ilusión y desilusión, duda y descifración, posibilidad e  imposibilidad.

 Ante tanto rastrojo, enhebro mis pupilas en la tierra amortajada del tórax….

 Por lo general, insisten y coinciden los observadores de su obra en analizarla y darle sentido orgánico desde ciertos constructos teóricos y bajo la luz de posibles y recurrentes influencias, por lo cual no será extraño, sino más bien habitual, encontrarnos con términos tales como: distopía, fractus, sinestesia, entropía. Categorías de algún modo encuadradas en las aristas de movimientos como el surrealismo, creacionismo, absurdísimo, entre otras vanguardias.

También concuerdan los entendidos en ubicar el aliento y/o la atmósfera de su propuesta bajo el influjo filosófico del existencialismo, y probablemente sea así. Sin embargo, tendría que desconfiar un poco cuando no se precisa entre las distintas vertientes del existencialismo, tales como la corriente atea de Jaspers, Marcel y Buber, y la deísta de Heidegger, Beauvoir o Camus. Dicho esto, no seré yo quien desconozca y refute estas exploraciones y referencialidades que como toda forma de aproximación son válidas, son arrimos serios y sin duda algunas bien fundamentados. Eso sí, bajo ciertos y normalizados o al menos, habituales códigos de lectura. Sin embargo, he de reconocer que efectivamente la obra de André Cruchaga y en particular esta colección bajo el título Sepulcro de la Tierra  se caracteriza por exponer o al menos propiciar lo que podríamos señalar como «situations extrêmes» , y estas entendidas a modo de ciertas disyuntivas a la que la criatura humana se enfrenta como el absurdo de la vida, el desasosiego que forja y dispone la árida cotidiana, el deterioro de la biota inmediata o, en última instancia, la muerte como muro, como pared que cierra el espacio, «muro de las lamentaciones», símbolo que remite al sentimiento de caverna del mundo, al inmanentisino, a la imposibilidad de transir.

 …(De pronto, pienso en los ladridos de las sombras y en el ruido encerrado de todas las noches al punto de decapitarme. / Confieso mis ojos desenterrados de los candados sin saciar el hambre.

Confieso mis bostezos sobre el maullido de los ruidos)…

 …(en el escapulario del sollozo ese simulado tren de las palabras el bautizo agolpado en mi pecho las semanas desclavadas de su dureza o el pestañeo alto de los muros aquella sombra el espejo y también el río de su sangre después de todo el viaje de los ojos queda en la memoria lo que fue la duración del asombro —vos frente al tiempo añadiendo hirsutas tristezas o sosegados fríos)…

 Tengo que reconocer que mis primeras exploraciones de los trabajos poéticos de Cruchaga fueron motivadas substancialmente por mi interés por indagar sobre lo que podríamos llamar el “surrealismo latinoamericano”, y por el rastreo de exponentes centroamericanos de valía y trascendencia de esta singular expresión y sus derivaciones. Y en efecto, en esos recorridos hallé en sus escritos rasgos esenciales que podrían ubicar a este autor en esta modalidad escritural. Y, por qué no decirlo, tropecé también con ciertas reminiscencias o fragancia de los viejos movimientos de “Vanguardia”, con evocaciones de aquellas búsquedas que intentaban generar sistemas escriturales autónomos y autosuficientes, que procuraban re-delinear la “realidad” desde acercamientos más abarcadores, proponiéndose descubrir las zonas ocultas de lo real como procedimiento para  aprehender y representar todos aquellos elementos que le configuran y, de algún modo, instalar una nueva comprensión y sensibilidad de la –realidad– y sus manifestaciones.

No es este el momento de profundizar en esta vertiente de análisis. No nos lo permite el  limitado espacio de un prólogo para estas divagaciones. Además, ya se ha escrito con mucha claridad sobre estas aristas. Bastará con acudir al absoluto prólogo que José Siles G. nos proporciona a propósito de la colección de textos agrupados por Cruchaga bajo el título “Vacío habitado”, donde se explora y clarifica algunas de las influencias, hallazgos, ecos y resonancias en la poética del  autor salvadoreño.

