En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



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martes, 1 de julio de 2025

ESCRITURA DE LA HUIDA

Caravaggio. Descanso en la huida a Egipto. 1594-1596. 

Galeria Doria Pamphili. Roma.


ESCRITURA DE LA HUIDA

 

 

 

Disuelta la linterna del azogue nos queda el sollozo y el carrusel de la tormenta con todas sus inocencias a veces solo cerramos los ojos y nos echamos a andar: no hay contraseñas para todo lo que fueron cortando las tijeras ni retorno para suturar la herida ni un aquí que vacíe las oscuridades acumuladas quizás la mejor moneda que nos queda es el tiempo cualquier impostura es sólo acechanza precipicio vértigo  —sé que las devoluciones carecen de tinaja salvo las manos arrugadas del espantapájaros tampoco el desvarío tiene la misma fiebre: en la ventana el olor jorobado de las ingles  el país a punto de enterrar la verdad y alabar el engaño o el aburrimiento fuera de los ojos o dentro de ellos el río que debemos cruzar encorvando cada uno de los pensamientos jamás he podido entender los maullidos del moho y su predominio de golpes en las fauces desangradas de la flor todos los amarillos desandados del jadeo el dolor de lo humano  —hay difuntos en el contraste del paraguas y palabras muertas como la escritura en el vacío y puntos suspensivos en un territorio caduco de miradas dentro de la altitud de una pieza oscura me veo jardines sin brazos agujeros con huesos mañana habrá crecido más el desabrigo tan cierto como la sexualidad póstuma es horrible el rostro del tizne también los tardíos arrepentimientos el pez coagulado en el antesueño de los esqueletos: juro que transcurrida la tormenta la niebla no es igual como tampoco es igual el adiós irrestañable (no hay reconciliación cuando la ternura ha dejado de ser artículo de primera necesidad: empezaste a morir en mi boca al tiempo que recordaba sueños y palabras y a esos comensales enloqueciendo en las esquinas como memoria de la noche)…

 

Del libro: «Garaje para fósiles», Barataria, 2019

©André Cruchaga

Imagen Caravaggio. Descanso en la huida a Egipto. 1594-1596. Galeria Doria Pamphili. Roma.


 

jueves, 8 de mayo de 2025

EL ESPEJO COMO RESURRECCIÓN E IDENTIDAD, EL AUGURIO REVELADO DEL ANHELO DEFINITIVO

 



EL ESPEJO COMO RESURRECCIÓN E IDENTIDAD, EL AUGURIO REVELADO DEL ANHELO DEFINITIVO

 

 

 

Escucho el eco de una palabra que resonó

antes que la palpitación del oído golpeara, y se estremece

la caja roja del corazón simple como un cuchillo.

JUAN JOSÉ SAER

 

Un bosque se abre en la memoria y el olor a resina es útil al corazón.

Vi las esferas del sudor y los insectos en la dulzura;

luego, el crepúsculo en sus ojos;

después, el cardo hirviendo ante el centeno y la fatiga de los pájaros perseguidos por la luz.

ANTONIO GAMONEDA

 

 

La transfiguración del entorno al poema constituye una conquista del poeta. Y sin que desee hacer una evocación simbolista, entre alma y naturaleza se trata del yo del poeta frente a una existencia externa. José Siles González, poeta consumado cuya poesía va del aquí a lo trascendente, de la herencia de lo terrenal a una escritura que va más allá de su propia voz. Como una especie de vidente se adentra en diversos espejos, místicos, mántricos, alumbrados. Su libro: «Espejo de monos alumbrados»,[1] es una obra que deslía su experiencia de vida, asociando y evocando realidades, ese mundo de ideas y sueños del cual no escapamos porque estamos ligados a él indisolublemente. Al respecto, C. M. Bowra considera a Verlaine, Baudelaire y Mallarmé como la vanguardia de ese movimiento, que incluye a todos los poetas que «intentaron manifestar una experiencia sobrenatural con el lenguaje de las cosas visibles, y en los que casi cada palabra es un símbolo, ya que está utilizada no según su uso corriente, sino por la asociación que evoca con una realidad más allá de los sentidos».[2]

Espejo de monos alumbrados, está constituido por cinco apartados, el primero se corresponde con el título del poemario. No sé si esta primera parte tenga que ver con el eslabón perdido en el contexto de la evolución humana convertida en lo que somos hoy en día. Existen múltiples propuestas para explicar este fenómeno, una de las cuales fue planteada por el genial filósofo y etnobotánico Terence Mckenna[3] en su teoría conocida como «The Stoned Ape» («El mono dopado»). En ella Mckenna propone a la psilocibina, la sustancia activa en los hongos alucinógenos y que pertenece a la clase de las «triptaminas», como la principal responsable de este salto evolutivo. Según esa versión, uno de los grupos de homínidos consumió, buscando alimento, hongos alucinógenos. La consecuencia fue la aceleración en el desarrollo de la corteza cerebral, lo cual eventualmente derivó en el nacimiento del lenguaje, consagrándose así un salto neuroevolutivo. «El mono alumbrado y su evolución», título del primer poema, nos remonta precisamente a esa teoría de Mackenna, el desarrollo progresivo de habilidades del primate a lo humano. Y no es de extrañar porque Siles, más allá de la poesía es un hombre de ciencia; traer esos postulados teóricos a la poesía en particular demuestra que no existen barreras entre cielo y tierra. El poema de Siles dice así: «bajo los efectos de una atávica sustancia / alucinógena, / tal vez el más original manjar / probado por los dioses, / nada más descender de los árboles, / creyéndose por fin todo un erectus, / se erigió, además de bípedo, / en rey de la tierra / con erguidos aires de / pensador griego, / y, gracias a los efectos / de exóticos hongos, / algo se iluminó en sus adentros, / llegando a disfrutar / varios días en un minuto, /miles de años antes de la existencia» … (Siles: El mono alumbrado y la evolución, pág. 15).

Tenemos por otro lado el espejo, palabra clave en este entramado poético, el espejo poema a través del cual vemos ese proceso de evolución y, a menudo de degradación de la humanidad. El espejo ha sido un recurso recurrente en la literatura a lo largo de los siglos, utilizado por escritores para explorar temas de identidad, autorreflexión, dualidad y realidad. A través de diversos enfoques y contextos, el espejo puede ofrecer una profunda introspección sobre los personajes y la narrativa; en el espejo suelen enfrentarse a una contemplación de sí mismos, de sus decisiones y de su papel en la historia. El espejo refleja no solo su apariencia física sino también sus emociones, conflictos internos y evolución. Por ejemplo, en «El retrato de Dorian Gray» de Oscar Wilde, el espejo y el retrato sirven como conductos para la exploración; el espejo también puede simbolizar la autorreflexión y el análisis de uno mismo. En la literatura, los momentos frente al espejo a menudo marcan puntos críticos en los que los personajes deben enfrentarse a sus propias verdades y engaños. Estos momentos pueden ser catalizadores para el cambio o para el reconocimiento de aspectos ocultos de su personalidad. En «Madame Bovary» de Gustave Flaubert, Emma Bovary usa el espejo para enfrentarse a su descontento con su vida.

El espejo también puede cuestionar la naturaleza de la realidad y la percepción. En la literatura, los espejos pueden distorsionar la realidad, presentando versiones alternativas de los eventos y personajes. Este recurso permite a los escritores jugar con la percepción del lector, creando historias que exploran el límite entre la realidad y la ilusión. En «El Aleph» de Borges, el espejo sirve como un elemento que desafía la percepción y la comprensión del infinito y lo absoluto. representar la verdad, la sabiduría o incluso la vanidad. en «Blancanieves» de los Hermanos Grimm, el espejo mágico es un símbolo de la verdad y la obsesión por la belleza. Desde ese ese espejo Siles hace una crítica mordaz, al menos es lo que creo ver en siguiente fragmento: «Algunos chimpancés de Nashville  / babean con el country, viendo / bambolearse las tetas de Dolly Parton, / aunque los simios más ebrios del Bronx prefieren otros alivios, / como el reguetón o el rap; /mientras, los gorilas de Rio de Janeiro se chiflan / y casi mueren por la samba en sus favelas de culto, / sin darles tiempo a deleitarse, mientras deliran, / esquivando la pequeña bala / de una bonita pistola azul, / disparada con toda la alevosía desde infierno / por la voz rota de Tom Waits.» (Siles: Los monos colocados y su infructuosa búsqueda de armonía, pág. 16).

El segundo acápite de este poemario, intitulado: «Manadero de místicos mántricos,» a ciertos personajes, hechos históricos y a algunas posturas filosóficas, como el caso de Martin Heidegger. Para saber hacia dónde nos lleva el poeta, veamos que nos dice el diccionario al respecto de la mística[4] se define como algo relacionado con la vida espiritual y contemplativa que busca la unión con la divinidad, o con el misticismo, una doctrina religiosa y filosófica que enfatiza la experiencia directa y personal de lo sagrado. Y lo mántrico[5] que deriva de "mantra", que en sánscrito significa "pensamiento" o "instrumento mental". En el contexto de las religiones hindú y budista, los mantras son sonidos o palabras sagradas que se recitan para diversos fines, como invocar a la divinidad o para la meditación.

En la búsqueda, el hallazgo del rastrojo, la contemplación, la verdad en cuyo sendero se encuentra la verdad; luego, en «El sosiego nocturno del limonero en su eterno retorno», el poeta le da vida con cierto halo de misticismo al árbol: «… en ese instante de incorpóreo silencio, / una flor de azahar despliega sus alas blancas, / emanando el aroma del fruto / mientras la piel del limón, que pierde su resplandor, / contempla el desmayo lento del azahar / sin reproches, sin gimoteos, / sin desasirse de su frágil nostalgia / en tanto la niebla sitia al limonero, / mitigando en su nocturna guardia / el fulgor de las profecías» … (Siles: El sosiego nocturno del limonero en su eterno retorno, pág. 38). La clave de este apartado del poemario se cifra en dos referencias esenciales: la que lo vincula a una tradición literaria y la que lo presenta como un espacio-producto elaborado artísticamente. En efecto, como más adelante indicará el poeta hablar de mística y mantra en poesía es hablar de los ojos que lo contemplan, de las lecturas que han configurado esa mirada y del gozo estético derivado de la conciencia.

Aunque a veces el mundo se deshace como la arena, pensando en Blake, lo cierto es, según Siles, «Aún quedan rosas originales y cosmopolitas en la vasta pradera del pensamiento», de lo cual tengo mis reservas, el poeta de manera osada nos dice: «… no hay murallas que limiten su horizonte, / ni cadenas que aprisionen su verdad, / en cada mirada, en cada susurro, en cada suspiro / Por fin late la libertad del ser al recapacitar.» En la siguiente estrofa del poema citado, el poeta adopta una postura de escepticismo como desvirtuando lo antes expresado. Veamos: «Pero en la sombra prosigue el acecho de un riesgo, / el adoctrinamiento enroscándose como una serpiente, / buscando sigilosa y tenaz el emponzoñado adocenamiento / del frágil sueño de la conciencia, / y sin sosiego ni cuidado alguno / acabar marchitando los pétalos más bellos y peculiares / de una rosa original y cosmopolita,» … Siles: Aún quedan rosas originales y cosmopolitas, pág. 40).

