Escultura de Ricardo Llopesa
APUNTES SOBRE POESÍA
ESPAÑOLA
Por
Ricardo Llopesa
Llevamos
medio siglo esperando el resurgir de la poesía en forma de nuevo Siglo de Oro o
al menos que iguale a la generación del 27, pero ese poeta o esos poetas nuevos
todavía no han llegado. Leíamos los suplementos literarios de los fines de
semana y cada semana surgía la voz que estaba por llegar y a la semana
siguiente la anterior era superada por un nuevo nombre, hasta que dejamos de
creer en falsas promesas comerciales y terminamos por abandonar aquellas
lecturas insólitas.
Llevamos
500 años repitiendo el mismo soneto y el mismo metro, hasta el punto de
parecernos aburrido por repetitivo en su forma y vacío en su contenido. La
poesía en general ha caído en el tedio. No por falta de ideas porque las hay.
Lo que falta es coraje para abandonar la forma clásica, siempre la misma,
repitiendo el mismo metro endecasílabo desde los tiempos de Boscán como si
fuese el único. Repetimos también la idea porque no existe, nace muerta y en el
poema permanece como una pirueta o juego de palabras que comunica lo menos
esencial de la existencia como puede ser lo fatuo. Es una cuestión de formación.
Estamos saciados de clasicismo y tradición. El tema del metro ha enraizado
tanto en la cultura poética que quien se mete a poeta difícilmente puede salir
de la tradición. La métrica del endecasílabo se ha convertido en religión y de
allí no salimos porque algunos de nuestros grandes poetas han logrado
excelentes sáficos o troqueos.
En
cuanto a las ideas, estamos atados de pies y de manos. Con el siglo veinte
hemos presenciado la vuelta de lo metafísico y trascendente, hasta el punto de
que la poesía habla de aquello que está al margen de la idea crítica, social,
humana, personal o íntima, encubierto todo por un velo de misterio que deja el
poema velado o enterrado en la oscuridad. No faltan ideas, lo que pasa es que
el poeta tiene miedo a exponer sus propias ideas, políticas, religiosas,
morales o personales. La poesía del discurso preciso ha desaparecido por la
poesía de tesis. Los caminos están cerrados. A finales del siglo XIX, en 1892,
un guatemalteco que vivía en París editó en Madrid un libro de hai-kus que fue
el primero en nuestra lengua corrigiendo a Octavio Paz, quien afirma que fue el
mexicano Juan José Tablada. Mucha de la poesía actual está muy cerca del
hai-kus para alejarse de su propia identidad.
Para
comprender el problema hay que retroceder, ir más atrás, hasta los tiempos de
Boscán y Petrarca, donde nace el estigma que heredamos. España no tuvo Reforma,
no pudimos elegir el camino de la libertad. Tampoco tuvimos una reforma
literaria en el tiempo en que Luzán publicó una de las métricas más avanzadas
de su tiempo, "La poética" (Zaragoza, 1737), donde defiende
claramente la tesis de que los poetas deberían escribir metros variados, al
margen de los endecasílabos. Pero ningún
poeta lo leyó o no le hizo caso. Lo cierto es que cuando Moratín regresó
de su exilio lamentó ver la decadencia que padecía España. Estas palabras suyas
podrían aplicarse a la mayor parte de nuestra producción literaria actual:
" La poesía lírica toda era paranomasias y equívocos, laberintos, ecos,
retruécanos y cuanto desacierto es imaginable. En el género sublime: hinchazón,
oscuridad, conceptos falsos, metáforas absurdas". No hay desperdicio.
Según Moratín nadie siguió "la doctrina y el ejemplo de la Poética
de Luzán".
Todo
esto quiere decir que en la época de Luzán se escribieron poemas ajustados al
rigor de la gramática, pero muy alejados de la búsqueda o la ruptura, con
muchos abusos que la convirtieron en disparate, como las falsas verdades, muy
alejadas de la realidad, a través de laberintos anudados unos a otros,
produciendo ecos o rimas de eco en el interior del poema. Se usó mucho como
novedad el abuso de los retruécanos, esos juegos peligrosos de la palabra que
maneja con habilidad el contenido de la oración alterando sustancialmente la
idea. Este exceso, por supuesto, daba origen a la hinchazón del poema, la
oscuridad y el caos. El mensaje era mesiánico, pero con despropósitos apoyado
en conceptos falsos producidos por la imaginación, a través de metáforas
absurdas abiertas como flores, por lo general estrambóticas, lo que para la
época parecía ser el hallazgo del poeta. En poesía no se puede mentir. En su
poema García Lorca habla de que tiró limones al río y quedó color de oro, a lo
que un crítico venezolano comentó que el poeta estaba equivocado porque el limón
es verde. Los dos tenían razón porque según el país el limón cambia de color.
