Retratato por Agustín García-Espina martínez
Microcuentos
EL INMORTAL
EL INMORTAL
Cada vez que atenté contra su vida, se salvó de la muerte. Por eso, decidido a poner fin a mi pesadilla y acabar con él de la manera más rápida y efectiva, me armé de una pistola de caño corto, lo abordé en la calle, le apunté en la cabeza y le disparé un tiro a bocajarro. Él me miró tranquilo, abrió la boca y escupió la bala.
EL PRÓFUGO
–¡Alto!
El prófugo siguió corriendo.
¡Pum!...
El prófugo cayó de bruces.
La sangre siguió corriendo.
EL NÁUFRAGO
Una noche de tormenta, de aguas salvajes y cielo roto, el barco encalló contra los arrecifes de la isla. En poco tiempo la resaca terminó con él y sólo el náufrago despertó en la arena bajo el sol ardiente.
PEDERASTA
La gente murmuraba que el párroco, como Satanás disfrazado con sotana, era vulnerable a los pecados de la carne; practicaba felación y sodomía, mientras rezaba con voz celestial, suplicando a Dios que los monaguillos no soltaran la lengua ni los padres de la Iglesia lo condenaran a las hogueras del Santo Oficio.
LA VIDA Y LA MUERTE
Sentadas en el tren del tiempo, conversaron de los altares y los ritos de Todos los Santos, hasta que la muerte, ataviada de negro, le dijo:
–Quisiera que me des tu vida para dejar de ser muerte.
–¡Ni muerta! –le contestó la vida.
EL ALPINISTA
Alcanzó la cima más elevada de la montaña. Miró el vacío que se abría a sus pies y se lanzó en honor a su hazaña. El eco de su grito rodó entre las peñas y su cuerpo, precipitándose como una piedra, se fue achicando, achicando y achicando. Se hizo un puntito negro y luego nada.
CRIMEN PASIONAL
La misma noche en que retorné del viaje, encontré a mi mujer acostada con mi padre. Un torbellino de celos me arrebató la razón y un instinto de venganza me estalló en el pecho. Busqué el revólver en la gaveta del escritorio, apunté contra mi progenitor y de dos tiros lo revolqué en la cama.
Ella abrió los ojos y pegó un grito, mientras se levantaba desnuda y despavorida. No soporté su traición y la reduje a golpes; la amordacé, la maniaté y la asfixié con la almohada, antes de darme a la fuga y colgarme del mismo árbol bajo cuyas frondas verdes un día le declaré mi amor.
Y si ahora me tienen aquí, es sólo para confesarles el porqué del crimen, el porqué de mi partida y el porqué de mi muerte.
EL SOLDADO Y LA MADRE
El soldado, al término de la guerra, llamó por teléfono a su madre y le dijo:
–No llores... Estoy vivo... No maté a nadie, pero perdí las piernas y los brazos...
La madre, al otro cabo del teléfono, quedó con el grito atascado en la garganta y cayó fulminada por un infarto.
TERROR
Desde que empecé a leer libros de terror, no podía conciliar el sueño ni vivir tranquilo; tenía la mente poblada de voces de ultratumba y el cuerpo habitado por el espíritu de quienes encontraron una muerte atroz en circunstancias inverosímiles. Así pasaba los días, sentado en la mecedora de mimbre que había en la última habitación de la casa, hasta que una noche, mientras el cielo se rompía en relámpagos y aguacero, y yo leía un episodio en el que iba a consumarse un nuevo crimen, sentí una mano ruda sobre el hombro, volví la cabeza con vértigo y me enfrenté a la mirada fría de un monstruo que, con un enorme machete en la mano, me partió el cuerpo de un solo tajo.
CELOS
Los cuatro hombres la desearon, la amaron y se suicidaron. Ninguno soportó la idea de compartirla con el otro.
ALLANAMIENTO
Varios policías, el rostro cubierto y portando armas de fuego, rodearon la casa de un profesor acusado de subversivo. Saltaron por el muro del patio, echaron la puerta abajo y allanaron las habitaciones de pared a pared. Destrozaron la cama, deschaparon los cajones de los muebles y tiraron al piso todo cuanto hallaron a su paso.
–¡Aquí tiene la “Caperucita Roja”! –gritó uno de ellos, acercándose al estante–. ¡Éste es un comunista de mierda! ¡Deténganlo!
Los otros lo encañonaron con la pistola y se lo llevaron por delante.
MUERTE ANUNCIADA
Aún no había nacido cuando los diarios anunciaron mi muerte. Cincuenta y cinco años después, al leer por casualidad el aviso necrológico en la Red de Internet: “Escritor suicida se quitó la vida en circunstancias desconocidas...”, no tuve más remedio que cargar el revólver y pegarme un tiro.
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Víctor Montoya (La Paz, Bolivia, 1958). Escritor, periodista cultural y pedagogo. Es autor de más de una decena de libros entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías internacionales. Reside en Estocolmo, donde llegó como exiliado político, tras haber sido liberado de la prisión en 1977. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos.
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