He aquí el centro neurálgico de la poesía de siles y en particular de este libro: la experiencia vital transfigurada que se hace visible en la palabra. Hay un ensimismamiento e intuyo que es el de la vigilia, del mantra que trasciende la identidad de la condición humana. Pareciera que Siles habla a solas entre la muchedumbre y hasta cierto punto derriba el mito para confraternizar con él, ecos de una cultura perdida, tal sus palabras. Es indiscutible el legado dejado por la antigüedad y la insoportable crudeza de la verdad. «Allá, donde no hay lecciones por impartir, / ni dioses que adorar, / ni pecados que confesar, / ni poemas que escribir, / ni conocimientos pendientes, / ni casas que ocupar, / ni dones que otorgar, / ni cuentas que confiscar» … (Siles: La insoportable crudeza de la Verdad, pág. 61).

Interesante resulta en esta segunda parte, el recurso de la referencialidad literaria con la cual se hacen referencia o alusión a otras obras, autores, eventos históricos, mitos, leyendas o incluso elementos culturales y sociales. Esta referencialidad puede manifestarse de diversas maneras, tales como citas, alusiones, parodias, y reescrituras. Estas referencias nos permiten enriquecer el texto, crear un diálogo intertextual, rendir homenaje, o incluso subvertir o criticar las obras originales. Lo podemos ver en poemas como: El Templo de la Verdad en Pattaya, héroes y dioses y dioses del Olimpo, Nefertiti, El dorado exilio del rey de Punicia, Dionisos, y la Oda al dasein pasional de Hanna Arendt Y Martin Heidegger. Todo este entramado sirve de sustento para construir el poema, invocando, retrotrayendo esos pasajes, personajes acontecimientos. Entre citas (epígrafes) y alusiones, Siles elabora su polifonía. Conviene agregar ejemplos clásicos de este recurso: «Don Quijote de la Mancha» de Miguel de Cervantes, «Ulyses de James Joyce», «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, «La Odisea» de Homero.

Cierra esta segunda parte del libro con dos poemas interesantes: «Del Vacío de la Nada a la Nada del Vacío» y «Oda al dasein pasional de Hanna Arendt Y Martin Heidegger». El poeta, aunque se decanta por el amor de Martín y Hanna, no deja de palpitar en esa vertiente del existencialismo. Nos habla de la Nada y el dasein.[6] En su forma más auténtica de existir está enraizada en su contexto y a las relaciones con otros seres. Sólo se puede dimensionar esta obra de Siles si la contextualizamos desde este punto referencial. La comprensión del ser del dasein requiere una consideración de su temporalidad, es decir, de cómo su existencia se desarrolla a través del tiempo. El dasein experimenta su ser como un ser-en-el-tiempo, y esta experiencia temporal influye en su comprensión de sí mismo y de su mundo. Asociado a lo dicho está la Nada, pero la Nada no existe desde el punto de vista de la física. Este concepto es paradójico y desafiante, Sartre argumenta que la conciencia humana está caracterizada por la capacidad de negar y de crear la nada, lo que permite a los individuos trascender su existencia factual y ejercer su libertad. Atenidos a esto, el poeta nos dice: «Piensas en tu incapacidad para entender nada / de la Nada, / y te sientes muy cerca de todos los vacíos / sin norte. / Y, sin aviso previo, / caes sin red al abismo de los recuerdos[7] (Siles: Del Vacío de la Nada a la Nada del Vacío, pág. 62). Cierro esta parte con un fragmento revelador: «En la Selva Negra, Heidegger, treinta y cinco / años después de ser engendrado por un hombre / mucho más coherente y sencillo; / un casi humilde tonelero católico, / sacristán y devoto / de la piadosa y embriagante / sangre de cristo en barril; / le susurró cosas íntimas de Platón a una / Joven judía, casi niña, de Hannover, / una tal Hanna Arendt, quien, ávida de trascendencia / y despiadadamente sedienta de anhelo, / se dejó invadir por ese amor mágico y tabú / al que suelen aspirar los superdotados / ungidos por las quimeras del escándalo.» Siles: Oda al dasein pasional de Hanna Arendt Y Martin Heidegger, pág. 64). Y «en el final de su historia se enlazan como testigos mudos» …

          «Griegos, si aún recordarais algo de lo que fuisteis: ¡Saltad!» constituye la tercera parte del poemario. Vuelven los mantras danzando en su caligrafía. Emergen Homero y Heráclito en el imaginario del poeta, el confín de los primeros tiempos al presente; en la ebriedad onírica, las brumas y la evocación pericliana como para desentrañar los fantasmas de aquél: «Pericles aspiraba a desentrañar / a través de su propio fantasma, / en aquel lúgubre sueño, / su vida, enigmas de sombras, / y recordar lo más encantador de su torpe existencia, / pero su vida era tan sombría, / que el sueño se le fue de las manos / y sólo consiguió producir / una atroz serie de escenas donde, / lo funesto y fúnebre acaparaban / un escenario desolador / en irreversible descomposición.» (Siles: Onírica y fallida evocación pericliana, pág. 76).

          Cualquier acercamiento a ese poeta alicantino deberá basarse, aunque sea a manera de conjetura en una consideración de todos aquellos lugares desde donde parecen entramarse y disociarse las ramas de su pensamiento. Siles sintoniza con el pasado (la herencia griega en nuestra cultura occidental) y el presente literario, con todo lo que supone intercomunicabilidad; es decir, la evidencia de un profundo diálogo transtextual. Para ejemplificarlo tomemos el siguiente texto: «Recordar, es desentrañar la maraña, / donde las crudezas más bárbaras / cubren su violencia con ropajes de escalofrió sintético, / allá donde los espejismos son todo / porque no hay más entelequia / que resista el tacto del frío / y sucumba al brillo lacerante del hielo / como el reflejo de una / simple y fugaz cerilla desvaneciéndose en el frío / …una vida polar perdida.» (Siles: Donde el otoño me lleve, pág. 80). el poeta se torna un peregrino y construye su propia epopeya, la geografía que abre los caminos de la memoria, la historia incendiada de sepultureros, a veces los tugurios cobijando la vida, su mórbido espíritu.

          Desde la poesía nórdica antigua, Siles nos trae a las Valquirias[8] e instala su curioso proceso de meditación. «Recuerdo entre los pegajosos / sudores de aquella noche en vela: / un atardecer de color poniente / con el sol ya agotado / pero aún dorando / el líquido derramado en tu piel / mientras, enteramente enervada, / tus curvas / se alzaban convexas y majestuosas / como la Cleopatra de Elizabeth /con los pezones empinados / y la mirada guerrillera, / sin tregua ni cuartel, indomable y atigrada, / poseída por un único propósito: / la caza mayor del deleite más vandálico. / Así, mi dulce y algo rústica / Valquiria, adoradora de Odin, / te recuerdo sin sombra de melancolía: / despertando entre el paisanaje / el atavismo / más ardiente y mestizo / del deseo original.» (Siles: Valquiria despertando al húmedo poniente, pág. 91). Todo esto es curioso porque estamos hablando de mantra-movimiento, que a su vez se vuelve mantra y tiempo, en los que encontramos reflexión, recreación. En buena parte de poemas de Siles, encontramos una condensación muy simbólica e ideológica, el espejo, la identidad, la revelación. El lector advierte que dentro del poema se venerando una especie de «mise en abîme»[9] «En el sentido de la noche en Atenas», pág. 96, en el proceso de creación ocupan lugar importante los sueños y fantasmas también, fundamentan lo fundamentan el lenguaje y los lugares enunciados: «La noche, casi resignada, se deja / caer sobre un triclinio en la cima / de una acrópolis cercada / por violentos espartanos / y moribundos apestados. / La noche, tras mucho meditar / no halla respuesta a tanta penumbra. / Aunque ha sido abandonada por un sol / lento y empachado de luz, / harto de estar siempre atento / para cumplir con su más universal / oficio de astro: brillar sin tregua, / parir gigantescos destellos / para que resplandezca el alba ateniense / cuajando de ecos cotidianos / emitidos por aves, gatos, perros y sofistas / en las calles, templos y plazas de la humillada polis» …

          «Sinfonía de hachas y hogueras: versos de alumbrados ajusticiados» corresponde al título de la cuarta parte del presente poemario. Empecemos por dilucidar el concepto de «sinfonía» en contexto de los poemas. Podemos decir que implica la idea de una combinación orquestada de elementos diversos que, aunque pueden parecer caóticos o dispares, forman un todo cohesivo y significativo. Las hachas son herramientas asociadas con la destrucción y la transformación. En la poesía, pueden simbolizar la ruptura de viejas estructuras, la lucha contra obstáculos o la necesidad de cambio. La imagen de las hachas puede sugerir violencia, esfuerzo y resistencia, pero también puede implicar la posibilidad de renovación y construcción a través de la destrucción. A su vez, Las hogueras son fuentes de luz y calor, y en poesía suelen simbolizar purificación, pasión y destrucción. Las hogueras pueden representar la quema de viejas ideas, la lucha ferviente por la verdad y la justicia, o el proceso de transformación a través del fuego. Además, las hogueras evocan un sentido de comunidad y ritual, donde la gente se reúne en torno al fuego para compartir historias y experiencias.

          Con el panorama anterior, en el poema intitulado: «Ideas para rediles ideales», pág. 105, el poeta nos sumerge en una intensa y dramática destrucción, es la metáfora que da lugar a una realidad de confrontación y transformación, el desuso, las masas que convergen y, a menudo se encapsulan. «Ideas / Superficiales / donde todo es corteza / cáscara envolviendo realidades paralelas / donde no existe nada más allá del simulacro, / Ellos precisan de una seguridad quimérica / cubriendo sus pieles con capas de limo adoctrinantes / donde todo se despeja apelando a la santa apariencia / y a un miedo colectivo a la verdad / acabando, finalmente, inmersos en masas adictas / de las ideas sublimes, casi eternas / ideas de cartón / aparentes / Ideas para rediles ideales / con la afectación de los fluctuantes.» Si se quiere, hay una realidad delirante en todo esto. Siles nos pone el tapete sobre la mesa: «Redimir todo lo pasado en el hombre y transformarlo» como diría Nietzsche.[10] «El prometeico y prometedor vínculo del ser humano con el conocimiento se presenta, histórico o intrínseco, casi tautológico, evidente, y así lo han puesto de manifiesto numerosos poetas y filósofos desde la antigüedad.»

