En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



martes, 12 de agosto de 2014

MI MADRE


Madre del poeta Ricardo Llopesa




Crónica desde España



MI MADRE



Ricardo Llopesa


Mi abuelo, la primera persona por quien tuve verdadera admiración, era un indio que compró un solar de escombros en el corazón de mi ciudad. Mandó a construir una casa enorme, que parecía una fortaleza, envidiada por los blancos. Era una espina en el pétalo de un lirio. Se casó con una india bonita de Monimbó, de donde nació mi madre y mi tía.
            Para un indio como yo, acostumbrados por siglos a la incultura, bien podría haber sido sastre o lustrador, que también son trabajos muy dignos. Ahora, mi madre a regresado a Monimbó, al seno de sus antepasados. Es el lugar que eligió la iglesia para marginar el camposanto. A ella debo el sacrificio de educarme para que no fuese un indio bruto, como solía repetirme.
            El primer día que fui a la escuela se me salió el indio, acostumbrado al analfabetismo de siglos, y salí corriendo. Pero ella, siempre valiente, me devolvió a punta de coyunda. Yo tenía cuatro años y era la primera lección magistral que recibía. Lecciones recibí muchas, porque fui rebelde. Su mayor felicidad fue cuando me colocó el anillo de bachiller con el escudo del Instituto Nacional de Masaya. Era feliz porque yo era uno de los 17 bachilleres en una ciudad con 40 mil habitantes.
            A los 17 años me mandó a España, porque quería que me ganase la vida, cómodamente, colocando en la puerta de casa una placa de doctor, que es como coronar el éxito de los pobres. Yo le escribí una carta desde París diciéndole que quería ser escritor. Quizá nunca creyó en mí, porque nunca ningún indio de Monimbó había destacado en el extranjero. Una vez me dijo un nica, en una calle de Madrid, que estaba loco, que en Nicaragua sólo tenían educación los hijos de los ricos.
            Pero mi madre me había enseñado el lado oscuro de la voluntad y la constancia. Fue su gran lección. De ella aprendí que la vida debe de vivirse con intensidad, sin parar en el estudio, como decía mi abuelo, que era un anciano sabio.
            Hoy mi madre ha muerto, mientras yo estoy lejos, entre grandes montañas. Viajaba de la aridez de Caudete de las Fuentes a las altas cumbres de Bicor, a medianoche, mientras ella expiraba por última vez. Bicor está de fiesta, pero mi corazón está triste. Cuando alguien querido muere, muere algo de nosotros mismos. Nos falta algo, sobre todo el amor de una madre. Pero en mí, en lugar de morir, algo renace con más furza, es la herencia de mi sangre, la sangre que ella me dio, y siempre diré que escribo la lengua que recibí de ella.
            Una madre nunca muere. Es flor, es retoño verde inmortal. El golpe es duro. Es un impacto, porque la presencia desaparece. Yo soy su continuidad, su herencia, su voz, y mi palabra hablará por su boca para denunciar las injusticia de nuestra raza.
            Todavía me queda la ternura de mi otra madre, que es mi tía, hasta el día que nuestra sangre se vuelva a juntar en eso que llaman muerte, pero que en realidad es vida, porque forma parte de una historia.


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