VARGAS LLOSA Y LA RELECTURA DE LA HUELLA
Universidad Nacional de Costa Rica
El problema por investigar se centra en un análisis textual que evidencie la significativa pérdida de identidad por parte de Cuéllar, -Pichula o Pichulita-, personaje del relato “Los Cachorros”, quien carece de su falo, a consecuencia del feroz ataque del perro Judas, en el colegio Champagnat de Miraflores, en Lima, Perú.
El tema en estudio será abordado desde la perspectiva de la deconstrucción, con base en los alcances teóricos de Jacques Derrida, quien propone un modo de lectura donde se invierten los valores del sistema jerárquico y provoca un intercambio de propiedades discursivas. Las lecturas llevan a la crítica a buscar puntos de condensación, donde un término simple reúna diferentes líneas argumentales o conjunto de valores que figuran en oposiciones y son esenciales para el texto.
Las lecturas deconstruccionistas procuran simplificar las decisiones sobre la referencialidad, elemento que no se puede omitir, ya que siempre reaparece. Desde ese enfoque, se hará el análisis de conceptos básicos como el logo, fono y falocentrismo, para detener nuestro análisis en una relectura de la huella o de la traza. Se sabe, además, que la deconstrucción no aclara los textos, sino que investiga las relaciones textuales del mundo global. Para Derrida, cada texto es una máquina con múltiples cabezas de lectura.
Este trabajo interpretativo sobre “Los Cachorros”, del peruano Mario Vargas llosa, pretende establecer los mecanismos intrínsecos de la deconstrucción, relacionados con el modo como Cuéllar cae en un vacío de identidad y en miedos falogocéntricos, al sufrir la castración, huella de lo descalifica como hombre y restringe, tanto su palabra como su poder, dentro de los esquemas patriarcales de la sociedad selectiva que le correspondió vivir durante su corta y tormentosa existencia.
Se selecciona el relato “los Cachorros”, donde se intenta identificar las marcas textuales inmanentes, relacionadas con la traza que causa, en Cuellar, el vacío de su falo y su incidencia, tanto en su personalidad como en su redimensión con los otros. Partimos de la siguiente hipótesis: ¿es la ausencia fálica de Cuéllar, la huella que lo margina en relación con la otredad?
El trabajo establece la relación textual práctica y significativa, a partir de cinco elementos, algunos de ellos, tratados por la crítica literaria feminista, a saber: casualidad, logo, fono, falocentrismo, así como huella o ausencia. Se sabe que, para la deconstrucción, la unidad de estos principios metodológicos se asocia con figuras problemáticas y nunca con mundos o finales felices.
Cada elemento será focalizado desde el propio texto narrativo, porque el deconstruccionismo, posibilita el texto global: establece la búsqueda de conexiones, correlaciones y contextos, en una práctica de juegos de significación, donde el propio texto aporta imágenes y argumentos para subvertir las presuposiciones de los lectores, lo cual permite descubrir la lógica de un significado mediante un número de trabajos o estructuras. Jacques Derrida lo denomina archiescritura (gram) donde todo es posible.
El fenómeno literario ha sido una práctica discursiva desde siempre. Cada teoría literaria establece sus alcances teórico-metodológicos, para su abordaje técnico. La literatura es un trabajo social, que compete al ser humano y precisa una serie de estructuraciones sociales, ideológicas, políticas, o económicas, pero, sobre todo, discursivas.
La deconstrucción orienta su interés en la mismidad del texto y establece un enfoque sobre los rasgos básicos dichos, que serán analizados a la luz del relato “Los Cachorros”, de Mario Vargas llosa, a quien pude conocer y escuchar en el Teatro Nacional de Costa Rica, hace varios años. En este momento, leo su voluminosa novela “La Fiesta del Chivo”, que consta de 569 páginas y trata sobre la realidad sociopolítica de Republica Dominicana, país que tuve la feliz oportunidad en conocer en 1986, durante la presentación de mi libro “Realidad, Mito y Dolor”, publicado por la Biblioteca Nacional de ese hermano país caribeño, gracias a la invitación de su director, en ese entonces, el poeta y diplomático Cándido Gerón Araujo. El autor peruano acaba de lanzar al mercado editorial su mas reciente producción narrativa “El sueño del celta” (2010). Mario Vargas Llosa acaba de ganar el Premio Nobel de literatura y sus lectores nos sentimos felices de dicha distinción.
El principio de la casualidad marca la esencia temporal de la causa frente al efecto, sin embargo, los deconstruccionistas invierten la posición jerárquica y consideran que ambas pueden funcionar como origen. El logocentrismo se presenta cuando la palabra hablada (oralidad) o el conocimiento centraliza su interés discursivo y determina el ser del ente como presencia. El fonocentrismo le confiere importancia a la voz, que se convierte en una metáfora de la verdad y la autenticidad. El falocentrismo oriente su enfoque en la presencia del falo, como signo de poder- falocrático-, lo que presupone poseer, entonces, tanto la voz como la palabra – falogocentrismo-. La carencia o huella plantea una condición problematizadora para Cuéllar, porque le crea un cuadro pánico, una situación límite, que lo obliga a modificar sus conductas, tanto personales como sociales.
El principio de la casualidad analiza como incide la castración de Cuéllar y los efectos de esa traza, tanto en su comportamiento como en su actuación social. La mordedura del perro Judas a Cuéllar es la causa que provoca su castración, si no se hubiese presentado esa involución causa/efecto, Cuéllar habría alcanzado sus objetivos de vida por la solvencia económica de sus padres, quienes, a partir de ese momento, lo atienden y miman con mayor frecuencia.
La castración lo aísla de su núcleo social y marca una situación límite que lo va estrechando en la marginalidad de su juventud. La castración se convierte, a su vez, en el origen de otros efectos: la mentira, cambios de actitud, imposición del apodo, los padres intentan llenar el vacío de Cuéllar con lujos y regalos, él se desinteresa por los estudios, las mujeres y la vida y, por ello, surge la muerte como un elemento disociador del paradigma social.