Llegado
el momento de una nueva renovación literaria con el Modernismo los poetas
dieron la espalda, con la excepción de unos pocos que produjeron frutos
excelentes como Valle-Inclán, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Era la hora
de la modernización de todas las lenguas cultas de Europa, pero los poetas
entonces representativos, todos ellos los hombres mayores de finales del XIX,
vieron aquello como un fenómeno devastador encabezado por un indio (Rubén
Darío) en busca de laureles que daba al verso un golpe como ahora el rock. Don
Juan Valera dijo que ya estaba bien de influencias francesas, que ya habíamos
tenido mucha. Unamuno dijo que en lugar de europeizarnos los españoles tenían
los europeos que españolizarse. Tuvimos un 98 más preocupado por la moral
cristiana que por el porvenir de la lengua y el lenguaje literario.
A
la sombra de ideas todavía caducas entramos en el siglo XX. Si el 27 surgió fue
gracias a poetas como Juan Ramón y Antonio Machado que habían experimentado en
sus propias carnes el Modernismo y la dosis de libertad de pensamiento para
guiar los primeros pasos de una poesía que no se ha repetido.
El
problema tiene dos cabezas: el problema de la forma y el problema de la idea.
Pero el problema principal lo arrastramos nosotros en los prejuicios infundidos
por la moral cristiana que nos enseñó desde niños el respeto a lo viejo por
sagrado, con tal de mantenerse intocable e inamovible, a la par del ejército. Nos
ha faltado la fuerza suficiente para revelarnos contra unos principios caducos,
también porque el control sobre las ideas ha sido un papel que ha desempeñado
la iglesia y el estado. Los programas de educación y comunicación de ideas han
sido siempre manipulados por los mismos. Carecemos de ideas propias. Los
señores encargados de mutilarnos la libertad de ideas son los mismos desde hace
medio milenio. Nuestra cultura está en crisis desde que nació, hija de la
religión y el feudalismos, y no hemos hecho nada por cambiar el curso de su
historia. Bécquer ocupa el mismo lugar de romántico desde que se le ocurrió al
primer gramático, pese a su poesía moderna que nada tiene que ver con el listón
de poetas del Romanticismo, ni su escritura breve, rota, con el sello de otro
ritmo y tono.
A
la hora del Modernismo nuestros poetas no estuvieron atentos a los cambios que
la literatura experimentaba en Europa. La religión no estaba para reformas ni
permitir la entrada de ideas vanguardistas y libertinas. Rubén Darío ha sido
leído hasta la saciedad, sus poemas han sido declamados y se sigue leyendo.
Pero la crítica literaria es una en España y otra en Latinoamérica. A partir de
él, en América surgió un cuadro de escritores que han escrito verdaderas obras
literarias. En España la crítica oficial, entiéndase por oficial los guardianes
de la censura, nos han ofrecido un Rubén Darío hueco y vacío, que habla de
princesas y príncipes que no deben interesarnos. El modernismo en España, a
nivel de manuales y libros de texto, significó la poesía superficial y
preciosista. Por el contrario, Darío fue un poeta social que supo envolver de
belleza la miseria humana. La princesa del poema “Sonatina” de Prosas
Profanas no es tal, es una joven encerrada por sus padres entre oros,
prisionera de sus sueños y que no alcanzará la libertad hasta que no pase a
otras manos seguras que será su príncipe azul. Es una crítica al machismo
imperante en la época. El título del libro es sacrílego para la época: se
refiere a las prosas que durante la misa se leen o cantan después del
aleluya, y en lugar de ser sagradas son profanas
Azul...,
el primer libro del modernismo, de 1888, es un alegato contra la miseria, pero
envuelto en una estética de belleza tal que nada tiene que ver con el
contenido. Pero desde la estética de la belleza hasta lo más horrible como el
hambre, todo parece bello en el libro.
