CRISTIAN
MARCELO, Y TODO ES PARTE DEL OLVIDO, O REMINISCENCIA DE LO CLÁSICO, EL SENTIDO
POÉTICO DE UNA CONCIENCIA LÍRICA
(Soliloquio para no cuerdos)
Pájaro
calmo al vuelo inverso pájaro
…
Tan
sólo está muerto lo que todavía no existe
Junto
al pasado reluciente el mañana es incoloro
E
informe también junto a lo que perfecto…
GUILLAUME APOLLINAIRE
he
aquí esta bocanada satisfecha de tormentos
JULIO
LLINÁS
Un
día nos encontramos en esos abismos de aire irrespirable
donde
ambos intentamos la resurrección del lenguaje
tú
hacías surgir vampiros de las piedras de la voz
yo
buscaba cristales vivientes en el corazón de los significados…
ALDO
PELLEGRINI
Ya
somos el olvido que seremos.
El
polvo elemental que nos ignora
BORGES
«Todo
es parte del olvido», poesía reunida (1994-2024)[1] del poeta costarricense
Cristian Marcelo, contiene la totalidad de su obra publicada hasta hoy. No es descabellado ni insensato el título ni
obsceno, quizás sea una meditación de consuelo, tal como lo presumía Borges.[2] Las interpretaciones de su
obra pueden variar según quien la lea, más allá de su singularidad, hay
reminiscencias del lenguaje que creó Petrarca, Góngora, Quevedo, pasando por
toda la tradición de la literatura. Su camino lo define desde lo clásico para
culminar en la vanguardia, en especial el surrealismo. De ahí viene caminando
el poeta incesantemente. «En todo es lo mismo y no es lo mismo (1994)», por ejemplo,
está el artificio, el juego de los opuestos, omnipresencia directa del legado
socrático y heracliteano, Lorca y, acaso, Emilio Prados, algo que podemos constatar
en el primer poemario.
La
poesía, como forma de arte que explora las profundidades de la existencia, ha
bebido a lo largo de los siglos de la fuente inagotable de la filosofía;
Sócrates, con su método de preguntas y respuestas conocido como la «mayéutica»,
ha inspirado la introspección y la exploración de la verdad en la poesía. El
diálogo interno como herramienta poética, no solo ha sido una técnica
filosófica, sino un recurso que, permite crear un espacio lírico donde el
lector participa activamente en el descubrimiento del significado. Poetas como
Dante Alighieri y Rainer María Rilke han explorado conceptos similares,
utilizando imágenes profundas para abordar las luchas internas entre el deber,
el amor y la moralidad. Por su parte, Heráclito, ha influido enormemente con su
visión del mundo como un constante devenir. Su famosa frase «Panta rhei»
(todo fluye) ha sido piedra angular para poetas que intentan captar la
fugacidad de la vida y la naturaleza mutable de las emociones humanas. En
cuanto al tiempo y la impermanencia, el tiempo, la pérdida y el cambio. Poetas
como Borges y Antonio Machado han plasmado esta idea al hablar de ríos que
fluyen, espejos que reflejan lo transitorio y caminos cuya dirección nunca es
fija. Otra de las grandes herencias es la tensión entre contrarios —vida y
muerte, luz y oscuridad, amor y odio— es un tema recurrente en la poesía. Este
concepto heracliteano otorga una profundidad filosófica que permite a los
poetas abordar los contrastes inherentes a la experiencia humana.
En
el poema 05, pág.25, encontramos el siguiente verso: «el puñal quema heridas
y jardines», aquí, un verso descomunal, sórdido en su altar pagano. Desde
luego el símbolo del puñal nos remonta a Lorca[3] El puñal está asociado con
la muerte y la violencia. clave para subrayar la inevitabilidad del destino
trágico y la conexión entre el deseo y la destrucción. En obras como «Bodas
de sangre», el puñal es el catalizador que desencadena el desenlace
fatal de los personajes. Cuando aparece este elemento en el texto de Cristian
Marcelo, no solo es un objeto físico, sino una representación de fuerzas
primarias que los personajes no pueden controlar. El puñal, en este contexto,
es una metáfora del destino que corta el hilo de la vida. Los personajes que se
ven rodeados por este símbolo enfrentan un destino sellado, donde las emociones
humanas, aunque potentes, no pueden evitar lo inevitable. «Aquí no hay nadie»,
dice el poeta, alguien se ha escapado dejando abiertas las heridas, luego
pregunta por la hora de su muerte.
Resulta
que el puñal como tal nos puede remitir también a una dualidad: amor-muerte. La simbolización del
puñal no se limita únicamente a la violencia física o al destino. También se
encuentra vinculado con el amor, específicamente con el amor apasionado y
destructivo. El puñal puede ser visto como una extensión del deseo, un deseo
que hiere y que es capaz de acabar con quien lo siente. En los versos de Lorca,
el puñal a menudo aparece como un objeto cargado de erotismo y peligro
simultáneamente. A través de este símbolo, el poeta nos muestra cómo el amor
puede ser tan agudo y penetrante como la hoja de un puñal, llevando consigo la
posibilidad de la desolación y la muerte. Marcelo nos hace cómplices al
respecto: «no comprendes que tengo ganas / de beber la distancia, / los
escaparates / … / Que tengo el ansia entre las manos / y deseo desnudar un
cuerpo, / el tuyo quizás. / No ves que me siento solo / y ni siquiera encuentro
a Dios / mirando en l ventana.» la poesía resulta ser la comunión íntima
del poeta al lector, o bien el gozo que nos duele frente y principalmente a una
espiritualidad que no es ajena al común de las personas y resulta que este «olvido»
al que hace alusión el poeta, manera de reproche y borradura, equivale, pese a
la paradoja, a que nada pervive lo cual no deja de ser una falacia, pues, en
esta vida recuérdese somos memoria. En todo caso la vida es una caminata
espiritual, tal como lo concebía Unamuno.
Entre
décimas[4] y romances esta Antología
se vuelve interesante para conocer el tránsito del poeta con temas nada fuera
de lo común, la desilusión, lugares, la soledad y su adhesión, al menos desde
la perspectiva de los textos, a la poesía del Siglo de Oro, tan presente en la
Generación del 27, pero que tardíamente llega a conocimiento del poeta. Siendo
un ávido lector le permitió enrumbar en este tiempo esa métrica y esa gestación
de la poesía que vendría después. Si nos adentramos a las formas fundamentales
de la tradición literaria, Cristian Marcelo no es, pues, ajeno a estas formas. La
poesía, como expresión artística universal, se enriquece a lo largo del tiempo
mediante diversas formas y estructuras que representan las sensibilidades y
herencias culturales de distintas épocas. Entre las formas más destacadas de la
tradición literaria hispánica se encuentran la décima y el romance, ambas con
aportes fundamentales que han moldeado no solo la poesía en lengua española,
sino también la manera en que las personas perciben y transmiten historias,
emociones y valores. Así, Perfil de lluvia y hojarasca, / perfil de las
aguas grises/ columpias rosas y lises / en tu candil de borrasca. / Quien
dijera que nevasca / tu sombra en la carretera, / quien dijera cordillera/ en
tu curva de lunada, / quién dijera que labrada / va tu luz a la ladera.
