En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



jueves, 14 de diciembre de 2006

ANTIGUA SOLEDAD

Fotografía: André Cruchaga

(Poema-libro publicado en la Revista Cultura No.75, del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, CONCULTURA, abril-junio de 1994, El Salvador)

Primera parte
Soledad inicial, abierta herida.


“…Y hay una
Sombra de hojas que caen y crujen lentamente”…
Luis Rosales.


I

Existo y luego pienso
En el denso océano del insomnio.
El alma y la materia son dos ejércitos
―cada cual con su consigna―
En los laberintos del viento.
Yo me conformo conjurar,
Los claveles fantásticos del agnosticismo.


II

No hay respuestas para todo:
El sueño es un río de sombras
Dulcificado por el horizonte
Con almíbar de alborozada aurora.
¡Qué cobarde! La excusa, el disfraz,
De no ver cómo el alma
Se transparenta en cristales…

Me río de la piedra y la ciénaga
Y suspiro ante lo inefable.



III

La calma es una mariposa en la conciencia
Emergiendo entre claveles
Y henchida en el enigma de la sangre.
El ansia fue primero y la hosquedad.
Lo abismal parecía una enredadera
Con múltiples crepúsculos hirientes.
La noche, sin embargo, entre el almidón
De los vestidos, me trajo intacto,
El camino del fuego y la luz.



IV

Retengo la imagen del más ausculto fuego.
Esa es mi labor de labriego.
La tierra es un milagro. También el agua.
La noche cae en mi alma, entera,
Sangra de lluvias y fantasmas.
El fuego es un ahogo de ojos móviles
Donde arde el gozo y las huellas se disipan.
En él crepitan las semillas de mis sienes…



V

Aunque el grito sea viejo.
El sueño me lleva a múltiples abismos.
Soy sobreviviente en la transparencia de la oscuridad.
Soy páramo que se ahoga en el follaje.
Soy pecho donde se deslizan las raíces de la aurora
Y el viento se convierte en velero de ardidos cristales.


VI

El espíritu es un surco donde nacen
Campanarios maduros. Donde la esencia
Se trasiega en las gargantas del infinito.
El espíritu es un odre donde el semen
Se convierte en espigas y el incienso,
En zumo de sueños abiertos.
Yo lo llevo como una campánula
Nacida en las entrañas del tiempo.



VII

Siempre me he bañado en la misma angustia
Existencial que dan las sombras de la noche.
La voz está hecha de ríos íntimos,
De caprichos, de siglos agónicos.
Ahora, en un diálogo inaudible,
El río corre y me baño en las mismas aguas
Trepidantes de los cerros.



VIII

He dado alma a las sombras.
Sacude, a través de las ventanas,
Su sangre de musgo. Los cristales, intactos,
Transparentan lo etéreo del anhelo.
Las sombras, sedientas han ascendido,
Al trono de mis sienes. Las veo con tempestad,
Que es decir, con vehemencia.
Mi voz creció buscando el enigma:
La razón del vuelo solitario.


IX

Los árboles y los pájaros me nutren.
Es bien antigua esta devoción
De absorber la lluvia y perpetuarme
En su líquido vital. En el vuelo.
Así me nació la luz y crecieron las pupilas.
Así el cuerpo tembló bajo el rumor
De la sed nupcial y el destino.
Así las manos, aprendieron a moldear el oficio
De desentrañar la conciencia de la sangre.



X

Nada conozco que no sea a través
Del enigma, el augurio y el misterio.
Son estas cosas las que forman la audacia
De acercarme al timón del pensamiento.
Nada es que no sea en el imperio de la luz.
Nada es que no se fugue y agonice.
Nada es que no desgarre y conforte.
Nada es que no responda a la vida…



XI

Maternal es la tierra. Primorosa.
En ella satisfago mi antigua soledad:
La soledad de Ícaro en el laberinto
De agonizantes Némesis y sueños.
La celebro porque es espejo de mi carne.
En su humus crezco como helecho
Y amanezco reconfortado con la estación del cierzo.



XII

He caminado con una aljaba de esperanza.
Y entre la arboleda, soy álamo y conacaste,
Ceniza con osadía de alas,
Materia que Selene ilumina, bruma
Que se forma en torno al alma. Lámpara.
He caminado entre embudos flotantes.
Aquí el equilibrio sólo es posible,
Cuando el subconsciente atisba las zarzas.



XIII

Me afirmo como Heidegger en la armonía interior,
En el alma invisible, en el discurso
Que da ésta desde su campanario.
Algo duele y se quiebra en la voz:
La misma que libra batallas,
En el eco del mundo, en el fuego abierto.
¡Ah, esta angustia y este temor!
Unidades que sin duda, como astillas,
Se desprenden del tiempo y de la vida.


