ALUCINADA
¿Quién me puede aconsejar si voy errante
siguiendo el sabor de tu piel, de tu voz,
de tus besos?
¿Cómo puedes alejarte, así de pronto
entre el reflejo de noche y el deambular de mis días perdidos?
Sigo el curso de tus pasos desaparecidos en la maraña
de la incertidumbre.
Voy sin tregua acechando tu aroma
enredado en las horas sin tiempo, sumido en el cristal de la oscuridad.
Busco entre eclipses de soles, estrellas caídas,
la forma de continuar este capítulo,
páginas en blanco que necesitan tu roce.
¿Cómo puedo darte alcance en la selva caótica del entendimiento?
Mis pensamientos circunnavegan el perímetro
de la locura y ya no tengo paz, debo alcanzarte.
¿Quién puede desasirme del abrazo atrapado en mi pecho,
de tus labios que encendieron los míos
con una flama insaciable?
La flecha que envenenó de amor las ruinas de mi piel,
y alucinó el vacío de mi existencia.
¿Quién?
Dicen que es sólo imaginación,
que vivo un espejismo.
Tan absurda esta manera de amar a un desconocido,
creación delirante de un deseo,
torbellino de un mar en agonía.
Pero no, yo sé que estuve anidada en tu pecho,
sentí el palpitar de tu sangre,
mi sombra se mezcló con la tuya
y fuimos dueños de la luna menguante.
Deja que las horas descansen sin congoja,
y regresa los pasos, bríndame tu fulgor,
escribe en mi cuaderno tu crepuscular mensaje.
Hazte luz, que todos te vean
y aleja el laberinto hipotético de la soledad
que me asedia sin tu presencia.
(C) Marianela Puebla
AQUEL BESO
Como aquel beso prohibido
súbito, intruso
se quemó en la tarde
en las pupilas de un gato.
Ese encuentro de labios deseosos,
desnudó los cristales de la ironía.
Más tarde, no hubo reproches,
el roce dejó su tibia huella
y anidó en la misma sangre.
Beso tierno, beso insolente,
osado, crepuscular,
apagó las luces de la sensatez
y la pasión soltó el sueño carnal
en la selva del espíritu.
No hubo nada que decir,
ese beso se perpetuó en los labios
adueñándose del momento.
Aún quema su contacto insaciable.
Aún enciende la piel la flama
de su llamado
que se niega a extinguirse.
Ven a mí, ven,
que muero de muerte estelar,
como estrella enferma esperando que regreses
y robes todos mis besos.
(C)Marianela Puebla
LA HUELLA DEL CAÍDO
Sólo una mancha de lágrimas resinosas dejó el Canelo, dios de la selva.
El árbol sagrado de los mapuches ha caído carcomido por el silencio.
Los líquenes cuya barba de invierno
cuelga de los rostros innumerables del bosque,
se afligen y murmuran goteando preguntas sobre pozas taciturnas.
La luz aparece a través de andamios de raíces y hojarascas dormidas,
en espera que la llovizna de otoño les deshaga
entre sus dedos transparentes.
El canelo desde su lecho de muerte
observa con lágrimas huérfanas a un ejército de hormigas
que le rodea e invade, desbaratando su débil coraza,
mientras las lenguas del viento
penetran las brechas de su astillado corazón.
Ha muerto el Canelo, divulga un pájaro que deambula distancias,
incansable viajero en busca de algo perdido en el tiempo que ya no existe.
Un coro de chicharras despierta sorprendida ante importante tragedia,
miles de luces alumbran las hebras pálidas del musgo
y anuncian que ha nacido una estrella en un pedazo callado de la selva.
Un corazón de ámbar lanza sus brillos
desde la huella del caído.
(c)Marianela Puebla
TRES TREINTA Y CUATRO DE LA MADRUGADA
3:34
Tiempo del reposo.
Hora imprecisa en donde retrocede la noche
y da a luz el alba.
Pero ese día no amaneció
Chile fue agredido con un letal terremoto, a las 3:34.
A las 3:34 la luz nunca llegó a los ojos
de cientos de chilenos,
sucumbieron bajo los escombros.
Otros cientos quedaron sepultados
por el mar que barrió el Maule y el Bio Bio,
como si nada.
Dos gigantes furiosos despiertan,
engullen las casas y su gente.
3:34 de la madrugada.
La noche escarba con su uña de plata
las telarañas del amanecer,
pero no amanece,
la claridad esconde su rostro albino
no quiere ver tanta miseria.
3:34 Media hora más tarde.
El ruido se hace visible,
la madre tierra procreó un monstruo de dos cabezas:
el primero sacude con su enorme cola
hasta colapsar los edificios, puentes y carreteras,
el segundo llega después cabalgando una ola gigante.
Concepción, Curicó, Constitución,
Talca, Dichato, costa del Maule y Bio-Bio, Chiguayante,
pequeños villorrios y comunidades,
todo fue asaltado por aquel ser salido de la noche.
3:34 Madruga. Una hora después.
El silencio vaga las tierras sureñas y devastadas,
huérfano sin nombre, sin ubicación,
no encuentra reposo.
Ya nada es lo mismo, es cierto,
las horas caen desfallecidas sin un hombro en que gemir.
No hay pañuelo para enjugar tantas lágrimas.
El dolor yace indeleble sobre la sucia acera.
La muerte no tiene límites,
llena su fúnebre carruaje
y no se da abasto.
3:34 el reloj se ha detenido,
sus manecillas apuntan hacia el ruinoso caserío.
No hay nada qué hacer.
Muchos quedaron en sueño inconcluso,
quizás necesitan despertar, pero les está prohibido.
Bajo los escombros y el lodazal,
la vida se esfuma.
3:34 Hora fatal, cómo olvidarla.
Dos días después.
Un niño carita sucia, ocho años
llamado Iván,
busca afanosamente entre los desechos
de su antigua vivienda,
su trencito
que se niega a morir.
(c)Marianela Puebla
1 comentario:
Se me llenaron los ojos de lágrimas con el último verso.
Iván 'es de los míos'.
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