(Marcelo: décima 14, pág. 36).
La
décima exige un dominio técnico notable por parte del poeta. Cada verso debe
integrarse de manera precisa al conjunto, lo que fomenta un lenguaje conciso y
una selección cuidadosa de palabras. Este rigor estructural ha permitido que la
décima sea utilizada para temas filosóficos, religiosos y amorosos, aportando
profundidad a la poesía y promoviendo la reflexión en el lector o el oyente. La
décima posee una musicalidad inherente que la convierte en una forma ideal para
el canto y la improvisación. Este aspecto ha sido esencial en tradiciones
orales como la payada en Argentina, en Cuba y los cantos de trova en España.
El
romance[5] por su parte es el arte de
contar historias, tal el «Romance del claroscuro» de Cristian Marcelo en
el que alrededor del ciprés el poeta teje la historia. El romance se caracteriza
por su versatilidad temática. Puede abordar desde gestas heroicas, como en los
romances fronterizos, hasta historias de amor trágico o eventos sobrenaturales.
Esta flexibilidad ha permitido que el romance se adapte a diferentes contextos
y culturas, manteniéndose vigente a lo largo de los siglos y sirviendo como una
fuente inagotable de inspiración para poetas y escritores. Mientras que la
décima destaca por su precisión y simetría, el romance sobresale por su
capacidad narrativa y su conexión con la tradición oral.
Le sigue: «Entre dos oscuridades» (1996).
La oscuridad ha sido un tema recurrente en la poesía a lo largo de los siglos.
Desde las metáforas que evocan el misterio y lo desconocido hasta las
reflexiones sobre el duelo, la melancolía y el aislamiento, la oscuridad no
solo representa la ausencia de luz, sino también las profundidades de la
condición humana. Como símbolo, la oscuridad ha sido un puente entre lo
concreto y abstracto. C. Jung consideraba los símbolos como manifestaciones del
inconsciente colectivo. En la poesía clásica, como los escritos de Virgilio u
Homero, la oscuridad está asociada con el inframundo y los viajes al más allá.
Es un lugar de transición y transformación, donde los héroes enfrentan pruebas
y desafíos. Por ejemplo, en «La Odisea» de Homero, los descensos a lo
oscuro simbolizan la búsqueda de conocimiento y la confrontación con el
destino. En la poesía romántica del siglo XIX, la oscuridad adquiere un matiz emocional
más profundo. Poetas como Lord Byron y John Keats usaron imágenes de lo sombrío
para explorar sentimientos de pérdida, soledad y deseo. Byron, en su poema «Darkness»
(Oscuridad), ofrece una visión apocalíptica en la que la humanidad sucumbe al
caos y la desesperación cuando el sol se apaga. Este poema no solo evoca la
literalidad de la oscuridad, sino también su capacidad para simbolizar el fin
de las esperanzas y los sueños. El poeta por su parte nos dice en este fragmento
Un hombre se rasura la memoria / Y a cada grito le arranca una dulzura. /
Después, palpa el humo de un cigarro, / reconociendo que la noche / se mira en
el hueco de la bala. Marcelo: poema VII, pág. 69.
La oscuridad tanto en la poesía
moderna como hispánica adquiere diferentes matices. Ésta se utiliza para
abordar temas más personales y psicológicos. Sylvia Plath, conocida por su
estilo confesional, recurrió frecuentemente a imágenes oscuras para representar
sus luchas internas. En «Lady Lazarus» y otros poemas, utiliza la
oscuridad como una metáfora de la depresión y la lucha por la identidad. A
través de su lenguaje vívido y a menudo perturbador, Plath transforma la
oscuridad en un espacio de resistencia y creación. Otro poeta notable que
exploró la oscuridad fue T.S. Eliot. Su obra «The Waste Land» (La tierra
baldía) está impregnada de una sensación de desolación y vacío, donde la
oscuridad representa no solo la pérdida espiritual, sino también el colapso
cultural y social. Eliot utiliza la oscuridad como un marco para examinar la
fragmentación de la modernidad y la búsqueda de significado en un mundo
caótico. Marcelo no es ajeno a ello, es un hacer cuentas entre tantas pérdidas
contables.
También podemos abordad el tema de la
oscuridad como un mecanismo de introspección. Y creo que es lo que hace el
poeta. «Llueve, es decir, mira dentro de la voz, / esconde el sollozo en una
lata vacía, / acaricia las manos, / la penumbra ojo por ave.» La poesía no
solo utiliza la oscuridad para reflejar el dolor, sino también como un espacio
para la introspección y la autoexploración. En la tradición mística, como la
obra de San Juan de la Cruz, la oscuridad es el terreno donde se busca la unión
con lo divino. Su poema «La noche oscura del alma» describe un viaje
espiritual por las profundidades de lo desconocido, donde la ausencia de luz se
convierte en un medio para alcanzar la iluminación. Por otro lado, la poesía
contemporánea ha adoptado un enfoque más psicológico. Poetas como Anne Carson y
Louise Glück utilizan la oscuridad para explorar el terreno de las emociones
humanas, desde el aislamiento hasta las contradicciones del deseo. En Cristian
Marcelo, lo oscuro se convierte en un medio para entender la complejidad de la
experiencia humana. «He aquí un sueño: —nos dice el poeta— / La casa está
vacía / y vos tenés / una telaraña en la garganta, / un circo en los ojos.»
Pág. 80. En fin, la oscuridad en la poesía no es simplemente la falta de luz;
es un espacio lleno de significado, repleto de posibilidades simbólicas y
emocionales.
Fragmentos fantasmas, por su parte,
precedido por varias digresiones, constituye con profundidad metafísica su eros
único, el amor y sus propias sombras y sin tapujos, a veces extrañamente
complejo, el sentimiento sin adornos, sin máscara que es, lo que lo devora a lo
largo de la vida. El fuego interior no decorativo, es el Bécquer del tormento,
la búsqueda, aunque no se encuentre el amor esencial. No es el Juan Ramón enfilado
a lo entrañable sino mas bien a la desazón. Cristian Marcelo es el poeta de la
palabra pensada, aunque todo sea inútil, es la presencia transparente de un
cuerpo que se le enreda en los desastres cotidianos, las pesadillas que están
al fondo de la nada. Diría que en este haz de poemas hay cierta lamentación, al
mejor estilo de Cernuda, Rilke, Kavafis y ahí, no distante de Heine, Goethe,
Hölderlin, lo que hace de la poesía de Marcelo, una atracción compleja y
arriesgada, pero interesante para lectores ávidos, que han aprendido a
conversar con la escritura que mezcla irrealidad y realidad.
