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viernes, 23 de septiembre de 2011

La arqueología del viento/The Wind’s Archeology. Luis Alberto Ambroggio y Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y Correspondiente de la Real Academia Española

Luis Alberto Ambroggio, Argerntina,
Fotografía de La Prensa de Nicaragua, América Central



La arqueología del viento/The Wind’s Archeology. Luis Alberto Ambroggio y Numerario
de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y
Correspondiente de la Real Academia Española






La arqueología del viento/The Wind’s Archeology. Luis Alberto Ambroggio, traducción de Naomi Ayala. Vaso Roto Poesía. España-México. Vaso Roto Ediciones, 2011. 158 págs.





Deseo
Ser un pájaro,
o mejor no un pájaro,
sino un árbol
para vencer de algún modo la distancia
y estar los dos
en un lugar
volándonos quietos
debajo de las hojas
y las plumas (pág.30).

Luis Alberto Ambroggio desde su obra que hoy pone en nuestras manos, La arqueología del viento, nos habla por y desde la belleza. Arqueólogo de sus odiseas, de sus momentos felices, de sus dudas y certezas, de sus alegrías y dolores, el poeta asume desde su voz el compromiso que impone metafóricamente el viento. El viento que es amor e identidad, que acaricia y lacera, que es ola de mar y fuego, que es vida y a veces muerte, el que es gota de sal y dulzura, que eleva una pluma y deshoja una rosa, que habita aquí en Buenos Aires, como en Córdoba, Granada y allá en el norte; y es intersección para la nostalgia y la memoria. Así Ambroggio nos cuenta de banderas, de semillas, silbidos y árboles, de veleros, de danzas y partituras y nos dice por ejemplo al inicio del poemario:


Busco la piedra de los poemas.
Busco algo que no huya de mi sombra
y en su paz disperse el eco.

Busco la cifra callada
de los mil gritos,
víctima sin resignación,
escritura,
dignidad austera de presencia
donde vivan perennes
la libertad de la memoria y el deseo (pág.22).

Y en esa búsqueda ética y estética Luis Alberto Ambroggio, que es un hacedor de la Palabra sabe que esta imprime huellas en el lector y desde un lirismo fino y mágico, él que celebra, que canta y denuncia, que recuerda, que camina y mira, que está en un movimiento continuo, que explora, escribe:

Como ave
cada día vuelo
la alegría del aire;
con el crepúsculo
concilio el sueño
y despierto celebrando (pág.26).

es en ese vuelo, en ese aire que está inmerso él como piedra sagrada, como designio, porque es él en todo su poemario con sus heridas, sus logros y cicatrices, pero siempre él.

Y nos habla en su poemario de colibríes y de perfumes, de cabellos esculpiendo el aire, pero también sabe que la vida es laberinto intrincado y hay vientos que son fríos, hay dolores y hay grito que son confidencias, imputaciones.

También desanda la Memoria como una ráfaga, como nostalgia de lo que fue, los que nos cobijaba y amparaba, nos trae así a Camille Claudel (en un hermoso poema homenaje) nos dice de alientos y de Tangos, cambalaches, cumparsitas, de Gardel, de Discépolo y Malena, de Goyeneche, Troilo, Pugliese y Piazzolla porque el poeta caminó estas calles y no olvida, porque persisten en él las ciudades, los olores, las canciones.

La arqueología del viento es testimonio también cuando nos habla de Sarajevo, del SIDA, de la malaria o cuando en su “Blues del milenio” proclama

Para viajar al imperio
de la Estatua de la Libertad
uno necesita sacarse los zapatos,
la chaqueta y pasar todo
por debajo de una máquina de Rayos X
para que lo abra en sus vísceras
y fotografíe sus entrañas;
debe uno someterse
a que le revisen el esqueleto,
permitir que le palpen los sobacos,
la cintura y desde el pubis
para abajo.

Después que atacaron las Torres Gemelas
en Wall Street,
en el así teñido
bajo de Manhattan,
sacan de los ojos los derechos,
la policía, los servicios de inteligencia,
se posesionan de las charlas,
las lecturas, de tu luz y de tu noche;
uno hace el amor bajo la cámara (pág. 100).

El viento es la vida y Luis Alberto Ambroggio sabe de sus vericuetos y este poemario delicado, hermosamente manso, es como una diadema que descubre con cada movimiento eternos destellos, un libro para leer y recapacitar, para degustar como el mejor dulce, para tomar conciencia y ser partícipes de la belleza. Y para encuadrar esta creación, nada mejor que el contexto que Octavio Paz nos afrece en su poema “Destino de poeta”:


¿Palabras? Sí, de aire,
y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.

