En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



sábado, 13 de septiembre de 2008

El eterno instante_Dina Posada

Dina Posada, El Salvador






_________________EL ETERNO INSTANTE


Jorge Luis Borges fue un desesperado peregrino en rededor de las ideas. Buscaba en ellas el alivio para la incertidumbre que le causaban los misterios del universo. Ambicionó ajustar su vida a una verdad concluyente, y en este camino mantuvo un trágico diálogo con su destino. Su pensamiento navegó por todos los mares que le ofrecieron esperanza de encontrar la Idea Madre. El resultado de esa búsqueda fue un naufragio personal que le dio, a cambio, la eternidad de su nombre.

Pero es inútil hablar de Borges sin mencionar su historia. Su niñez y adolescencia son esenciales, porque en ellas se encuentra el germen de los símbolos y de los temas que caracterizan su obra.

Nació en el centro de Buenos Aires, en la calle Tucumán, el 24 de agosto de 1899. Pocos años después la familia se trasladó a Palermo, barrio que se distinguía por sujetos pendencieros. La prostitución y los altercados con cuchillo singularizaban las esquinas que estaban fuera del alcance del pequeño Borges. Posteriormente, y con la ayuda de su imaginación, describiría este contorno: gente con quien nadie quería meterse por la peligrosa buena memoria de su rencor, por sus puñaladas traicioneras a largo plazo.

Imagino a Georgie- como familiarmente le llamaban-, curioso e inquisitivo, indagando detrás de cada puerta para escuchar de boca de los adultos los detalles de los líos que sucedían afuera. En una autobiografía que hizo para el público norteamericano, confiesa haber crecido al margen de estas calles. Reconoce haberse criado en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses.

En efecto, su infancia se desenvolvió de una manera peculiar. Su padre, Jorge Guillermo Borges, abogado y profesor de psicología, evitó enviarlo a la escuela hasta que cumplió nueve años. Mientras tanto, incontables libros de alta literatura y una institutriz inglesa, se encargaron de formar el ambiente ideal que cualquier escritor desearía para configurar su carrera. Más tarde, en su habitual tono punzante, iba a repetir la frase de Bernard Shaw: Mi educación fue interrumpida por mi formación escolar.

Aprendió inglés y español a un tiempo, sin darse cuenta de que estaba comunicándose en dos idiomas. Su abuela paterna era inglesa y ella lo puso al tanto de su vida al lado del abuelo, el coronel Francisco Borges, quien murió al comandar las tropas que defendían la ciudad de los montoneros y del ejército gaucho. Decía Borges que las anécdotas de su abuela acerca de los episodios en las fronteras le habían servido de base para escribir el cuento El guerrero y la cautiva. Él establecía una relación directa entre el pasado militar que llevaba en la sangre y sus constantes alusiones al coraje, las espadas y los cuchilleros.

El abuelo murió al ser alcanzado por dos balas de la marca Remington. Borges le comentó a su traductor al inglés: Deleita mi fantasía pensar que la firma que me afeita cada mañana lleva el mismo nombre que la que mató a mi abuelo. Agudeza que debemos atribuir a que Borges –como es usual cuando empleamos la ironía- prefería divertirse y distraernos de los sentimientos que le avergonzaban. La verdad es que no pocas veces se expresó con orgullo del oficio militar de sus antepasados y, al comparar su ocupación literaria con la de ellos, solía sumir el papel perdedor. No me desmienten sus palabras: Me hubiera gustado ser un hombre de acción como lo fueron mis mayores. O estos desolados versos: Soy el que es nadie, / el que no fue una espada en la guerra. / Soy eco, olvido, nada.

Borges aseguraba que el principal acontecimiento de su vida había sido la biblioteca de su padre, no de balde la introdujo en su obra como símbolo del Universo. Allí encontró a Huckleberry Finn y los cuentos de Hadas de Grimm, que fueron sus primeras lecturas completas. Constantemente mencionaba el volumen rojo, con letras doradas y grabados en acero, en que se entretuvo con el Quijote en español (primeramente lo había leído en inglés.) Los libros de psicología, metafísica y mitología griega, permanecían a su entera disposición. Wells, Stevenson, Edgar Allan Poe, Dickens y otros, se encargaron de nutrir su prodigiosa imaginación y su no menos extraordinaria memoria. Su vocación de lector incansable alzó el vuelo entre aquellos anaqueles. En ese interesante universo, Borges descubrió las siete maravillas del mundo; un día se detuvo, con una lupa, en el laberinto de Creta y buscó en el centro al Minotauro. Luego relevó al Minotauro por el Absoluto.