No faltan en su poesía lectoras
amorosas en un jardín botánico de dudas. Es imperativo del poeta exponer con
claridad el artificio del poema extrayendo de él la luz. Él las exorciza con
sutil perspicacia o desde la ironía y la sátira, que, en este punto el poeta se
las trae. Tras la exposición en la realidad y no en jardines edénicos, se libera
a mi entender esa angostura del ser que en el fondo es un agobio. «Nuestro
amor fue un niño muerto» nos dice el poeta: aquí se cae el caparazón y
cobra vida la necesidad de salvarse, antes de que el espejo pierda su
naturaleza, reflejarlos. Por tal razón, el sentimiento amoroso, tal cual lo ve
el poeta en su intrincado andamiaje no es juego, y lo advierte: «Si no
vivimos ahora / Habrá gárgolas[6]
y nubes, quizás otras máscaras, / Para ahuyentar al amor por oscuros pasadizos.»
Es como la «Sombra del paraíso» de Aleixandre; «no dudes de la caricia»
dice Marcelo, pero el contacto no solo es a través de los ojos, de lenguaje,
sino de cierta conexión, la ruptura del Paraíso del cual somos arrojados, como
una especie de ultimátum porque en su casa, la casa del poeta, no caben más
recuerdos.
En el intermezzo nos aparecen unas
epístolas[7], interesantes
construcciones poéticas en prosa. Ya en las culturas griega y romana, autores
como Horacio y Ovidio emplearon este recurso para transmitir ideas filosóficas,
éticas y personales. Por ejemplo, las «Epístolas» de Horacio son una
colección de poemas dirigidos a amigos y figuras públicas, que mezclan
sabiduría práctica con reflexiones poéticas. De manera similar, Ovidio utilizó
la forma epistolar en sus «Heroidas», una serie de cartas ficticias
escritas por heroínas mitológicas a sus amantes, cargadas de emociones y
anhelos. Las epístolas poéticas se distinguen por varias características que
las hacen únicas dentro del panorama literario: destinatario explícito, tono
personal, estructura narrativa y versatilidad temática. Durante el Siglo de
Oro, autores como Francisco de Quevedo y Lope de Vega experimentaron con esta
forma literaria. Quevedo, por ejemplo, empleó epístolas para criticar las
costumbres de su tiempo, mientras que Lope de Vega las utilizó para expresar
sentimientos personales y reflexiones sobre el amor y la vida. En la poesía
moderna y contemporánea, las epístolas han mantenido su relevancia. Poetas como
Pablo Neruda y Octavio Paz recurrieron a esta forma para explorar temas
políticos, existenciales y personales. En las «Cartas de amor» de Neruda, por
ejemplo, la epístola se transforma en un medio para transmitir la pasión y la
intensidad del amor, mientras que Paz utilizó esta forma para reflexionar sobre
la condición humana y la trascendencia.
Dentro del conjunto de poesía
sobresalen estas epístolas, prosas con un lenguaje contundente, aquellas
estaciones de Hölderlin que firmó con el nombre del loco con un ritmo y
resonancias inequívocas. Su timbre poético y dicción depurada solo se confirman
por la madurez del poeta, algo así como la búsqueda del absoluto. El poeta
Marcelo y su obra son representativos de la sinceridad y capacidad creativa. Por
suerte, la poesía de Cristian Marcelo no encaja en los efectismos posmodernos
disfrazados de aforismo, rehúye al slogan, es decir, a esas frases hechas que
acaban siendo nada, nada en el alambique del vacío. Desde siempre la poesía
narrativa (solo para diferenciar el poema en verso vrs. El poema en prosa
despierta un asombro subterráneo, caso de estas epístolas cuyo entramado
alberga silencios audibles y puertas abiertas; el poeta aquí es prodigioso como
un gran fabulador; él pertenece a esa vanguardia no comercial y fundacional, de
ahí, los territorios que transita: a veces el juego de las conmociones y el
desparpajo, la polisemia a la que nos remite. En su poesía y en este monumental
libro están rotas las barreras entre prosa y verso y en esto me recuerda a
escritores como Hölderlin (Hiperión y poemas de la locura). O Nerval,
tan visionario que fue capaz de renovar el texto poético. «El poeta escribe
inocencia ahí donde se leía pecado», dirá Octavio Paz; como Cortázar,
Marcelo está siempre en los límites de lo visto y lo inaprehensible, o como Whitman
que todo lo nombra con asombro.
«Todo es parte del olvido» nos
deslumbra porque es una poética que siempre está en marcha, abiertos los
sentidos y construyendo en piedra cada verso, una mirada que nunca acaba de ver
el árbol de la tierra, un andar asumiendo las formas informes que tienen las
premoniciones, los augurios, lo inusitado; poesía que nos despabila con su
semántica, mientras zumba una mosca alrededor del arcoíris o las torturas
desplomadas del cuerpo humano, deseante y deseado, amorosamente. Memoria y
rememoración son parte del olvido que el poeta desea asumir para darle sentido
a sus circunstancias. A esta parte que comentamos le siguen, entre otros
poemas, lo siguientes: Testamento al pie del aire, El jardín de los crisantemos,
La casa encendida, Ciudad paradisíaca, Narciso, Amargura disecada, Biografía inmemorial,
Elogio a la amargura. Me llama la atención, por supuesto, La Casa encendida[8] a cuyo texto le antecede
un epígrafe de Luis Rosales. Aquí la memoria para reconstruir el pasado. Y,
aunque todo sea parte del olvido, la escritura misma se niega a hacerlo y serlo,
porque a través de su exploración que el poeta hace sobre diferentes temas,
está ahí la memoria. El poeta nos demuestra su capacidad para abordar temas
universales desde una perspectiva personal y su maestría en el uso del lenguaje
le aseguran su lugar, el que sin duda se merece en la literatura costarricense
del presente y futuro.
«Corriente subterráneo» (2012)
está dividido en dos bloques de poemas o libros: «Cámara nocturna»
(2004) y «Corriente subterránea» (20006). Esta evoca una dimensión
oculta, una fuerza invisible que fluye bajo la superficie del texto y que
conecta los elementos del poema con significados más profundos y resonantes.
