En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



sábado, 23 de mayo de 2015

TORRE DE JUAN ABAD

Casas Torres




TORRE DE JUAN ABAD



Ricardo Llopesa*


Cuando el viajero llega a Torre de Juan Abad le sale al paso el encuentro con un pueblo medieval, que en su tiempo fue lugar de paso entre el sur, el levante y la capital del imperio español, por donde atravesaron tanto caballerizas del comercio con las Indias como soldados procedentes de las guerras. Hoy en día es un pueblo dormido sobre la piel pobre de una Castilla que agoniza entre el paro y la sequía, por culpa del abandono en que los imperios mantuvieron a los pueblos.
            El nombre hace alusión a un personaje de la vida real, Juan Abad, miembro de la Orden de Santiago que se asentó en el lugar, siendo su primer alcaide, tras la conquista cristiana. Para entonces, en 1273, el rey Alfonso X el Sabio le otorgó el privilegio de Villa, por su participación en la expulsión de los musulmanes. La población hoy apenas pasa los mil habitantes, pero en su tiempo sería una villa próspera y floreciente. Se deja ver en su imponente iglesia de Nuestra Señora de los Olmos y su retablo en madera tallada de estilo manierista, en transición del Renacimiento al Barroco.
            Lo que mejor se conserva de Torre de Juan Abad es la memoria de Quevedo. Ese genio del Siglo de Oro que sigue vivo, porque fue capaz de sacudir como un terremoto los pilares de la poesía y la novela. Nacido en Madrid, después de mucho bregar, vivió los últimos años de su agitada vida en Torre de Juan Abad, donde tenía su casa, ahora convertida en desolado Museo, de triste visita, porque lo último que interesó al imperio fue la cultura, y carece de presupuesto. En el museo se pueden contemplar retratos, cartas, manuscritos y primeras ediciones. Una vitrina guarda su último testamente; en otra, su traje de la Orden de Santiago, pero todo aquel valioso tesoro lo preside su gran sillón, donde se sentaba a escribir. En otro lugar, entre manuscritos, está su enorme tintero de carámica de Tralatrava. Sobrecoge la presencia del último genio de la literatura española.

Silla de Quevedo

            Al salir a la calle, en la esquina de su casa, en plena plaza, se alza el gran poeta sentado en su sillón sobre piedra negra. Es la Plaza del Parador, así llamada porque era lugar de descanso de viajeros y cuatreros. Aquí se cometió el conocido Robo de Don Juan, la noche del 13 de octubre de 1873, cuando varios ladrones se llevaron ocho mulas cargadas de oro. Un poco más adelante, en la plaza donde está el Ayuntamiento se conserva un antiguo caserón de piedra dura de granito, con cinco arcos de medio punto, conocido como la Casa de la Tercia, porque aquí la Orden de Santiago almaceba el impuesto que pagaban los pobres, el llamado diezmo religioso, del cual un tercio se concedía a la casa real.
            Pero regresemos a la casa de Quevedo, un antiguo caserón que heredó de su madre, donde el rey Felipe IV se alojó en febrero de 1624 y el escritor escribió muchas de sus obras, como “Política de Dios” o “La hora de todos”. Además de refugio de soledad, en dos ocasiones le sirvió de cárcel a lo largo de su tormentosa vida. Si rastreamos un poco por los alrededores, todavía se conservan vestigios de aquel pasado pobre y miserable que denunció en su poesía satírica. En el lado nororiental, detrás de la iglesia, aún sobreviven unas pequeñas y viejas casas, agazapadas unas a otros, con espíritu de cuartería, de donde todavía salen voces de la Marica y la Mari Pizona.
            La Casa Museo, donde vivió el más grande poeta de la lengua española, alberga el Centro de Estudios Quevedianos (CEQ) y la Fundación Francisco de Quevedo. Pero la desidia de nuestros prohombres de la política postergan los valores culturales a un último plano, y el que está destinado a ser el mayor centro de documentación y estudio de la obra del gran maestro de la literatura universal, languidece por falta de recuersos. Triste, pero real, en la cuna del espíritu que dio esplendor al Siglo de Oro. Sirvan estos versos para que acompañen al viajero del futuro:
                        Retirado en la paz de estos desiertos,
                        con poco pero doctos libros juntos,
                        vivo en conversación con los difuntos
                        y escucho con mis ojos a los muertos




*     El autor del artículo ha publicado “Sonetos Licenciosos Atribuidos a Quevedo” (1996); “Sonetos Prohibidos” (1999), y “Poesías Picarescas” (Madrid, Visor, 2014).

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