Asimismo, lo refleja el hecho de asumir cambios de conducta en sus relaciones interpersonales: acepta, de modo pasivo, el apodo de Pichulita, con el que Gumucio le sustituye su nombre propio. Ese apelativo lo llevará el personaje hasta el final del relato y significa una señalización, o bien, una marca semántica descalificadora, por cuanto agrega un estigmatización e involuciona, a causa de una ausencia –su miembro viril-. Sin identidad sexual, Cuéllar es un disminuido, un minusválido que asume conductas delictivas y de exhibicionismo compensatorios, como una vía de escape.
La deconstrucción le confiere importancia a la causa, en este caso, “Pichulita” acepta el apodo irónico que es recurrente en su condición de castrado y lo inscribe como parte de su problemática identidad vacía: desidentidad, que irá conformando, poco a poco, la textualidad de significación, tanto en el texto como en el contexto del relato.
El logocentrismo plantea que la palabra ha sido un constante privilegio histórico de uso patriarcal. La cultura occidental le ha dado preeminencia a la palabra dentro de un modelo patriarcal, que asocia ese comportamiento con la voz y la conciencia. Para Derrida, significado y significante constituyen una jerarquía disimulada donde predomina el significado. Para Saussure, el significante (fonocentrismo) existe para dar acceso a lo significado (logocentrismo).
Desde esa coyuntura, recurrente desde la Antigüedad, se privilegia al hombre, dado que la palabra es poder, por lo tanto, este le pertenece a él. Es, entonces, el poder de la palabra, una de las premisas que marca el predominio de lo masculino dentro de una sociedad jerarquizada.
En ese contexto, la castración sufrida por Cuéllar, anula su logo, porque él no tiene voz en todo el relato ¿es, acaso, la retórica del silencio? Son los otros –la otredad- quienes conforman la oposición a esa ausencia de Pichulita. Cuando sus amigos le insisten en hacerse de una novia, el narrador asume el discurso indirecto, es decir, una mediación, para darnos cuenta de Pichulita: ¿Y después?, en alusión a su traza, esto es, a su diferencia. Para Emilia Macaya “un centro deja de serlo desde el momento en que lo marginal puede ocupar su lugar” (Macaya, 1997: 33).
Cuéllar no tiene el atributo logocéntrico por su carencia fálica. Sus amigos, por el contrario, lo ejercen, porque nombran. En el relato, por ejemplo, lo caracterizan como un bandido, matón, salvaje, cochino, bruto o animal. El paralelismo de la razón masculina, mediante la creación del pensamiento, es una idea que privilegia la apropiación de la palabra como canon patriarcal. El hecho que Pichulita carezca de ella, corresponde a una inversión del orden, esto es, un logo que disocia y rompe el orden semántico: alude al falo, pero se enmarca dentro de una ausencia.
El fonocentrismo hace ver que la ausencia de voz por parte de Pichulita es un elemento que ahonda su separación modélica intersubjetiva. Pichulita no posee voz, porque no tiene falo. La ausencia de ambos privilegios, históricamente masculinos, le imposibilita incorporarse en el mundo social para ejercer la intersubjetividad e, incide en su pérdida de poder social, a pesar de ser hombre. Para Derrida “la voz es una metáfora de la verdad y autenticidad, una fuente de habla viva y autopresente” (Moi, 1992: 117).
El poder de la voz se deslinda en el relato de Vargas Llosa desde diversas actuaciones: juegos, apodos, música, cartas, noviazgos, matrimonios, hijos. El gran drama de Pichulita acaece, porque él, con sus carencias, se convierte en un extraño en su propio mundo, que es su propio reclusorio: sin identidad y con un gran vacío existencial, donde se marca su diferencia, que, a su vez, lo margina del sistema social.
La timidez de Pichulita se ejemplifica cuando no se atreve a declarársele a Teresita Arrarte, quien es conquistada por Cachito Arnilla. Esta vez, Pichulita tampoco reacciona; por el contrario, apela a las excentricidades, a los signos externos: correr autos, desafiar las olas y, según el narrador; “vestir una toalla al cuello como una chalina y anteojos de sol”.
La ausencia de voz por parte de Cuéllar es un vacío semántico y semiótico, porque nulifica su presencia como sujeto. Sin discurso, Cuéllar se degrada, sus amigos se alejan de él y se avergüenza, porque lo consideran un maricón, cuando se junta con mocosos (rosquetes) de dudosa procedencia social. La reacción ante la acción de Pichulita es mirarlo, silbarlo y señalarlo: “La ausencia de voz es una carencia, negatividad o ausencia de significado” (Moi, 1995: 174).
El falocentrismo considera que el falo es el símbolo que marca la diferencia cultural entre hombres y mujeres: excluye a quienes carecen de él, estigmatiza. Jacques Lacan establece dos órdenes –el imaginario y el simbólico. El primero va paralelo con el lapso preedípico y el segundo con el periodo edípico. El orden simbólico se distingue por la presencia del lenguaje y el falo (ley del padre); en cambio, el orden imaginario es visto como un vacío, una identidad perdida.
La voz y la palabra, el falogocentrismo, que se impone sobre cualquier otra relación, es pertenencia del hombre y, como tal, implica actividad, paso, avance, forma, inteligencia, semen, poder. La castración sufrida por Pichulita, en su edad escolar, significa un emplazamiento dentro del mundo patriarcal del colegio Champagnat. Ese accidente cambia su vida acomodada y lo convierte en un extraño en su propio mundo, al extremo que lo aísla y provoca cambios conductuales, tanto en lo individual como en lo social. Él se ve obligado a ´demostrar´ una virilidad y masculinidad que no tiene.
No poseer falo representa, asimismo, perder su propio nombre por un apodo literal “Pichulita”, diminutivo de pichula, el pene de los niños. Ese sobrenombre hace referencia a una masculinidad como presencia/ausente. Ese apelativo evidencia pérdida de identidad viril, porque se estigmatiza su condición e involuciona como un disminuido, como minusválido sexual, toda vez que el nombre señala la ausencia de una cualidad, básica dentro del universo de la cultura patriarcal.