Este término puede entenderse como la energía emocional, simbólica o temática que
atraviesa su poesía, dándole cohesión y profundidad, aún cuando no es
explícitamente evidente. Suciedad, bares, el primer amor, confuso, delirante,
caótico en cielos nocturnos y estaciones lluviosas; más allá del bien o el mal,
el trasluz de la agonía, un mundo pervertido y de perversión con sus oquedades
vomitando el alma. «Corriente subterránea»[9] se refiere a aquello que
se siente, pero no necesariamente se ve en un poema. Es el pulso secreto que
guía las palabras, la atmósfera y las imágenes hacia una comprensión más rica.
Este concepto puede manifestarse de diversas maneras: Subtexto emocional: los
sentimientos que no se expresan directamente, pero que impregnan el poema, como
la melancolía detrás de una descripción de paisajes o la esperanza que brilla
en medio de una escena desoladora; Simbolismo velado: El uso de imágenes,
metáforas o símbolos que parecen ordinarios pero que, al observarlos con
detenimiento, revelan un significado más profundo; vinculación temática: ideas
recurrentes que se entrelazan a través del poema para formar una unidad
cohesionada, aunque el lector tenga que desentrañarlas como si siguiera el
cauce de un río escondido.
Los
románticos y los modernistas, por ejemplo, exploraron cómo un poema puede
transmitir más allá de las palabras evidentes. Es un recurso que atrae al
lector hacia lo innombrable, hacia lo insondable del alma humana. «El
desdichado» de Gérard de Nerval: En este poema, las imágenes aparentemente
desconectadas se entrelazan para sugerir una profunda reflexión sobre la
identidad y la pérdida. En los poemas de Cristian Marcelo sucede lo mismo.
Luego tenemos «Altazor» de Vicente Huidobro: aunque aparentemente
desconcertante, este poema transmite una corriente subterránea de
cuestionamiento existencial y la relación humana con el lenguaje. «Balada
tropical revolucionaria» es ejemplo claro de la existencialidad que nos
trasmite el poeta, uno escucha pájaros, pero tienen prohibido cruzar el cielo y
más cuando se quieren hundir en el azul profundo, proscrito, una barca, una hoguera
o la muerte.
Veamos
ahora «Cámara nocturna»,[10] (2004). En el mundo de la
poesía, las palabras y las imágenes poseen una carga simbólica que trasciende
su significado literal, y la expresión. «Cámara nocturna» no es la
excepción. Este término evoca una variedad de simbolismos ricos y abiertos a
múltiples interpretaciones según el contexto literario y emocional en el que
sea utilizado. «Me trajeron a la ciudad de risas y pedazos, / y no vi un
zopilote / hasta que la muerte bailó / sobre la ausencia de mi perro», pág.
172; en otro nos dirá el poeta: «Estamos condenados al éxodo fortuito, / a
vernos partir y regresar como en el cine, / a blanquear nuestros dientes / con
alquitrán y monóxido de carbono. / Condenados los unos y los otros, / por un
desierto interminable, / por una hora que ahueca el ala…» pág. 173. En este
poemario se entrelazan: refugio y misterio, el subconsciente y los sueños, la
muerte y lo eterno, dualidad entre seguridad y amenaza, y si se quiere, la
conexión con lo celestial.
Veamos
en detalle tales elementos. Antes estos tres versos del poeta: «No pinta
nada bien el tiempo en la ciudad / aunque anda descalza y en harapos, / le
gusta espantar los pajarillos…», pág. 180. «Los animales de cuatro patas, / … /
y le ladran a la noche de los insomnios voraces.» Pág. 182. En este sentido,
este libro puede simbolizar un espacio íntimo y personal, un lugar donde
se guarda lo más secreto del ser humano. La noche, asociada al misterio y a lo
desconocido, añade una capa de enigma a este recinto, convirtiéndolo en un
refugio donde los pensamientos y emociones más profundos se desarrollan lejos
de la luz del día. Pueda que invoque ideas de introspección, soledad y
contemplación interna; como el dominio de los sueños y del subconsciente, y la «Cámara
nocturna» se interpreta como el espacio metafórico donde estos fenómenos
tienen lugar. En este marco, podría simbolizar el teatro de la mente, donde las
imágenes oníricas y los deseos reprimidos encuentran su expresión. En la
poesía, muchas veces este simbolismo se vincula con lo surrealista, lo
irracional o lo místico; «Cámara nocturna» también puede ser un eco de
las connotaciones más trascendentales de la noche: la muerte y la eternidad. En
ciertos poemas, esta cámara puede representarse como un sepulcro o un portal hacia
lo desconocido, un lugar donde se encuentran el fin y el comienzo. Este
simbolismo conecta con imágenes de reposo eterno y con la búsqueda de
respuestas más allá de la existencia terrenal. Hay que señalar también que «cámara
nocturna» puede tener una ambigüedad inherente: ser a la vez un refugio
protector y un lugar donde acechan miedos o peligros. La oscuridad de la noche
puede ser reconfortante, pero también puede esconder lo desconocido. Este
simbolismo dual puede emplearse para explorar emociones humanas complejas, como
la vulnerabilidad, el deseo o el temor.
La
página 263 nos lleva al siguiente libro: «Fábula[11]
de un poeta que lee en un teatro vacío esperando que sus lectores nazcan del
polvo de las butacas», (2014). En principio hay una crítica implícita, la
no valoración del arte por parte de la masa (pueblo); la poesía toma la esencia
de la fábula —los personajes simbólicos, la naturaleza humana representada por
animales o elementos fantásticos— y la dota de una voz más abstracta. Aquí, la
moraleja no es un fin, sino un punto de partida. Un poema basado en una fábula
puede ser una exploración de la dualidad del ser humano, de sus miedos y
sueños, o incluso una crítica social camuflada bajo capas de simbolismo. En
cuanto al teatro vacío como espacio poético podemos decir: el teatro vacío, por
otro lado, se presenta como un lugar de ausencia y potencialidad. En la poesía,
esto puede representarse como el silencio entre versos, como el espacio entre
palabras que invita al lector a ocuparlo con su propia interpretación. Este concepto
tiene una profunda resonancia con la idea de que la poesía es tanto lo que se
dice como lo que se calla.
Por otro lado, tenemos la ausencia
como presencia. Cuando la poesía combina el concepto de fábula con el de teatro
vacío, se crea una experiencia única. La fábula aporta la estructura narrativa,
mientras que el teatro vacío proporciona el espacio para la introspección y la
interpretación personal. Este encuentro entre lo narrativo y lo sensorial
permite al lector explorar temas universales desde una perspectiva íntima. Desde
una esquela fúnebre, pasando por Alejandra Pizarnik, Mozart, José Kozer en un nigth
club, Neruda, Sade, John Keats, Eunice Odio, Juan Ramón y la lista continúa, personajes
del entorno cultural con los cuales el poeta fabula, es decir, un diálogo de
símbolos. Imaginemos una fábula desarrollada en un teatro vacío. Los personajes
y sus acciones son los versos que llenan el espacio, mientras que el vacío
entre ellos es el silencio que invita al lector a reflexionar. La moraleja se
convierte en una experiencia abierta, donde cada interpretación es válida y
cada emoción es significativa.