Este
arte de tejido imbricado entre lo uno y lo otro —forma e idea— fue lo que faltó
en España, no se leyó o se leyó poco y mal entre los poetas. Leer el Modernismo
tiene sus principios como leer a Quevedo. Es el caso de Borges. Aleixandre
llegó a la poesía tras descubrir a Darío en una antología que le regaló Dámaso
Alonso.
Nos
ha faltado valor para romper con las ideas preconcebidas porque desde niños hemos
aprendido la única lección en el cuaderno de la moral y el respeto al
pensamiento de los mayores, hasta el punto de que hemos nacido viejos. ¿Dónde
está la juventud?
Cuando
Rubén Darío publicó en Madrid su célebre poema la “Marcha triunfal” en la
revista El Álbum, el 2 de junio de 1899, los jóvenes ultraconservadores
que estaban al frente del periódico madrileño Gedeón, el 14 de junio,
doce días después, publicaron el poema en verso libre “La Marcha triunfal del
pedrisco”. Un ataque burlesco que da origen a la difamación que cobró
importancia con el paso de los años, hasta el punto que a la muerte del poeta
en 1916, el papel de disolución de su prestigio era evidente.
El
proceso de exterminio de una poesía culta había dado comienzo. Se echó mano de
mucho desecho. Lo principal era eliminar el pensamiento crítico y potenciar la
espiritualidad disfrazada de pensamiento filosófico. De esta manera la
propagación de la idea nueva llegó a través de manuales y publicaciones que
llegaron hasta los pueblos más remotos de la geografía.
Aquellos
jóvenes apasionados, defensores de la soberanía del cristianismo escribieron
sin darse cuenta y por primera vez el verso libre, que por libre no es
permisible aún hoy. A ello contribuyó uno de sus más fervientes defensores que
publicó el Tenerio Modernista (1904) un libro exageradamente ridículo
que tuvo la virtud de convertir el castellano en una jerga incomprensible. Las
misiones religiosas lo llevaron por el mundo hispánico como escudo contra el
modernismo, de tal manera que en Nicaragua pronto se dio un poema titulado
“Chinfonía burguesa” y en Rayuela de Cortázar, que no tiene nada de
clerical sino de literato, figura un capítulo que copia su estilo. En españa
sus huellas son muy visibles, casi directas, aparece en el Gregerismo (1910) de
Gómez de la Serna, y más tarde en el movimiento que tomó el nombre de Postismo
(1945) al frente de Chicharro, Carriedo y Ory.
Sin
ideas claras no se puede dar la poesía. Con la llegada de la Dictadura se
implantaron en España nuevamente las ideas del 98. Su teórico más liberal, José
Ortega y Gasset, defendió la teoría del buen burgués sentado en el sillón de la
aristocracia. De entonces a hoy hemos padecido el mal de la oscuridad, con la
excepción de los grandes poetas. El problema es más grave de lo que parece a
simple vista. Hace medio siglo se decía: "Cuando muera Franco surgirá la
buena literatura". Murió Franco, llegó la democracia y con ella la
libertad pero la poesía nueva no da visos de moderna ni de nueva.
El
asedio contra el modernismo fue incesante. Se contaron más de una y mil sátiras
todas a cual más irrisorias sobre la figura de los modernistas y el movimiento,
principalmente en torno de Rubén Darío. Uno de los fieles seguidores del
modernismo, Juan Ramón Jiménez fue apodado “lilista”. Con la Dictadura el
terreno fue favorable a su aniquilación y la poesía se escribió bajo el control
de la censura que poco a poco fue convirtiéndose en autocensura, y con ella la
libertad quedó aniquilada o autoaniquilada.
Los
poetas de los años 50 cansados de la dictadura (Blas de Otero, Zelaya o José
Hierro) escribieron una obra coherente y de calidad que alcanzó eco más allá de
las fronteras, pero la dictadura se empeñó en formar todo un aparato de
destrucción a través de los críticos de mayor difusión, y los lectores
terminaron por aceptar la etiqueta de panfletarios, que fue la manera de
definir el discurso marxista. Por otra parte estaban los poetas de la
sobrevivencia (José Luis Hidalgo, Caballero Bonald o Brines) que tenían que
acatar a regañadientes los principios del Movimiento Nacional, a través de una
poesía íntima, ligada a la pena de aceptar la resignación. Pero todos
escribieron de rodillas entre el fusil y el Cristo. Hay nombres muy destacados
que sobreviven hasta nuestros días. Fue el movimiento más brillante después del
27.