Como he insinuado al inicio, Cruchaga es un escritor que opera y construye su arsenal poético desde la “Mnemósine”, el autor se nos propone, o al menos yo lo percibo, como una suerte de tempus-nauta. Un viajero que ejercita la memoria y adiestra la contemplación, y donde el acto de recordar es el viaje, y el recogimiento y la contemplación es un acto ritual que posibilita la captura, el dimensionamiento y la significación de los instantes, entendidos estos como eslabones que estructuran lo duradero y dan sentido de permanencia al ahora.

Cruchaga es un cazador de relámpagos que usa el ritual como técnica para simbolizar y sujetar los acontecimientos. Intenta construir mediante el uso desbordado de la repetición asideros al “tempspara que este no se diluya en meras suscepciones de instantes y caiga en el vacío.

 Para cruzar el desvarío del polvo, hay que recoger, primero, los vestigios

del granito y mirar hacia lo invisible del tiempo

 

—(De aquel umbral y sus vestimentas, solo el tren de la memoria endurecida de moscas, solo el escupitajo disuelto en las aceras. / Alrededor de mi olfato, los kilómetros de ronquidos del recuerdo.)…

…(A veces, solo es cuestión de pensar en las estaciones y los ferrocarriles, en la rama que se deshoja en los ojos, en la carne que tiembla frente a calendarios yertos, en las palabras que nunca dije porque les faltaban ojos e intérpretes, y relojes para medir todas las urgencias.)…

 Sus construcciones y juegos ligústicos invitan a la demora y para ello el autor apela a la travesura simbólica como forma de disolver el nexo lógico que habitualmente opera entre el significante y el significado. Hay una premeditada intención de dislocar e inmaterializar aquello que de materia tenga el símbolo, mediante la activación de un juego acústico y rítmico que desquicia y/o propone otros niveles de percepción, obligando al lector a cerrar los ojos para intentar enfrentarse un bombardeo de imágenes imposibles, a pausarse, a detenerse para inquirir o a menos intuir algunas de las  resonancias o posibles vínculos que chispean en las conexiones de la red sináptica, para intentar aprehender, –al menos visualmente–, las simetrías ocultas que sugiere el texto.   

En tenso recorrido, la almohada empapa de espejos mis arrugas. Uno tiene que zurcir incesantemente todas las edades desnudas del reloj

…(En medio de la ranura del candado sabemos que existe una vegetación flotante, un río de alas cárdenas, unos desembarcos sumergidos de caracoles, un oloroso delirio de humanidad plena.)…

Parafraseando a Kierkegaard,          la repetición y el recuerdo, el recuerdo y la repetición como un mismo movimiento en el juego –no dialéctico– de los contrarios. El viaje al pasado mediante la memoria y la repetición como ritual para la recordación hacia adelante.

Leer y desmontar a Cruchaga puede ser discordante y paradójico. Es una invitación a desprenderse de lo lineal como código de lectura, pero sin perder la percepción de lo que sucede durante el desplazamiento entre un punto a otro en el tiempo, pues es lo que permite capturar esas pausas que  enhebran hechos mediados por la duración. También es una posibilidad abierta para incursionar en un pausado, pero a la vez veloz y simultáneo viaje de ida y vuelta. Una oportunidad para el desplazamiento progresivo y regresivo mediante el  “revivir”, “reencontrar”, “reiniciar”, “recapitular” “retomar” o  “repetir”  hacia el futuro desde el  aquí y ahora, mediante el yo y pasado.   

Uno lleva la memoria de un funeral tras otro, sin que hayan cicatrizado las dilataciones: húmedos todavía los arbustos del sinfín, no vuelven las inocencias, ni los milagros, ni siquiera las palabras, ellas se traspapelan en las lecturas remendadas de la extrañeza

La poesía propuesta por Cruchaga no es lectura para “leyentes gandules”, sino para descifradores. E insistiendo en Søren: ”Quien espera siempre lo nuevo pasa por alto lo que ya existe”. Cruchaga es un poeta que a first glance genera desconcierto y dislocación en los lectores livianos, y tal vez sea por esto que con cierta asiduidad encontramos indolentes opiniones que ubican a la obra del autor en la “ruptura” –entendida esta como simple mudanza paradigmática–. Ya he sugerido que el poeta no disimula su correlación con ciertas maneras y expresiones de las Vanguardias que son asumidas por muchos como momentos de “rompimiento”, como situaciones de cambio, como forma de negación de la tradición anterior, pero en donde la ilusión de lo nuevo termina siendo variaciones de lo mismo.   