Y, para finalizar este apartado, «Diario
de un poeta recién elevado a mito nacional», no solo es una especie de
sátira, sino ese diario vivir en fundos literarios: «Esto es el mundo, / una
sombra macabra, / un gemido / el borbotón de fuego y nada.» Pág. 300. Llama
la atención, al menos a mí, lector tozudo, el título porque evoca uno de los
mejores poemarios de Juan Ramón Jiménez: «Diario de un poeta recién casado.»[12] Este libro de Cristian Marcelo es una obra que
refleja la capacidad para transformar su experiencia personal en poesía. A
través de su lenguaje y sus imágenes evocadoras, el poeta nos invita a un viaje
que trasciende el tiempo y el espacio, conectándonos con lo esencial de la
existencia humana: el amor, la naturaleza y la búsqueda de sentido. Aquí, los
personajes son todos esos personajes-campanarios, imposibles no tenerlos en la
punta de la lengua, imposible no extrañarse cuando vemos a un poeta no oficial
pintando crónicas oficiales de la poesía para una multitud de «nevermore»,
cómo no enamorarse de Emily Dickinson y por ello escribirle un soneto a la
manera toscana, o evocar al viejo Verlaine con bigotes carmesíes relatando su
viaje a Japón, pensar que los muertos no tocan el cielo a menos que hagan el
amor con las golondrinas, a veces no caben los pájaros en el cuello ni una
balada de las que escribía Gustavo Adolfo Bécquer a su amante. El poeta en fin
se las trae con sus fantasmas y acertijos y luego no quiere dormír porque el
abismo lo acongoja con retratos ovalados de catedrales, a veces le da por el
karaoke pensando en los héroes griegos. Por desgracia, las niñas desfallecen
frente a la mirada Todorov.
«Grado cero» (2015) y «Grimorio
del emperador amarillo» (2017) son poemas testamentarios y dolientes: «Lo
que escriba tendrá aroma a sepulcro, / a espejo báltico, / a murmuración y
muchedumbre. / La vida es esto que llamo vida, / una pluma evapora subterráneos.
/ las hojas/ —cadáveres abandonados y danzas suntuosas—. / los espejos árticos
/ —rostro de arlequín y arqueología—.» Pág. 337. Noche y dolor se conjugan
en una amalgama de ardidos delirios; el tiempo y sus formas rotas, alquimista
de canarios en máscaras frente al hueco de una mano suicida. Ahora, dice el
poeta, «todo está desolado», olvido y desolación, la búsqueda de un Dios
o el Dios que apenas escucha la quejumbre, el agobio de sus almas, los aullidos
de las cárceles, los prostíbulos en azarosa lujuria. La noche de nuevo como un
rompecabezas. Estos temas, cargados de simbolismo, han sido explorados por
poetas de diversas épocas y culturas para expresar las emociones más íntimas y
los cuestionamientos existenciales que definen nuestra condición.
Por lo general y en poesía, la noche, con
su totalidad de lo indecible ha sido utilizada en la poesía como un espacio de
reflexión, misterio y transformación. Para muchos poetas, la noche representa
el momento en que se revela la verdad del alma, lejos del bullicio del día. Es
la hora en que el silencio permite escuchar los susurros del pensamiento y
donde las emociones, generalmente ocultas, se manifiestan con intensidad. «Escuchamos
el eco, / al tocar el fondo, / …/ se escucha el ir venir / de fantasmas y
escondrijos, la carcajada de los locos, / … / los caballos sobre las sábanas, /
los desastres, / los milagros,» … Pág. 347. Entre los ejemplos más
destacados se encuentra el poema «La noche oscura del alma» de San Juan
de la Cruz, donde la noche simboliza un viaje espiritual hacia la unión con lo
divino. En este contexto, la noche no solo es un escenario físico, sino también
un símbolo de búsqueda y entrega. Por otro lado, poetas como John Keats o
Gustavo Adolfo Bécquer, los surrealistas, han visto en la noche un escenario
propicio para explorar el misterio y lo desconocido. En sus versos, la noche se
convierte en un espacio donde los límites entre lo real y lo imaginario se
desdibujan, permitiendo explorar los rincones más oscuros de la mente y el
cosmos.
Luego,
el tema del olvido que en poesía suele estar asociado al paso del tiempo, la
pérdida y la fragilidad de la memoria. El olvido puede ser tanto un alivio como
una carga, dependiendo del enfoque del poeta. Mientras que algunos ven en el
olvido una forma de sanar las heridas del pasado, otros lo enfrentan como una
amenaza que diluye los recuerdos y las identidades. En este sentido, el olvido
ha sido plasmado en la obra de poetas como Jorge Luis Borges, quien reflexiona
sobre la naturaleza efímera de la memoria en su poema «El olvido que seremos».
El olvido es una dimensión inevitable de la vida, pero también un acto de
creación, ya que nos obliga a reinventar continuamente nuestra historia. Asimismo,
el olvido aparece en poesía como una sombra que rodea las relaciones humanas,
el amor perdido y la desconexión con el mundo. Poetas como Pablo Neruda, en su
poema «Me gustas cuando callas», exploran cómo el olvido puede ser tanto
un espacio de silencio como un vacío doloroso que separa a las personas. En
Cristian Marcelo intuyo que es un «…viaje sobre los sueños, / … / sobre la
piel turbada / por la alucinación, / la locura.» pág. 360.
El otro elemento claves es la
desolación. La desolación, por su parte, ocupa un lugar central en la poesía de
Cristian Marcelo, aunque a primera vista no lo parezca, como expresión de
soledad, desesperanza y ruptura con lo deseado. Este tema se utiliza para
capturar el vacío existencial que a menudo acompaña a la pérdida y el
aislamiento. La desolación encuentra su máxima expresión en la poesía moderna,
especialmente en los versos de poetas como T. S. Eliot y César Vallejo. Eliot,
en «La tierra baldía», presenta un mundo desolado como metáfora de la
crisis espiritual y cultural del siglo XX. Su desolación no solo es física,
sino también emocional y social, reflejando la desconexión y la alienación de
la humanidad. Por otro lado, Vallejo, en su poema «Los heraldos negros», aborda
la desolación desde una perspectiva profundamente personal y emocional. Sus
versos, cargados de dolor y angustia, revelan la lucha interna del individuo
frente a las adversidades que parecen insuperables. Entre las palabras no
dichas y las deformaciones del alma, los cadáveres nos miran directamente a los
ojos, dirá el poeta.[13]
Todo es eternidad. Nada es eternidad.