          En «Oda a los profetas de la corrección» y «Oda a los pescuezos más rebeldes de Castilla», Siles nos deja saber lo siguiente: crítica contra aquellos profetas que carecen de valores y mantras negativos. Las palabras tienen un poder inmenso, y los mantras, sean positivos o negativos, pueden influir profundamente en nuestras vidas. Un mantra es una frase o conjunto de palabras que se repite para influir en la mente humana. La palabra en seudo profetas, distante en mi opinión de Fuente Sagrada[11] se puede abordar desde varios ámbitos y períodos históricos, pueden derivar en impactos emocionales fuertes con consecuencias psicológicas e incluso físicas. Ante la destrucción que ocasionan el poeta a través de su palabra desvela y desanda, el camino, no como recta final sino como sentimiento de verdad y vida. En la primera oda, «Oda a los profetas de la corrección», pág. 107, nos remite a nosotros mismos como fuente doctrinal: «Desde el Atlas encadenado hasta la Fuente Sagrada, / tus ideas desafían las sombras de una vulgaridad / poblada de expresiones tan mezquinas como advenedizas, / casi complacientes con toda suerte de cadenas / que atando corto el alma de las palabras / transforman cada frase en un acechante polvorín, / siempre a punto de estallar» …

          «Oda a los pescuezos más rebeldes de Castilla» constituye una reflexión profunda sobre la vida, una crítica hacia el espíritu negro de nuestro mundo, donde los líderes del bien hacer han desaparecido para adentrarnos en el poder del mal en calidad de víctimas; y aquí la desigualdad social, política, cultural, económica… Siles, no vuelve la espalda a la realidad del quehacer poético. Transita las calles de la historia, se asoma a la trivializada e insoportable realidad «real» con la que fraterniza. Frente a este mundo de adoctrinamientos seculares, intenta llevar a su habitar una posible armonía con su entorno cultural, Intenta, y lo consigue, con este poemario. En este orden de ideas se alza su voz: «En el rugido del cosmos, entre estrellas destinadas / al abismo, resuena el eco de los siglos murmurando / desde el espíritu negro del universo, donde las almas condenadas, / cumplen un eterno suplicio, la más grande tortura. // En la mañana de un día de abril cualquiera / fluyendo la hecatombe de los comuneros en la carnicería del tiempo, / donde la luz de la verdad vuela a lomos del viento / alcanzando Villalar, justo, para rendir la bandera, / se erige el cadalso para cortar las cabezas del movimiento / comunal: Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado.» (Pág. 108).

Esta cuarta parte tiene varias claves para la reflexión, desde la Utopía de Tomas Moro, Sir Walter Raleigh, El Dorado, Proust y podría seguir la lista, algunos personajes más que como profetas demonios, explotadores y asesinos. En este punto me quedo con: «La decapitación sin aspavientos ni descontrol del autor de la Utopía».[12] (Pág. 110). «En tiempos turbulentos, entre copas frondosas de árboles, / y profundas raíces que alcanzan los entresijos de la ti erra / brilla el inverosímil recato de un condenado muerte, /  Thomas Moro, tras escribir su Utopía / bien ajustadas sus muñecas y cabeza / al cepo donde en lo alto de la Torre de Londres inmovilizan, / a todos los que, aun a riesgo de sus vidas, /  insisten tercamente en mantener el decoro / negándose a tragar sapos y culebras, / comulgar con ruedas de molino, / o cubrir su arte de indolencias y desidias inmerecidas.»

En esta cuarta parte, casi al final, Siles nos recuerda que los sueños demasiado fugaces no suelen ser reales y que los seres humanos, elevados a pro-hombres no lo son del todo, llevan mantras oscuros. Como parte de esa historia de la América conquistada, vilipendiada y saqueada a la que perteneció Darío, está la muerte de Almagro[13] «irrumpe la muerte en la intimidad obscena / de la celda, sin apenas un reproche/ del condenado que, orgulloso, anhelaba su decapitación / en ceremonia pública y frente a su enemigo, / su paisano más amado: Pizarro.» En otra estrofa el poeta se refiere la doble muerte de este personaje. «Diego Almagro, sin embargo, / Sí fue ajusticiado después de estrangulado / en el cadalso instalado en la Plaza Mayor, / y atado e inerme despojado de hálito / ante Pizarro, el destino se cumple, / decapitando a un cuerpo / que, aunque dicen es Diego de Almagro, / apenas representa poco más que un fardo» … Siles: La doble ejecución en Cuzco de Diego de Almagro, pág. 117). La base histórica de este poemario es importante por cuanto destaca en su línea poética el nivel de conciencia del poeta, desvela el descrédito de muchos personajes de nuestra historia pasada y presente, revela excepcionalmente, personas y hechos históricos, desnombra las incidencias, búsqueda en todo caso, existencial u ontológica a la manera heideggeriana. La la hoguera y a la decapitación siguen hoy en día, actualizadas esas prácticas de tortura para aniquilar al adversario y la disidencia y a menudo eufemísticamente, la compasiva innovación para ajusticiar las brujas del siglo XXI.

«Tomando ron bajo las estrellas en la popa del líricus», es título de la última parte de este poemario. La poesía, con su capacidad de capturar la esencia de los sentimientos y emociones, ha sido un testigo constante de los hechos históricos. Desde las épicas antiguas hasta nuestros días, los poetas han utilizado la palabra para narrar y reflexionar sobre los acontecimientos que han marcado a la humanidad. A través de ésta, los hechos históricos se transforman en relatos vívidos que trascienden el tiempo y el espacio. La poesía puede verse como denuncia social y política: Muchos poetas han utilizado su arte para denunciar injusticias y provocar cambios sociales. La poesía de Pablo Neruda, por ejemplo, es rica en contenido político y social. En su obra «Canto General», Neruda relata la historia de América Latina, desde la colonización hasta los movimientos de independencia, utilizando su voz poética para dar vida a los hechos históricos y alentar la lucha por la justicia. Debemos acotar que la poesía está vinculada a la memoria histórica; la poesía también juega un papel crucial en su preservación. A través del poema, el poeta puede mantener vivos los recuerdos de eventos significativos, asegurando que no sean olvidados. La obra de poetas como Anna Akhmatova, que escribió sobre los horrores de Stalin y la persecución en la Unión Soviética, es un testimonio de cómo la poesía puede ser un acto de resistencia y memoria. Siles no es ajeno a ello y en particular en esta obra.

Si bien los hechos pueden no ser políticos, aunque lo son, no escapan de lo social. Tomemos, por ejemplo, el poema: «Recuerdos de la pantera urbana y cosmopolita que recitaba ‘La tripulación del Liricus´ en el café cantante del muelle 23». Seguramente este texto deviene de La leyenda del Liricus[14]  que se remonta a los tiempos en que los mares eran vastos y misteriosos, llenos de peligros y tesoros ocultos. Este majestuoso barco surcaba los océanos con una tripulación valiente y diversa, cada miembro aportando habilidades únicas que eran esenciales para la supervivencia y el éxito de sus viajes. De este poema, destaco dos estrofas:

«La pantera urbana y cosmopolita jamás llegó / a comer magdalenas con las adolescentes / adoctrinadas por Marcel, / no lo precisaba, dado que declamaba / con su voz grave y firme de contralto, / más propia de una cantante de ópera, / ciertamente algo áspera…portuaria, / que de una vedette de café cantante, / los versos del poemario que un viejo / tripulante del Líricus le regalara / cuando apenas era una niña.» La otra dice: «Fue bendecida en la pila escrupulosamente pura / donde se alivia el pecado de hermosura / y recitaba con la firmeza / de la que endereza sobre la marcha / el rumbo de la entonación / del poemario “Los tripulantes del Líricus” / intuyendo que la dotación / al completo de aquel navío / hundido hacía décadas en el Cabo de Hornos, / especialmente, los más viejos y beodos, / la escuchaban con la atención / exclusiva de aquellas almas malditas, / espíritus de náufragos deslizándose fantasmagóricamente / por el escenario del Café Cantante del puerto 23, / ahogados justo donde copulan el Pacífico y el Atlántico.» (Siles, pág.132).

No obstante, el desconcierto y la perplejidad de cara a la realidad vivida o evocada, Roland Barthes nos advertía que la multiplicación de las escrituras es un hecho moderno que obliga al escritor a elegir, que hace de la forma (y contenido) una conducta y provoca una ética de la escritura […] No hay literatura sin una moral del lenguaje. La poética de Siles bucea en diferentes hechos históricos para ampliar el conocimiento, mismas que rebasan sistemáticamente la anécdota, igual que superan, como hemos repetido, el carácter metapoético ocasional. Concluyo con unas palabras de María Zambrano: la cuestión ética en lo que respecta a la poesía moderna no solo se resuelve, sino que nace, a partir de la entrega total, del compromiso del poeta con las palabras y con la búsqueda de una realidad superior, será la búsqueda de la «verdad». Mientras tanto el dolor sigue ahí de bruces frente a Satanás en medio del hipo de los monos que describe el poeta con su grandilocuencia de bárbaros. De hecho, son: «Identidades fugitivas y depredadoras / persiguiendo con esmerada avidez / todo lo que no son / y escapando de sí mismas / …para llegar a ser / asumiendo la intensidad del hierro al rojo vivo / que estampa la marca de unas ideas / adquiridas en las últimas rebajas / de los grandes almacenes / de identidades.»

 

 

André Cruchaga,

Barataria, El Salvador, 08.05.2025.



[1] Siles, José. Espejo de monos alumbrados. EDICIONES VITRUVIO, Colección Baños del Carmen,

nº 1039. 1ª. Edición 2025.

[2] La cita corresponde al ensayo: Proyecciones del paisaje interior simbolista en tres poetas de vanguardia: Vallejo, Borges, Neruda. Pág. 16

[3] Terence Kemp McKenna (16 de noviembre de 1946 - 3 de abril de 2000) fue un etnobotánico y místico estadounidense que abogó por el uso responsable de las plantas psicodélicas naturales.

[4] https://dle.rae.es/m%C3%ADstico, la definición para efecto de este trabajo se ha extrapolado lo que consigna la RAE.

[6] Es el término que utiliza Heidegger para referirse a la existencia humana en su forma más auténtica. A diferencia de otros seres, el dasein tiene la capacidad de reflexionar sobre su propia existencia y cuestionar su ser. Esta capacidad de auto-reflexión y auto-cuestionamiento es lo que distingue al dasein de otros entes y lo convierte en el foco de la ontología heideggeriana.

[7] El subrayado es mío y se utilizado para destacar la paradoja del vavío y la Nada.

[8] Las valquirias o valkirias (del nórdico antiguo: valkyrja, 'selectoras de caídos en el combate') son dísir, entidades femeninas menores que servían a Odín bajo el mando de Freyja, en la mitología nórdica. Su propósito era elegir a los más heroicos de aquellos caídos en batalla y llevarlos al Valhalla donde se convertían en einherjar. Esto era necesario, ya que Odín precisaba guerreros para que luchasen a su lado en la batalla del fin del mundo, el Ragnarök.