La carencia de poder fálico enfrenta a Cuéllar con situaciones límite, por ejemplo, la conquista femenina, toda vez que, según el narrador, les podría decir que sí, pero ¿y después? Es decir, hay una exigencia social para que demuestre su “hombría”, aunque sea para mantener las apariencias. Para clarificar este pasaje, podría aplicarse el cuadrado semiótico de Algirdas Juliem Greimas.
Cuando sus compañeros –Chingolo, Mañuco, Choto y Lalo- definen sus vidas, Pichulita se separa de ellos y marcha a Tingo María. Ese acto voluntario marca el entorno de su separatividad social, como personaje que involuciona.
La ausencia fálica de Cuéllar signa una pérdida de poder, de voz, de palabra. El falogocentrismo de que se ha venido hablando, el no lo posee, por lo tanto se convierte en un ser inadaptado, un ser social incompleto dentro de la sociedad, un personaje reflector que marca diferencia, descentramiento de la mismidad que cuestiona la carencia subjetiva, señal de su condición incompleta que lo enfrenta con la angustia, la soledad, la frustración y, finalmente, con la muerte. Como el falo es la ley del padre, su castración transgrede la unidad; él se ve como quien no es, quien ha perdido su autoestima y se convierte, en un individuo en repliegue, sin falo –como significante privilegiado-, desde el momento del fatídico accidente corporal.
La huella o ausencia, evidencia en la castración de patriarcal, toda vez que confieren poder al hombre, en menoscabo de la condición femenina, sin embargo, en Cuéllar, la carencia de los tres elementos preciados significa un repliegue en sí mismo, lo cual provoca su crisis de identidad, que se ahonda como nostalgia o evocación de la huella.
Sin falo, Cuéllar se aliena. Lacan formula ese planteamiento en la expresión “Soy el que ha perdido”. Su búsqueda es interior, pero su señalización y rechazo operan en el plano exterior, porque hubiera entablado relaciones sentimentales y sexuales con las mujeres, su patrón de vida hubiese seguido el esquema social de sus compañeros. En “Los cachorros” era el siguiente: hombres hechos y derechos, todos con mujer, carro e hijos que estudiaban en el Champagnat o el Santa María, con una casita de verano en las playas (Vargas Llosa, 1991: 144).
Para Aínsa: “la identidad de un individuo o de un grupo humano es una cualidad sociobiológica, independiente de la voluntad de ese individuo o de ese grupo, pero que solo tiene sentido cuando se expresa en relación con otros individuos u otros grupos humanos” (Aínsa, 1995: 28).
La preocupación por el qué dirán se resume en ¿y después?, es el trauma de la huella, tanto física como mental, que Pichulita no logra vencer y se agranda con la presencia de algunos signos relacionados con su problema, porque desde el accidente, muchos le guardan consideraciones: los hermanos del colegio lo soban por el miedo a su influyente progenitor; sus padres intentan llenar el vacío fálico del hijo con regalos y lujos. La actitud de los compañeros de Cuéllar, al aceptarlo con su ausencia de pene, se transforma, en realidad, en una marcación de la ausencia del falo; el enfrentamiento de presencia-ausencia, no es ya grupal, sino social y, más que nada, individual. Redimensiona el problema del personaje de la siguiente manera: la carencia del falo marca dos ausencias: la del hombre dentro del contexto universal y la del poder dentro de la burguesía.
Para Cuéllar, carecer de falo tiene una múltiple situación problematizadora, porque se le crea un cuadro pánico, lleno de insatisfacción, duda, angustia, recelo, incertidumbre, y se ve obligado a modificar sus conductas. El apodo que le pone Gumucio, poco después del accidente, alude a su propio vacío, a su carencia fálica –Pichulita-, una mala palabra como un marica.
La huella es, en Pichulita, la diferencia que lo marca de la otredad y, a raíz de ella, debe cambiar su vida y reformular sus relaciones interpersonales. Ese desmembramiento lo señala, sin duda, con una imagen corporal fragmentaria, que incide en su negativa autovaloración. Para Cuéllar, ser castrado es un trazo, el rompimiento de su unidad corporal, porque “el cuerpo es un blanco de poder”, al decir de Michel Foucault.
El signo ausente condiciona, entonces, una experiencia alineadora que afecta su autoimagen y su relación con la otredad, porque son los otros quienes nombran, mas Pichulita es inane, sin ese poder. Sin su falo está desposeído, incompleto y ello marca su reclusión, apartamiento o proceso de feminización –sin falo, palabra ni voz-, por lo tanto, su final es previsible. El narrador endiña: “Cuánto sufrió, qué vida tuvo, pero ese final es un hecho que se lo buscó” (Vargas Llosa, 1991: 144).
No cabe duda de que la castración de Pichulita lo induce a jugar con la vida. Su muerte se puede ver como una manera de liberarse de la estrechez mental y la exclusión que sufrió, como blanco corporal del poder patriarcal, a pesar de su estatus social burgués. Para Emilia Macaya “la huella o traza constituirá la afirmación de la diferencia, de la relacionalidad y, por lo tanto, de la relatividad” (Macaya, 1992: 22).
Las palabras descriptoras refieren lo siguiente-casualidad-: Cuéllar, desde el momento del accidente, cambia su personalidad, se aísla, se le impone un apodo descalificador, y se estigmatiza su condición como un ser castrado, huella que marca su diferencia genérica, a pesar de pertenecer a una familia limeña acomodada. La tragedia afecta la virilidad de Cuéllar, no cuando es un escolar, sino en el momento de su adolescencia. – logocentrismo-: el hecho que Cuéllar no posea falo, se asocia con su carencia de palabra, voz, poder e, inclusive, con un gradual proceso de feminización, de cambios conductuales, fobias y ensimismamiento. Por ser castrado, Pichulita no posee el privilegio de la palabra, que le es arrebatada por el sistema patriarcal jerarquizado. La otredad lo caracteriza por involución, con su poder masculinizante, en un proceso degradatorio y excluyente.
