MARIE-PAULE D'AMBROS
VIAJE INFINITO
En esta foto que tengo entre mis manos
y aprieto fuerte contra mi corazón
Mylène sonríe, ligeramente,
sus ojos se ven cansados
y en su cara se refleja una tristeza profunda
porque sospechaba que ese día
marcaría el final de una historia de amor.
Una historia de amor real,
tan bella como ella,
que hubiera podido ser muy hermosa,
pero que el orgullo o la misma fuerza del destino
rompió en mil pedazos,
precipitándola en un abismo de adversidades,
para encontrarse, finalmente, cara a cara,
trece meses después de ese momento
plasmado en una foto,
con el enemigo más implacable y potente
de los seres vivos de nuestro planeta,
un enemigo que asusta al más valiente,
que gana al más grande y al más fuerte,
que nos espera en cada rincón
y nos vigila a distancia,
siempre dispuesto en cualquier momento
a sorprendernos,
porque somos todos para él
unas presas irrevocables
e injustamente tan fáciles de palpar y atrapar,
que a veces
es muy difícil dar una explicación plausible.
Su amor por Héctor,
que sólo yo conocía en profundidad,
quedó enterrado junto a ella
en un rincón de la tierra,
hasta el día de hoy que me permito
sacarlo de su morada
para que emprenda su vuelo
hacía el espacio y el tiempo
en busca de un mundo eterno y libre
donde no existen ni llantos ni dolores.
Deseo que el recuerdo de Mylène
quede inscrito en un trocito del firmamento,
igual que las estrellas que brillan de noche
para iluminar el cielo oscuro
y que de día se convierta en una nube blanca,
donde ella solía subir con toda su inocencia
y que nos acompañe con su alegría
y el eco de sus risas,
aportándonos,
a lo más hondo de nuestro corazón,
un calor especial,
y a nuestras mentes la paz de cada día
porque sé que a ella lo que la hacía más feliz
era hacer el bien y nunca miraba a quién.
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