XIV

Toda la verdad que me rodea es íntima.
Sangra. Y es la sangre del sollozo personal,
La que, emerge del cuerpo y supura.
La que suscita igniciones en el pecho,
La que habla doliente desde la fogata del desafío.

Así existo haciendo este inventario…



XV

Esta antigua soledad de ser,
Se formó con la desintegración de los sueños,
De la realidad punzante, de mi extraño hermetismo.
La materia sólo ha sido un fantasma;
Prefiero, entonces, la bruma aunque me atormente:
La duda, la visión de las distancias.
De esta forma, mi única síntesis es la obsesión
Por el polen de la noche, por el secreto de la lluvia.



XVI

Entre el agua construí mi soledad.
Entre los árboles fui un vigía.
Entre las piedras fui el único ser viviente.
Entre los animales, me debilitaba
El fantasma atroz del pensamiento.
Entre ir y venir reventando campánulas,
Aprendí a vivir muriendo o viviendo
Con el alma temblorosa de la vegetación.


XVII

Mi compañía siempre fue el sigilante búho,
La luna endurecida filtrada por el techo,
El gorgorito de agua del talpetate
Y la cuajatinta tumultuosa, llena de misterio.
Los presentimientos siempre enhebraron miedo.
El sueño fue reposo aparente:
Ahí siempre elucubraban los ojos de la zozobra.


XVIII

Las paredes son una forma
De retener al cuerpo en su viaje.
Las ventanas y las puertas de liberarlo.
Yo soy, sin embargo, en mi vigilia,
Una sombra comprimida y, a su vez una campana.
Yo me desvisto rompiendo bridas para arribar
Al milenio de todas las ausencias,
A ese tiempo desandado en la conciencia.


XIX

Busco la única puerta de mi ataúd:
La vida malignamente deliciosa.
El ser de mis ojos en la clarividencia
De la aurora, de los párpados que anclan…
Vivir es ir afirmando los contrarios:
Me niego como la luz y la quietud sin respirar.

Así vivo necesariamente deshaciéndome.


XX

La realidad no puede ser sin fantasía.
Yo me proclamo admirador de las gaviotas,
De la esperma flotando en las playas,
De los barcos esperando sueños
Con la ilusión de lo insólito e imprevisto.
Me nutro en la eucaristía del idealismo.
La realidad y la materia, ¡vaya qué tormento!
Basta con agarrar el fuego del horizonte
Y murmurar junto al viento con ventanas.

¡Vaya qué tormento! Perder el gozo eterno
De las transfiguraciones del firmamento…




Segunda parte.
La soledad acaba siendo espejo.


“Ebrios itinerarios que extraviaron mis brújulas”
Jorge Rojas



I

Me opongo a toda violencia potencial o en acto.
Es una forma de prostituir el espíritu y la conciencia.
Soy en este rincón donde vivo,
―sin la ramazón virulenta de la ideología―
El ser más agónico y jubiloso.
Las masas siempre me debilitaron el sueño:
Prefiero, entonces, el deslumbrar de los sentidos
Y el tibio fuego de los árboles…



II

Uno sale de pronto de muchas humedades,
De muchas lámparas y agonías.
Soy Lázaro en la fuga del alma:
Mi afán es encontrarme con los bosques,
Sonar en la gruta de una campana,
Despertar con la certeza de saberme vivo.
Detesto aquel materialismo que no trasluce
―la luz o la tiniebla― en húmedos sentimientos.


III

Son efluvios convulsos los que emanan,
Ahora, de esa sucesión de la hoguera.
Mi antigua soledad es una actitud
Más de comunión que de individualismo.
He crecido en el cuenco de muchos deseos,
En el anhelo de sueños anteriores me he formado:
La vigilia ha germinado a través del tacto:
La arcilla hace renacer pupilas…


IV

Nada es eterno. Es cierto. Todo cambia.
Sin embargo, la luz ha sido igual,
Desde el ocote de las catacumbas:
El pedernal del semen. La agonía de la masturbación,
El fuego y el ruido de la intemperie.
Niego la palabra y la miseria de Zenón.
El monismo tiene sonoridad hueca.
Somos, en esta heredad del fuego,
La más completa amalgama de soplos.


V

La Nada es el espacio de donde venimos.
Era un grito sombrío de hojarascas.
De ahí emergió la luciérnaga alucinante,
La desnudez de la carne y la fugacidad atroz
De los tiempos. Los hechos solitarios.
El magma que puso mariposas en el pecho,
El llanto de los primeros ríos.
Entonces, la Nada sigue siendo,
Como el ovario y la esperma:
Se juntan para formar misteriosos espejos.