[9] mise en abîme, expresión acuñada por André Gide. Y se refiere a: La puesta en abismo y la interpretación La puesta en abismo añade una dimensión de complejidad a la obra, invitando al espectador o lector a reflexionar sobre los niveles de realidad y representación. También se puede utilizar para comentar la obra en sí o para criticar las convenciones artísticas.

Este dispositivo es particularmente popular en las obras posmodernas, donde se utiliza para deconstruir las ideas tradicionales de autoría y verdad.

[10] Friedrich Nietzsche, lo expresó de esta manera: Como poeta, descifrador de enigmas y redentor del azar, les enseñé a trabajar en el porvenir y redimir creando todo lo que fue. Redimir todo lo pasado en el hombre y transformar creando todo «Así fue», hasta que la voluntad proclamara:

[11] En el ámbito religioso, «fuente sangrada»se relaciona con el sacrificio de figuras sagradas, como en el cristianismo, donde se hace referencia a la sangre de Cristo como fuente de redención y salvación. La sangre derramada por Jesús durante su crucifixión se considera una "fuente sangrada" de vida eterna y perdón para aquellos que creen en él. expresión «fuente sangrada» se remonta a las antiguas civilizaciones, donde la sangre ha sido siempre un símbolo de vida y muerte. En las culturas mesoamericanas, por ejemplo, los sacrificios humanos eran practicados para apaciguar a los dioses y asegurar la fertilidad y la prosperidad de la comunidad. La sangre derramada en estos rituales se consideraba sagrada y vital para el equilibrio del universo. La poesía ha explorado la "fuente sangrada" para expresar dolor, pasión y sacrificio. Poetas de distintas épocas han recurrido a esta imagen para transmitir la intensidad de sus sentimientos y la lucha interna del ser humano.

 

 

 

[12] Tomás Moro, dejó un gran legado. canonizado como santo por la Iglesia Católica en 1935. Su vida y obra han sido honradas y celebradas como ejemplo de integridad moral y defensa de los principios religiosos. La influencia de Moro en el pensamiento político y filosófico moderno es incuestionable. Utopía sigue siendo una obra de referencia en estudios sobre teoría política, justicia social y organización comunitaria. Su vida y sacrificio han inspirado a generaciones de pensadores, escritores y activistas que buscan un mundo más justo y equitativo.  sigue siendo un faro de inspiración para quienes buscan construir un mundo mejor basado en los principios de equidad y paz.

 

[13] Uno de los capítulos más destacados de la vida de Almagro fue su alianza con Francisco Pizarro. Juntos emprendieron la audaz expedición que culminó en la conquista del Imperio Inca. A pesar de las dificultades y los conflictos internos, los dos conquistadores lograron subyugar a los Incas y establecer el dominio español en la región. Sin embargo, esta asociación también estuvo marcada por la rivalidad y las disputas sobre la distribución de las riquezas y territorios conquistados. La relación entre Almagro y Pizarro se deterioró rápidamente tras la conquista del Imperio Inca. Las disputas sobre la división de los territorios y el poder llevaron a una guerra civil entre los conquistadores. Almagro fue capturado tras la batalla de Las Salinas en 1538 y fue ejecutado poco después. Su muerte marcó el fin de una era de exploración y conquista, dejando tras de sí un legado complejo y controvertido.

 

 

[14] el alma artística del Liricus residía en Sofía "La Musa" López, quien llenaba el barco con música, poesía y relatos de tierras lejanas. Sofía tenía un talento natural para el entretenimiento y su presencia ayudaba a mantener alto el ánimo de la tripulación durante los largos días en el mar. Sus canciones y cuentos se convirtieron en parte de la tradición del Liricus, recordando a todos que, aunque la vida en el océano era dura, también podía ser inspiradora y hermosa. El Liricus no solo era un barco, sino una comunidad de individuos excepcionales, cada uno de ellos fundamental para la gloria y la supervivencia en las vastas y misteriosas aguas del océano. Juntos, enfrentaban desafíos, descubrían nuevos horizontes y forjaban leyendas que perdurarían en la memoria de todos los que escucharan hablar del magnífico Liricus y su valiente tripulación.

 


domingo, 2 de marzo de 2025

CLAMOR DE RAÍCES PEREGRINAS, LA LUCHA PERPETUA CON LOS DEMONIOS DEL ESPEJO

 



CLAMOR DE RAÍCES PEREGRINAS,

LA LUCHA PERPETUA CON LOS DEMONIOS 

DEL ESPEJO

 

 

Y el viejo barquero, con la mano diestra,

retiró la barca, se fue lentamente…

En el panorama, tétrico, silente,

fulguró en sus ojos una luz siniestra. 

JULIO CUELLO PERELLÓ

 

 

El poeta irrumpe con su poemario recurriendo a través de la evocación al mito de Caronte, (poema 1), «el barquero del Hades» ese personaje que se encargaba de transportar el alma de los difuntos; a su vez, los muertos debían llevar una moneda (óbolo) para pagar su viaje al más allá; y, quienes no podían pagar ese viaje, vagaban casi una eternidad por las riberas de Aqueronte. Según Ana Vidal Mesonero: «En el siglo I a. C., el poeta romano Virgilio describe a Caronte en el descenso de Eneas al inframundo, después de que Sibila de Cumas mandara al héroe la rama dorada que le permitiría volver al mundo de los vivos. En el Canto III de la Divina Comedia de Dante, aparece Caronte cuando Alighieri, Virgilio y Dante atraviesan la puerta infernal, el vestíbulo de los cobardes y el paso del Aqueronte. Aunque con frecuencia se dice que conducía las almas por la laguna Estigia, como sugiere Virgilio en su Eneida, según la mayoría de las fuentes incluyendo a Pausanias y Dante el río que en realidad transitaba Caronte era el Aqueronte.» Además, Pintores diversos también han transitado a través del mito en cuestión, como: Joachim Patinir, Miguel Ángel, Gustav Doré, osé Benlliure.

Decía Gastón Bachelard (1884–París–1962) en «La poética de la ensoñación» que «La imagen poética ilumina con tal luz la conciencia que es del todo inútil buscarle antecedentes inconscientes» … que «la poesía es uno de los destinos de la palabra. Al tratar de afinar la toma de conciencia del lenguaje en el plano de los poemas, tenemos la impresión de tocar al hombre de la palabra nueva, de una palabra que no se limita a expresar ideas o sensaciones, sino que intenta tener un futuro. Se diría que la imagen poética, en su novedad, abre un futuro del lenguaje». El poeta, entonces, trata de iluminarlos recurriendo a este elemento, porque es la imagen en el espejo de todos, es el destino y la crudeza, la sensibilidad poética como lenguaje radical y envolvente. «¿Por qué, decía D. Claudio Rodríguez, quien ama nunca/ busca verdad, sino que busca dicha? / ¿Cómo sin la verdad/ puede existir la dicha? He aquí todo.» La poesía y la vida son campos fértiles, la evidencia de esas paradojas que mantienen en vilo al poeta y que evidentemente universalizan el misterio de la poesía hasta los límites de la condición humana.

Por su parte, el poeta Héctor José Rodríguez Riverol, muchos siglos después, en nuestros espacios iberoamericanos, y en su libro «Caes de mi tuétano», nos habla en los límites de las quemaduras de esas viejas llamas de la fogata que no se extinguen, porque están ahí en el espejo de la vida: son los demonios coexistiendo ahí y que nunca requieren de viáticos. Entonces surge el ángel de los demonios y pasa por los fríos, el miedo y el abandono. Este transitar con todas sus obsesiones no deja de ser un trayecto espiritual y emocional, un encuentro que nos confirma su condición de ser humano, protagonista de sus conflictos interiores. Sobrevive la náusea, los recuerdos, el hipo: el poeta se quema en su pira y en dicho trance, exhala: «Caes de mi tuétano y llueve soledad/ para reafirmar que morí a la sombra de un boceto.»

José Rodríguez Riverol, ha conseguido en este poemario imprimirle un carácter peculiar, una suerte de compendio cerrado. Vemos aquí la razón de ser de la poesía: comunicar la plenitud de la palabra en paralelo al caudal de la memoria. Vemos a un poeta armónico con su coetaneidad y determinado en su poética alejada de los cánones clásicos, distante de esos juegos verbales que hacen de la poesía un laberinto, es poesía ´profundamente sentida con un claro fondo existencial y demiúrgico. Una voz poética que aspira a una poesía total, trasunto del alma para su trascendencia. El poeta, pues, sin límites poetiza todas esas circunstancias por las que atraviesa: memoria, tiempo e imaginería, hacen del presente poemario un compendio de íntimo diálogo y trascendencia.

«De mi tuétano», está constituido por 33 poemas. De estos, destaco dos elementos: Caronte, ya abordado al inicio de estas divagaciones; y el otro, «Dalila», en el poema 5. Si aquel, es un mito griego, éste nos remonta a la Biblia y a los Filisteos, la antigüedad judeocristiana y su memorable árbol de Dios. Sucede que en atención a esa historia, el ser humano es aprendiz de un sinnúmero de simulaciones, de esas antípodas del azar o del destino, sabiduría de realidades e irrealidades, fuentes de una especie de iniciación del Paraíso con todos sus embustes, inquietudes y eufemismos. En ese ahuecamiento del cual el poeta es el centro, y no sin sobrada razón, consciente de ello, lo articula al punto de entregarse a una especie de resignación: «deja entonces que mi rostro transite su propio delirio, / que se tumbe en la hojarasca y allí lo marchite el abandono, / deja que llore con la ambición de amanecer.»

En los «demonios del espejo», vocablo que deviene (Del lat. specŭlum), nos encontramos con una de las acepciones que la RAE nos brinda: «Cosa que da imagen de algo. El teatro es espejo de la vida o de las costumbres.» Pues bien, resulta que Dalila (hebreo «D'lilah», deseo), constituye un espejo, como lo es «el barquero del Hades». En el caso segundo, Dalila es el espejo de la intriga, la maldad, la seducción, el cinismo. Utilizada por los filisteos para que sedujera a Sansón, a quien éste le reveló el secreto de su fuerza, la cual residía en sus cabellos, haciéndole faltar a su voto de nazireo. Dalila, le cortó el cabello y lo entregó a los filisteos, quienes lo llevaron a la ciudad de Gaza, lo encarcelaron y le sacaron los ojos. Posteriormente, Sansón derribaría el templo al dios Dagón de esta ciudad, en donde todos murieron, Jc 16, 4-21.