La voz es, para Cuéllar, una ausencia que ahonda su descalificación y lo conduce a planos de incertidumbre y marginalización. La ausencia de su voz provoca que acumule pérdidas afectivas y cambie su actuación, se vuelve exhibicionista y comienza un proceso de señalamiento social. Es claro, entonces, que su pérdida fálica es la causa de su vacío de poder social. La ausencia de voz le imposibilita las relaciones intersubjetivas.
La prevalencia del falo es un signo cultural de poder masculino. La castración de Cuéllar, por lo tanto, marca su exclusión del universo de las relaciones interpersonales machistas donde creció, esto es, el colegio de Champagnat de Miraflores, en Lima.. El falo impone el Orden Simbólico como ley del padre. Cuéllar, sin su falo, pierde el nombre de identidad, en él opera el mecanismo de la desidentidad y se ve emplazado a aparentar, tanto virilidad como masculinidad, pero no las tiene y esa coyuntura lo estigmatiza durante el resto de su corta vida.
La huella o vacío remite a un pasado desde el presente, que se proyecta hacia el futuro, porque es un vacío, una carencia de la cual no se puede desligar, pues descalifica a Pichulita del universo patriarcal y él se convierte en un ser alienado (del lat: alius: otro y “alienare”: hacerse otro), los seres humanos, dejan de ser ellos mismos para ser otros. Después del accidente, Pichulita pierde los privilegios falocráticos; su carencia significa un repliegue, por cuanto muestra debilidades en su vacía identidad, llena de miedos, donde refleja su histeria y su proceso de marginalización.
Igualmente, la lucha Eros- Tanatos es parte de la neurosis básica de Pichulita, y se evidencia en una autoagresión: angustia, quejas, manías, persecuciones, histeria, vanidad, simulación, desarraigo sentimental, miedos o timidez. La castración le impide a Pichulita el disfrute del privilegio falogocéntrico, la compañía femenina, las actividades con su grupo de amigos burgueses, las relaciones interpersonales, es decir, el desarrollo de una vida normal.
Consideraciones finales
• La pérdida del falo, causada por un feroz ataque del perro Judas, representa un trauma para Cuéllar, que lo marcará durante su corta vida, como un alienado, condición que nunca pudo superar.
• La propuesta teórica de la desconstrucción permite una lectura múltiple, con la presencia de estructuras profundas que tejen las redes discursivas, las cuales no aclaran el texto, sino que lo diseminan y relacionan, mas no lo definen, porque interesa el mundo global del texto. Plantea que la lectura incorrecta retiene la huella de la verdad, con base en dos principios: las lecturas de importancia incluyen pretensiones de verdad; la interpretación se estructura por el intento de captar lo que ha dejado pasar y construido mal en otras lecturas. Significa, entonces, que toda la lectura es incorrecta, porque requiere de corrección y las lecturas correctas son aquellas que son solo lecturas incorrectas concretas, no corregidas ¿parece un trabalenguas retórico?
• La hipótesis del trabajo se confirma, dado que la ausencia fálica de Cuéllar es una huella que lo margina en su relación con la otredad, para ello operan los elementos sistematizados por el orden simbólico. Su vacío fálico le impide construir una conciencia de personalidad en relación con los otros, quienes nombran, porque no tienen limitaciones de esa naturaleza.
• La concatenación de los elementos permiten establecer una interrelación en cadena, una especie de continuo, donde se advierte una unidad destructiva de la autoimagen, por lo tanto, se observa en Pichulita, una tendencia muy marcada hacia el escape, el exhibicionismo o el suicidio, señal de ello son los tres accidentes previos, hasta que encuentra la muerte, ya previsible, en las traicioneras curvas de Pasamayo.
• La castración de Cuéllar lo transforma y el texto marca ese recorrido, desde la imposición del apodo, Pichulita, que lo estigmatiza: a partir de ese momento se comienza a generar su proceso de crisis de identidad, por cuanto evidencia su proceso de inadaptación en el universo patriarcal de donde forma parte, porque, ahora, él se encuentra marginado del sistema jerárquico masculino, puesto que, según la teoría lacanina, el falo es un “significante privilegiado”.
• Pichulita, el apodo que le impone Gumucio, posee una carga semántica disociadora: por una parte, es el diminutivo de Pichula, el pene de los niños, sin embargo, por oposición, en el caso de Cuéllar, significa la carencia de falo. Se observa, por lo tanto, un proceso por inversión de la jerarquía patriarcal.
• Para Pichulita, no tener falo implica perder el estatus patriarcal de la voz y la palabra, lo cual ahonda su crisis de identidad. Puede intuirse, en una estructura discursiva profunda, un subliminal proceso de feminización que, según mi lectura, subyace en el nivel deconstruido del texto.
• La asociación falogocéntrica es una estructura cultural de poder patriarcal. El vacío fálico, en el caso de Pichulita lo excluye, y provoca su comportamiento como un ser alienado, con crisis de identificación y separatividad sociales. La castración es una huella que Cuéllar no pudo remediar, ante la imposibilidad de la operación, tampoco logró sustituir ni compensar y lo descentró en su propia mismidad. Ser castrado implicó su encerramiento. Sus amigos le espetaban –como reacción del poder logocéntrico descalificador-, que se hacía el misterioso, el interesante, el torcido, el resentido.
• Pichulita trata de llenar su carencia fálica con locuras evasivas: correr autor, su afición por el surf”, volarse los vidrios de algunas casas con la escopeta de perdigones de su padre o andar con mocosos rosquetes de dudosa reputación social. Todo el planteamiento de la castración de Cuéllar lleva a formular una relectura de su huella o vacío. Al carecer de falo, miembro que da poder en la sociedad patriarcal, Pichulita pierde los privilegios de ese significante cultural y, paralelamente, el logo y el fonocentrismo. Su cuerpo incompleto le arrebata el poder, y otros, quienes no presentan esa zonas corporales deficitarias, se encargan de estigmatizar su condición de incompletitud, por ello, él se encierra en sí mismo hasta su previsible final, la muerte que, para Freud, es el impulso de todo ser vivo para volver a un estado inorgánico.