Su infancia no fue ni común ni corriente. En ella entabló alianza con escritores que nunca iba a abandonar. Su encuentro con la poesía se dio con Shelley, Keats, FitzGerald y Swinburne, poetas que su padre veneraba. Autores de elevado rango ocupaban sus horas mientras los otros niños apenas comenzaban el aprendizaje de las letras. Berkeley, Hume, Royce y William James lo iniciaron en las teorías filosóficas. El primer relato lo escribió a los siete años y lo llamó La visera fatal. A los nueve hizo un manual sobre mitología griega y publicó en un diario la traducción de El príncipe feliz. Cuando se refería a sus precoces lecturas recordaba: yo tendría que cumplir el destino literario que las circunstancias le habían negado a mi padre. Eso era algo que se consideraba absolutamente establecido.

Si bien es cierto que su padre fue un incentivo indiscutible al proporcionarle una educación encaminada a los libros, es preciso considerar que su especial inclinación a la escritura saltaba a la vista. No cualquier niño acepta de buenas que el padre le explique, nada menos que a Zenón de Elea, aunque estas difíciles paradojas se maticen sobre un tablero de ajedrez.

Aparte de la privilegiada condición literaria en que crecía, su mundo afectivo era estrecho: se limitaba a la familia más cercana. Quizá esta circunstancia hizo que su timidez fuera más evidente; o bien la acentuaron las burlas de sus compañeros de colegio cuando apareció la primera vez en el aula vestido de saco y corbata. Y Borges era un niño que llegaba al colegio con sus propias preocupaciones. Por las noches miraba aterrorizado un armario de caoba con tres espejos, donde temía ver su imagen deformada. Abría y cerraba los ojos compulsivamente para comprobar que no le había ocurrido ninguna transformación. En el poema El espejo nos habla de esta aprensión: Yo, de niño, temía que el espejo/ Me mostrara otra cara o una ciega/ Máscara impersonal que ocultaría/ Algo sin duda atroz. Temí asimismo/ Que el silencioso tiempo del espejo/ Se desviara del curso cotidiano/ De las horas del hombre y hospedara/ En su vago confín imaginario/ Seres y formas y colores nuevos. / (A nadie se lo dije: el niño es tímido.)/ Yo temo ahora que el espejo encierre/ El verdadero rostro de mi alma, / Lastimada de sombras y de culpas, / El que Dios ve y acaso ven los hombres.

A pesar de que Borges siempre se mostró reacio a la psicología, en el penúltimo verso nos revela la incógnita, evidenciando destreza en el análisis de sus emociones: detrás del miedo había culpabilidad, y cuando las culpas no se liberan se convierten en un lente sombrío por el que miramos distorsionada nuestra alma.

Así fue como el remordimiento y los cristales se juntaron para hablarnos de multiplicaciones infinitas y de la pluralidad del yo, de imágenes invertidas y del reflejo de la irrealidad. En cuanto a su verdadera raíz, se trata de una tragedia de amor. Para confirmarlo, me acerco a la frase, repetida con variaciones y hasta en inglés en el cuento sobre Tlön: Los espejos y la cópula son abominables. Continúo pasando las páginas y me detengo en el poema Los Espejos: Infinitos los veo, elementales/ Ejecutores de un antiguo pacto, / Multiplicar el mundo como acto/ Generativo, insomnes y fatales.

Me demoro en el indicio: insomnio y fatalidad aparecen unidos al acto sexual, y figuro a Borges en su primer día de clases, como blanco de las agresiones de los otros niños, dubitativo, con gruesos anteojos, y retrocedo en los siglos para aproximarme a aquellas palabras que Edipo decía desesperado: ¡Ojos, no veréis más ni el mal que sufro ni el crimen que cometo! Proyecto el retraído perfil de Borges en la puerta del aula y vuelvo a pensar en los tres espejos del armario de caoba que guardaban miedo, sexualidad y culpa, y no puedo dejar de mencionar aquellos versos de Miguel Hernández: Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte.

