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sábado, 17 de enero de 2009

Sensaciones del año que inicia-David Escobar Galindo

David Escobar Galindo, El Salvador





_____Sensaciones del año que inicia*______


He comenzado el año leyendo a mis poetas. Y cuando digo “mis poetas” me refiero a aquéllos que han estado ahí, muy cerca de mi mesa de noche, a lo largo de la vida. Este comenzar el año así no es un propósito intelectual preconcebido, sino una licencia emocional necesaria. La política confunde, la economía asusta, los diversos signos de la realidad demandan análisis juiciosos, que aunque gratifiquen también cargan el ánimo. Pero ahí está la poesía, ahí está la música, ahí está la respiración del alma en sus variados oxígenos cotidianos. Titi se acomoda junto a mí, y, entre las ocho almohadas de nuestro cálido lecho, brindamos por el siempre de la ilusión amorosa. ¡Qué iluminador es compartir las penumbras y los destellos con una mujer que tiene todos los encantos de la buena miel! Juan Ramón, nuestro pastor alemán que se siente dueño del mundo, al menos del mundo doméstico, ladra con voluntad de tenor operático, como para que el entorno no vaya a olvidarse de sus atributos vocales…

Y el libro, que acaba de desplazarse desde su refugio en el estante, tiene un nombre estrictamente mágico: “A media agua del sueño”. Lo firma aquel señor incomparable que fue y sigue siendo el poeta chileno Juan Guzmán Cruchaga. La dedicatoria la suscriben Juan y Raquel, su esposa. Raquel, inteligente, exquisita, incansable, como buena esposa de poeta. Digo el nombre de Juan Guzmán Cruchaga y lo recuerdo aquella tarde en que lo visité, allá en 1976, en su casa de Viña del Mar. El poeta, retirado de la diplomacia pero más comprometido que nunca con la vida, me habló de sí mismo como si fuéramos amigos de toda la vida. En cierta forma, lo fuimos y lo somos. Juan se fue físicamente de sus arenas y sus espumas en 1979, pero se quedó aquí, “a media agua del sueño”, con todas sus rimas en plan y en pie de perpetua primavera.

Juan fue, nítidamente, un poeta del sentimiento y de la emoción. Esa es su credencial de permanencia. Las ideas se marchitan, porque son —aunque duren siglos— flor de un día; en cambio, los sentimientos y las emociones, que son lo más compartible que tenemos, vienen a ser lo básico siempre los mismos. ¿Habrá alguna diferencia entre los amores y los odios que desataron la guerra de Troya y los que ahora siguen moviendo la realidad? Y la poesía es, en sí, expresión privilegiada de esa unidad profunda del ser que va cruzando los tiempos sucesivos.

Juan hizo de la poesía un culto a la finura entrañable. No es de extrañar que Gabriela Mistral le expresara: “Qué suave maravilla de cosas exquisitas ha puesto Dios en usted”. Y Pablo Neruda, que en tantas cosas estaba en las antípodas de Juan Guzmán Cruchaga, le escribe: “Cuánto placer me ha dado tu poesía, espejo de la inteligencia, plata de la verdad, agua que corre y canta”. Cito aquí un soneto de Juan, que me atreví a pedirle que me leyera en voz alta aquella tarde de brisa fervorosa —en el aire y en el alma— en Viña del Mar: “Doy por ganado todo lo perdido/ y por ya recibido lo esperado/ y por vivido todo lo soñado/ y por soñado todo lo vivido.// La más viva congoja eché al olvido./ Del sueño más feliz no he despertado/ y agradezco la pena que me han dado/ que en flor de suavidad se ha convertido.// La tristeza quemante del pasado/ tiene un color de sueño parecido/ al de la fuga del amor logrado.// Y es porque el ansia y la inquietud se han ido/ al recordar que el cielo prometido/ comienza por la herida en el costado”. ¡Aleluya!

Y esta efusión, que es tan depurativa y a la vez tan nutritiva, me lleva a reflexionar una vez más sobre lo que podemos y debemos ser de cara a los desafíos constantes de nuestra propia existencia y de la existencia que compartimos con nuestros semejantes, sobre todo los más inmediatos. Y al referirme a éstos hablo esta vez de mis compatriotas salvadoreños, a los que me siento ligado a profundidad por los vínculos intangibles y a la vez indestructibles de la pertenencia. El Salvador, como todos los lugares del mundo, es una versión particular e irrepetible de los cuatro elementos: agua, aire, fuego y tierra. Y, en medio, el elemento superior: la conciencia humana.

Mis maestros insuperables del “García Flamenco” me habían hecho percibir, como experimentación mental, la conciencia salvadoreña. Me faltaba la conciencia existencial, que sólo se asume en circunstancias extraordinarias; y esas circunstancias se me dieron en la mesa de negociación, durante el proceso de paz. ¿Quiénes estamos aquí?, me pregunté muchas veces, palabra adentro, cuando los negociadores del Gobierno de Alfredo Cristiani y los negociadores de la Comandancia General del FMLN nos hallábamos alrededor de aquella mesa. ¿Los enemigos? ¿Los representantes de ideas o de intereses? ¿Los encargados de una misión especial, para muchos en el país “misión imposible”? Y la respuesta se me fue aclarando casi de inmediato: —Aquí estamos simplemente los salvadoreños, puestos por la aciaga realidad de una división histórica devenida en guerra a dilucidar claves fundamentales del futuro alrededor de una mesa… ¡Y qué respetuosa devoción por las mesas tengo desde entonces! Las tribunas son inútiles, las trincheras son nefastas… Las mesas, en cambio, sirven para comunicarse, en el convivio del alimento, en el convivio de la razón y aun en el convivio de la revelación…

Comencé esta columna hablando de poetas y la concluyo mencionando experiencias poéticas, porque para mí eso fue la negociación de la paz: un ejercicio de creación mucho más audaz que todas las vanguardias literarias juntas. Lo dijo Juan Guzmán Cruchaga luego de su vivencia diplomática y humana en nuestro país, en los años cuarenta y en los años cincuenta: El Salvador es tierra propicia al canto. Cincuenta años después, lo sigue siendo y aún más. Querido Juan, gracias por advertirlo con tanta nitidez antes que nadie.
© David Escobar Galindo

*Publicado inicialmente en La Prensa Gráfica, El Salvador, el día sábado 10 de enero de 2009.
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