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sábado, 9 de junio de 2012

NO SÉ POR QUÉ-Por Lourdes González Prieto




 

NO SÉ POR QUÉ
Por Lourdes González Prieto




Doy por concluida la segunda lectura de este gran ensayo, grande en términos de extensión, como grande en contenido, y sigo sin poder develar la incógnita que me planteé al terminar la primera lectura, ¿cuál ha sido el motivo, la razón o finalidad de Yván Silén al escribirlo?




El maricón o los señores de la noche, título del mencionado ensayo de Yván Silén, llegó a mis manos, hasta México, a través de unos amigos cercanos a Puerto Rico, dato muy importante ya que en gran medida se utiliza la isla como centro geográfico del acontecer del cosmos de las ideas tratadas en él.
Luego de emitir la explicación anterior para evitar problemas de idiosincrasia, me voy de lleno al tema a tratar y evidencio mi sorpresa al leerlo, pues, al tener el ensayo en la mano, el título llama la atención y el lector, yo, hago una conexión instantánea con el mundo homosexual y es avanzando en su lectura que me doy cuenta que el autor le da una nueva acepción al término en cuestión, ya que para él “el maricón” es todo aquel que lleva en su interior lo más abominable del género humano, no siendo privativa esta característica de ninguna comunidad sexual existente.
No sé por qué es maravilloso cuando descubrimos un nuevo modo de ver una palabra, de usarla, aunque algunos puedan acusar a esta nueva forma de sacrílega en el lenguaje. Concuerdo con Silén en esta manera de llamar a todo aquél que se encubre de una máscara para ocultar un sentimiento, una creencia, un interés o cualquier otro motivo. De hecho, esta palabra en sus inicios derivó del término “marica”, que servía para hacer referencia, malamente, al que tenía características afeminadas en la época en que lo femenino era menospreciado, y es de esta manera que Silén retoma su uso original.
No sé por qué llama la atención el hecho de que desarrolla el texto utilizando un lenguaje directo, llano y lastimero en ocasiones; un estilo al que llamo primario y primitivo que muestra una visceralidad tal que por momentos se toma la libertad de convertirse en un creacionista, al estilo huidobriano de su propio lenguaje escondiendo alguna intención primigenia sin acertar a descifrarla aún. Sin embargo, pienso que a veces es necesario utilizar este tono para provocar al lector cada vez más, de muchas y variadas maneras en este uso tal vez peyorativo del lenguaje.
No sé por qué el ensayo hace gala de un vasto conocimiento filosófico-político-académico-cultural-sexual que nos lleva a través de sus ejemplos desde la Grecia clásica hasta el Puerto Rico actual, paseándonos por todas aquellas regiones que han sido destacadas en el mundo de la literatura y la filosofía mencionando por ende ambientes y personajes políticos de su Isla caribeña y de los Estados Unidos actuales con la idea tal vez un poco peregrina de mirar al pasado para construir el futuro.
No sé por qué cuando aborda ámbitos literario-culturales de algunos países antillanos, especialmente Cuba y Puerto Rico, lo hace de manera agresiva, mas no ofensiva, si no se deja uno ofender fácilmente y deja de ser visceral un momento, con la intención de actuar como una voz que lleve a la reflexión filosófica, como motivador del poder cuestionar todo aquello que se encuentra anquilosado en las costumbres sociales, políticas y sexuales existentes en esa región del Caribe. Si pudiéramos trasladar esta cuestión a cualquier lugar del orbe terrestre, sacudiríamos al ser pensante para dar a luz un nuevo orden.
No sé por qué decide utilizar como hilo conductor aparente el mundo de la diversidad sexual, uniendo de manera, para algunos irreverente, a la religión cristiana con la “humanización” de ésta, con su cinismo a ultranza y especialmente con su postura “maricona” ante la humanidad del hombre, sí, señalar de una buena vez la integridad del género humano como tal.
No sé por qué pero parece ensañarse en contra de los poetas de manera más enfática en la segunda parte del ensayo; los encara, los reta, los alaba para luego cuestionarlos, habla de ellos como si fueran los únicos que pudieran salvar al mundo, los une a los homosexuales y en otros momentos los incordia hasta el punto de llamarlos maricones para que así puedan recuperar el valor de ser los anunciadores de la novedad que ansiamos.
No sé por qué pero se vuelve más duro conforme avanza el escrito, y esta dureza la lanza hacia los homosexuales, y particularmente hacia los homosexuales poetas, o los poetas homosexuales, hacia aquellos que han decidido callar, acomodarse a un buen vivir, a disfrutar de los beneficios otorgados por la academia, por las universidades y por todo aquello que tenga como sustento el estilo de vida capitalista y globalizado. Tal vez esta dureza sea obligatoria, ya que ellos fueron, escudados, amparados o disculpados por esos privilegios, los que, entre muchos otros, lograron dar el paso para su reconocimiento, los que lograron, gracias a su valor, romper con las buenas conciencias, con los sepulcros blanqueados y emerger como una comunidad pensante y rica en propuestas, y que a años luz de su lucha inicial se ha vuelto una comunidad que sólo busca su comodidad y se ha olvidado de sus congéneres y de su deuda a la Patria.
No sé por qué concluye su ensayo con unas palabras que a simple vista parecen apocalípticas, pero que si pudiéramos adentrarnos en ellas encontraríamos una veta de esperanza para que los aquí llamados maricones dejen de existir vencidos por todos aquellos que en algún momento han logrado vencer la sin razón del dominador, llámense aquellos homosexuales o no. Nos plantea en varias líneas su visión de un Dios ajeno al ser humano y a una filosofía libre de amos. Pienso que todo esto merece la pena de ser señalado y para no errar en su mensaje, sería conveniente que yo y todo aquél que no ha encontrado la razón de este texto, le hagamos otra lectura y no meramente atacar lo que no es atacable. Aunque todavía no sé por qué…

Mérida, México, junio de 2012.

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