Los tigres están hechos para el amor, le dijo su hermana Norah, y fue una expresión que él inmortalizó en su poesía. En el cuento Tigres azules liga a estos felinos con esa pasión y escribe: A lo largo del tiempo, ese curioso amor no me abandonó. Dos párrafos más adelante, cuando descubre como personaje la existencia de esta especie en color azul, afirma: Mi viejo amor se reanimó. Su madre, Leonor Acevedo de Borges, confirmaba la obsesión del hijo cuando revivía lo difícil que era retirarlo del zoológico a pesar de llevar largo tiempo, extasiado, frente a la jaula del gran tigre real de Bengala. El primer color que vi, no físicamente sino emocionalmente, fue el amarillo del tigre, y ahora que estoy casi ciego el único color que veo sin lugar a error es el amarillo. Color que asociaba con las primeras y las últimas luces del día, con el principio y el fin de su vida. ¿Qué misteriosa connotación unía a Borges con los tigres? ¿Debemos fijarla en el campo amatorio? ¿Por qué de niño los dibujó persistentemente y por qué siempre empezaba por las patas? ¿Por qué el poema El oro de los tigres lo finaliza comparando el color del oro con el del tigre y, sorpresivamente, con el cabello de una mujer? Me atengo a lo que él expresa: Cunde la tarde en mi alma y reflexiono/ Que el tigre vocativo de mi verso/ es un tigre de símbolos y sombras.

Subrayo que en el último verso el símbolo está vinculado a las sombras. La interpretación queda al alcance del que desee profundizar en el inconsciente de Borges. Mas es arriesgado definir a la ligera la naturaleza de este amor. Se puede empezar –como muchos ya lo han hecho- con la madre, seguir con la institutriz o terminar con la hermana. Se podría mezclar a las tres. Yo prefiero renunciar a este tipo de juicios improvisados y disfrutar las cuartillas de Borges por su gigantesco lenguaje y su estupenda imaginativa. Si quisiera establecer adhesión a sus ideas filosóficas, podría agregar: los tigres significan un amor, que fue todos los amores.

En cuanto a los análisis psicológicos que se hacen de Borges, aconsejaría no lanzar opiniones irresponsables que aludan a la vida íntima del escritor, los médicos calificados para ocuparse de esta clase de problemas emplean años en dilucidarlos. Considero deplorable el escándalo desatado por el psicoanalista Julio Wascoboinik cuando en 1991, en un congreso psiquiátrico realizado en Buenos Aires, dio una conferencia en la que detallaba la vida sexual de Borges. No es ético hacer público lo que sólo son suposiciones sin fundamento, sobre todo cuando éstas se hacen en ausencia del afectado. Cuando, por ejemplo, Freud analizó a Hamlet y sacó a luz que la vida de Shakespeare tenía mucho que ver con esta tragedia, lo hizo con limpio afán científico, bajo un estricto cuidado y enérgico advirtió que escribía para sus colegas médicos y no para el público profano. Corresponde recordar que el principal goce de la literatura es atender lo que determinado texto mueve y conmueve en nuestro interior. Por algo el Hamlet de Shakespeare se sitúa como una obra magnífica, siglos antes de que existiera el psicoanálisis.

Tentación poderosa es la que nos convierte en furtivos cazadores de lo prohibido. Contradictoria ansiedad que Borges habrá sentido cuando leyó a escondidas Las mil y una noches. La fascinación por este libro fue creciendo junto a él. Cuando la familia pasaba vacaciones en Montevideo, con su hermana y una prima, hacían representaciones teatrales sobre estos cuentos. Pasados los años confesaba haber leído todas las interpretaciones que tuvo a mano, en francés y en inglés, en alemán y en castellano. Pero este agotar páginas no le bastó, y a los ochenta y un años decía: Si yo supiera árabe talvez hubiera leído una sola versión, el texto original. En un ensayo califica el libro de Las mil y una noches como un acontecimiento capital para todas las literaturas de Europa y considera su título como uno de los más hermosos del mundo. Dice que si lo hubieran llamado novecientas noventa y nueve noches nos hubiera dejado la impresión de algo inacabado, pero, ante las mil noches, ya entramos en el infinito. Al agregarle una noche al infinito contamos con una ganancia. Anota Borges que el mismo efecto logra Heine cuando en un epigrama le dice a una mujer: Te amaré eternamente, y aún después.

