En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



viernes, 16 de noviembre de 2018

CAMINOS HABLANTES DESDE LA PENÍNSULA AZUL

Dorelia Barahona y su Zona Azul (novela)





CAMINOS HABLANTES
DESDE LA PENÍNSULA AZUL


Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural



            (Guanacaste-Moravia).- La escritora y académica Dorelia Barahona Riera (1959) ejerce la cátedra de Filosofía en la Universidad Nacional de Costa Rica. Ha publicado 15 libros en cinco géneros literarios, entre 1971 y el 2018. En novela: De qué manera te olvido (1990, 2004 y 2007); Retrato de mujer en terraza (1995 y 2003).  Los deseos del mundo (2006 y 2016). La ruta de las esferas (2007), Milagros sueltos (2008) obra colectiva;  Ver Barcelona (2012); Zona Azul (2018). En cuento: Noche de bodas (1991); La señorita Florencia (2003); Hotel Alegría (2011). En teatro: Doña América (2009); Y.O. Yolanda Oreamuno (2010). En poesía: Poesías, 1971; La edad del deseo (1996). En ensayo: Maestro de obras (2013).      Su novela se presenta el  7 de diciembre en el Museo de Guanacaste.
         Dorelia Barahona  ha obtenido los premios: Juan Rulfo, México, 1989; Revista Nacional de Cultura, 1992; Universidad de Costa Rica, 1996; Aportes, 2006, e Iberescena, 2010.  Sus obras se han publicado en Costa Rica, España, México y Guatemala.
El demógrafo belga Michel Poulain (2004), es  quien introduce el concepto zonas azules, para referirse a aquellas regiones donde la población, no solo vive más, sino que cuenta con mejor calidad de vida. En esa línea, la península de Nicoya, Guanacaste, Costa Rica, se reconoce por la comunidad científica como la quinta y más extensa zona azul del mundo. La única en Iberoamérica y la segunda del continente americano (OISS: 2016, p.10).
El científico Dan Buettner (2017), especifica las cuatro zonas azules planetarias: Cerdeña, en Italia; Okinawa, en Japón; Loma Linda, en California; e Ikaria, en Grecia. La provincia de Guanacaste cuenta con una superficie de 10 141,78 kms2, y registra una población de 382 821 habitantes.
Buettner (2017), caracteriza que una dieta ligera, una actitud positiva frente a la vida, una red de apoyo familiar y de amistad -la familia primero-, una práctica espiritual -relación cercana con Dios- continua,  la veneración social de los ancianos, tener una razón por la cual levantarse cada mañana -tener un propósito en la vida-, el movimiento humano natural,  el manejo del estrés y dedicar tiempo al descanso, son indicadores  comunes para conocer algunos de los secretos de la longevidad.
Guanacaste fue la sede del Primer Encuentro Mundial de Zonas Azules (noviembre, 2017). Desde esa dimensión, la novela “Zona Azul” (Heredia: Editorial Letra Maya: 235 pp.), de Dorelia Barahona, estuvo al cuidado de la Editora Emilia Fallas Solera. La novela está conformada por ocho capítulos, y signa una gran aportación, para uno de los filones temáticos que registra el Guanacaste eterno, donde jamás queremos un Guanacaste ajeno.
Agradezco a mi colega y amigo, Roberto Rodríguez Gómez, la grata oportunidad de ponerme en contacto con esta obra. Mi propósito al leer y comentar la novela de Dorelia Barahona, no es realizar un sumario de recursos,  técnicas y elucubraciones literarias, sino una focalización de su propio discurso, con base en corpus seleccionados, que permitan ilustrar el contexto del Guanacaste eterno, su temática,  ideas compartidas, aproximaciones y proyecciones discursivas que genera la novela, la primera obra literaria sobre este eje temático. Desde esa perspectiva, Dorelia Barahona se suma, con gran ventaja, a los escritores costarricenses que incorporan a Guanacaste, desde afuera, dentro de su gran espacio creativo.
         Cuando hablamos del significado de longevidad, nos referimos a la capacidad de durar mucho tiempo. El término proviene del latín "longaevus" compuesto de "longus" y "aevum", es decir, largo y edad. En ese sentido, quienes viven más que el promedio de los demás, sea en las especies humana, animal o vegetal.