Lic. Miguel Fajardo Korea
Universidad Nacional de Costa Rica, diciembre-2010
miguelfajardokorea@hotmail.com
El tema en estudio será abordado desde la perspectiva de la deconstrucción, con base en los alcances teóricos de Jacques Derrida, quien propone un modo de lectura donde se invierten los valores del sistema jerárquico y provoca un intercambio de propiedades discursivas. Las lecturas llevan a la crítica a buscar puntos de condensación, donde un término simple reúna diferentes líneas argumentales o conjunto de valores que figuran en oposiciones y son esenciales para el texto.
Las lecturas deconstruccionistas procuran simplificar las decisiones sobre la referencialidad, elemento que no se puede omitir, ya que siempre reaparece. Desde ese enfoque, se hará el análisis de conceptos básicos como el logo, fono y falocentrismo, para detener nuestro análisis en una relectura de la huella o de la traza. Se sabe, además, que la deconstrucción no aclara los textos, sino que investiga las relaciones textuales del mundo global. Para Derrida, cada texto es una máquina con múltiples cabezas de lectura.
Este trabajo interpretativo sobre “Los Cachorros”, del peruano Mario Vargas llosa, pretende establecer los mecanismos intrínsecos de la deconstrucción, relacionados con el modo como Cuéllar cae en un vacío de identidad y en miedos falogocéntricos, al sufrir la castración, huella de lo descalifica como hombre y restringe, tanto su palabra como su poder, dentro de los esquemas patriarcales de la sociedad selectiva que le correspondió vivir durante su corta y tormentosa existencia.
Se selecciona el relato “los Cachorros”, donde se intenta identificar las marcas textuales inmanentes, relacionadas con la traza que causa, en Cuellar, el vacío de su falo y su incidencia, tanto en su personalidad como en su redimensión con los otros. Partimos de la siguiente hipótesis: ¿es la ausencia fálica de Cuéllar, la huella que lo margina en relación con la otredad?
El trabajo establece la relación textual práctica y significativa, a partir de cinco elementos, algunos de ellos, tratados por la crítica literaria feminista, a saber: casualidad, logo, fono, falocentrismo, así como huella o ausencia. Se sabe que, para la deconstrucción, la unidad de estos principios metodológicos se asocia con figuras problemáticas y nunca con mundos o finales felices.
Cada elemento será focalizado desde el propio texto narrativo, porque el deconstruccionismo, posibilita el texto global: establece la búsqueda de conexiones, correlaciones y contextos, en una práctica de juegos de significación, donde el propio texto aporta imágenes y argumentos para subvertir las presuposiciones de los lectores, lo cual permite descubrir la lógica de un significado mediante un número de trabajos o estructuras. Jacques Derrida lo denomina archiescritura (gram) donde todo es posible.
El fenómeno literario ha sido una práctica discursiva desde siempre. Cada teoría literaria establece sus alcances teórico-metodológicos, para su abordaje técnico. La literatura es un trabajo social, que compete al ser humano y precisa una serie de estructuraciones sociales, ideológicas, políticas, o económicas, pero, sobre todo, discursivas.
La deconstrucción orienta su interés en la mismidad del texto y establece un enfoque sobre los rasgos básicos dichos, que serán analizados a la luz del relato “Los Cachorros”, de Mario Vargas llosa, a quien pude conocer y escuchar en el Teatro Nacional de Costa Rica, hace varios años. En este momento, leo su voluminosa novela “La Fiesta del Chivo”, que consta de 569 páginas y trata sobre la realidad sociopolítica de Republica Dominicana, país que tuve la feliz oportunidad en conocer en 1986, durante la presentación de mi libro “Realidad, Mito y Dolor”, publicado por la Biblioteca Nacional de ese hermano país caribeño, gracias a la invitación de su director, en ese entonces, el poeta y diplomático Cándido Gerón Araujo. El autor peruano acaba de lanzar al mercado editorial su mas reciente producción narrativa “El sueño del celta” (2010). Mario Vargas Llosa acaba de ganar el Premio Nobel de literatura y sus lectores nos sentimos felices de dicha distinción.
El principio de la casualidad marca la esencia temporal de la causa frente al efecto, sin embargo, los deconstruccionistas invierten la posición jerárquica y consideran que ambas pueden funcionar como origen. El logocentrismo se presenta cuando la palabra hablada (oralidad) o el conocimiento centraliza su interés discursivo y determina el ser del ente como presencia. El fonocentrismo le confiere importancia a la voz, que se convierte en una metáfora de la verdad y la autenticidad. El falocentrismo oriente su enfoque en la presencia del falo, como signo de poder- falocrático-, lo que presupone poseer, entonces, tanto la voz como la palabra – falogocentrismo-. La carencia o huella plantea una condición problematizadora para Cuéllar, porque le crea un cuadro pánico, una situación límite, que lo obliga a modificar sus conductas, tanto personales como sociales.
El principio de la casualidad analiza como incide la castración de Cuéllar y los efectos de esa traza, tanto en su comportamiento como en su actuación social. La mordedura del perro Judas a Cuéllar es la causa que provoca su castración, si no se hubiese presentado esa involución causa/efecto, Cuéllar habría alcanzado sus objetivos de vida por la solvencia económica de sus padres, quienes, a partir de ese momento, lo atienden y miman con mayor frecuencia.
La castración lo aísla de su núcleo social y marca una situación límite que lo va estrechando en la marginalidad de su juventud. La castración se convierte, a su vez, en el origen de otros efectos: la mentira, cambios de actitud, imposición del apodo, los padres intentan llenar el vacío de Cuéllar con lujos y regalos, él se desinteresa por los estudios, las mujeres y la vida y, por ello, surge la muerte como un elemento disociador del paradigma social.