Uno de los temas centrales de Borges es el infinito, y en sus páginas conforma las dos caras de una moneda: una le impide alcanzar el Absoluto; la otra le concede la oportunidad de la búsqueda en la que él apoya su existencia. Igual que la reina Sharazada entretuvo al rey con narraciones fragmentadas para ganarle el próximo día a la muerte, el destino entretuvo a Borges, quien de conjetura en conjetura, sopesaba sus pasos para salvar el infinito. La recompensa para Sharazada fue un hijo; para Borges solamente la ilusión de caminar un laberinto interminable que justificara su vida.

El Oriente, territorio donde se gestó el libro de las mil y una noches, es significativo para Borges, porque, entre otros intereses y en contraposición con Kant quien postula la imposibilidad humana de comprender un tiempo infinito, el budismo y el hinduismo le ofrecieron este concepto por medio de la transmigración del alma. La crítica argentina María Adela Renard, señala que es del Oriente de donde Borges toma tres símbolos panteístas para trasladarlos a su narrativa como una visión microcósmica del universo: el zahir del islamismo, el aleph del judaísmo y el bhavacakra del hinduismo.

Como los cuentos de Las mil y una noches nacieron en la India y dependieron de los giros que las distintas generaciones les fueron dando al llevarlos oralmente y durante siglos por las tierras orientales, el libro resulta anónimo. Fuente para que Borges repitiera con entusiasmo: Los libros los hace el tiempo, y agregara, estoy seguro de que, por ejemplo, Don Quijote, Hamlet, no son ahora lo que fueron en el siglo XVII, ya que los lectores han ido enriqueciéndolos. Razonamiento que le daba pie para aseverar que la obra de un hombre es la obra de todos los hombres, y nos ayuda a comprender por qué en su creación suele mezclar lo singular con lo genérico.

Cuando María Adela Renard se refiere a la idea panteísta de Borges, dice que es frecuente hallar en la obra borgiana, un cuento dentro del otro, una nota dentro de otra, un rasgo dentro de otro, al modo de las cajas chinas. Detalle curioso es que al comentar Borges Las mil y una noches, específicamente el hecho que el papel protagónico va cambiando de manera que un pescador le deja lugar a un rey y éste, a su vez, a otro rey, también indica que podemos pensar en aquellas esferas chinas donde hay otras esferas o en las muñecas rusas.

Borges observa que, a primera vista, el libro de Las mil y una noches parece estar formado por sueños anárquicos. Semejanza con la obra borgiana en que su autor nos lleva a un caos para surgir desde ahí en busca del orden. Por eso Borges se da por satisfecho cuando halla una armonía en las noches orientales; son tres los mendigos y tres los reyes, son tres los dones y tres las hijas de reyes. Lo que parecía un caos, expresa, es un cosmos.

Uno tiene ganas de perderse en “Las mil un una noches”, escribe Borges, uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano. ¿Pero qué hacer cuando consideramos que nuestro pobre destino humano nos condena a una confusión en la que nos sentimos como barcas a la deriva? ¿Por dónde iríamos, pongo el caso de Borges, si originalmente nos desprendiéramos de las teorías gnósticas e interpretáramos que, además de nuestra alma, también el universo es un caos? ¿Adónde se dirige el Borges ateo cuando no acepta el refugio de los vanos consuelos que proponen las religiones? Sin otro remedio, rastrea meticulosamente en los libros para encontrar el paliativo frente a la angustia que le causan los grandes misterios de la vida. Se acoge a la filosofía idealista y piensa que si el hombre es capaz de forjar voluntariamente sus fantasías, entonces puede crear su propio orden con la palabra poética. Interpreta los sueños como la otra realidad, y le concede al poeta la dicha de no distinguir la una de la otra. En la poesía, se consuela Borges, la vigilia es sueño y los sueños son una obra estética donde nos convertimos en el teatro, el espectador, los actores, la fábula. Asimismo, en su obra los sueños disponen del poder de volverse infinitos y se relacionan con su concepción panteísta desde que afirma: Sólo hay un soñador y ese soñador es cada uno de nosotros. Es frecuente hallar en su creación el tema de los sueños, como también es tema importante en Las mil y una noches.