No me arriesgo y prefiero calibrar los hallazgos del bardo como una poética instalada desde la tradición, y con esto quiero decir, inscrita en las búsquedas de los grandes temas de la literatura universal.  Y aquí, a mi ver, es donde el poeta nos ofrece, si se me permite el oxímoron: un aire fresco con aroma de ayer. Y como ya he dicho en otros momentos: una poesía novedosa, sin atisbos de ligamen pero ligada, llena de novedades tremendamente viejas…

 ….La vida, ayer como hoy, es un chorro de desamparos entre paréntesis; / no se encienden las señales, sino los cascos de hedor y asfixia, /el grito sin tregua como un caballo de ecos tendido sobre las vértebras. / Me resisto a los andamios del asco y tal, Miguel Hernández, /sólo quiero quedarme con la Esperanza, /con su llamita de agua encendida, / y su rosa de júbilo, así sea sobre la piedra y los nudos / que trascienden al cardo. / Me niego a ser mamífero en la soñolienta pizarra de los zopilotes.

De un lado, los dientes y su arista de pórtico nutrido; / de otro, / los maniquíes y sus cartílagos de poliéster / y los altares de oración, la ruta cercana a los disturbios del hambre, / en punitivas voces de antropofagia, / o en lechosos evangelios que subliman la súplica…

 En donde algunos ven ruptura, veo continuidad y evolución estilística, como lo siguiere Salazar Torres “….Rupturas las ha habido de distintos modos, ha existido siempre en el trayecto estilístico de las poéticas. Esa breve brecha que, autores y académicos han nominado, sin par y genuina, es tan solo un momento de disidencia de la tradición, un cisma que proporciona, a final de cuentas, continuidad a su tiempo: la tradición es un presente continúo…”

En el caso de Cruchaga, lo reconfortante y novedoso de su propuesta estética proviene de una postura contemplativa e indagatoria ante las nuevas configuraciones donde se desarrolla y acontece la vida, el Ser y el mundo del ahora. Sus creaciones poéticas son dispositivos dilatorios, módulos de desaceleración, diseñados para enfrentar la dispersión y atomización del tiempo para recomponer los andamiajes y/o mecanismos que posibilitan dar orden y sentido al devenir, el suceder y la trascendencia. Sus trabajos son códigos para reconfigurar las formas de relacionamiento de lo humano con el Todo.

 …(Voces de aquí y de allá lentas y lustrosas sillas en mi aliento / camino de sombras en el costado /  lentos caballos con tambor de sombras  / cascos de hollín en el ápice de un relincho /  bocas terribles frente al gruñido de mis tripas / lentos tiempos acribillándome el olfato / cada vez es inevitable el óxido de las semanas / las puertas sofocantes de la hilaridad /  las ventanas rotas de los poros / los muchos megáfonos del viento / esta desproporción de los verdugos en mis coyunturas…)…

 Sugiero al lector poner distancia de lo epigonal en la estilística de este autor, en tanto,  los recursos y procedimientos arquitectónicos para dar estructura al poema no han variado ni variaran en sus aspectos composicionales –al menos que reparemos de algún modo los códigos de lectura en boga y la minusvalía teórica de la literatura–.  Por supuesto que hay un uso de viejos recursos; la asimetría semántica del significante, los quiebres de sentido, la disonancia, la polifonía, la polisemia, el sentido inverso de la metáfora, la sinonimia, el despliegue lingüístico, entre otros.  Y estos recursos, son los que son, ¿y qué?

Lo diferente en Cruchaga radica en su potente y extraño sentido de simbolización, en su portentoso acervo idiomático, en su notable flexibilidad creativa. Hay en este autor  incontenibles manifestaciones del Eros como impulsos de vida y una sorprendente capacidad para la activación imaginaria, que es, desde donde el poeta salvadoreño teje uno y todos los mundos posibles e imposibles, interiores y cósmicos.