Asimismo, lo refleja el hecho de asumir cambios de conducta en sus relaciones interpersonales: acepta, de modo pasivo, el apodo de Pichulita, con el que Gumucio le sustituye su nombre propio. Ese apelativo lo llevará el personaje hasta el final del relato y significa una señalización, o bien, una marca semántica descalificadora, por cuanto agrega un estigmatización e involuciona, a causa de una ausencia –su miembro viril-. Sin identidad sexual, Cuéllar es un disminuido, un minusválido que asume conductas delictivas y de exhibicionismo compensatorios, como una vía de escape.
La deconstrucción le confiere importancia a la causa, en este caso, “Pichulita” acepta el apodo irónico que es recurrente en su condición de castrado y lo inscribe como parte de su problemática identidad vacía: desidentidad, que irá conformando, poco a poco, la textualidad de significación, tanto en el texto como en el contexto del relato.
El logocentrismo plantea que la palabra ha sido un constante privilegio histórico de uso patriarcal. La cultura occidental le ha dado preeminencia a la palabra dentro de un modelo patriarcal, que asocia ese comportamiento con la voz y la conciencia. Para Derrida, significado y significante constituyen una jerarquía disimulada donde predomina el significado. Para Saussure, el significante (fonocentrismo) existe para dar acceso a lo significado (logocentrismo).
Desde esa coyuntura, recurrente desde la Antigüedad, se privilegia al hombre, dado que la palabra es poder, por lo tanto, este le pertenece a él. Es, entonces, el poder de la palabra, una de las premisas que marca el predominio de lo masculino dentro de una sociedad jerarquizada.
En ese contexto, la castración sufrida por Cuéllar, anula su logo, porque él no tiene voz en todo el relato ¿es, acaso, la retórica del silencio? Son los otros –la otredad- quienes conforman la oposición a esa ausencia de Pichulita. Cuando sus amigos le insisten en hacerse de una novia, el narrador asume el discurso indirecto, es decir, una mediación, para darnos cuenta de Pichulita: ¿Y después?, en alusión a su traza, esto es, a su diferencia. Para Emilia Macaya “un centro deja de serlo desde el momento en que lo marginal puede ocupar su lugar” (Macaya, 1997: 33).
Cuéllar no tiene el atributo logocéntrico por su carencia fálica. Sus amigos, por el contrario, lo ejercen, porque nombran. En el relato, por ejemplo, lo caracterizan como un bandido, matón, salvaje, cochino, bruto o animal. El paralelismo de la razón masculina, mediante la creación del pensamiento, es una idea que privilegia la apropiación de la palabra como canon patriarcal. El hecho que Pichulita carezca de ella, corresponde a una inversión del orden, esto es, un logo que disocia y rompe el orden semántico: alude al falo, pero se enmarca dentro de una ausencia.
El fonocentrismo hace ver que la ausencia de voz por parte de Pichulita es un elemento que ahonda su separación modélica intersubjetiva. Pichulita no posee voz, porque no tiene falo. La ausencia de ambos privilegios, históricamente masculinos, le imposibilita incorporarse en el mundo social para ejercer la intersubjetividad e, incide en su pérdida de poder social, a pesar de ser hombre. Para Derrida “la voz es una metáfora de la verdad y autenticidad, una fuente de habla viva y autopresente” (Moi, 1992: 117).
El poder de la voz se deslinda en el relato de Vargas Llosa desde diversas actuaciones: juegos, apodos, música, cartas, noviazgos, matrimonios, hijos. El gran drama de Pichulita acaece, porque él, con sus carencias, se convierte en un extraño en su propio mundo, que es su propio reclusorio: sin identidad y con un gran vacío existencial, donde se marca su diferencia, que, a su vez, lo margina del sistema social.
La timidez de Pichulita se ejemplifica cuando no se atreve a declarársele a Teresita Arrarte, quien es conquistada por Cachito Arnilla. Esta vez, Pichulita tampoco reacciona; por el contrario, apela a las excentricidades, a los signos externos: correr autos, desafiar las olas y, según el narrador; “vestir una toalla al cuello como una chalina y anteojos de sol”.
La ausencia de voz por parte de Cuéllar es un vacío semántico y semiótico, porque nulifica su presencia como sujeto. Sin discurso, Cuéllar se degrada, sus amigos se alejan de él y se avergüenza, porque lo consideran un maricón, cuando se junta con mocosos (rosquetes) de dudosa procedencia social. La reacción ante la acción de Pichulita es mirarlo, silbarlo y señalarlo: “La ausencia de voz es una carencia, negatividad o ausencia de significado” (Moi, 1995: 174).
El falocentrismo considera que el falo es el símbolo que marca la diferencia cultural entre hombres y mujeres: excluye a quienes carecen de él, estigmatiza. Jacques Lacan establece dos órdenes –el imaginario y el simbólico. El primero va paralelo con el lapso preedípico y el segundo con el periodo edípico. El orden simbólico se distingue por la presencia del lenguaje y el falo (ley del padre); en cambio, el orden imaginario es visto como un vacío, una identidad perdida.
La voz y la palabra, el falogocentrismo, que se impone sobre cualquier otra relación, es pertenencia del hombre y, como tal, implica actividad, paso, avance, forma, inteligencia, semen, poder. La castración sufrida por Pichulita, en su edad escolar, significa un emplazamiento dentro del mundo patriarcal del colegio Champagnat. Ese accidente cambia su vida acomodada y lo convierte en un extraño en su propio mundo, al extremo que lo aísla y provoca cambios conductuales, tanto en lo individual como en lo social. Él se ve obligado a ´demostrar´ una virilidad y masculinidad que no tiene.
No poseer falo representa, asimismo, perder su propio nombre por un apodo literal “Pichulita”, diminutivo de pichula, el pene de los niños. Ese sobrenombre hace referencia a una masculinidad como presencia/ausente. Ese apelativo evidencia pérdida de identidad viril, porque se estigmatiza su condición e involuciona como un disminuido, como minusválido sexual, toda vez que el nombre señala la ausencia de una cualidad, básica dentro del universo de la cultura patriarcal.