Pero hay otros motivos para la inclinación de Borges por los relatos de Las mil y una noches. Uno de ellos, nuevamente nos sitúa delante de una posibilidad infinita: ni en las noches orientales ni en la narrativa de Borges aparece un final definitivo. En los dos casos rige el estilo sencillo. En cuanto a la causalidad mágica, materia que admira Borges en Las mil y una noches, me remito a Beatriz Sarlo, prestigiosa intelectual argentina, que al analizar Tlön, Ugbar, Orbis Tertius, afirma que en ese cuento las nociones de causa y efecto carecen de sentido.

Sin la más leve sospecha de que la Primera Guerra Mundial estaba a pocos pasos de entrar en la Historia del siglo XX, la familia se trasladó a Europa en 1914. Buscaban el tratamiento médico que detuviera la ceguera del padre. Borges cursó el bachillerato en Ginebra y aprendió en el colegio el latín y el francés. Aparte, y con el auxilio de un diccionario, intentó estudiar el alemán con Carlyle y siguió con Kant considerando su empresa como una derrota. Su tenacidad lo llevó a pensar que su propósito era más asequible con la poesía, y los sencillos versos de Haine le comprobaron que había elegido el camino adecuado. Una vez dominada esta lengua leyó a Schopenhauer. Conoció a Whitman en alemán y la admiración por el poeta norteamericano lo llevó a leerlo en inglés. A los veinte años, cuando Borges publicó su primer poema en una revista sevillana, dijo que había hecho todo el esfuerzo posible por ser Walt Whitman.

En 1919, la familia se trasladó a España. En Madrid se dio el encuentro de Borges con Rafael Cansino-Asséns, amistad que se fortaleció cuando empezaron las tertulias poéticas de medianoche en el Café Colonial.

Había pasado la guerra y los europeos necesitaban un cambio en su vida. El arte, por medio de la plástica y la literatura, da un paso al frente y fija la mirada en el futuro. Surgen los movimientos que promueven distintas formas de expresión. Cansino-Asséns juzga que España siempre ha estado retrasada en cuestiones artísticas y, como eco de los nuevos vientos que soplan, propone el ultraísmo. Borges apoya y comparte con el grupo su planteamiento de la renovación poética. No obstante, hay un marcado contraste entre los apasionados manifiestos ultraístas españoles y el término comedido en que Borges redacta el suyo cuando regresa a la Argentina.

La familia vuelve a Buenos Aires en 1921, y es tal la emoción de Borges cuando encuentra la ciudad creciendo y desplegándose hacia las pampas, que escribe Fervor a Buenos Aires. Aunque este libro fue hecho en el apogeo del ultraísmo, sus poemas no muestran ninguna estridencia futurista como la de sus contemporáneos. Al poco tiempo, Borges reniega de esta corriente y se instala de una vez por todas en las formas clásicas. Desde el principio Borges aspira a un estilo sencillo. Conciso, le da a cada palabra un lugar imprescindible para apoyar la idea. Si él no conoció las fronteras para sus innumerables incursiones en la Literatura Universal, tampoco impone límites en lo que escribe. La poesía, los relatos y los ensayos, se combinan continuamente para transportarnos totalmente seducidos, a su inagotable perplejidad. La crítica separa la obra borgiana en dos etapas, pero tanto el Borges de los primeros tiempos como el postvanguardista, se mantiene fiel e inmutable a sus conjeturas. Sus temas y preferencias literarias guardan una afinidad asombrosa y se entrelazan con los símbolos en toda su creación. Borges se propuso llevar a ejemplar extremo la frase que solía repetir de Thomas de Quincey: la literatura es un milagro de pocas palabras. En su poesía hay una alusión a la realidad que inmediatamente mezcla con la fantasía, para viajar a otra realidad que es de donde nace la reflexión de su experiencia. En la búsqueda del Absoluto se vale de la metafísica y la fusiona con la forma poética. Forja sus textos en hechos del ayer porque, según afirmaba, en el pasado se sentía más libre para inventar. Para acercarse a Borges, Silvia Iparraguirre, crítica literaria y ex alumna de él, sugiere tener, por lo menos, una idea de sus temas y conocer alguno de sus recursos: la cita inventada o el humor, la ironía o la parodia sutil.

