María Eugenia Caseiro, CUBA-USA
Cantata de augurios
El tiempo que siempre pulveriza
la sombra en la escafandra de los sueños
es de un negror tan dulce como la noche abierta.
Aqueja su espesura
tupida bocanada de deslumbre
la llama del quinqué
conjuro contra la opacidad creciente.
La insaciable carretera de la noche
devoró la eternidad con sus techumbres
los vastos capítulos que en el dintel del tiempo
vacíos de inefable música
adoptaron el latido perenne de un reloj.
!Qué vasta soledad!
!Qué quieta población de incertidumbre
levita en el desvelo!
Y el azar, de color indistinto
irrumpe cual la noche,
detiene las hechuras en un punto
con ardua mansedumbre.
Derrumbará las puertas el azar
como marca del misterio en lo imprevisto.
Vuelve, siempre vuelve
esa ausencia de palabras justas
que atenta contra el ojo del Orisha
y va a endilgarnos su semilla de otredad.
Descalcés de una huella abroquelada
en la almohada mortecina
ese encallamiento en que la noche
hunde sus espuelas con frialdad.
!Qué inútil sosiego nos derrumba!
!Qué pobre lealtad nos hace ciegos
frágiles reclusos de una impronta
a la espera del anzuelo
cuyo lánguido cuello fracturado
miente y nos descubre.
El viento desviste la ocasión,
apaga la infidencia del quinqué que lucha por verter
con su lengua de lumbre un método infalible que destape la luz.
!Cómo mueren los caballos en el sueño
!Qué sacrílego incendio el que agonizas
i relinchan sus llamas con la prestidigitació n del fuego.
La luna en su vigilia como una runa impávida
ha clavado su estaca de asterisco mayor.
Con ojo sibilino amortaja el incesto
del viento y su razón
sobre el fieltro abisal en que se fraguan símbolos.
Cantata de augurios
El tiempo que siempre pulveriza
la sombra en la escafandra de los sueños
es de un negror tan dulce como la noche abierta.
Aqueja su espesura
tupida bocanada de deslumbre
la llama del quinqué
conjuro contra la opacidad creciente.
La insaciable carretera de la noche
devoró la eternidad con sus techumbres
los vastos capítulos que en el dintel del tiempo
vacíos de inefable música
adoptaron el latido perenne de un reloj.
!Qué vasta soledad!
!Qué quieta población de incertidumbre
levita en el desvelo!
Y el azar, de color indistinto
irrumpe cual la noche,
detiene las hechuras en un punto
con ardua mansedumbre.
Derrumbará las puertas el azar
como marca del misterio en lo imprevisto.
Vuelve, siempre vuelve
esa ausencia de palabras justas
que atenta contra el ojo del Orisha
y va a endilgarnos su semilla de otredad.
Descalcés de una huella abroquelada
en la almohada mortecina
ese encallamiento en que la noche
hunde sus espuelas con frialdad.
!Qué inútil sosiego nos derrumba!
!Qué pobre lealtad nos hace ciegos
frágiles reclusos de una impronta
a la espera del anzuelo
cuyo lánguido cuello fracturado
miente y nos descubre.
El viento desviste la ocasión,
apaga la infidencia del quinqué que lucha por verter
con su lengua de lumbre un método infalible que destape la luz.
!Cómo mueren los caballos en el sueño
!Qué sacrílego incendio el que agonizas
i relinchan sus llamas con la prestidigitació n del fuego.
La luna en su vigilia como una runa impávida
ha clavado su estaca de asterisco mayor.
Con ojo sibilino amortaja el incesto
del viento y su razón
sobre el fieltro abisal en que se fraguan símbolos.
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