La carencia de poder fálico enfrenta a Cuéllar con situaciones límite, por ejemplo, la conquista femenina, toda vez que, según el narrador, les podría decir que sí, pero ¿y después? Es decir, hay una exigencia social para que demuestre su “hombría”, aunque sea para mantener las apariencias. Para clarificar este pasaje, podría aplicarse el cuadrado semiótico de Algirdas Juliem Greimas.
Cuando sus compañeros –Chingolo, Mañuco, Choto y Lalo- definen sus vidas, Pichulita se separa de ellos y marcha a Tingo María. Ese acto voluntario marca el entorno de su separatividad social, como personaje que involuciona.
La ausencia fálica de Cuéllar signa una pérdida de poder, de voz, de palabra. El falogocentrismo de que se ha venido hablando, el no lo posee, por lo tanto se convierte en un ser inadaptado, un ser social incompleto dentro de la sociedad, un personaje reflector que marca diferencia, descentramiento de la mismidad que cuestiona la carencia subjetiva, señal de su condición incompleta que lo enfrenta con la angustia, la soledad, la frustración y, finalmente, con la muerte. Como el falo es la ley del padre, su castración transgrede la unidad; él se ve como quien no es, quien ha perdido su autoestima y se convierte, en un individuo en repliegue, sin falo –como significante privilegiado-, desde el momento del fatídico accidente corporal.
La huella o ausencia, evidencia en la castración de patriarcal, toda vez que confieren poder al hombre, en menoscabo de la condición femenina, sin embargo, en Cuéllar, la carencia de los tres elementos preciados significa un repliegue en sí mismo, lo cual provoca su crisis de identidad, que se ahonda como nostalgia o evocación de la huella.
Sin falo, Cuéllar se aliena. Lacan formula ese planteamiento en la expresión “Soy el que ha perdido”. Su búsqueda es interior, pero su señalización y rechazo operan en el plano exterior, porque hubiera entablado relaciones sentimentales y sexuales con las mujeres, su patrón de vida hubiese seguido el esquema social de sus compañeros. En “Los cachorros” era el siguiente: hombres hechos y derechos, todos con mujer, carro e hijos que estudiaban en el Champagnat o el Santa María, con una casita de verano en las playas (Vargas Llosa, 1991: 144).
Para Aínsa: “la identidad de un individuo o de un grupo humano es una cualidad sociobiológica, independiente de la voluntad de ese individuo o de ese grupo, pero que solo tiene sentido cuando se expresa en relación con otros individuos u otros grupos humanos” (Aínsa, 1995: 28).
La preocupación por el qué dirán se resume en ¿y después?, es el trauma de la huella, tanto física como mental, que Pichulita no logra vencer y se agranda con la presencia de algunos signos relacionados con su problema, porque desde el accidente, muchos le guardan consideraciones: los hermanos del colegio lo soban por el miedo a su influyente progenitor; sus padres intentan llenar el vacío fálico del hijo con regalos y lujos. La actitud de los compañeros de Cuéllar, al aceptarlo con su ausencia de pene, se transforma, en realidad, en una marcación de la ausencia del falo; el enfrentamiento de presencia-ausencia, no es ya grupal, sino social y, más que nada, individual. Redimensiona el problema del personaje de la siguiente manera: la carencia del falo marca dos ausencias: la del hombre dentro del contexto universal y la del poder dentro de la burguesía.
Para Cuéllar, carecer de falo tiene una múltiple situación problematizadora, porque se le crea un cuadro pánico, lleno de insatisfacción, duda, angustia, recelo, incertidumbre, y se ve obligado a modificar sus conductas. El apodo que le pone Gumucio, poco después del accidente, alude a su propio vacío, a su carencia fálica –Pichulita-, una mala palabra como un marica.
La huella es, en Pichulita, la diferencia que lo marca de la otredad y, a raíz de ella, debe cambiar su vida y reformular sus relaciones interpersonales. Ese desmembramiento lo señala, sin duda, con una imagen corporal fragmentaria, que incide en su negativa autovaloración. Para Cuéllar, ser castrado es un trazo, el rompimiento de su unidad corporal, porque “el cuerpo es un blanco de poder”, al decir de Michel Foucault.
El signo ausente condiciona, entonces, una experiencia alineadora que afecta su autoimagen y su relación con la otredad, porque son los otros quienes nombran, mas Pichulita es inane, sin ese poder. Sin su falo está desposeído, incompleto y ello marca su reclusión, apartamiento o proceso de feminización –sin falo, palabra ni voz-, por lo tanto, su final es previsible. El narrador endiña: “Cuánto sufrió, qué vida tuvo, pero ese final es un hecho que se lo buscó” (Vargas Llosa, 1991: 144).
No cabe duda de que la castración de Pichulita lo induce a jugar con la vida. Su muerte se puede ver como una manera de liberarse de la estrechez mental y la exclusión que sufrió, como blanco corporal del poder patriarcal, a pesar de su estatus social burgués. Para Emilia Macaya “la huella o traza constituirá la afirmación de la diferencia, de la relacionalidad y, por lo tanto, de la relatividad” (Macaya, 1992: 22).
Las palabras descriptoras refieren lo siguiente-casualidad-: Cuéllar, desde el momento del accidente, cambia su personalidad, se aísla, se le impone un apodo descalificador, y se estigmatiza su condición como un ser castrado, huella que marca su diferencia genérica, a pesar de pertenecer a una familia limeña acomodada. La tragedia afecta la virilidad de Cuéllar, no cuando es un escolar, sino en el momento de su adolescencia. – logocentrismo-: el hecho que Cuéllar no posea falo, se asocia con su carencia de palabra, voz, poder e, inclusive, con un gradual proceso de feminización, de cambios conductuales, fobias y ensimismamiento. Por ser castrado, Pichulita no posee el privilegio de la palabra, que le es arrebatada por el sistema patriarcal jerarquizado. La otredad lo caracteriza por involución, con su poder masculinizante, en un proceso degradatorio y excluyente.
La voz es, para Cuéllar, una ausencia que ahonda su descalificación y lo conduce a planos de incertidumbre y marginalización. La ausencia de su voz provoca que acumule pérdidas afectivas y cambie su actuación, se vuelve exhibicionista y comienza un proceso de señalamiento social. Es claro, entonces, que su pérdida fálica es la causa de su vacío de poder social. La ausencia de voz le imposibilita las relaciones intersubjetivas.
