Francisco Conejero
FRANCISCO CONEJERO
Por Ricardo Llopesa
En el mundo del
pensamiento existen hombres iluminados por la inteligencia que entregan su vida
para alcanzar la luz de una idea, que es modelo de perfección. El precio que
pagan es caro, porque se sacrifican en el anonimato sin pretender la difusión,
ni el homenaje. Todo esto cuesta mucho estudio y búsqueda. Ellos son los
iluminados.
Son pocos, pero los
hay. Son seres solitarios, alejados del espectáculo circense de la sociedad o
la universidad, dotados de un talento particular y carentes de ese egoísmo
cruel que proporciona la envidia. Una sociedad así sólo es posible en la utopía.
Nuestro pensamiento occidental es un pensamiento anulado por el medio y el
sistema. Y estos hombres especiales suelen aislarse dentro de su propia soledad
para enriquecer su espiritu.
A pocos kilómetros de
Castellón, un lugar que se caracteriza por la crueldad del mal tiempo, con
vientos gélidos procedentes del norte, pero ubicado frente al Mediterráneo,
tiene su casa Francisco Conejero. Vive en una finca que ha convertido en su
refugio y su paraíso, en compañía de Inés, su mujer.
A los trece años
Francisco quedó marcado por las secuelas de una meningitis a la que sobrevivió.
Había escapado de la muerte en una de las épocas más oscura y falta de
recursos. Pero de esa muerte surgió otro hombre. Estudió, se formó y nació otro
Francisco, el que ahora es iluminado y pacifista, el que critica la injusticia
y lo injusto. El humanista. El que viaja y dicta conferencias y dice que somos
lo que comemos.
Su finca es producto
de la imaginación de este hombre de cabeza blanca, iluminado por la experiencia
y la sabiduría, para quien la vida puede ser eterna si hay alguien que se lo
proponga. Su finca está llena de vida ecológica. Ha hecho que en aquella tierra
áspera florezca junto a la aceituna, el mango y el aguacate, el sonzapote y la
guayaba, el plátano y la fruta de la pasión, junto a hortalizas propias de
Francia o Alemania.
Para Francisco
Conejero lo importante es la alimentación. Dijo Séneca que la parte más
importante del cuerpo era la cabeza, lo que pensamos. Pero no puede darse
cuerpo sano sin mente sana, como sostuvo Platón.
Estas son mis
conclusiones después de escuchar sus sabias palabras sobre el lenguaje
universal del Esperanto y la crisis de nuestro tiempo. Y de esto sabe mucho
porque fue uno de sus fundadores en años en que ni siquiera sabíamos lo que era
aquello. Vive como los antiguos persas y como ellos practica la sobriedad de la
religión Bahá.
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