Para Madelín Pérez Noa,
eterna niña con pincel.
En el centro del cuadro hay abierta una flor.
Sobre la flor,
Un mar cercado por sus pétalos blancos.
En el pequeño mar
flota una pelota:
amarilla, infantil,
casi gigante.
(¿Es una pelota
o es barco?)
Sobre ella
está parado un niño:
pequeño príncipe
que, descalzo un pie,
en su última travesura,
eleva hacia nosotros
uno de sus zapatos.
Lleva una boina oscura
Con estrella.
El resto es luz; aquella luz
de encandilante rayo,
que solo por momentos deja ver,
o mejor, escuchar,
la ronda que hacen
los pájaros alzados,
otros niños,
las casitas humildes
tras los árboles,
el arco de colores, la hierba, los insectos,
mil criaturas del viento,
una flor que se dobla,
y un caballo.
De: Tardos soles que miro. Casa editorial abril, La Habana, 2007.
NO SON DE LA INTEMPERIE
No son de la intemperie estos lugares
cuya frialdad nos sobrecoge tanto
y nos zambulle el rostro en el espanto
de no reconocernos en los mares
turbios de eternidad; que en altos lares
va el hombre de su senda recorriendo
los días escogidos, ya venciendo,
ya por los días de su amor vencido,
roto de luz y asombro, inadvertido
el ser que sin remedio ha sido siendo.
Uno anda así solo con mil puertas
por arenales de verdad y olvido,
bocacalles de hambre; ajeno el ruido
de tus pasos que avanzan por inciertas
escalas que vencer en las abiertas
intemperies; y no es ni la marisma,
ni el viento simulando que se abisma
en las márgenes sordas, sino el juego
de la nada y los sueños, el trasiego
del hombre y su ilusión: la vida misma.
De: Tardos soles que miro. Casa editorial abril, La Habana, 2007.
SER DE ISLA
Isla ha de suceder que el pájaro pregona.
Si el cáñamo se inclina,
y el rocío acaricia,
y cierta mala sombra encona
tu dolor, y se alza
de neblina
el puente que se inicia
bajo una lumbre falsa,
por donde leves almas
se ocultan… era la playa donde
sus pies mojaron luego
tus queribles fantasmas. Cerca de palmas,
cañaveral, gruta que esconde
la raya mineral y el pájaro de fuego.
Costa de azogue y esmeril
donde el denso salitre respiran
las caletas y esteros de senil
blancura hacia los dólmenes expiran
y hacia la eternidad. Por esos troncos
negros en otros tiempo descendieron
las reses, a hierro marcadas por marineros
roncos
que desde el puente vieron
con pavor brillar los ensenachos. Todo con tal
de que el patriarca lea
el mapa del ciclón en tu mano y des
el santo y seña a la madre de agua una vez
de tus días, y la crecida baje y todo sea
como quien dice: “sangre”, “horizonte”, “vitral”.
Vitral como quien dice:
“Ya no seremos dioses”. Apellidos
te fijan como un ancla, caballos
y arsenales que vieron los playazos.
Ya no seremos otros. Aquella rama dice
El pánico y los ruidos
Melancólicos que la brisa te manda, mayos
Que traen la primavera en brazos.
Patria de los ojos, allégate los vastos
acaeceres
que son tu cobertizo, leños
de tu hogar, animalillos, rosa de tus seres.
El alma de los pequeños
No está en un cenicero.
Piedra de horno, girasol, pájaro agorero.
De: Tardos soles que miro. Casa editorial abril, La
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