Pere Bessó, España
PERE BESSÓ
Por Ricardo Llopesa
De mirada profunda debajo de unas gafas quevedescas, bigote recto a lo Freddie Mercury por encima de una sonrisa ancha, rostro de atleta, como el cuerpo, señales de comer y de beber al estilo de los antiguos romanos. Es la imagen que recuerdo del poeta Pere Bessó. Traductor, además de poeta, lo que demuestra su amor y el mimo por la palabra.
Lo conocí en tiempos lejanos cuando peinábamos pelos negros, hablábamos sin parar y bebíamos con pasión ron y tequila. Hoy que peinamos canas, sin rencor y con júbilo más bien, recuerdo aquellos días de comienzo de los 70, cuando empezábamos en la Universidad de Valencia y nos enzarzábamos, entre humo y vino, en discusiones sobre poesía. En verdad, Pere es de las personas hechas de la madera de los amigos que no pueden olvidarse nunca.
Por entonces, tuvo la feliz idea de publicar una revista de poesía, sin medio alguno, más que la ilusión. Y así fue. El primer número de “Múrice” salió a la calle mientras yo andaba metido entre las faldas de una francesa en Lille. Cuando regresé, la sorpresa fue grande, pues encontré una ciudad distinta, con el ánimo de unos y otros encendido, porque la ciudad estaba falta de un poeta que cogiese la batuta e hiciera cantar en coro a los poetas. Nunca he visto a los poetas en un ir y venir de júbilo de un lado a otro. Era un coro nada celestial que hizo posible a los más jóvenes alzar el vuelo de la aventura en busca de la palabra entre las nubes de lo moderno.
De entonces a hoy han pasado años y décadas. El hilo del tiempo es tan largo que se estira como un chicle mascado, se enreda entre los dedos, se pierde y se corta, pero aquí estamos. Él, dibujando cada día la serpiente de la escritura como un amanuense amante de la palabra, y yo, viendo pasar la escritura del amigo con los mismos ojos de aquella tarde distante, cerca del cine D‘Ors, frente a una copa de vino de Pedralba y abierta la ventana del bar.
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