MARÍA ÁNGELES CHAVARRÍA
Por Ricardo Llopesa
María
Ángeles Chavarría tenía treinta y tres años, no era una adolescente ni mucho
menos, pero parecía una colegiala de cartera y uniforme. Frente a ella nacía
una mirada ingenua e inocente. El título de su primer libro venía a concretar
el carácter lúcido de su pensamiento, su modo de ver más allá de ella y dentro
de ella misma. Eso resumía, desde el punto de vista interior y objetivamente,
aquel libro ya lejano en el tiempo, "La mirada de alguien sin importancia"
(1999).
Ese
mismo año publicó dos libros más de poesía y otro de cuentos, que venían a
confirmar su fuerza intelectual y su energía sorprendente. Hasta hoy, con
muchos más libros publicados, sigue teniendo esa mirada diáfana e inocente, esa
luz propia que impone la creatividad, entre la perversión y las buenas
intenciones, propia de los grandes escritores.
Después
de su segunda novela "El anónimo" (2005) la dirección de su obra ha
dado un giro radical. En lugar de caminar sobre las huellas literarias a que
nos tenía acostumbrados, sin salir de la misma trayectoria, ha pasado a la
investigación. Es decir, el ensayo asumido desde la seriedad más dura, el
fantasma de la madurez. Su entrada a la psicología social y el marketing lo dio
con el libro "Controla tu tiempo, controla tu vida" (2007), hasta dar
el paso definitivo al estudio de la literatura de niños y adolescentes,
incluyendo libros de texto o su último título, "Aventuras literarias. Las
extrañas notas del presidiario" (2013).
La
voluntad de esta escritora entregada a la literatura, que se mueve entre la
voluntad y la confianza, demuestra que María Ángeles Chavarría hace cierta la
máxima de que una persona puede mover de sitio la montaña si así se lo propone.
El mundo está hecho de Sísifos. Ella nació en Jérica, entre montes que miran al
horizonte, bien pudo montar el Pegaso fogoso que vuela y con los ojos del
porvenir mirar hacia adelante y los ojos de atrás mirar el pasado con en las
dos caras de Juno.
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