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miércoles, 30 de julio de 2014

ALPUENTE Y SUS ALDEAS

Iglesia de Alpuente, Valencia





ALPUENTE Y SUS ALDEAS




Por Ricardo Llopesa





            Alpuente es una joya en el corazón de la provincia de Valencia con sus más de veinte aldeas, unas cerca de otras, formando una piña, algunas de ellas despobladas, derrumbadas, dondo sólo ha quedado la huella de que un día hubo vida. Todo esto, en conjunto, es un sueño medieval.
            En la historia, Alpuente viene de muy lejos. Sus primeros pobladores fueron íberos, de la edad del bronce; después llegaron los romanos a explotar sus minas y, luego, los árabes a vivir en su vergel. Fueron ellos quienes construyeron los regadíos y los huertos medievales que se conservan en la margen del río.
            ¿Y el pueblo? Ah, el pueblo es generoso. Me invitaron a una paella excelente, con otro toque, que sabía a otra cosa, menos a la paella valenciana. Era el sabor del conejo de monte, difícil de conseguir. Un señor entrado en años me dijo que en una noche había matado cuarenta y siete conejos.
            La alcaldesa, doña Amparo Rodríguez, una señora campechana y muy ilustrada en arte, es también la regidora de las más de veinte aldeas. Las había convocado a todas en Alpuente, y todas las aldeas habitadas, aunque sólo lo fueran por ocho personas, habían participado con sus trajes y sus bailes, exponiendo sus cultivos y manualidades. El espectáculo era bello. Por su parte, Celia Martínez, se encargó de montar un mercado medieval, en un soporte realmente medieval, con calles que conservan el empedrado medieval, las torres, las casas de piedra y el silencio arrastrado por el viento hasta la llegada de la noche bajo un cielo lleno de estrellas, entre montañas por un lado y otro, coronadas por un castillo medieval y la torre de la Veleta, que anuncia de dónde procede el aire.
            Alpuente es una postal. Por aquellas tierras pasó el Cid y Jaime I. Tiene y bar y un restaurante, una farmacia que regenta un joven y un Museo Paleontológico que conserva restos de dinosaurios. Pero lo que más me sorprendió fue el Museo del Pueblo, donde se conserva la Cédula Real, de fecha 27 de febrero de 1378, por la cual Pedro IV, “El Ceremonioso”, concedió autorización a Alpuenta para tener un horno público, adonde el pueblo hacía el pan. Mi otra sorpresa fue ver, por primera vez, un ataúd municipal para transportar muertos, como un palanquín que transportaban cuatro hombres sobre sus hombros.
            Esto demuestra que el tiempo es invencible y, a veces, demoledor. Sin embargo, Alpuente resiste el paso de la historia y la construye día a día.

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