El poeta trastocando la lógica nos sumerge nos sumerge en el índigo, nos
sumerge en un coro de locos, así es adentro de, mientras una ventana permanece
o una puerta escapa: la negrura que gotea bofetadas, un Rilke que se devana en
la oscuridad, un mundo en llamas y cuerpos calcinados, lágrimas de locos que
arden en medio de la ceniza, un Panero tiembla en toda su alma y escribe en
extraños laberintos, delira, delira el poeta, sangra la lengua en los vacíos.
Un río de espejos discurre entre la muerte, un vacío cansado de cadáveres. Eso
es en mi opinión «Grimorio…». Una historia de ásperas armonías, tal las
palabras del poeta en cuestión.
Llegamos a «Cuaderno de alucinaciones»[14] (2018) y este a su vez lo
conforman: «Fisonomía del crisantemo» (2004), «Flor del sueño» (2006) «Sueños
de azogue». Trataré por razones de economía, englobar los tres bloques de
poemas. La poesía ha abrazado las alucinaciones como metáforas de la ruptura de
las barreras convencionales entre lo real y lo imaginario. En este terreno, las
alucinaciones no se perciben como patologías, sino como herramientas para
acceder a niveles más profundos de la conciencia. El poeta Cristian Marcelo
recurre a estas imágenes y sensaciones para explorar mundos invisibles,
traduciendo las visiones en palabras que evocan emociones y pensamientos complejos.
El
Romanticismo, por ejemplo, es una etapa de la poesía donde las alucinaciones
adquieren un carácter sublime. Poetas como Samuel Taylor Coleridge y William
Blake utilizaron estas experiencias para representar estados de éxtasis y
conexión espiritual. Sus versos, impregnados de imágenes visionarias, invitan
al lector a transitar entre los límites de la percepción humana y el infinito. Por
su parte, Marcelo nos dice: «Escribe un poema gótico sobre un papiro en
ruinas. / Adormilado, bosteza y cambia de postura, / como los maniquíes que
florecen en Carnaby Street. / En su voz, germina la alucinación / y los pájaros
rebeldes que picotean el minué.» Pág. 470. Seguramente, el poeta puede
explicarse freudianamente, señalar los orificios del alba, la suciedad en las
paredes, aun así, «…la luz que miramos suma delfines o pupilas, / incurre en
esa concavidad violeta / Que algunos llamamos noche, / Ojos huecos, / casa
colgando del vacío.» Pág. 503.
Las alucinaciones suelen ser un
símbolo poético tal el menester que nos ocupa. En la poesía simbolista, las
alucinaciones toman especial relevancia como símbolos del subconsciente.
Autores como Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud emplearon estas experiencias
para romper con el racionalismo imperante de su época y adentrarse en los abismos
de la mente. Rimbaud, en particular, abogaba por el desarreglo sistemático de
los sentidos como método para alcanzar verdades superiores, lo que le llevó a
describir en su célebre obra «Una temporada en el infierno» visiones
cargadas de alucinaciones. Las alucinaciones en este contexto poético no son
necesariamente producto de sustancias externas, sino que se convierten en
vehículos para conectar con lo desconocido. El simbolismo, al igual que otros
movimientos literarios, posiciona estas experiencias como una forma de rebelión
frente a los límites impuestos por la lógica y la realidad.
De suyo es sabido que tienen una
dimensión mística, las alucinaciones adquieren una dimensión divina. Poetas
como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila narraron sus encuentros con
visiones celestiales que trascendían la realidad terrenal. Estas imágenes eran
representaciones de estados de iluminación espiritual. La poesía mística
utiliza las alucinaciones como una forma de acercarse al absoluto. Los versos
se impregnan de luz, silencio y armonía, creando una atmósfera que transporta
al lector más allá de la experiencia ordinaria. Tal planteamiento conecta con
la modernidad y el surrealismo. Con el surgimiento del surrealismo en el siglo
XX, las alucinaciones se convirtieron en un elemento central para los poetas,
quienes buscaban liberar la mente de las cadenas de la lógica y la razón. André
Breton, en su manifiesto surrealista, destacaba la importancia de las imágenes
oníricas y las asociaciones libres, muchas de las cuales pueden interpretarse
como alucinaciones. La poesía surrealista emplea estas experiencias para romper
con las convenciones lingüísticas y encontrar nuevas formas de expresión. Las
alucinaciones se convierten en una herramienta para explorar el inconsciente,
el deseo y el temor, dibujando paisajes mentales donde lo real y lo imaginado
se funden en una sola entidad. «No mires, / No oigas, No hables. / Golpea
dos veces la mesa. / El fantasma toca un saxofón de trapo. / Golpea dos veces
la mesa. / Golpea dos veces, / Aunque Louis Armstrong / Salte como jun
orangután en tus orejas…» Pág. 504.