 …Me conmueven los objetos perdidos dentro de la almohada, la encogida de hombros cuando atardece, el pájaro rimado de la mueca…

 …Abro la tumba ciega de mi pecho / el mar roto de mis alas  / la tierra ardida de mi sombra /  la arquitectura de mis huesos  / los miedos silentes del hollín en el candil /  —alguien comerá con mi esqueleto esta noche  un siglo de guacales rotos en mis párpados / un río atajado en mis ojeras unos nombres enredados en mi saliva que jamás pude olvidar…

 También hay en Cruchaga un posicionamiento filosófico ante la angustia. Postura derivada, quizás, de lo que el poeta presiente e intuye al estar experimentando un presente sin rumbo que ha entronizado una cultura de negación de la muerte, en un sistema donde la incomunicación colectiva es aniquilada para dar cabida a seres que operan únicamente desde el yo, y donde la vida parece no trascurrir, sino más bien, simular un presente absoluto. Nada comienza y nada termina. Todos los momentos son iguales. 

 …procuro dormir en el ojo del sinfín esta tierra sumida en la agonía acaso exhausta identidad con los tiempos imprecisos alguna vez después de transitar la madera quiero dibujar la monotonía y escupir en los demonios de saliva que perviven en medio de la hojarasca…

 …pesadillas de siglos flotando en la conciencia formas del aliento cargadas de gotas desprendidas del sinfín…

 En Sepulcro de la Tierra encontramos condensados todos los recursos acostumbrados por el poeta, –no podría ser de otra forma–, pues hablamos de un autor que ha llegado  al afianzamiento de su estilística, a la consolidación semántica y arquitectónica de sus procedimientos composicionales que constituyen su vigente y particular voz poética. Su acervo instrumental y el domino del mismo lo posibilita, sin duda alguna, a desplegar su inventiva, su imaginación y a soltar las rienda de sus obsesivas búsquedas. Bastará con sumergirse en los diversos tópicos abordados por el poeta en propuestas como “Cuervos Imposible”, “Vacio habitado” o “Ecología del manicomio” para entender lo que he denominado como pensamiento flexible.  Pero, ¿qué es lo que busca el poeta en Sepulcro de la Tierra?,  y más importante aún, ¿cuáles son sus hallazgos? Esto necesariamente será algo que cada lector descifrará enfrentándose a la lectura de esta colección de 141 artefactos.  

Sepulcro de la Tierra es un canto que alude al desencanto. Hay entre su líneas desesperanza y aturdimiento, cansancio y hastío, dolor por los síntomas de la vida en descomposición, desilusión de país, impotencia y desesperanza. Sepulcro de la Tierra es una propuesta pesimista, sí, pero quizás no del todo desesperanzadora. En lo particular, parto de que cuando hablamos de poesía, hablamos de mensajes cognitivos. Lo que nos lleva a profundizar en procesos mentales –lenguaje / percepción / memoria–. El acercamiento semiótico de lo funerario obliga a situarse en la necrópolis –cuidad de muertos- país como monumento fúnebre. El poeta ve, siente, formula y grita ante lo que ve. Cuando una sociedad no arregla sus problemas, los problemas no se arreglan. Distorsionado a Rozitchner diríamos que cuando la sociedad no sabe qué hacer, la poesía se manifiesta y crea. André Cruchaga es un pensador de la muerte. Pienso entonces en Heidegger, pienso en los versos de Hölderlin que su hijo pronunciara sobre su tumba.

¿Quién y qué en medio del infierno, no es infierno? ¿Cómo distinguir entre lo real y lo alucinatorio? Cruchaga es un poeta que viaja entre el ayer y el ahora, entre la vigilia y el sueño, un sonámbulo consciente y “dilatante” que se levanta para construir pausas en el tiempo y enhebrar sucesos.

Evoco a Ítalo Calvino: “Se sabe que el infierno existe, se sabe que formamos parte de él”. Si perdemos la esperanza al menos nos queda la pasión, esa fuerza que nos impulsa a descubrir”.

 

 

 

Melvyn Aguilar

9 de enero de 2012

Latitud: 13.69, 

Longitud: -89.19 13° 41′ 24″ Norte, 89° 11′ 24″ Oeste