La prevalencia del falo es un signo cultural de poder masculino. La castración de Cuéllar, por lo tanto, marca su exclusión del universo de las relaciones interpersonales machistas donde creció, esto es, el colegio de Champagnat de Miraflores, en Lima.. El falo impone el Orden Simbólico como ley del padre. Cuéllar, sin su falo, pierde el nombre de identidad, en él opera el mecanismo de la desidentidad y se ve emplazado a aparentar, tanto virilidad como masculinidad, pero no las tiene y esa coyuntura lo estigmatiza durante el resto de su corta vida.
La huella o vacío remite a un pasado desde el presente, que se proyecta hacia el futuro, porque es un vacío, una carencia de la cual no se puede desligar, pues descalifica a Pichulita del universo patriarcal y él se convierte en un ser alienado (del lat: alius: otro y “alienare”: hacerse otro), los seres humanos, dejan de ser ellos mismos para ser otros. Después del accidente, Pichulita pierde los privilegios falocráticos; su carencia significa un repliegue, por cuanto muestra debilidades en su vacía identidad, llena de miedos, donde refleja su histeria y su proceso de marginalización.
Igualmente, la lucha Eros- Tanatos es parte de la neurosis básica de Pichulita, y se evidencia en una autoagresión: angustia, quejas, manías, persecuciones, histeria, vanidad, simulación, desarraigo sentimental, miedos o timidez. La castración le impide a Pichulita el disfrute del privilegio falogocéntrico, la compañía femenina, las actividades con su grupo de amigos burgueses, las relaciones interpersonales, es decir, el desarrollo de una vida normal.
Consideraciones finales
• La pérdida del falo, causada por un feroz ataque del perro Judas, representa un trauma para Cuéllar, que lo marcará durante su corta vida, como un alienado, condición que nunca pudo superar.
• La propuesta teórica de la desconstrucción permite una lectura múltiple, con la presencia de estructuras profundas que tejen las redes discursivas, las cuales no aclaran el texto, sino que lo diseminan y relacionan, mas no lo definen, porque interesa el mundo global del texto. Plantea que la lectura incorrecta retiene la huella de la verdad, con base en dos principios: las lecturas de importancia incluyen pretensiones de verdad; la interpretación se estructura por el intento de captar lo que ha dejado pasar y construido mal en otras lecturas. Significa, entonces, que toda la lectura es incorrecta, porque requiere de corrección y las lecturas correctas son aquellas que son solo lecturas incorrectas concretas, no corregidas ¿parece un trabalenguas retórico?
• La hipótesis del trabajo se confirma, dado que la ausencia fálica de Cuéllar es una huella que lo margina en su relación con la otredad, para ello operan los elementos sistematizados por el orden simbólico. Su vacío fálico le impide construir una conciencia de personalidad en relación con los otros, quienes nombran, porque no tienen limitaciones de esa naturaleza.
• La concatenación de los elementos permiten establecer una interrelación en cadena, una especie de continuo, donde se advierte una unidad destructiva de la autoimagen, por lo tanto, se observa en Pichulita, una tendencia muy marcada hacia el escape, el exhibicionismo o el suicidio, señal de ello son los tres accidentes previos, hasta que encuentra la muerte, ya previsible, en las traicioneras curvas de Pasamayo.
• La castración de Cuéllar lo transforma y el texto marca ese recorrido, desde la imposición del apodo, Pichulita, que lo estigmatiza: a partir de ese momento se comienza a generar su proceso de crisis de identidad, por cuanto evidencia su proceso de inadaptación en el universo patriarcal de donde forma parte, porque, ahora, él se encuentra marginado del sistema jerárquico masculino, puesto que, según la teoría lacanina, el falo es un “significante privilegiado”.
• Pichulita, el apodo que le impone Gumucio, posee una carga semántica disociadora: por una parte, es el diminutivo de Pichula, el pene de los niños, sin embargo, por oposición, en el caso de Cuéllar, significa la carencia de falo. Se observa, por lo tanto, un proceso por inversión de la jerarquía patriarcal.
• Para Pichulita, no tener falo implica perder el estatus patriarcal de la voz y la palabra, lo cual ahonda su crisis de identidad. Puede intuirse, en una estructura discursiva profunda, un subliminal proceso de feminización que, según mi lectura, subyace en el nivel deconstruido del texto.
• La asociación falogocéntrica es una estructura cultural de poder patriarcal. El vacío fálico, en el caso de Pichulita lo excluye, y provoca su comportamiento como un ser alienado, con crisis de identificación y separatividad sociales. La castración es una huella que Cuéllar no pudo remediar, ante la imposibilidad de la operación, tampoco logró sustituir ni compensar y lo descentró en su propia mismidad. Ser castrado implicó su encerramiento. Sus amigos le espetaban –como reacción del poder logocéntrico descalificador-, que se hacía el misterioso, el interesante, el torcido, el resentido.
• Pichulita trata de llenar su carencia fálica con locuras evasivas: correr autor, su afición por el surf”, volarse los vidrios de algunas casas con la escopeta de perdigones de su padre o andar con mocosos rosquetes de dudosa reputación social. Todo el planteamiento de la castración de Cuéllar lleva a formular una relectura de su huella o vacío. Al carecer de falo, miembro que da poder en la sociedad patriarcal, Pichulita pierde los privilegios de ese significante cultural y, paralelamente, el logo y el fonocentrismo. Su cuerpo incompleto le arrebata el poder, y otros, quienes no presentan esa zonas corporales deficitarias, se encargan de estigmatizar su condición de incompletitud, por ello, él se encierra en sí mismo hasta su previsible final, la muerte que, para Freud, es el impulso de todo ser vivo para volver a un estado inorgánico.
Lic. Miguel Fajardo Korea
Universidad Nacional de Costa Rica, diciembre-2010
miguelfajardokorea@hotmail.com
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