«Escafandra»[15]
(2020) antepenúltimo libro (formalmente hablando) de esta antología. Y lo
inicia con tres epígrafes contundentes y direccionales: Charles Baudelaire, Guillermo
Sánez Patterson (uno de los grandes poetas que ha tenido Costa Rica) y Dámaso Alonso. Lejos de ser solo un objeto
técnico, encuentra en la poesía un espacio para desplegar toda su carga
simbólica, quizás inmersión hacia lo desconocido. Asumo que es una metáfora del
aislamiento creativo. En poesía, el acto de creación muchas veces requiere un
grado de separación de la realidad inmediata. Como el buzo que se coloca una
escafandra para sumergirse en las profundidades insondables del mar, el poeta
se aísla del ruido externo para explorar las profundidades de su mente, sus
emociones y su espíritu. La escafandra se convierte así en un símbolo de
protección y refugio: un espacio seguro desde el cual el poeta puede observar,
analizar y transformar la realidad en versos. Este aislamiento no es negativo;
más bien, es esencial para el encuentro con lo sublime, con aquellas verdades
que solo pueden ser descubiertas cuando se zambulle en lo desconocido. Esa
inmersión a lo desconocido como puente entre dos mundos nos conduce a un
descenso de lo personal. En poesía, el acto de creación muchas veces requiere
un grado de separación de la realidad inmediata. el poeta se aísla del ruido
externo para explorar las profundidades de su mente, sus emociones y su
espíritu. La escafandra metafórica permite al poeta respirar en un entorno
inusual, en el que las palabras adquieren nuevos matices y los significados se
profundizan. La voz del poeta nos dice: «Algo nos llama a través, / desde
dentro, / con una voz dulce como hoguera. / No sé qué es eso que nos llama, /
nos tienta a vivirlo todo / en solo instante que se olvida.» Pág. 533
Digamos que es el dispositivo que
permite a la voz poética transitar entre lo cotidiano y lo extraordinario,
entre lo tangible y lo intangible. El poeta hace un viaje de descenso a lo
personal: la poesía se convierte, entonces, en un medio para procesar y
expresar estas revelaciones. La escafandra, en este contexto, no solo es una
herramienta de aislamiento, sino también una forma de protección que permite al
poeta sobrevivir este proceso de autoexploración y devolverlo a la superficie. De
hecho, esta metáfora no ha escapado a la poesía contemporánea: algunos la
emplean para hablar de la alienación en el mundo moderno, otros para explorar
la relación entre el individuo y el entorno. En ambos casos, el concepto de la
escafandra se convierte en un símbolo potente de las tensiones entre
aislamiento y conexión. Ejemplo notable es el uso de la escafandra en la obra:
«La escafandra y la mariposa» de Jean-Dominique Bauby, que, aunque es un
libro en prosa, se asemeja al acto poético al transformar la experiencia del
aislamiento extremo en una narrativa profundamente humana y conmovedora. Cristian
Marcelo por su parte nos dice: «De pronto llueve alrededor del tiempo. / Todo
lo que esperas se disuelve en lágrima o estrechez. / Todo lo que en un día tuvo
sentido / desaparece tras el espejo. / Todo lo que piensas…» Pág. 540. Y
continúa en otro poema: «Todo lo que escribo es aire o escafandra, /
silencio recortado por el viento, / nube y violencia de relámpagos, / … / vengo
roto, atroz como un misterio. / exhumación del sueño / o silencio devorante.»
Pág. 549. Más allá de lo que cada poema refleja a partir de paralelismos y
contrastes es la pequeñez del ser humano frente a la realidad ultima de lo
cognoscible e infinito.
Llegamos, finalmente a «Canciones para
la niña del norte» (2022). El poeta después de transitar por arrecifes y hondonadas
llega a la planicie, a lo que Hugo Lindo,[16] llamaría «Fácil palabra»,
título por lo demás de uno de sus libros. Lo de fácil hay que entenderlo como
la capacidad del poeta de transmitir sus emociones y sentimientos de manera
sencilla y diáfana sin renunciar al lenguaje metafórico. La canción, —a efecto
de mi trabajo—, y en el ámbito de la poesía representa mucho más que una forma
artística; es un vehículo de emociones y memoria, de ternura. Su capacidad para
unir la musicalidad del lenguaje con la profundidad del sentimiento la
convierte en una herramienta esencial para expresar lo que las palabras por sí
solas no pueden alcanzar, la palabra, ahora, diamantina. Aquí se conjugan profundidad
y sensibilidad poéticas, donde remonta el vuelo apasionado, música ascendente y
deslumbrada. Contrario al lenguaje vanguardista que por su naturaleza es
hermético, oscuro, antirromántico, en este libro el poeta logra algo: conectar
con lo más íntimo de su voz lírica, y esto como diría Lorca, gracias a la
técnica y al esfuerzo, poesía por lo demás depurada, sin ornamentos, salvo los
necesarios, lo humano: emociones, sentimientos, descripciones que solo le dan
autenticidad.
André
Cruchaga,
Barataria,
31 de mayo de 2021.
BIBLIOGRAFÍA DE SOPORTE PARA ESCRIBIR ESTAS DIVAGACIONES.
1. Apollinaire,
Guillaume. Alcoholes. Editorial Hiperión, 1997. 320p.
2. Arqueles,
Vela. El modernismo. Su filosofía. Su estética. Su técnica. Editorial Porrúa,
México, 1987. 373p.
3. Benko,
Susana. Vicente Huidobro y el Cubismo. Fondo de Cultura Económica, México,
1993. 225p.
4. Bousoño,
Carlos. Superrrealismo poético y simbolización. Editorial Gredos, España, 1979.
539p.
5. Breton,
André. Los vasos comunicantes. Editorial Siruela, 2005. 144p.
6. Gallegos
Valdés, Luis. Letras de Centro América. Dirección de Publicaciones e Impresos,
1ª. Ed., El Salvador, 1990. 411p.
7. Jung,
Carl G. Los complejos y el inconsciente. Alianza Editorial, España, 2018. 417p.
8. Jung,
Carl G. Recuerdos, Sueños, Pensamientos, Seix Barral, España, 2019. 483p.
9. Larrea,
Juan. César Vallejo y el Surrealismo. Visor Libros, España, 2001. 280p.
10. Lazo,
Raimundo. El romanticismo. Editorial Porrúa, México, 1992. 235p.
11. López,
Matilde Elena. Estudios sobre Poesía. Dirección de Publicaciones e Impresos, El
Salvador, 1971. 486p.
12. Loyola,
Hernán. Neruda. La biografía literaria. Seix Barral, Biblioteca Breve, 2006.
565p.
13. Matas,
J. et. al. Nostalgia de una patria imposible. Estudios sobre la obra de Luis
Cernuda, Madrid, 2005. 687p.
14. Medina,
Raquel. El surrealismo en la poesía española de posguerra (1997-1950). Visor
Libros, España, 1997. 199p.
15. Paz,
Octavio. Generaciones y Semblanzas. Fondo de Cultura Económica, México, 1989.
228p.
16. Prados,
Emilio. Poesías Completas I y II. Visor Libros, Madrid, 1999. 996p.
17. Rodríguez
Monegal, Emir. Borges. Una biografía literaria. Fondo de Cultura Económica,
México, 1993. 275p.
18. Schãrer-Nussberger,
Maya. Octavio Paz. Trayectoria y Visiones. Fondo de Cultura Económica, México,
1993. 201p.
19. Tomas,
Silvia Inés. La recepción de Charles Baudelaire en la crítica de arte y los artistas
de Argentina (1890-1945). Tesis doctoral. Universidad Nacional de Córdoba,
2020, Argentina.
20. Utrera
Torremocha, María Victoria. Teoría del poema en prosa. Universidad de Sevilla,
Secretariado de publicaciones.1999. 421p.
21. Videla
de Rivero, Gloria. Direcciones del vanguardismo hispanoamericano. (Estudios
sobre poesía de vanguardia: 1920-1930). Documentos. Universidad Nacional de
Cuyo, (Mendoza, República Argentina). Tercera edición, Mendoza 2011. 378p.
[1] Marcelo,
Cristian. Todo es parte del
olvido, poesía reunida (1994-2024). San José Costa Rica: Ediciones El Pez
Soluble, 2025. 692p.
