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jueves, 9 de febrero de 2012

JOSÉ LUIS PARRA


José Luis Parra, centro.




JOSÉ LUIS PARRA


Por Ricardo Llopesa


Escribir poesía con la pulcritud que lo hace José Luis Parra es un mérito y una virtud porque el mensaje y su contenido, su manipulación verbal, a través de la palabra se convierte en esencia de belleza y de precisión. Se trata de dos recursos tan sutiles, que más bien parece un arte burgués, teniendo en cuenta que Parra es poeta disidente y anárquico en el arte de escribir. Lo cierto es que pocos poetas cultos como él han escrito con el bagaje de la información, sin fronteras lingüísticas, tomando de aquí y de allá lo que mejor calza en el poema hasta conseguir el poema original. Al llegar aquí, nos damos cuenta que la poesía de José Luis Parra trasciende el término burgués, lo supera con su esfuerzo personal, está por encima de la norma establecida, rompe la tradición, desguazando todo principio caduco y manoseado, restituyendo a la poesía su mayor importancia, que es la originalidad.

Es autor de una obra tardía publicada en la época de su plenitud intelectual, de estilo inconfundible, como su barba y su bigote que ponen el sello y su estilo, breve, símbólico, penetrante y universal. Parte de su obra está recogida en la antología “Caldo de piedra“, editada por Renacimiento, en 2001. Su primer libro apareció con más de medio siglo de vida bohemia, entre el alcohol y el tabaco, bajo las viejas soleras de la Cervecería Madrid y el Café Malvarrosa, donde todavía se le puede encontrar. Pensamos que una obra como la suya merece nuestro recuerdo porque cada título es un tatuaje intelectual: "Más lisonjero me vi" (1989), "Un hacha para el hielo" (1994), "Del otro lado de la cumbre" (1996), "La pérdida del reino" (1997), "Los dones suficientes" (2000), "Tiempo de renuncia" (2004) y "De la frontera" (2009). Una obra breve, pero intensa y valiosa, escrita por un madrileño de nacimiento (1944) que vive en Valencia desde toda la vida y merece por patria el mundo sin fronteras.

Cuando conocí a Parra, en un tiempo que ya ni siquiera recuerdo, me quedé sorprendido por la familiaridad de aquella conversación, mientras recitaba e ilustraba con erudición el poema "Canto de guerra de las cosas", de Joaquín Pasos. En seguida me habló con propiedad y conocimiento enciclopédico, de Carlos Martínez Rivas, Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Cardenal, Gioconda Belli, cuando la Belli era aún desconocida. ¡Qué maravilla!

Pero Parra también sabía mucho de vinos y de rones, y hasta de gallopinto. ¡Qué maravilla sentir cerca la distancia! Ese día lo sentí uno de los míos y juntos compartimos muchas noches. Pertenece por filiación a la generación de poetas que surgieron en Barcelona por los años 70, bajo el signo de los cambios. Fue amigo de Francisco Seguí, el autor de aquel libro iluminado, "Prohibido amar las cucarachas", del año 73. A José Luis lo conocí de la mano del poeta Álvaro Urtecho, cuando los tres estudiaban Filología en la Universidad de Barcelona. De ellos, sólo Parra ha sobrevivido a las traiciones de la vida, porque él es un poeta lleno de proyectos y su vitalidad consiste en vencer las dificultades.

Decir José Luis Parra es nombrar el poema perfecto, sin ser él seguidor de métricas ni pasado, sino irreverente versolibrista, exigente y riguroso, como tiene que ser el verso libre, más perfecto y con más variantes que el métrico, a la manera de los versolibristas franceses. Su rigor procede de la forma y los temas. Como los buenos licores, su poesía está escrita y refinada en filtros que se destilan las veces que sea preciso hasta conseguir el poema perfecto.

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