La poesía desde luego es el espejo de un entorno real o imaginario del poeta: «los espectros», a los que hace alusión el poeta Riverol, “saben cómo rasgar las inusuales vestiduras del sosiego/ para hacerme bailar con el iris del desaliento, / la cadavérica vigilia/ y la inseparable sombra del temor.»  A través del texto visualizamos la realidad inherente que nos quiere mostrar el poeta. De ahí la importancia de lo que dice C. Bousoño: «visualizar» “es tanto como «estetizar» (..j, la función de la visualidad es clara: potenciar lo poético, elevar lo poético a un arado de mayor intensidad. En nuestra terminología lo diremos así: la función de la visualidad es ayudar a la imagen visualizada a cumplir con mayor plenitud su oficio «individualizador» del significado que le corresponda”

Con esa realidad simbólica que el poeta nos muestra tratamos de intensificar el significado a través de la emoción, es decir, el otro significado de la cosa representada en el espejo, quizás de lo que está detrás de la máscara: la luz, la sombra o la misma oscuridad, el espíritu que no se ve, aunque sea cosa viva, el corazón que llama y se adentra en el desierto. De ahí la ingente necesidad del poeta de descreer, dudar, sí, de la condición humana. «No concibo su virtud (esa que nos forja) / —expresa Riverol— pero sí el traspiés que parecen representar.» El poemario es como la voluntad de los ojos, la forma a través de la cual anudamos nuestras emociones.

Inherentes al tema que me he propuesto en estas digresiones, están otros muy afines y peculiares a la poética de Riverol, y al poemario mismo que nos ocupa. La poesía siempre está constituida de aciertos, desatinos, misterios, turbaciones, silencios y luces y humanidad, entendida esta última como la capacidad de empatizar a través del texto literario con los demás de nuestra especie. Cada poema está escrito certeramente. Por eso su poesía se siente como si tocáramos la carne del ser humano: en cada poema está el latido del ser que, en definitiva, es el secreto de la poesía: nos comunica algo y, así, logramos ver lo remoto. Con total acierto, el poeta nos dice: «¿Acaso no es eso el camino? :/ un pedal de experimentación, / una frontera que evoluciona, / un sostener el desánimo con las riendas del tiempo/ y golpes de talón en los costados.»

La combinación de temas diferentes le da al libro, versatilidad y también distanciamiento con la poesía anodina. Cada poema es un eslabón del paisaje que nos muestra el poeta, paisaje que lo vuelve una experiencia humana íntima. Son poemas de dudas, frente a los dilemas personales de estar en el mundo, un concierto lírico que el ojo ha ido acumulando: «Qué son los días sino empedrados de historia, / guijarros cada instante/ y acontecimientos la concavidad de sus canales.” El poeta es un auténtico orfebre y para consumar esa orfebrería, va recogiendo y registrando todas esas expresiones del entorno. Matizando lo que sostengo, el poeta lo resume de tal forma que no se requiere de mayor esfuerzo intelectual para comprenderlo: «soy con el mundo/ un bucear de manos para tocar el alma».

Vicente Aleixandre, allá por 1950, ante la Real Academia Española de la Lengua, dijo algo que hoy me ilumina en este cometido: «Todos los poetas han hecho acaso lo mismo, como todos los hombres: vivir, amar, sufrir, soñar, morir. ¿Qué son los poetas sino súbitos agolpamientos de un latido instantáneo en ese mismo único cuerpo continuo que infatigablemente pervive?» Así, el poeta puede mitigar la sed, aunque no sea su sed, puede perpetuar el abandono y el olvido, reiterar sus demencias y, mirar, si se quiere sobre una piel quebrada. Después de todo siempre pervive aun cuando sea sujeto de la volatilidad del tiempo. O de esas otredades que se vuelven verdugos de su pálpito.

A veces la palabra puede recostarse en la brevedad de un latido o suspiro, puede sobrevolar en las miserias del alma o en una canícula, e inclusive «sacar el alma», la sustancia. Sin duda la poesía de Riverol constituye esa parte del mundo en el que estamos inmersos, «continuación de la modernidad y que ha sido llamada «postmodernidad» (Lyotard, 1983). Pero uno tiene limitaciones y no puede dilucidar desde la poesía los enigmas del mundo. Sabido es que la poesía, sí, como puede, se adentra, explora ámbitos desconocidos para sumarlos al entorno que conocemos, es decir, transcurre desde un punto A, a un punto B, el poder de la imaginación y lo real, aunque no «haya razones, ni presunciones lógicas, mucho menos “perspectivas a la realidad objetiva». La poesía es sencillamente lo que es: una liberación de obsesiones y sueños, una invención de mundos interiores e íntimos, una asimilación plena de la realidad y transformación profundamente en estética.

Pero ¿qué nos quiere decir en definitiva el poeta con eso de «¿Caes de mi tuétano», hasta el tuétano, o hasta los tuétanos? El Diccionario de la RAE, nos da varias acepciones al respecto. Para mi propósito me quedo con ésta: «locs. advs. coloqs. Profunda o intensamente. Enamorado hasta los tuétanos. Una institución comprometida hasta el tuétano en la defensa de la naturaleza.»  El poeta a este respecto nos lo dice: «¡Soy avalancha emocional plena y madre de los oprobios!,/ indigno arquero que tensa y lanza/ desgarradores palos de amor iluso/ antes de recaer en otra degollina pasajera/ en mitad de las sienes.» Pero, además, agrega: «Sería más fácil dibujar el abismo/ si fuese golondrina errabunda, tardía y risueña.» No hay aquí metafísica sino un fulgor de entrega absoluto, al extrañamiento y a la trascendencia. Si no, carece de sentido el desgarramiento. Resulta paradójico, pero ahí está la esencialidad, la belleza labrada en el pozo del poema. La escritura, entonces, es el espejo de la virtud de quien se entrega a la iluminación del espíritu, de quien transforma el deletreo del murmullo con lo sublime de la entrega total.

Contrario a lo que decía Borges, de que era sombra tutelar, sí creo que el poeta lleva consigo muchas sombras que luego transforma en prístinas rajas de luz. Eso es lo real y son, sin dudarlo, prolongaciones de la vida, de lo real, de lo cotidiano. El ser humano no puede vivir sin ellas porque forman parte del orden del mundo, porque son parte legítima de la cultura. El estar en los límites del mundo no siempre es a voluntad, las sombras se tornan en miedos, en laberintos imaginarios. Llegados a este punto, nos dice el poeta Riverol: «¿Es el miedo perenne como ciertas hojas? / Ennegrece el cuello albino la mano que lo estrangula/ como si un tropel de astenias/ nos arrollase el brillo, la pauta y el clamor, / pero hay túneles habitados por la luz/ dentro de toda individualidad/ y también en los raíles de la soledad absoluta, / en los vagones de insatisfacción y consuelo/ que empuja y sobrelleva/ esta caldera de vapor en ayuno.»

En esta visión de mundo, hay una especie de duelos, rupturas y fisuras de lo real con lo que acontece en la interioridad del sujeto (yo poético). Metonimia y perspectivismo son cruciales para dilucidar ese mundo de encrucijadas. Lo vivido por el poeta no queda en el vacío, ni en el silencio, sino en el cuerpo que avanza tras nuevos derroteros. Tampoco es un reloj en desuso, sino una intemporalidad de equilibrios al límite de lo sintiente, pues con alguna certeza, «En los pómulos del corazón se corta el infinito», a sabiendas que «La eternidad tiene una alambrada/ que se reduce a cómo discernirla desde cada anfiteatro, / los sueños a nuestra colección/ sean pleamares, centellas o abismos.» Sea lo que sea, siempre habrá sombras o demonios en el espejo, mientras en algún punto de la lejanía se hace tarde. Entonces, sabrá el poeta que, en ese artefacto, donde uno se mira hay una tiza para reescribir hasta el tuétano, las confesiones de la piel.

André Cruchaga

(Barataria), El Salvador, a 31 de enero de 2022

 


miércoles, 8 de enero de 2025

La sustancia poética de Ahora es de noche y tú no tienes nombre. De nuevo la trascendencia sin concesiones de André Cruchaga



La sustancia poética de Ahora es de noche y tú no tienes nombre. De nuevo la trascendencia sin concesiones de André Cruchaga

José Siles

Catedrático Universidad de Alicante. Facultad Ciencias de la Salud (España)

 

            André Cruchaga (Nueva Concepción-Chalatenango, 1957), es una persona que rebosa humanismo por los cuatro costados. Su vida, tan compleja y llena de matices como su poesía, es, en cierta medida, el resultado de un amplio compendio de actividades y dedicaciones, la mayor parte dedicadas a su faceta pedagógica en enseñanza media y universitaria: docente, gestor educativo y, sobre todo, un esteta que ama el lenguaje y lo emplea sin complejos para transformarlo en arte…arte de la palabra como un artesano de la sublimación expresiva. Cruchaga, salvadoreño y ciudadano del mundo, inició su andadura literaria en la década de los noventa. Lo hizo a conciencia, pues se dedicó a escribir de tal forma que, casi sin percatarse, acabó siendo abducido por la poesía hasta un punto de dedicación colindante con la exclusividad. Su memoria, experiencias, sensibilidad, intuición e inteligencia, a partir de dicha década (tal vez mucho antes, pues estas cosas connaturales no se improvisan), se pusieron a disposición de una creatividad insólita mediante la que este singular poeta comenzó a drenar sus pulsiones otorgando a la poesía la potestad de erigirse en su válvula de escape estética, su salida al mar para verter tamaño acopio de impresiones, emociones y sentimientos acumulados a lo largo de una vida vivida sin carencia de intensidades y tensiones.

Poeta ubicado entre la hipermnesia y el olvido: La obra del poeta salvadoreño es tan dilatada que parece como si hubiera sido “bendecido” con una buena dosis de hipermnesia, una afección que le permite recordarlo todo a costa de mantenerse en un estado de vigilia perenne manteniendo activa y sin descanso alguno su atención. Borges, en su “Funes el memorioso” describe como Ireneo Funes recuerda hasta la extenuación todo lo acontecido…hasta el último detalle, lo que puede resultar extremadamente agobiante. Esta incapacidad para el olvido o la desmemoria, se debe al insomnio que padece debido a un accidente que le impide tanto conciliar el sueño como crear parcelas de olvido para purificar su memoria (Borges, 1988). Tal vez Cruchaga sea un poeta insomne o sonámbulo, que es capaz de mantener activas de forma continua todas sus capacidades perceptivas al servicio de la memoria con el firme propósito de que no se le escape nada de lo que ocurre y se almacene convenientemente en su depósito de retentivas. Así, nos encontramos que el sonambulismo está presente en diferentes poemas: “Rebelión de sombras”, “Muelle de pañuelos” , “Tierra difusa e irreal” o  “Ábaco de sombras”. Cruchaga, se sirve de la poesía para drenar los sentimientos que se acumulan en su hospitalaria memoria, siempre dispuesta a dar asilo a los ecos de sus experiencias vividas, soñadas o imaginadas. Sí, es posible que la asociación entre experiencia vivida, recuerdo de la misma e intuición hayan sido los pilares sobre los que se ha cimentado la talentosa y prolífica poesía de Cruchaga, una poesía que se involucra, a pesar de esta aparente hipermnesia,  en el olvido con el propósito de purificar el paisaje donde —como en los relojes blandos de Dalí—[1] el sustrato lírico vence al tiempo cronológico manteniendo vigente una insultante juventud que le permite desarrollar una lírica tan profunda como extensa. Estas alegorías del olvido, esencial para enriquecer la memoria tal como sostenía Nietzsche (1999), aparecen en diversos poemas de este nuevo poemario: “Escarcha en la bahía”, “Ché la diritta via era smarrita”, “Turbiedad del tiempo nuestro”, “Sumario de la materia”, “Estertor de la sangre”, “Ábaco de sombras”, “Corazón de epifanías”, “Ahora, esto es la vida”, “Arqueología del tiempo indefinido”, etcétera.