[2] «Ya
somos el olvido que seremos». Soneto de Jorge Luis Borges (Buenos
Aires, 1899-1986).
[3]
Federico
García Lorca, uno de los grandes poetas y dramaturgos de la generación del 27,
utiliza en su obra una rica simbología que profundiza en los temas universales
de la vida, la muerte, el amor y la tragedia. Entre los símbolos recurrentes
que aparecen en su producción, el puñal ocupa un lugar especial. Representado
como objeto cargado de múltiples significados, el puñal se convierte en un
protagonista silencioso que atraviesa las emociones humanas y las historias
trágicas que Lorca despliega.
[4]
La
décima, también conocida como espinela en honor a Vicente Espinel, quien
perfeccionó su forma, es una estrofa de diez versos octosílabos con rima
consonante en el esquema ABBAACCDDC. Este tipo de composición destaca por su
equilibrio formal y su capacidad para transmitir ideas complejas de manera
ordenada y armoniosa.
[5]
forma
de poesía narrativa compuesta por un número indefinido de versos octosílabos
con rima asonante en los pares y libre en los impares, proviene de la tradición
oral medieval. Su sencillez métrica y su carácter épico o lírico lo
convirtieron en el medio ideal para contar historias de amor, batallas,
leyendas y sucesos históricos. Uno de los mayores aportes del romance es su
capacidad para preservar la memoria histórica y colectiva. Al ser fácil de
memorizar y recitar, los romances se transmitían de generación en generación,
conservando relatos que de otra manera podrían haberse perdido. En este
sentido, el romance actúa como un puente entre el pasado y el presente,
manteniendo viva la tradición oral.
[6]
Las
gárgolas también cumplen una función simbólica. En la tradición cristiana, se
creía que estas figuras repelían a los espíritus malignos y protegían los
edificios que adornaban. Su aspecto aterrador servía para recordar a las
personas la lucha entre el bien y el mal, así como los peligros del pecado.
Además, sus formas extravagantes eran una manera de mostrar el poder creativo y
la destreza artística de los escultores de la época.
[7] El uso de epístolas en poesía ha
evolucionado para adaptarse a los contextos y sensibilidades modernas. Algunos
poetas contemporáneos emplean la forma epistolar para dirigir sus poemas a
figuras históricas, personajes ficticios e incluso conceptos abstractos como el
tiempo o la libertad. Otros utilizan la epístola como un medio para explorar
identidades personales y colectivas, abordando temas como el género, la raza y
la política.
[8] «La casa encendida», funciona como
una metáfora poderosa. La casa representa la vida, la memoria y el ser
interior, mientras que "encendida" sugiere pasión, búsqueda y un
estado de constante transformación. Este contraste entre la luz y la oscuridad,
entre la vida y la muerte, está presente a lo largo de toda la obra.
[9]
La
«corriente subterránea» es el alma del poema, ese flujo constante de energía
que comunica lo que puede ser demasiado vasto o íntimo para decirse
directamente. Es el arte de decir sin decir, de mostrar sin mostrar, y sobre
todo, de invitar al lector a descubrir y participar activamente en la
interpretación. En su esencia, este concepto refuerza el poder de la poesía
para tocar las fibras más profundas de nuestra humanidad.
[10]
«Cámara
nocturna» es un símbolo profundamente evocador que en poesía refleja la riqueza
de las experiencias humanas. Desde el refugio íntimo hasta la conexión con lo
eterno, su versatilidad permite que el poeta explore una amplia gama de
emociones y temas. Como ocurre con la mayoría de los símbolos poéticos, su
interpretación final depende del contexto y de la sensibilidad del lector, lo
que otorga a esta expresión una resonancia única y personal en cada obra donde
aparece.
[11]
La
fábula, tradicionalmente entendida como una narración breve con un contenido
moral, se convierte en poesía en una trama de imágenes y metáforas que
trascienden la moraleja explícita. En el ámbito poético, la fábula deja de ser
un relato simple para transformarse en un espacio donde las palabras son más
que herramientas; son ventanas hacia otras dimensiones. Cristian Marcelo como
Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca han utilizado la estructura de la
fábula para construir universos internos llenos de símbolos. La fábula en la
poesía no busca enseñar, sino hacer sentir. Es una danza entre el lenguaje y lo
que se insinúa entre líneas, donde el lector puede perderse en un laberinto de
significados y encontrar verdades propias más allá de las intenciones del
autor.
[12]
Diario
de un poeta recién casado es una de las obras más emblemáticas de Juan Ramón
Jiménez, el autor español ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956.
Publicado en 1917, este libro marcó una transición en el estilo del poeta,
desde una poesía modernista hacia una expresión más pura y desnuda, que se
identificaría con su búsqueda de la poesía esencial.
[13]
Mi
pretensión aquí ha sido plantear la conexión existente entre estos tres temas. La noche, el olvido y la
desolación están intrínsecamente vinculados en la poesía, ya que todos
representan aspectos de la experiencia humana que desafían la luz y la certeza.
La noche, a menudo se convierte en el lugar donde el olvido y la desolación encuentran
su hogar. Es en la noche donde los recuerdos se desvanecen y donde el alma,
enfrentada al vacío, experimenta su mayor vulnerabilidad. Estos temas también
comparten una dimensión simbólica que trasciende lo literal. La noche, el
olvido y la desolación son metáforas de estados emocionales y espirituales que
nos invitan a comprender y aceptar las dualidades de la vida: luz y oscuridad,
memoria y olvido, esperanza y desesperación.
[14]
Las
alucinaciones, entendidas como experiencias sensoriales que no tienen correlato
en la realidad objetiva, han sido fuente de inspiración y exploración en la
poesía desde tiempos inmemoriales. A través de ellas, los poetas han encontrado
un lenguaje único para expresar lo inefable, lo irracional y lo trascendente.
En este universo creativo, las alucinaciones no son simplemente una anomalía
mental, sino ventanas hacia dimensiones ocultas de la experiencia humana.
[15] La
RAE, f. Equipo compuesto
de un traje impermeable y un casco cerrado, con tubos para renovar el aire, y
que sirve para permanecer largo tiempo debajo del agua. El buzo se
encajó el casco de la escafandra. Tb. el equipo de forma
semejante usado por los astronautas para salir de la nave al espacio. Una
avería en la escafandra lo obligó a interrumpir el paseo espacial.
[16]
Poeta
cuya obra fluyó como un río sereno pero profundo, cargado de belleza, reflexión
y una sensibilidad sin igual. Nacido el 13 de octubre de 1917 en La Unión, El
Salvador, este escritor, diplomático, abogado y educador dejó una marca
indeleble en la literatura hispanoamericana a través de su poesía, su prosa y
su genuino compromiso con las causas humanitarias.