Roberto Mascaró, Uruguay
Campos
El futuro es sin embargo un campo abierto
donde bailan milongas inesperadas,
donde alguien moja el suelo de tierra
“pa´ que no se levante polvadera”.
El futuro es lo que está después de los pasos,
pasos con frío de un otoño riguroso,
pasos desnudos de un verano que asombra.
Las chatarras descansan en medio de este campo,
tiñen ligeramente el pasto nuevo,
persistiendo en una coloración rojiza
que es la de la vida y también la de la muerte.
(-Yo quiero morir conmigo-,
silbaba un joven de noventa años
mientras un viejo de veintiuno la retruca:
-Donde yo iba sentaba
mi fama de gigoló).
El futuro es un campo de algodón
infinito, manchado por las figuras de los hombres
que se inclinan bajo un sol abrasador.
El futuro es un tango que parece interminable
o que, interceptándose,
cada día canta mejor, como el
Mago.
(El futuro, los campos del futuro incluyen
glándulas porosas, de forma lanceolada
y unidas al tejido del presente por su base:
por eso decimos que el futuro está poblado de hipótesis).
El futuro es ahora, el instante
entre la vida y la muerte,
entre el trabajo y el descanso,
entre el amor y el aburrimiento,
entre la libertad y el golpe de culata en la nuca,
entre el llano florido y la montaña pedregosa,
entre la nada y el todo,
entre la nada y la pena
me quedo con la pena.
El futuro es también una silla que se apoya
contra un muro encalado,
en una callejuela de Beirut,
un hombre que parece dormido pero piensa,
piensa en lugares en los que nunca ha estado,
piensa en una higuera, piensa en su madre
amurallada tras los ladrillos de un nicho,
piensa en su propia vejez y hace de su pensamiento
un bálsamo o vertiente donde respirar a su modo.
El futuro es también una mujer inclinada
sobre un mate recién hecho, con yerba nueva,
que en el instante de ser cebado
acompañó la evolución de las meditaciones
de ocho afuerinos que han llegado hace poco al lugar
y pacientes esperan su turno
en la vuelta concéntrica del mate
.
-Siempre he tomado amargo,
pero a veces puedo gustar del dulce,
como los labios de mi china –
dijo alguno de ellos sin saber qué bondades
movía su lengua entumecida.
El futuro es una pampa, el futuro es una selva,
el futuro es un camión
al que se le ha terminado la bencina,
que se quedó sin gasolina,
al que hace falta nafta.
El futuro es una bicicleta sin pedales,
a la que hay que inventarle mecanismos,
gestos rituales que funcionan como un avión
que casi cae al mar, pero tan sólo casi.
Porque ese aeroplano levanta la nariz
en el último instante, y sigue,
desilusiona a los excitados espectadores.
(“Tata, dice el señor gallina que tenemos que irnos”.
“Dígale a ese señor emplumado que esta casa es nuestra,
que esta tierra es nuestra, y que de aquí
no nos moverán”).
El futuro está en el ángulo de los escritorios bancarios,
tiene malas intenciones,
tratará de darte una buena paliza cuando salgas
borracho, alegre, lleno de despedidas contradictorias.
El futuro es un aire que te cubre
y te dice: “soy tuyo, soy tu amante,
soy tu paloma, tu junco, tu milonga,
vos sos mi cafisho predilecto, mi gigoló adorado,
yo me travisto y me prostituyo,
para que vos seas feliz
vos solito”, el futuro
te engaña, te promete
una vida de rey en los desiertos
donde brotan la leche y la miel de los cactus
pero en realidad te da la espalda
al minuto siguiente y se acopla
con la primera o el primero que pasa.
El futuro siempre está ocupado
lavando sus aguas
en aguas del Leteo.
El futuro no tiene sexo, no tiene ideales, no tiene
partido, es indomeñable:
“cómo de entre mis manos te deslizas”
le dices tú, le decís vos
tristemente, viendo viejas maquinarias deshechas,
coches destruidos, máquinas de coser sin paraguas,
tristes murciélagos mecánicos
abandonados junto a las autopistas del (futuro).
El futuro es donde la falda acortinada de esta berlinesa
se encuentra con la cumbia
tocada en esa pizzería chilena.
El futuro es (dicen) el futuro del país.
El futuro (dicen que) es nuestro.
El futuro (mentan que) se presenta florido.
El futuro es de los que futurean.
El futuro es.
El futuro.
(de Chatarra/ Campos, Siesta, Estocolmo, 1978)
Tango del olfato
Cada vez que respiro
el olor de los barrios de esta ciudá
mi alma o lo que va quedando de ella
afirma mi porfiada pertenencia
a un tiempo, a un espacio y a una gente.
Las madreselvas,
los aromos,
los jazmines
y el jacarandá.
No es una bandera o un himno lo que vibra en el aire,
no es un escudo lo que dirige al corazón:
son eucaliptos temblando en los parques.
La providencia con su enredo de hilos
fundó los goles de las victorias,
desparramó dialectos de Italia por tu español,
puso tus veredas a la miseria,
prohijó estas nostalgias
y también este instante.
Montevideo se abre al ancho río como mar.
En invierno un tango la estrangula.
Mas las muchachas
se ríen y huelen al viento de primavera, coquetas,
y los muchachos las olfatean de costado
y el trópico visita tus arenas.
No son una divisa, ni un nombre, ni un color,
sino ciertos aromas y vistas y sonidos los que
afirman mi porfiada pertenencia
a una gente, a un espacio y a un tiempo.
Tango para una poeta oriental
El tango embalsamado que aquí yace
erótico se puso, nos pusimos
a leer tus cuchillos alineados.
Bailamos sin cesar. Tu pecho terso
no tenía versos: tenía cardenales
dejados por mis dientes y mis labios.
En la penumbra susurró Magaldi.
Sola y sola y hundida
en memorias de otros locos placeres,
masoca y siempre mala,
machihembrada a la otra,
la poeta.
De mármol o de hueso tu silueta
como finada ya, callaste sola
en tu sillón, anciana o niña,
y fundida en el tiempo,
adherida al poema que aún nos guía
-tu berretín tan mudo como enigma-,
en la penumbra vaga te borraste.
(de Montevideo cruel (tangos), 2003)
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