Para avalar el carácter prolífico de André Cruchaga basta con echar una mirada a su amplia obra de alcance internacional (ha sido traducido a nueve idiomas hasta la fecha con varias ediciones bilingües) más de una veintena de poemarios, entre los que destacamos: “Alegoría de la palabra” (1992), “Memoria de Marylhurst” (1993), “Visión de la muerte” (1994), “Enigma del tiempo” (1996), “Roja Vigilia” (1997), “Rumor de pájaros” (2002),” Oscuridad sin fecha” (2006), “Pie en tierra” (2007), “Caminos cerrados” (2009), “Viajar de la Ceniza” (2010);  “Poeta en Barataria” (2010), “Cielorraso” (2017), “Balcón del vértigo” (2014), “Lejanía” (2015), “Viaje póstumo” (2015), “Via lliure” (2016), “Ars moriendi” (2018), “Motel” (2018), “La experiencia de vivir” (2018), “Cuervo imposible” (2019), “Vacío habitado” (2019), “Huidobro redivivo” (2019), “Lejanías rotas” (2020), , “Antípodas del espejo” (2021),  “Umbral de la sospecha” (2023), “Precariedades” (2023), “Metáfora del desconcierto” (2023), “Camino disperso” (2023), “Travesía de la muerte” (2023),  “Invención de la espera” (2024), “Cadáver Baudelaire” (2024),  “El hijo de la estación de trenes” (2024), etcétera.

El reincidente Cruchaga nos vuelve a sorprender con un nuevo poemario: “Ahora es de noche y tú no tienes nombre[2], una obra integrada por 125 poemas en los que el poeta salvadoreño vuelve a tratar esa vasta y variada temática cuyo arco cromático oscila entre el oficio de vivir, el tiempo, la nostalgia por un pasado que se obstina en mantener su huella en el presente, atisbos  de incertidumbre, piadosa barbarie que nos devuelve al atávico primitivismo, ausencias, vacíos y presagios, injusticia, incomprensión  y, obviamente,  el heideggeriano misterio insondable de la muerte. Sin embargo, el tono de intuitiva contención que mantiene el poeta nos acerca a la idea —si no de aceptación— sí de constatación, a pesar de todo, de la conciencia de vivir plenamente.

Una de las constantes que se mantienen vigentes en este nuevo poemario es su originalidad, una capacidad para innovar: “(…)  tan natural que deslumbra casi sin querer, confiere a sus versos (y a su prosa poética) la trascendencia desnuda en sí misma, sin los abanderamientos tendenciosos ni artificios baldíos; tal como hacen los grandes escritores que no necesitan mutilar la realidad para hacer más fácil la comprensión de las contradicciones de la vida (…)”. (Siles, 2024, 331). Otra de las características que constituyen las señas de identidad de André Cruchaga consiste en su acercamiento a las raíces de la realidad poética, allá donde anida la trascendencia, con una clarividente perspicacia omnipresente en este poemario.

Entre la cadena de inmutables condiciones de la poesía cruchaguista, hay que destacar su indiferencia y autonomía respecto a las tendencias poéticas vigentes, poco dadas al radicalismo trascendente y más inclinadas a borborigmos pirotécnicos ventoseados desde planteamientos tan tradicionales como intelectualmente insustanciales (Ortiz, 2019). La radicalidad cruchaguiana se revela, por ejemplo, en la enorme preocupación por la ausencia de identidad, en esa oscuridad sin nombre (en alusión al título de este poemario), que esta poesía delata conservando las inconfundibles señas de identidad, manteniendo con firmeza y resolución una serie de líneas maestras que cimentan su obra.

Sin ánimo de etiquetar[3],  tal vez la denominación más apropiada para describir la poesía cruchaguiana con el menor artificio posible sea el concepto: “poesía humanista y sensorial” (Siles, 2019).  El humanismo poético de Cruchaga se revela, además de centrar el arte de la palabra en la persona, en las diversas fuentes de las que bebe su poesía: creacionismo, ultraísmo, absurdismo, etc. Las influencias de Cruchaga son inabarcables para el que suscribe (y para cualquiera que no sea el propio poeta), pero, por ejemplo, resulta nítida la influencia de Vicente Huidobro quien equiparaba el arte poético al ejercicio divino, dotando así a su poesía todo el potencial creativo inherente a la libertad de los dioses.

Otra de las constantes de Cruchaga la constituye su recurso a la sinestesia (polisensualismo)[4], la metáfora y el simbolismo; siempre empleados como cargas de profundidad para desenterrar las raíces más ignotas de la experiencia. Además del mencionado Huidobro, tanto la sinestesia como el creacionismo se pueden percibir en la obra de otros poetas que también han influido en la vida del salvadoreño:  Juan Ramón, Quevedo, Vallejo, Alexandre, etc. (Ynduraín, 1969; López Martínez, 1991; Córdoba et al, 2012).

Tanto el carácter sinestésico de esta poesía como su progresiva decantación hacia una creatividad ilimitada o divina, denota también una vinculación con el enfoque cuántico (al final todos somos fotones, luz, energía en un eterno baile o trasiego) y con la dimensión fractal de la palabra como mecanismo de superación de las limitaciones impuestas por la realidad (Durán, 2017; Martínez Simón, 2018). En “Rebelión de sombras”, Cruchaga explora la capacidad del lenguaje para crear nuevas realidades describiendo su entrada a "vestiduras que no tienen nombre" y su chapoteo "sin salir de los oscuros follajes de la hipnosis" (Cruchaga, 2025, 19). Estas imágenes sugieren la posibilidad de usar el lenguaje para crear espacios de libertad y resistencia dentro de un mundo opresivo. De forma que en "Ahora es de noche y tú no tienes nombre", el poeta insiste en la sinestesia como un adicto a la recurrencia de tal recurso para evocar una atmósfera de desolación, pérdida y desarraigo que, empero, no implica desapego a la existencia, sino más bien, una superación desde el más íntimo plano del poeta.

La obra está colmada de ejemplos de sinestesia, donde los colores se escuchan, los sonidos se palpan y los olores se visualizan. En el poema “Ruido y furia” de resonancias faulknerianas, Cruchaga emplea la expresión "aroma quemado” que se mezcla con la sensación visual y táctil de "arder". “(…) sino en el aroma quemado que arde después de leer los gritos duplicados del regazo (…)” (Cruchaga, 2025, 11). Asimismo, en  “La tierra de los adioses”, el color "amarillo" se asocia al sonido de los "gritos", creando una imagen disonante y perturbadora: “(…) esa catarata de sangre en la boca y sus límites amarillos/ de locura suspendida en la ferocidad de un nombre (…)” (Cruchaga, 2025, 76). En “Es de noche y tú no tienes nombrereaparece la sensación visual de las "sombras" fusionándola con la sensación táctil de "recorrer" el rostro: “(…) Sientes que solo hay sombras que recorren tu rostro y no alcanzas a ver qué es lo que refleja el espejo quemado (…)” (Cruchaga, 8).

En el poema “El ruido del poniente”, el sonido se describe como algo "amargo", mezclando los sentidos del oído y el gusto: “(…) El ruido amargo del poniente es eso: una perversa ventana de rodillas que hace de la angustia su propio talismán (…)” (Cruchaga, 2025, 45). En “Criptas erigidas por la memoria”, la lengua se describe como "sórdida", mezclando el sentido del gusto con un juicio moral: “(…) He aquí en las postrimerías del tiempo unas llaves oxidadas/ pateando el frío de la lengua sórdida de Lázaro.” (Cruchaga, 2025, 93). Así, se observa como mediante la sinestesia, Cruchaga logra transmitir de manera poderosa las emociones y sensaciones que impregnan la obra, dado que el lector no solo lee sobre la tristeza, el dolor y la desorientación, sino que las experimenta sensorialmente a través de las imágenes sinestésicas del poeta. En definitiva, el recurrente recurso a la sinestesia se convierte así en una herramienta fundamental para la construcción del significado y la atmósfera del poemario.

En “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”, Cruchaga, explora la condición humana a través de imágenes de oscuridad, soledad, abandono y pérdida de identidad. Los poemas, escritos en un lenguaje poético y denso, se centran en la búsqueda de un nombre propio en medio de la áspera experiencia de no pertenencia donde se perciben sentimientos motivados por la incertidumbre y la fugacidad del tiempo. Asimismo, en este poemario, a poco que se lea entre líneas, se aprecian diferentes tipos de angustia y vacío descritos mediante un acertado y muy original uso de la metáfora y la alegoría, como instrumentos para mostrar simbólicamente esa lucha eterna que desde Virgilio constituye el incesante combate en aras a encontrar un lugar en el mundo y la búsqueda de sentido en medio de la fragilidad y la desilusión (Broch, 2019).

De manera que, desde estos sentimientos de inexistencia, tales como: silencio, oscuridad, pérdida de identidad y muerte; Cruchaga ya alude a la muerte, a la pérdida de identidad y a la inmersión en la oscuridad.  Nos encontramos de bruces con la "materia en penumbra del silencio" y "rostros mortuorios" que no tienen nombre. La noche, además de la oscuridad, simboliza la muerte y la incertidumbre. En “La Memoria Siempre y Sus Descreencias", la muerte se presenta a través de imágenes como "sombras", "polvo y sollozos", "candil en desuso", "lecho convertido en monólogo", "escombro del éxtasis" y "manos sangrientas del despojo". La muerte, pues, se relaciona con el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia y el deterioro de la memoria. En “Más Acá del Deseo y Más Allá de la Muerte", Cruchaga explora la búsqueda de sentido en un mundo donde la condición de mortalidad está omnipresente: "comensales de Leteo", "mugido de los mataderos", "espectáculo más avieso del deseo confinado a las estatuas", "bitácora de fosas y cadáveres", "piadosos esqueletos", etc.