Con
la llegado del grupo de poetas del 70, llamados los novísimos, se cierra el
siglo XX, se avanza en las formas más que en el fondo y se le supone un
movimiento con similitudes parecidas al modernismo en lo formal. Con ellos la
poesía española recobra vigor, son los verdaderos estetas de la palabra, pero
todo ese enorme esfuerzo ha tenido pocos continuadores porque los poetas
españoles posteriores a ellos todavía siguen a Lorca y a Miguel Hernández,
quizá porque la calidad la miran a través de la tragedia. Fue un movimiento que
se puede codear con los poetas del 27, nació del inconformismo de Gimferrer y
alcanzó su cúspide con la poética de Jaime Siles. Quizá un día alguien resucite
la poesía de todos ellos y la etiquete como una renovada generación que todavía
no ha terminado de dar sus mejores frutos.
Como
podemos apreciar los poetas españoles del siglo XX han sido unos verdaderos
artífices de la forma, pero no del pensamiento o las ideas, que es lo que el
poeta deber ser, un conductor de la palabra y las corrientes del pensamiento.
La autocensura dura más allá de la dictadura porque la censura es una marca o
un sello impreso en la mente de quien escribe. Hay libertad formal, pero no
compromiso de ideas. El mensaje político, la crítica o el inconformismo social
son temas vedados, como el aborto, el sexo o la religión. Es como si el poeta
viviera en el mejor de los mundos dando su canto a la primavera o a las cosas
más tribales, de espalda a la realidad, cuando la misión del poeta es dejar un
testimonio social de su tiempo.
Puestas
las cosas así debemos reconocer la carencia de una poesía en verso libre,
totalmente liberado del verso libre métrico que ya hizo hace más de un siglo el
poeta boliviano Ricardo Jaimes Freire. Además de libre esa poesía debe
establecer una lucha de equilibrio entre la palabra y el contenido en busca del
ritmo, pero que sea libre como el rock, sin un principio establecido que
nuevamente conduzca a lo monocorde como en el verso métrico. Cada poeta podría
tener su propio ritmo, que es como decir su propio tono, lo que caracteriza y
distingue a un poeta de los demás. A la vez, cada poeta debería tener su propia
temática y desarrollarla según la capacidad de fuerza de esa idea, lo arraigada
que esté en él o la convicción con que la exponga. Ese sería el mayor reto de
la poesía española, pero resulta difícil porque el poeta tiene que ser sincero
y, después de haber padecido una educación de ocultamiento es casi imposible
ser sincero.
La
crítica de Moratín sobre los excesos de la poesía del siglo XVIII:
“paranomasias y equívocos, laberintos, ecos, retruécanos y cuanto desacierto es
imaginable”, así como la “hinchazón, oscuridad, conceptos falsos, metáforas
absurdas", sigue viva. Urge la reflexión de los poetas, tenemos poesía
pero carecemos de un gran poeta con voz original que nos guíe. Hasta ahora
quienes han trabajado la forma han creado filigranas talladas en palabras pero
ha fallado el contenido. La uniformidad ha agotado el discurso y el discurso ha
quedado agotado en su monotonía.
El
reto está en la reflexión. Nuestra poesía vive alejada de sus propios
conflictos, al margen de la sociedad, la niega y los lectores la rehuyen. El
Hip-hop, el Rap y las letras de sus canciones están a años luz de nuestra
poesía todavía rebozada de clasicismo intolerante, rancio por viejo, en estado
de caducidad como las teorías métricas de Petrarca.
Cuando
las generaciones nuevas salen de las aulas de la Universidad lo hacen nutridas
de ideas viejas, ya caducas, impregnados del autor sobre quien escriben el
mamotreto de la tesis doctoral, y el ciclo vuelve a comenzar. Esperemos que las
nuevas generaciones, nacidas en otro tiempo y bajo circunstancias distintas,
puedan darse cuenta de esta realidad y reaccionar a tiempo. Es una frontera
difícil de establecer porque las aulas terminan por ser la misma repetición año
tras año y mientras los sagrados conductores del pensamiento sigan manipulando
los hilos de la libertad de pensar seguiremos escribiendo poesía de modorra y
bostezo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario