Miguel Fajardo Korea
Marcelino García Flamenco,
un cuscatleco en Guanacaste
Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Omar Dengo, Universidad Nacional de Costa Rica
La extensión de la pampa
registra tu andar cuscatleco
en la región final
del norte costarricense.
Maestro García Flamenco:
supiste enseñar las primeras
letras de tu vida-mártir
en Buenos Aires de Puntarenas.
Ese viernes 15 de marzo de 1919
sentiste el rencor, asfixiándote,
contra quienes asesinaban sin asco.
No escogiste sitio para ejercer
tu magisterio.
Estabas por convicción
en un caserío de 11 viviendas
y 60 ranchos de paja
para afirmar tus raíces voluntarias
con el activismo cívico,
a favor de la libertad
contra fronteras estrechas.
Protestaste con gallarda honradez
contra los crímenes atroces
que te correspondió constatar:
Rogelio Fernández Güell
Carlos Sancho
Jeremías Garbanzo
Carlos Rivera.
Antes de renunciar a la docencia
diste una lección cívica
inimaginable a tus alumnos,
a esa sociedad del conocimiento
que empezabas a formar.
Criticaste a los asesinos.
Censuraste el horror de la
obediencia estéril
de quienes mataban sin asco.
Leíste el artículo de Fernández Güell
contra la pena de muerte.
Honraste a los patriotas caídos,
junto a tus alumnos,
cuando colocaste
ofrendas y cruces
en las tumbas-santuarios
de los luchadores por la libertad.
Cerraste la escuela
para proteger la vida de los niños.
Marchaste a Panamá
para integrarte a combatir
a los secuestradores
del poder costarricense (1917-1919).
Denunciaste los crímenes
en el “Stard and Herald”.
Renunciaste a la educación
para crear conciencia interior
de la vida humana inviolable.
Te internaste en Panamá
y desnudaste a la tiranía.
Internacionalizaste la denuncia
para ganar adeptos
contra la libertad secuestrada
en el país que te acogía.
Sumaste fila con los exiliados
que desde Nicaragua
se enlistaron
contra la opresión
y el miedo.
Centroamericanizaste la lucha
en tu cruzada por la libertad,
a toda costa,
en todo frente decisivo.
Rogelio Fernández Güell
y sus compañeros de armas
se batieron contra los esbirros
que socavaban las libertades
costarricenses.
Defendiste a tu patria adoptiva
con la fuerza telúrica propia.
Tus ideales fueron encendidos
en la batalla del Ariete
el 19 de julio de 1919.
Te quedaste en la retaguardia
para que avanzaran los heridos
por el régimen conculcador.
Resultaste vilmente herido
a machetazos cobardes,
en la cara y el estómago,
los cuales aún resuenan
en los límites sin guardarraya
del Norte G
en la patria por la cual luchaste.
El enseñamiento contra vos
fue bandera en las tropas
de la ignominia usurpadora.
Casi moribundo te ataron
a un corcel, a galope tendido;
te arrastraron cien varas,
te rociaron con kerosén
y te quemaron con cinismo
en la entrada de La Cruz.
Los adeptos del régimen
no pudieron matarte el alma,
porque alzado en llamas
de libertad, seguís abriendo
el camino de las conciencias y
señalás derroteros con tu heroicidad.
Continuás vigilando
la frontera norte
de tantas decisiones históricas
para que no entre
la injusticia.
Todos sabemos
que un maestro-soldado
enseña su lección cívica
en el aula abierta,
no escrita en textos oficiales:
desde el aprendizaje
del sacrificio,
desde la palabra y la verdad,
honesta e irrenunciable,
con la única arma
de la entrega leal, patriótica,
con la consigna centroamericana
de la lección aprendida
en el espacio áulico
de la bioalfabetización,
en la selva ardiente,
desde todos los frentes.
Tu sangre ayudó a botar
a quienes usurparon el poder,
a golpe de persecuciones
y miedos atroces.
Tu vida cuscatleca
llegó a Costa Rica,
se internó en Panamá,
se enlistó en Nicaragua
y combatió en Costa Rica
por las libertades arrebatadas.
Desde aquí defendiste
el ideal centroamericano
de vivir en paz
como un nuevo mandamiento.
El mármol blanco cubre tu tumba,
pero no como soldado desconocido.
Simboliza el color de tu entrega,
sin falsas poses,
porque vos, como maestro
de la libertad
y las convicciones cívicas,
lograste acrecentar
los límites telúricos,
sin fronteras imaginarias.
No merece ser nombrada
ninguna dictadura (1917-1919).
Solo son eso,
usurpadores del poder,
representantes de la ignominia,
contra el orden jurídico
y constitucional.
Como educador,
registraste los asesinatos
en los apuntes del heroísmo
que desconcertó a los soldados.
Solo así pudiste escribir
esa memoria por la libertad,
como una lección cívica
contra los usurpadores de la paz.
Irónicamente,
la soldadesca analfabeta
dio muerte
al Maestro Marcelino,
al cuscatleco García,
al patriota Flamenco.
Pero sigue viva el alma
del maestro soldado,
el valiente centroamericano,
Marcelino García Flamenco:
luchador insigne,
desde una Centroamérica
sin distancia
para el abrazo hermano.
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