VI

Soy incapaz de conocer las notas del destino:
Ser y poblarme de tanta realidad.
En mi psique, las verdades son vacías.
Nada es ardiente si no viene del alma:
El agua madre que fecunda la memoria,
El principio y fin suspendiendo todo juicio.
Por eso me declaro iniciador del soplo,
Y vivo, ciertamente, en el símbolo de los presagios.


VII

Son pájaros del más sombrío fuego
Los que conozco. Los que arden.
Los que arrebatan. Los que calcinan.
El vuelo es relativo en los moldes del tiempo.
Con la lengua saboreo el primitivo fuego.
En la cuenca de mis ojos es posible
El cristal iluminado. La materia agreste.
El sueño deviene a través de los sentidos:
Los senos peregrinos de las sombras
Buscan una boca que los convierta en acequias…


VIII

Conozco los pájaros del más sombrío fuego.
Arden. Me arrebatan. Me calcinan.
El vuelo es relativo en los moldes del tiempo.
Saboreo llagas primitivas.
En las cuencas de mis ojos es posible
El cristal iluminado. La materia agreste.
El sueño deviene a través de los sentidos:
Los senos peregrinos de las sombras
Van tras una boca que los convierta en acequias.


IX

Busco todo esplendor entre las lianas de la vigilia,
El sueño, la tiniebla, los espejos, los fantasmas encarnados.
Me opongo a la sinrazón de los pies descalzos;
Y a la razón del cuerpo convertido en ceniza.
El mundo es un mal físico que llevo
Como una grieta, como un incendio…

Yo no renuncio a la pluralidad de los sosiegos,
Y a la locura dolorosa de mis pupilas…


X

Prefiero las creencias que definan
La conciencia y los ojos de la bruma;
Prefiero la posibilidad de la ternura,
Al alborozo marinero de los escollos;
Niego toda intimidad con las espinas,
Con el vacío, el gemido y los gritos.
Aprendí a nutrirme con el alma del misterio:

Soy labriego de la incógnita y la eucaristía;

Presuroso ando. Quiero conjugar oasis para mi sed.


XI

El mundo está en la intimidad de mi saliva.
Lo está en el rincón de mi corazón.
Me lo dice la conciencia. El asiduo abismo.
Fuera nada existe. Nada es.
El hálito sale desde dentro, de la ruda interior:
Ese hálito de vida plantado en el cuerpo.


XII

Me gustan los efluvios de las mañanas,
Cuando el alma los convierte en suspiros;
Me gusta descubrir con mis sentidos,
La conciencia de ser de mi existencia.
Aquí estoy desnudo desde la madera del sigilo.

La abstracción es el más prolongado llanto:
Las señales del asombro son como pájaros
Creciendo en el pecho de lo inefable.

Soy pájaro retornando al rocío. Al pinar.

Soy en mi vigilia total, un desgarramiento.


XIII

Mi ser es la pupila resurrecta.
La caricia fugitiva. La que no tengo.
El enjambre musical de las arboledas,
La inaudita espera de la miel de los labios.
El secreto que arde en el pecho, ahogándose.

Mi ser verdadero son las sombras
hechas cementerios.


XIV

Nada es del mismo modo en la conciencia:
El alfabeto es una oruga de enigmas,
Por donde el misterio de la vida me embriaga,
Con señales húmedas de brisa
Y ríos aleteantes y relojes de invierno.


XV

La angustia también es una dimensión
Con campanas. De prodigios.

Yo la siento como un cristal de fuegos:

Espejos que refractan la llama de lo inasible.

Espejos del más calcinante suspiro…


XVI

El mundo me agobia. Y así existo.
El alborozo es un duelo de amotinadas
Mariposas. De pálidas espumas.
Duele el tiempo. Supuran sus heridas.

Así me nutro de las más tétricas gargantas.
Y soplo, al albedrío, cuando la luz es centinela.


XVII

He ido muriendo en mis versos. Y, también,
Perdiendo sueños. Desnudo estoy. Aterido.
Y a pesar de los sonidos, sigo siendo uno:
El horizonte oscuro que deviene en claridad,

El anhelo extendido de las gaviotas.

La osadía de soñar con hogueras…


XVIII

El gris es asiduo en mis pestañas:
Los ojos lo han ido bebiendo con asombro;
Esta senda, parte de los itinerarios;
Tiene, sin embargo, distintos abrigos
Y humedades que el tacto niega.

¡Ah, el tiempo es dardo en mi alma!

En él todos los jardines sangran…


XIX

Todo lo perciben mis sentidos. La noche.
El día diluido. La ternura de la angustia.
El pájaro que bebe savia en los corpiños
De la huerta. La muerte que me asombra.
Yo valoro las interioridades humanas,
Del mismo modo que los labios absorben
El agua y los ojos remiran las espigas.