Solamente voluntades estrechas y mezquinas pueden condenar a Borges al destierro, lejos de Latinoamérica. No es lícito reprocharle que no haya encaminado su escritura tan sólo a lo local y que no la haya politizado. Pero oigamos lo que Borges dice sobre este argumento: Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores. El único patrimonio de la obra borgiana fue el universo y comparto la opinión de Ryzard Stanilawsky, divulgador del arte polaco, cuando asegura que los fenómenos artísticos son importantes en tanto hacen visibles los fenómenos universales. Lo que verdaderamente vale y no muere es lo que se alza a una legítima estética.

Jorge Luis Borges, el escritor que después de haber sufrido un golpe en la cabeza que lo llevó al hospital, tuvo miedo de haber perdido su capacidad creativa y la sometió a prueba produciendo su primer relato fantástico. Jorge Luis Borges, el angustiado escritor que en los cuentos donde aparecen libros y bibliotecas, invariablemente nos enfrenta la enfermedad o a la muerte; el que se negaba a opinar de casi todos los poetas contemporáneos. De él aprendí a huir del esnobismo que nos compromete a leer libros que no nos gustan. Como profesor jamás impuso un autor a sus alumnos. Cuando ellos le pedían nombres o títulos, él contestaba: no importa la bibliografía, al fin de todo Shakespeare no supo nada de la bibliografía shakespiriana.

Borges, el hombre que en sus páginas no tocó el amor carnal a pesar de haber tenido dos matrimonios y muchos enamoramientos que no se concretaron; el ciego que rechazó la compasión; el inspector de pollos y conejos cuando el gobierno de Perón, para humillarlo, le asignó este cargo, retirándolo de su trabajo como bibliotecario; Borges, el hombre que ya viejo lamentó recatadamente no haber tenido un hijo y declaró haber sido un desdichado.

Jorge Luis Borges, el insolente. En su vida pública dio pasos en falso que sus detractores aún no le perdonan. Fue capaz de hablar mal de los negros en una universidad de Estados Unidos. Desafió la democracia aceptando un homenaje de Pinochet y apoyó al general Videla cuando éste ajusticiaba terroristas. Ridiculizó a García Lorca y redujo la importancia de Goethe cuando le comentó a María Esther Vásquez que al escritor alemán le perdonaba todos sus volúmenes, a cambio del poema Elegías romanas. Por encima del cuchillo y las espadas, esgrimió con maestría la mordacidad. Lo hizo a diestra y siniestra. Yo no admiro algunos de sus desaciertos sino el valor para decir lo que pensaba. Lo demás, lo traslado a su condición humana (quien se sienta libre de pecado, que lance la primera piedra.)

Tuvo premios importantes, muchos doctorados Honoris Causa y reconocimientos de todas partes del mundo. Pero debió compartir el Premio Cervantes con el poeta Gerardo Diego. Y el Nobel, el Nobel sorteado por países y manchado de política, no reparó en él. Borges salvó la frustración: No otorgarme el Premio Nobel se ha vuelto una costumbre escandinava, y yo respeto mucho las costumbres.

Lo esperanzador de la literatura es que a los destinos geniales, el tiempo se encarga de colocarlos en el lugar merecido. Mario Vargas Llosa opina: Borges es uno de los más originales prosistas de la lengua española, acaso el más grande que ésta haya producido en el siglo XX. Octavio Paz apoya esta admiración: Borges sirvió a dos divinidades contrarias: la simplicidad y la extrañeza. Con frecuencia las unió y el resultado fue inolvidable: la naturalidad insólita, la extrañeza familiar. Este acierto talvez irrepetible, le da un lugar único en la historia de la literatura del siglo XX.

Jorge Luis Borges, el escéptico, el soberbio escritor que, en un tiempo cíclico, irá llenando el espacio de cada generación como un eterno instante en la memoria de la Literatura Universal.

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(Conferencia ofrecida en el Instituto Guatemalteco de Cultura Hispánica el 24 de agosto de 1999. Publicada en el periódico Siglo Veintiuno, Guatemala , el 29 de agosto del mismo año y en el Boletín cultural informativo de la Universidad Dr. José Matías Delgado, El Salvador, marzo de 2004).
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