También la luz en si misma se pierde.

Creo que este texto refleja muy bien a Luis Alberto Ambroggio porque Ambroggio es POETA, ése fue su destino, fue bendecido con el don de escribir, de expresarse consiguiendo así la llave de la eternidad: ésa, que tantos buscamos.


GUSTAVO TISOCCO





La arqueología del viento de Luis Alberto Ambroggio

Luis Alberto Ambroggio

La arqueología del viento de Luis Alberto Ambroggio abre con la metáfora viva de la piedra, ya bíblica, ya mítica: “Busco la piedra de los poemas. / Busco algo que no huya de mi sombra / y en su paz disperse el eco.” Aquí asoma la presencia de Paul Ricoueur (Memoria, historia, olvido), a quien recurre el autor para repensar la función del habla y el modo en que esta afecta el modo de entender ¿asimilar? la propia experiencia histórica. La arqueología estudia las piedras, la antropología en cambio, se adentra en el SER que nombra el dolor-gozo de las piedras. Nada entendería el ser humano si no fuese por su signo, giros del viento, ramas que jamás logra interpretar. En poesía, como en todo arte, el ser tiende hacia esa contradicción vallejiana de lo uno, lo otro. ¿Dónde se funde esa agua que lleva a otro mar?

Ambroggio inicia el poemario invitándonos a reimaginar la realidad, único modo de per-durar en y por la palabra: “Tu cabello / esculpe / el aire.” Aquí vemos la cabellera como tiempo o firmamento, ráfagas de luz que el viento invade, blancura de estrellas que manan luz de luces muertas, lo bello y lo terrible de Rimbaud, donde todo lo ido, oído y vivido, deja de ser raíz para devenir: “… el encanto de la historia conjura / sus ambiguos márgenes en alas, esqueletos, /acaso el hábito elocuente de las fotos.” Y es que en la historia, nos vemos y no nos vemos, somos y de pronto dejamos de ser, para convertirnos en ceniza, huesos, parte de lo que un día fue viento. La pregunta de Luis Alberto Ambroggio a través del poemario tiene más que ver con una estética del ser (que los antiguos observaron como ética), Phronesis más que Sophia, ya que en el poemario la dialéctica del viento se torna pregunta sin respuesta, desgarro:

“Busco algo que permanezca después,
después del agua y de la aureola
quedándose sin irse,
sin sufrir los ultrajes y las pérdidas
de los caminos sueltos.”

Así el inicio y el índice del corpus linguae de este poeta que ve en la arqueología un viento de pugnas que lo lanzan a la incertidumbre. Nada es real, ni tan siquiera lo que nuestros cuerpos atraviesan: caminos, aves, veredas… somos y nada de lo que creímos nuestro permanece. “Y entonces sueño en una piedra”, dijera Vallejo.

El sol de Luis Alberto Ambroggio nace, nos mira, y ya abismo, se abate en nuestra lengua. Y no es la luz lo que da mirada, sino aquello que apenas balbuce, huella que deslava, viento disperso de semillas, casi sin salvación, casi. Él no se deja engañar, ni lo pretende en lo ambiguo del título, es así su tensa hebra, mancha buscando nombrar el eco, el tiempo, mosca en la luz solícita. El viento se vuelve comprensivo, piedra generatriz de esta arqueología cuando abraza la otra parte, olvidada, de la existencia. Nombra quizá para despojarnos de lo que somos, habla porque quiere permanecer, a pesar de su intento de huida, de ser siempre una casa a la intemperie: “¿Por qué mueren los que amo? / Así es la distancia. / Ella impone sus caprichos.” Aquí el amor no es materia de Eros sino de Ananké, la necesidad. Es falta, es lo que los ojos del sol ven nacer al alba como necesaria noche y abismo, hierba para fundar, refugio del habla, es un tiempo anterior y posterior al tiempo de la arqueología, quizá el viento fundante de este hombre que al oír el canto del grillo comprendió que nada le pertenece, salvo el eco, quizá soñado en su texto.

El poeta sale al mundo para hallar (inventar) la piedra que le semeje, ojos que aman y lloran, pero siempre origen de piedra, ojos pétreos, cuencos en el musgo, en la llaga, en la mancha arqueológica de eso que debió permanecer fundamento, y que desde el vacío ve disiparse la permanencia infalible para asumir la condena de vivir atado a lo que el viento hunde en las venas. Esos ojos hoy ven nacer la luz bajo el peso del tiempo: “dignidad austera de (una) presencia/donde vivan perennes / la libertad de la memoria y el deseo”, los imprescindibles momentos poéticos de Aristóteles y Paul Ricoeur.



Jeannette Lozano Clariond

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