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miércoles, 21 de julio de 2010

Teonilda Madera y su Camino Carmesí

María Poumier, Francia









Teonilda Madera y su Camino Carmesí
(ed. Jalea Real, USA, 2009)






por María Poumier







Su nombre y su apellido ya componen un poema en sí, ilustrado por su lindo rostro y su mirada atenta, que nos regala la autora en varias fotos, donde figura amable entre sus compañeros y compañeras. Su madre, pues, a la que le dedica un homenaje sin reservas, ya tenía la fibra creadora, cuando alumbró a su hija: ¡felicidades!.

De fresca madera son los versos espontáneos de Teonilda; divertidos y acertados, para mí el centro del libro, los del poema “Cola de langosta”. Allí entabla un cuerpo a cuerpo con la realidad de su tiempo y su medio, y triunfa, frente al descalabro del “grotesco maniquí” que se entregó a la cirugía plástica, objeto de una descripción agudamente crítica. De la misma esencia honesta son los textos “Buzos”, “Where is God”. ¡Gracias, terca Teonilda, por entregarnos un poco de tu rabia ante la estupidez modernosa!

Más serios, introvertidos, la mayoría de los otros poemas. “Un hijo” es una plegaaia de adoración al hijo, visto como “un Dios encarnado”: muchos son de adoración también al amante, o a sí misma, o a los conceptos sensatos, como la paz y la sana juventud. El buen humor irónico los equilibra, con un estallido de franca risa, en la conclusión: “Te lo di todo: ¡Fui la peor de las progenitoras!” (“Escombros”).

Teonilda, seria o festiva, no miente en lo que afirma, con sentencias que la definen: “Una entrega truncada” (en el poema “Temores infantiles”, que no es nada infantil) es más que un pecado, es un suicidio y es “una herida que nos sigue”. En la misma herida, ella mete las uñas, y escribe sobre “Agujas para una herida”. Muy bien: ¡con fuerza y sin miedo, adelante! Así puede mirar sin bajar los ojos al amputado triste, como “Un hombre que se borra”: ella es su hermana, como tiene que ser, aunque le fue horripilante viajar a su lado en un avión: nos entrega la vivencia completa de esta experiencia ambigua.

El camino carmesí es el camino de la indagación dolorosa, y conlleva su premio: el poema “Amanecer” es un abrirse como flor total, en plenitud merecida. La contraparte oscura alcanza su punto más hondo en la fosa de Ground Zero, donde resuenan versos logrados y austeros que nos hacen sentir en carne propia “sigilosos los escombros” (“Dos cíclopes indefensos” y “Camino a la guerra”).

Ya Teonilda había publicado tres poemarios. Con este encuentra una voz bien suya, una voz clara, para lectores como ella, desconfiados con razón de todo lo que el medio les impone, pero a gusto en las buenas ondas que regala la vida. Su poesía es un desahogo, es desahogada, y prolonga con lealtad los epígrafes con los que modestamente encabeza sus propias creaciones. La escritura bilingüe obedece a esa misma lealtad ante la realidad que moldea a la autora: Teonilda enseña las letras y las lenguas hispánicas en un medio anglófono: está bien que haga sonar la música de las dos lenguas, con la misma sencillez exaltada.

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