Leonardo Estrada Velázquez, Cuba
Agua del presagio
“…en un mundo de neblina.”
Jesús Orta Ruíz.
Despeino la noche: hechizo
del vórtice más arcano,
fallezco torpe en tu mano
y en su furor eternizo.
Trémulo sangro, agonizo
sobre el puerto que revienta:
mástil a donde me avienta
tu garganta a contraluz,
búsqueda, refugio en cruz
donde cala la tormenta.
Muerdo voraz tus pezones
y arrogante salgo ileso,
te arranco el orgasmo preso
donde cuelgan las razones.
Muerde la esperma a montones
de retoños tras la puerta.
Muerde tu danza no muerta
ante el soplo audaz que surge.
Muerta, aprisa, resurges
si a veces te dejo abierta.
No sucumbo al desafío
que impone el tacto a mi boca,
no sucumbo si provoca
con su ardor mi desvarío.
No sucumbo al mar bravío
que embate la concha herida,
mas el insomnio convida
tu hendidura hacia mi daga,
dilata dócil su llaga
bajo este volcán suicida.
Sin aliento te reclamo
sobre un anhelo que abruma,
sin aliento entre la espuma
que desde el lecho derramo.
Sin aliento te proclamo,
bebo el frutal y alucino,
sin aliento tomo el vino
con néctar de la lujuria.
Sin aliento la penuria
borra del bosque tu sino.
Inflama mi lengua, ahoga
desde tu ombligo el concierto,
lame sublime el desierto
donde la flor me interroga.
Palpa el gozo que ebrio aboga
si perezco en la porfía:
resaca, savia-manía
de dos peces que se exprimen
sobre el coral sudan, gimen
en pos de esta profecía.
Quiebra el cielo tu cintura
de espiral que estalla al borde.
Quiebra del perfil su acorde
que llora desde tu anchura.
Quiebra el fervor ya sin cura
donde la roca se agrieta.
Quiebra la ansiedad repleta
por la fibra de mi mismo,
quedo inerte en el abismo
a merced de tu silueta.
Derrito la miel desnuda
del fondo que se deshace
cuando el manantial renace
bajo el peñasco que suda.
Derrito la furia muda
del vértigo y su letargo,
derrito el ensueño amargo
que se desploma en tu espalda,
cuando mi sed te respalda
con la euforia que descargo.
Arrastras mi cuerpo, incitas
a saciarme con tu apego,
desde tu vientre mi ego
encadena y resucita.
Abres el labio que invita
a desangrarme en la cumbre,
me flagelas con la lumbre
de un latido que desgarra:
enigma que al dardo agarra
si devora tu costumbre.
Inerme dejas al centro
si te destroza un temblor,
inerme atrapo el dolor
que sacude desde adentro.
Inerme aviva el encuentro
si soy señuelo de antojo.
Inerme llega el arrojo
que de tus muslos deviene
cuando el espasmo sostiene
la dejadez de tu ojo.
Y profundos al naufragio
cuando el diluvio es atroz
nos sumergimos sin voz
sobre el agua del presagio.
Te sumerges al adagio
donde mi piel alucina,
me sumerjo con la espina
demente ante tantas ganas,
casi a flote, siempre emanas
en un mundo de neblina.
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