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miércoles, 11 de septiembre de 2013

NICARAGUA, YA MÁS CERCA

Francisco Carrasquer




NICARAGUA, YA MÁS CERCA





Por Francisco Carrasquer
(Albalate de Cinca, 1915-Tárrega, 2012)
Premio de las Letras Aragonesas 2006





Estamos ante el libro de un poeta, y por su título está claro (Ricardo Llopesa: El ojo del sol. Ensayo sobre literatura nicaragüense. Editorial Instituto de Estudios Modernistas, Valencia, 2004). Es éste un libro que hace las veces de manual, pero sin dejar de estar adornado con los atributos literarios del ensayo. En todo caso, lo primero que me urge decir es que a su autor le hemos de estar muy agradecidos por habernos dado a conocer la literatura nicaragüense. El autor de este libro, que lleva casi cuarenta años en España, sabe muy bien que estamos los españoles bastante pobres en el conocimiento de literaturas hispanoamericanas y él, como nicaragüense que es, habrá pensado: déjenme informarles sobre las letras de mi país, para empezar. Y ha hecho muy bien. ¡Gracias!
La verdad es que Nicaragua no nos sonaba más que por Su Poeta, Rubén Darío, y nuestro autor, excelente rubendariólogo él mismo, ha querido extender su información sobre otros poetas que brillan en la vasta constelación lírica nicaragüense, porque vale la pena, ¡ya lo creo!
De todos modos, precisamente por dirigirse a los españoles, ha creído inevitable empezar su estudio por El Poeta Nicaragüense y le dedica a Rubén Darío las primeras veintitrés páginas. Éste capítulo lleva el extraño título de “Lo efímero, lo precioso y hueco en la poesía de Rubén Darío”, título que hay que tomar con su carga de ironía, naturalmente. Lo que me recuerda mi propia experiencia de lector de poesía, que al releer a Rubén Darío a los treinta años y pico me di cuenta que en mi primera lectura, ¡en el frente de guerra!, a mis veintiún años, no lo había entendido en absoluto. Y me sentí obligado a escribir mi “Palinodia por Rubén Darío” en desagravio.

Retengamos el ejemplo que pone Ricardo Llopesa para desengañar a aquel joven en el frente de guerra que entendía el cortejo por “efímero”, lo elegante por “preciosista”, y lo multívoco por “hueco”. El ejemplo propuesto por Llopesa no podía ser otro que “Sonatina”, claro. Poema que, un poco como penitencia de mi largo error sobre la poesía de Rubén, he remedado de algún modo en mi poema “Sonetina”, que aparecerá en mi poemario, Pondera, que algo queda (Editorial Alcaraván, Zaragoza, 2005), contra el perverso dicho español: “Calumnia que algo queda”.
Volvamos a la “Sonatina”. “Siete de las ocho estrofas del poema comenta Ricardo Llopesa están cargadas por esa presión de angustia que vive la princesa. Al mismo tiempo, la esperanza. Angustia y esperanza son los ejes del poema; pues, mientras la situación es angustiosa ('la princesa está triste', 'No ríe', 'está pálida') hay en la ilusión de la princesa un sueño de oro por encontrar un día a su príncipe azul, que ha de liberarla de su prisión de mármol” (pág. 29).
Pero en la 'Sonatina' continúa Llopesa el móvil es uno: ejercer una crítica al naciente capitalismo que ejecuta la libertad de anular la libertad, mediante la elaboración de una sociedad edificada sobre los pilares del individualismo y el egoísmo materiales”. Algo, pues, que no tiene nada de “efímero”, de “precioso” y “hueco”, ni mucho menos. La puntilla a esta cuestión nos la da Llopesa en estas dos líneas:
La princesa “está presa en sus oros, está presa en sus tules. Es una prisión de lujo, pero prisión, al fin y al cabo”.


¡EXTRAÑO CAMBIO TAN BRUSCO!


Después de Rubén Darío (1867-1916), en vez de seguir las huellas de poeta tan universal, la poesía nicaragüense se repliega sobre sí misma como queriendo volver a sus orígenes, al parecer cansada de las escapadas y “pasos adelante” del genio de León. Y a esta suerte de repliegue, tal vez también crisis de identidad, responde la obra de un gran poeta, muy poco conocido en España, Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), de familia procedente de Granada, ciudad patricia nicaragüense y centro católico de la nación, donde Pablo Antonio Cuadra cursó estudios en el Colegio Centroamérica, regentado por jesuitas. Luego, siendo todavía estudiante, fundó en la misma ciudad el Movimiento de Vanguardia (1931), publicó su primer libro, Poemas nicaragüenses (1934); fundó la revista de literatura Cuaderno de Taller San Lucas (1934) que alcanzó prestigio internacional. Al igual que la revista  El pez y la seroiente (1961) y La Prensa Literaria (1964), que viven hasta hoy. Fue director del diario La Prensa; decano de la Facultad de Humanidades; Premio Gabriela Mistral de la OEA; Hijo Dilecto de Managua; Doctor Honoris Causa por varias Universidades, y candidato al Premio Nobel de Literatura en 1992.
Pablo Antonio Cuadra padeció dos encarcelamientos por orden de los dictadores Somoza padre y Somoza hijo, y la persecución y el exilio durante la revolución sandinista por defender las libertades con firmeza frente a la dictadura militar en que embarrancó al fin aquella revolución que en principio había querido ser la redentora de los pobres.
Trece son los libros de poesía publicados por Pablo Antonio Cuadra. El primero, Canciones de pájaro y señora, escrito entre los 17 y 19 años, edlitado fragmentariamente en 1964 por el Instituto de Cultura Hispánica, hasta su publicación completa y definitiva en el volumen I de Obras poéticas completas (San José, Libro Libre, 1983). Los poemas son breves, con abundantes romances y predominio del verso corto, diálogos del género narrativo y constante búsqueda de musicalidad, el lenguaje coloquial y la aliteración.
Así podríamos seguir poniendo ejemplos de los doce poemarios restantes, sugeridos y glosados por Llopesa. Como también podríamos seguirle en sus comentarios sobre los poetas que merecen mención postrubendariana, que son: El virtuoso del “prosema” (lo que también llamamos en España “proema”) Ernesto Mejía Sánchez. El gran simbolista Carlos Martínez Rivas. El célebre precursor del “Sacerdote Obrero” o “Teólogo de la Liberación” y poeta “exteriorista”, como él gusta llamarse, Ernesto Cardenal. Y, por último, otro “prosemista” bien dotado, Francisco Valle.
Pero el libro que sacamos aquí a relucir no acaba así. Ricardo Llopesa (profesor y Académico de la Lengua) nos reserva su trabajo “Los Raros desde la óptica de Jorge Eduardo Arellano” de veinte y nueve páginas. Y como florón nos regala Llopesa un bello resumen de “Literatura nicaragüense” desde su origen hasta el siglo XX.
Así, gracias al buen saber y del maestro Ricardo Llopesa, el lector de El ojo del sol, se habrá dado un paseo tan grato como aleccionador por la mejor Nicaragua, a la que nos ha acercado nuestro autor por el lado más bello: por sus letras y, en especial, por su poesía única.


Tárrega, octubre de 2004.

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