Sin embargo, para verificar la parte positiva o no pesimista de este poemario, es conveniente recurrir a la clásica obra "El Ser y el Tiempo", de Heidegger, quien sostiene que la idea consciente de la muerte resulta sustancial para comprender el significado de la vida, pues tan solo cuando se asume tanto su precariedad y finitud como la inevitable certidumbre de su arribada, es posible su comprensión y hasta su aceptación. Todo ser humano es un ser arrojado a la vida para la muerte, por eso mismo somos para la muerte, pero esta conciencia de finitud, lejos de hacer caer al poeta en una desesperanza incapacitante, constituye una llamada a la vida de una forma significativa, intensa y profunda (Siles & Solano, 2007). La muerte, pues, es aceptada de forma serena y sin aspavientos  por el poeta salvadoreño, quien, asimismo, la concibe como la raíz oculta de alguna forma de eternidad, una variante de infinitud que solo se puede aprehender, al menos simbólicamente,  mediante los significantes que nos aportan las palabras (la fractalidad de las palabras en un entorno cuántico) dado que “el fuego el fuego está ahí remoto en la ceniza”: “Ya hemos remontado el árbol de sueños de la sombra del día./Y no hay nada más que hacer, aunque insista la risa/ en la memoria de este viajero tardío que camina contra el olvido./ (No se trata de adelantar o postergar las horas corrompidas,/ las significancias ulteriores de la batalla, ni resucitar una oblea/ de estatuas), sino de deshacer las estrías de nuestras manos,/ sino de recobrar la tibieza prometida./ Aunque caminemos hacia la muerte con nuestros nombres/ descarnados, el fuego está ahí remoto en la ceniza” (Cruchaga, 2025, 109).

Esta conciencia de finitud emerge en poemas como:  “Asimetría del azogue” donde Cruchaga reflexiona sobre una incertidumbre que cabalga a lomos de un oleaje de confusas oscuridades:  “Al ojo le vienen bien las sombras del horizonte, las páginas negras/ con su pelaje de tinta, los espejos enredados en las oscuridades./ Todo este trasiego de confusas oscuridades nos sitúa en el límite/ de las paredes, en la asimetría del azogue de las distancias./ Somos insignificantes en el agujero del féretro por más que muertos/ evoquemos la cuna tejida con azúcar respirada de las ingles (Cruchaga, 2025, 58).

En “Nadie somos”, además de mostrar los estragos que el tiempo causa en la identidad, nos previene para que no ensalcemos nuestro ego y controlemos con serena aceptación nuestra nimiedad, dado que nadie somos, y menos aún seremos cuando el tiempo haga su trabajo y pasen varios siglos y nadie tenga ya un hueco en su memoria para almacenar, siquiera, un resquicio de lo que fuimos. En esta misma idea centra el significado del poema “Invocación al tiempo” del poeta argentino Antonio Requeni: “Brizna de voluntad e incertidumbres, / temblor entre dos pausas infinitas. / Solo eso soy, un desamparo, un grito, / una segura muerte que te invoca/ en tanto tú me roes o acaricias”. (Requeni, 2017, 30). Cruchaga invoca al tiempo reconociéndole su capacidad para subordinar cualquier atisbo de propósito existencial al inevitable mugido del dios Cronos. Así, en Más acá del deseo y más allá de la muerte, el poeta salvadoreño nos previene sobre la despiadada insensibilidad del transcurrir de las agujas del reloj: “(…) Entre los comensales de Leteo, nosotros, el mugido de los mataderos/ abriéndose a los estragos del tiempo sin la necesaria compasión, /si acaso, la herejía de cuestionar el espectáculo más avieso del deseo/ confinado a las estatuas y la abstinencia de pezuñas y arrugas (…)” (Cruchaga, 2025, 17).

Otra constante presente en este poemario es la oscuridad, una negrura que aumenta la sensación de complejidad en los sentimientos que inspiran la poesía del poeta salvadoreño. El tiempo se hace oscuridad cuando cae la noche y Cruchaga En " Ahora es de noche y tú no tienes nombre", indaga sin descanso acerca de la complejidad del sentimiento partiendo de un enfoque poliédrico y sinestésico como única alternativa para abarcar la laberíntica magnitud de la existencia: “En lugar de simplificar las emociones, busca preservar su naturaleza compleja, explorando las múltiples facetas y profundizando en las raíces del ser poético. Cruchaga, como poeta sinestésico, va más allá de la percepción sensorial tradicional. Su poesía busca la trascendencia en cada acto perceptivo, utilizando una variedad de sentidos para despertar la conciencia del lector ante la realidad, incluso frente a la muerte” (Siles, 2017). Esto queda patente en el poema “Nadie somos”: “Nada es cuando la noche enronquece y nos deja solo la escarcha/ pululando entre las sombras pálidas de la luna. Junto a la amenaza, / también el paisaje se torna esquivo, imagen lejana, ahora, /de los jardines; monótonas arcadas nos rodean haciendo/del firmamento un abismo. Muy cerca del silencio, el corazón/ ennegrece de rojos trenes, signados por el cine mudo de los sueños” (Cruchaga, 2025, 65).

Quizás los aspectos de la vida que más cuesta entender son aquellos donde se alcanza la álgida intensidad de lo sublime. En lo sublime, sentimiento ecléctico donde los haya, se mezclan el dolor, el amor y el absurdo; por ejemplo, el padecimiento o el insondable misterio de la muerte, como alegorías que encierran el significado más sublime y trascendente de la existencia, como universo donde reside la especulación entre el ser, que es capaz de sentir dolor, amor y miedo; y la desamparada orfandad de todo esto cuando se deja de ser. Tal vez por eso mismo, la enigmática, cruda y fría belleza de la muerte, aunque sea prematura, atrae casi tanto como el terror que provoca lo desconocido en tanto que en lo ignoto puede caber cualquier destino…incluso el devenir de la nada (Siles & Solano, 2016).

En definitiva, Cruchaga se encuentra a gusto en el universo especulativo que le brinda la poesía. Así se puede comprobar en “Estación de especulaciones”: “Y había un ruego de cipreses y sedantes en aquella alegoría/ de parpadeos al azar: mientras sentía los mordiscos en la piel/ de una otredad de extraviados zapatos y guijarros,/ la boca devoraba todos los temores gestados en el escombro,/el crematorio de los pensamientos en el fuego encallado,/el pez pulcro en la última sonrisa enrarecida.(…) Hay muchas preguntas detrás de cada vida, mucha trama/ sin destejerse; ahora sabemos que lo nuestro fue muerte prematura,/que vivimos desheredados y con las manos vacías (Cruchaga, 2025,14).

Esta forma de enfrentarse sin remedos a la realidad, siendo plenamente consciente de la impotencia que provoca su limitada comprensión, constituye una de las características invariablemente presentes en la obra de un poeta que no se amedranta ni ante las restricciones sensoriales, ni mucho menos ante las estéticas.  Cruchaga despliega su subjetividad con una valiente serenidad: “(…) una subjetividad consciente de la incapacidad del ser humano para percibir el mundo en su enredada integridad, dado que estamos limitados a un reducido catálogo de posibilidades sensitivas: colores, sabores, olores, tactos y sonidos” (Siles, 2024). En definitiva, el poeta salvadoreño, creativo, intuitivo y especulativo, se vale de la poesía como herramienta que tritura las limitaciones sensoriales e intelectuales para desenterrar y hacer visibles las raíces más insondables de la experiencia.

En definitiva, Cruchaga, en "Ahora es de noche y tú no tienes nombre", describe la experiencia de la identidad y el anonimato como una lucha constante, un estado de pérdida y desorientación en un mundo hostil e indiferente.  A través de una serie de poemas, el autor explora las diferentes facetas de esta experiencia, desde la sensación de vacío y falta de arraigo hasta la angustia de vivir en un país marcado por la violencia, el odio y que tiene por bandera la mentira. Así pues, insiste en la pérdida del nombre como tema recurrente, simbolizando la ausencia de identidad y la disolución del individuo en la masa anónima.  Frases como "Ahora es de noche y tú no tienes nombre", "Nadie tiene nombre en este vocerío de ojos, ni un mapa de pretexto", y "Somos nadie en este país asolado por la peste del odio y la mentira";  reflejan de forma recurrente esta idea de anonimato que se percibe nítidamente en el poema que da título a esta obra: “Nadie tiene nombre en este vocerío de ojos,/ ni un mapa de pretexto./ Algún peñasco, entre bocanadas nos muerde. Nos derrama. / Nadie ha vuelto a casa porque somos apátridas de este vestigio/ de dolor que se llama país: en la claridad el páramo sumergido/ en el pecho como un uñazo de matorral tuerto (Cruchaga, 2025, 8).

Por otro lado, el poeta salvadoreño describe la experiencia de la falta de identidad como algo doloroso y deshumanizante vinculado a un anonimato que implica soledad, desesperanza y ausencia de sentido. Así se comprueba en un poema que parece un aviso a navegantes, “No entres aquí”: "En nuestros dientes cercenados se encienden cuchillos y peñascos de aullidos que golpean la tierra nuestra de cada día" (Cruchaga, 2025,7).  La falta de un nombre propio implica la negación de la individualidad y la reducción del ser humano a una mera cifra perdida en la inmensidad de un océano de letras donde la incertidumbre es tan inabarcable porque ni siquiera nos quedan ojos para observar. En “No tienes nombre, tampoco ojos” Cruchaga nos advierte:  “Ya no tienes nombre, tampoco ojos, ni país, ni certezas, ni aire,/entonces no puedes ver el infierno por la inanición/y el camino que se agita en las sombras/de la indiferencia prolongada del desencanto;/no posees cara para inclinarla sobre las mamposterías del atisbo,/solo esa dimensión de la noche conversando con tu cuerpo/ entre esfinges frías y confusas lavanderías” (Cruchaga, 2024, 35).

