Miguel Barnet, Cuba
PATRIA
No puedo esperar más
digo y vuelvo a repetir ahora
que cada día que pasa
quiero más este viento debajo de las hojas.
Esta casa que mis ojos han visto diariamente
que yo sabré cuidar
y la sombra del jagüey
y la tierra.
Pero no basta. Ahora van a oírme una voz
templada en el fuego
porque han preguntado por mí.
Y me parece que se trata
de un amigo cercano
y mi corazón me entiende
y yo sé que a mi lado, en los pueblos, lejos, en el campo
hay una fuerza como el viento
que está dispuesta a defender la vida.
(De La piedra fina y el pavorreal)
LA FUENTE VIVA
El azúcar unió a Cuba. La cultura que se generó en su ámbito conforma hoy la cultura nacional. El batey, coto cerrado, célula fundamental, contribuyó a la fusión integradora de todos los valores originarios de nuestro país. Ahí se fundieron las corrientes básicas de nuestro ser, como antes se habían encontrado las de origen africano en el barco negrero, en el barracón, en los cabildos y, finalmente, en el solar donde se dan el brazo definitorio todas las manifestaciones que componen nuestro acervo espiritual y material. Las culturas africanas llegadas a Cuba en oleadas intermitentes se transformaron y crearon nuevas especies y categorías. Todo este proceso sincrético, que se inició en las costas africanas del Golfo de Guinea y de toda el África subsahariana, se desarrolló con mayor fuerza y complejidad en las tierras de América. Proceso de sincretismo que no cesa, pues se da de una forma dinámica y permanente. Junto a los distintos grupos étnicos que llegaron de África, vinieron sus expresiones culturales, tanto artísticas como religiosas. Y todo ese conglomerado humano estaba orientado hacia los campos donde se cultivaba, principalmente, la caña de azúcar.
(«La cultura que generó el mundo del azúcar»)
OFICIO DE ÁNGEL
La ventana se cierra de un golpe de viento. La noche quiere entrar por una hendidura. Acomodo la tabla de madera entre mis piernas. El ruido de un helicóptero pasa rasante. Se agolpan en mis oídos múltiples sonidos: el maullido de un gato, las tazas de loza de mi vecina Flor, la voz tronante de mi abuelo hablando por su enorme caracol.
La memoria urde de nuevo con sus trampas. He perdido la facultad de poder rescatar de la maleza al negrito congo que mi madre veía en su infancia. No quiero recordar. Quiero sólo el presente.
Un guiñol me manipula. Me rindo ante esas cuerdas que tiran de mi cabeza. Veo a mi padre entrar, con la dignidad de un caballero de las cruzadas y su barba blanca, en la casa de la calle Quinta a su regreso de Playa Girón.
Nada podrá asustarnos. Nada nos asustará. Lo extraordinario se vuelve cotidiano. La corneta china y el tambor batá apagan el estruendo de los cohetes de la Crisis de Octubre.
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