XX

Tiemblo ante la sustancia espiritual:
La mente es navegante insondable
De inquietos asombros y augurios.


XXI

Una boca me lleva a los fuegos de la esfinge:
La esfinge del alma que crepita
En la densa neblina de la noche.


XXII

Estoy hecho de una extraña oscuridad:
Los ramajes de la infancia siguen cantando.
Las piedras de las sombras asaltan mi conciencia.

Desde el amanecer lucho con estoicismo.

Desde el canto de los gallos empiezan mis faenas.

La realidad es un ataúd. Un cementerio…


XXIII

He llevado en mis hombros la herrumbre;
La danza en este sudoroso devenir,
Ha sido cada vez un apremio de náufragos.
He aprendido, claro, a sobrellevar
Mi propia soledad como esa herencia
Que dan los desgarramientos de la sangre.

XXIV

Siempre me he adscrito a las lámparas.
Aunque las catacumbas del tiempo me asfixien.
Mi oráculo emerge del tiempo inclemente:
El sudor multiplicado viene desde Delos.
Sólo la Esperanza ha sido una casaca de fuegos ilesos:
En ella afinqué risa y el ensueño de saltar muros.


XXV

Las sombras de las cosas, han convertido
En lámpara, su lánguida silueta.
Después de traspasar su efímera figura,
El alma sale del abismo y, la memoria,
De su llaga crepitante…


XXVI

Si vivo, ya no es tanto por la vida;
Sino por la tempestad de la muerte
Que me rehace ungiéndome de tierra,
De lluvia, de ceniza…
En este follaje vacío he crecido.
El rumor de la soledad es intrépido:
Su enigma es gigante. Sus ojos, de un sonido
Interminable como atravesar agónicos un túnel.


XXVII

Las ventanas me dan un aire nuevo.
El sonido de las carreteras se confunde,
Con el de la lluvia, con la voz ausente.
Yo estoy de pie con los párpados abiertos.
Yo veo correr cinturones de agua
Sobre las baldosas y las hojas mordidas de las aceras.
Las ventanas son esa filtración de luz,
Donde pasan porciones de nuestros pensamientos.


XXVIII

“Con un rito en la lengua detrás de mi palabra”,
He muerto tantas veces y ardido como hoguera.
Temo que sea un designio. El abrigo de la vida.
Temo que, de tanto morir, ya no muera;
Y mis ojos queden fijos viendo vitrales inasibles.


XXIX

Mi alma habita entre semillas.
Después de tanta noche entre eriales,
Mi itinerario está en los invernaderos.


XXX

Transpiro ilusión, esperanzas y anhelos.
Quizá “nadie entienda las fuerzas de mi ansia”.
Yo aspiro a una soledad de presagios y alas,
A la avidez deslumbrante de la espuma,
Al sueño lacustre e inusitado de mi infancia,
Para entender los árboles que cunden
El caballo de los vientos sobre las sienes.


XXXI

El universo está abierto para el conocimiento.
También la oscuridad transida de bosques:
Sus ramas germinan en las sienes;
De ahí surge una música en las venas.
Cofre inundado de enigmas y balastos
Donde se guardan los códigos del día.

El universo siempre ha sido una vieja consigna,
Para construir cándidas luciérnagas.


XXXII

Herido por el vértigo del enigma,
Alucinado, ardido, subo a los pájaros.
El horizonte suspira en su humedad;
La saliva se anuda a todos los augurios
Del lenguaje, de la encendida desnudez.

En los ojos del horizonte, se refractan las heridas del tiempo.

La sangre en la intemperie golpea fuerte…


XXXIII

En la noche se extiende el alma de los grillos;
Insistente es el azogue del silencio.
El agua visceral del tiempo,
Avanza combativa por mis sienes.


XXXIV

Un desierto se ensancha en las sienes:
Las heridas de vivir entre el gozo
Y los ensimismamientos;
Entre la voluntad y el magma de la carne.
Creo que la angustia me salva. También los labios
Desiertos de la entraña sobre las lágrimas.
Las sombras ausentes en el silbido de los eucaliptos,
El tren de los espejos en su contrapunto…

Ruedan por doquier los silencios deshojados;
No puedo ser indiferente frente a la geometría
De los pétalos. Alguien me llama
Hundiendo su barca de lienzos…


XXXV

Siéntate conmigo, luz, vigilia, anhelo.
Quiero evitar ya este arduo desasosiego.
A ratos me aburre esta realidad agónica.
Prefiero la brizna del deseo, el temblor ardiente.
Siéntate conmigo, cuerpo, entre los árboles.
La hojarasca tiene lámparas acogedoras.
El humus, la humedad que necesitan sueños
Para hacer crecer la voz y salga del abismo…

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