Sin embargo, el poeta no claudica y sigue insistiendo, buscando alguna salida que lo salve del absurdo. La búsqueda de la identidad se presenta como una tarea ardua y, en ocasiones, infructuosa.  El autor explora la memoria, los recuerdos y la historia personal en busca de un sentido de pertenencia y arraigo, pero a menudo se encuentra con la frustración y el desencanto. Así se observa en “Estación de especulaciones”:Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/ en el cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día/ y quizás por ello no tengamos derecho a un epitafio, si acaso,/solo a las flores marchitas de la tristeza, ahora profunda/en esta noche donde ha cesado el sueño./Hay muchas preguntas detrás de cada vida, mucha trama/sin destejerse; ahora sabemos que lo nuestro fue muerte prematura,/ que vivimos desheredados y con las manos vacías” (Cruchaga, 2025, 14)

La palabra como espejo del alma es otro símbolo recurrente que se corresponde con la identidad. La idea del espejo como imagen que se repite a lo largo del poema constituye un emblema de la identidad, y el reflejo del yo (o del nosotros como sociedad), en este caso, refleja una imagen vacía, fragmentada y desconocida. El mar como espejo aparece en el poema “Muelle de pañuelos”: “Este muelle en el que estamos es la danza cincelada de un infinito/ que supongo no sabe de mar ni de gaviotas, ni despojos./Aquí, anónimos en un derrotero de golpes y sonambulismo,/no diferente a mástiles ahorcados por las aguas del Pacífico./Nada podemos reclamar porque el espejo se ha convertido en bulto/de opacos tragaluces y peñascos./ Nos muerde la sal de la orilla y callamos en su juego de regazo (Cruchaga, 2025, 25). La misma metáfora del espejo surge como alteración o desordenada locura del reflejo especular en “Astillas del aliento”: “Danzamos siendo pasto de la noche, esbeltos como un grito/ en los dominios del fuego, tallados como el desquicio de un espejo:/la brasa borró las huellas del sueño a la velocidad/ en que se pierden las entrañas y cordura y la dignidad de ser alguien (Cruchaga, 2025, 26). En “Campanada a destiempo” Cruchaga emplea el símbolo del espejo como testigo mudo de una ceremonia transcendental donde, en un escenario desordenado y deprimente,  se constata la mortalidad como única certidumbre existencial: “Erguido el sudario de la locura en el espejo de nuestra consagración,/mortal y los demonios oscuros ahogados en el pecho,/no nos queda sino un laberinto de gritos en el fregadero/ de una ciudad envejecida y hollada de anemia,/de una ciudad colmada de fríos y pesadillas (Cruchaga, 2025, 30).

El autor nos invita en este poemario a cuestionar nuestra propia experiencia de la identidad y el anonimato en un contexto social y político complejo. Por ejemplo, en “No entres aquí”: “No. No entres a este país porque pueda que también te alcance/ el odio y embote tus sueños, igual que unos guantes del grito/ de los que no pueden vencer la tormenta./En nuestros dientes cercenados se encienden cuchillos/y peñascos de aullidos que golpean la tierra nuestra de cada día./ Una y otra vez queremos escapar de este abandono arqueado./Una y otra vez la boca en el barro,/la vida arrancada de sus cimientos” (Cruchaga, 2025, 7); o en “Es de noche y tú no tienes nombre”: “Ahora es de noche y tú no tienes nombre como tampoco lo tienen/  las estrías del aliento y la múltiple levadura de la noche” (Cruchaga, 2025, 8). Esta misma temática fue abordada por el poeta mexicano Jaime Sabines quien dedicó buena parte de su obra a la reflexión sobre la muerte, la ausencia de identidad y la soledad: “Los que tenemos frío de verdad, /los que estamos solos por todas partes, /los sin nadie” (Sabines, 2016).

Asimismo, nos encontramos con cierta resignación ante la falta de protagonismo de nuestras vidas que incluso se prolonga tras la arribada de la Parca “Estación de especulaciones”: “Uno se acostumbraba a esos pellizcos desalmados espaciándose/ con el laconismo de un lenguaje que no nos pertenece;/ a veces los maniquíes y los ataúdes tienen nombres exactos/ y rimbombantes, para nosotros sería un artificio de hipérbole./ Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/ en el cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/ nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día/ y quizás por ello no tengamos derecho a un epitafio, si acaso,/ solo a las flores marchitas de la tristeza, ahora profunda/en esta noche donde ha cesado el sueño”.

De nuevo, la ausencia de nombre propio simboliza una profunda crisis de identidad, una desconexión con el mundo y consigo mismos. Así, en “Estación de especulaciones”, el poeta confiesa su vaguedad identitaria respecto  a un lenguaje que lo ignora: “Uno se acostumbraba a esos pellizcos desalmados espaciándose/con el laconismo de un lenguaje que no nos pertenece;/a veces los maniquíes y los ataúdes tienen nombres exactos y rimbombantes, para nosotros sería un artificio de hipérbole./ Siempre excavamos en la inercia de los onomásticos de los abuelos,/en el cadáver de las epifanías y en la miseria de los techos:/nosotros siempre hemos sido nadie para respirar en el día(…)” (Cruchaga, 2025, 14). Se sugiere que esta pérdida de identidad es un producto de la violencia, la opresión y la desilusión que caracterizan al "país" donde los personajes escenifican, bastante perdidos, sus existencias. De esta forma se manifiesta en Sobre la esperanza perdida: “Entre la muchedumbre despreciada, abandonamos de golpe el país;/al cabo sobre nuestros hombros llevamos toda la orfandad que sabe/a cuchillo, a una cárcel que se disputa nuestra boca e identidad” (Cruchaga, 2025, 55).

El contexto cultural y sociopolítico desempeña un papel importante en la configuración de la identidad y el anonimato.  El autor describe un país asolado por la violencia, donde el miedo y la represión  silencian las voces individuales y obligan a las personas a vivir en el anonimato; así se observa en el poema “Es antiquísima la lluvia”: En esta tierra de aullidos no tenemos nombre, solo el dedo que señala/y esconde su mano; antes en la almohada sentía tu aliento del retozo,/ahora es el miedo reluciente hasta en los bolsillos,/la noche como un tatuaje perverso de identidad./Sabemos que aquí no es sitio para nosotros sino para el desastre” (Cruchaga, 2025, 50).

Recapitulando, tras la lectura de “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”,  nos damos de bruces con un Cruchaga que nos ofrece una reflexión profunda sobre la importancia de la identidad individual en un mundo que a menudo busca homogeneizar y silenciar las voces disidentes.  A pesar de la crudeza de la experiencia del anonimato, el autor deja entrever una pequeña esperanza: la posibilidad de encontrar la identidad en la conexión con otros seres humanos y en la resistencia contra la opresión. Así se evidencia en el poema Hemos ido dejando calles conocidas”: "En el clima afantasmado de las seducciones, los nombres de personajes del destiempo, el encanto tenebroso en palabras embalsamadas. Todo resulta huraño cuando se carece de un nombre." (Cruchaga, 2025,42).

En esta profusa reflexión se pueden destacar aspectos como:

 

- El peso del pasado y la memoria con sus recuerdos dolorosos, fracasos y pérdidas; se presenta como una carga pesada que dificulta la construcción de una identidad sólida en el presente.

- La fragilidad de la existencia humana: Los poemas transmiten una profunda sensación de fragilidad e incertidumbre ante la vida. La muerte, la violencia y el sufrimiento se repiten poniendo de manifiesto la precariedad de la existencia humana.

-La incesante búsqueda de sentido como raíz de inconformismo o rebeldía: A pesar del dolor y la desilusión, los poemas también sugieren una búsqueda constante de sentido en un mundo aparentemente absurdo e indiferente. El amor, la poesía y la conexión humana se presentan, a pesar de su fragilidad, como posibles fuentes de esperanza y redención..

-La soledad como experiencia consigo mismo (mismidad) como desdén social y, a la vez, refugio interior ante el abandono.  

-La pérdida de identidad y el anonimato constituyen los temas centrales en la representación de la soledad. El título mismo del poema, que hace referencia a la falta de un nombre, establece este motivo desde el inicio.  Esta falta de nombre se extiende a otros aspectos de la existencia, como el origen, la patria y el sentido de pertenencia.

- El autor utiliza la imagen del espejo repetidamente a lo largo del poemario. El espejo, tradicionalmente un símbolo de la identidad y el reflejo del yo, en este caso irradia una imagen vacía, fragmentada y desconocida.

-La noche se convierte en un espacio simbólico de la soledad, el abandono y la inoperancia. La oscuridad, la falta de luz y la presencia de sombras representan la incertidumbre, el miedo y la sensación de estar perdido.

-Las alusiones al deterioro y la decadencia, como la "tierra carcomida", "rostros mortuorios" y "ciudades despobladas" refuerzan la sensación de abandono y desolación.

-La ausencia de un hogar y la pérdida de la patria aumentan el sentimiento de aislamiento y desarraigo. El hablante se describe como un "apátrida" que vaga sin rumbo, sin un lugar al que pertenecer.

-La naturaleza a veces ofrece un escape momentáneo, pero a menudo también refleja el desierto que habita el poeta. Los cipreses, la lluvia, el viento y el mar, pueden constituir elementos reconfortantes, pero también se vinculan con la tristeza, la desolación y el miedo.

-De forma natural en una situación de aislamiento donde la comunicación carece de sentido, el silencio se convierte en un símbolo omnipresente de enclaustramiento y de ausencia de conexión humana.

En resumen, este poemario de Cruchaga se caracteriza por una exploración profunda y desgarradora marcada por la búsqueda de identidad, la experiencia del abandono, la soledad y el poder evocador de la memoria. La obra recurre a una estética sombría evocando un ambiente donde la decadencia no es incompatible con ciertos atisbos de serena esperanza. En su lenguaje poliédrico y metafórico, cuya densidad es obstinadamente clarificadora, se aborda la fragilidad humana, la búsqueda de significado en la oscuridad, y la confrontación con la muerte y el vacío. Sus poemas reflejan imágenes vívidas en un clima poético único que nos invita a confrontar las complejidades de la existencia. Asimismo, la poesía de Cruchaga mantiene una veta combativa que denota una voluntad firme y activa mediante la que se busca sin descanso la razón del ser con el propósito de hallar un significado que contribuya a superar la crisis existencial de la sociedad contemporánea. Por último, señalar que se trata de un poemario sin freno, ortopedia ni tratamiento cosmético alguno, pues la poesía que transita entre sus páginas es fruto de la libertad derramada a conciencia por su autor. Si están preparados para lanzarse al vacío sin paracaídas en la lectura de “Ahora es de noche y tú no tienes nombre” donde encontrarán una poesía rigurosamente original e independiente de “ismos” mostrándoles una realidad sin andamiajes, ortopedias ni tratamientos cosméticos; si todavía mantienen viva la llama de la curiosidad y son lo suficientemente temerarios para enfrentarse a “las verdades del barquero”, les invito a aceptar el reto de su lectura… no se arrepentirán.

 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] La persistencia de la memoria, también conocido como Los relojes blandos, o Los relojes derretidos es un cuadro del pintor Salvador Dalí realizado en 1931 como fruto de su método crítico-onírico..

[2]El título del presente poema corresponde a un verso del libro «Las adivinaciones» de José Manuel Caballero Bonald.

[3] Etiquetar a los poetas para integrarlos en una taxonomía lírica puede llegar a ser una tarea mutiladora y artificiosa que siegue parte de la pluralidad y matices que tienen las obras en sí mismas. Para manumitir la labor hermenéutica de este riesgo potencial, es conveniente asumir que todo exégeta parte de las experiencias vividas y leídas que se han incrustado en alguna zona recóndita o límbica donde se desvanece la frontera entre el consciente y el inconsciente.

[4] Se ha identificado de forma recurrente la utilización a la sinestesia en poemarios anteriores de André Cruchaga (Siles, 205, 2017, 2019, 2024).