         Dije, recientemente, que la trilogía más importante de escritoras regionales configura una zona azul en las letras del Guanacaste eterno, pues María Leal alcanzó los 97 años; Lía Bonilla, los 95 años y Ofelia Gamboa, los 94 años. Un interesante deslinde: mujeres, maestras, escritoras longevas, sin embargo, ninguna nació en la península, en una especie de zona azul extendida a otros lares del Guanacaste abierto como las raíces del viento.
         La novela “Zona Azul” se localiza en la península de Nicoya.  La narradora expresa:La península tiene forma de brazo extendido al mar y a pesar de la abundancia, de los accesos al lugar, la pobreza insiste en permanecer junto a la riqueza. Un estado de polarizada ocupación humana” (p. 18). Adán Guevara en su revelador poema “Romance del canto macho” (|1953) expresó: “Guanacaste es la península / que parece una potranca / con el hocico atarcado / sudando espuma salada”.
   Uno de los secretos de los longevos de la península de Nicoya es su capacidad de asombrarse por la cotidianeidad. La novela registra que “Los guanacastecos somos así. Medio loquitos por la música. Las cuerdas de la guitarra son las cuerdas de las guitarras de todos. Las teclas de las marimbas son mis teclas, como lo fueron de mis abuelos. Como los  retumbos   de   los  tambores  son  mis  retumbos  de la tierra en esta tierra de mi cuerpo” (p. 77). Hay una clara conciencia en reconocer el aporte de quienes les antecedieron.
El ser humano siempre ha vivido desvelado por encontrar las fuentes de la eterna juventud, por eso, la Zona Azul, enraizada en la península de Nicoya, es un espacio privilegiado del Creador. Es posible que dicha comunidad sienta, ahora,  algún desacomodo en su hábitat, desde el momento en que son estudiados como una excepción mundial, debido a su longevidad. La narradora filosofa y hace ver “Así querer ser longevos en un mundo de recursos limitados donde ya no cabían, era casi, ¿por qué no pensarlo? Un acto de soberbia o de selección económica y no natural” (p. 33).
Tuve la feliz ocasión de visitar y conocer a una maravillosa mujer azul, María Francisca Isolina Castillo Carrillo (La Mansión de Nicoya: 3-11-1906; 20-12-2016), quien alcanzó 110 años de vida. Ella desayunaba un tamal de cerdo, dos naranjas, atol, yogurt, sopita de huevo. Nunca ingirió licor. Tampoco se casó. Manifestó temor a montarse en un avión.  
Ese día, “Panchita Cubas”,  pidió que le pusieran un vestido con flores rojas y blancas, collares y pulseras. Hacía gala de una memoria con recuerdos increíbles. A pesar de su ceguera, tomó mi rostro, e hizo una descripción de mis facciones.  Nos despidió con una oración. Conocer a Panchita Cubas fue una experiencia invaluable. Desde entonces, la zona azul no fue teoría, sino una vivencia con una mujer, cuya longevidad asombraba: 110 años.  
Asimismo, la narradora plantea que para los habitantes longevos de la península “No se trataba de no vivir para no tener experiencias, recuerdos, o huellas en el cuerpo. Se trataba de vivir al día, como Emilia, sin pendientes, sin deudas, sintiéndose dueña de su pedacito de intimidad. De su hoja de vida” (p. 203).
         En esa línea, la locución Carpe diem, del poeta latino Horacio (65 a.C. a 8  a.C.), significa “toma el día”; “aprovecha el momento”, en el sentido de no desperdiciar el tiempo. El espíritu horaciano es "Aprovecha el día, no confíes en el mañana”.
         La selecta lista de centenarios peninsulares trata de vivir el día.  Hoy, por lo contrario, vivimos, pero pendientes del déficit, los impuestos, las tarjetas de crédito, la Sala IV, los celulares, los mensajes, las redes, el correo electrónico, la competencia, entre otros elementos,  que nos hacen vivir la vida, pero  como semáforo libre con altas velocidades. Ahora, medimos el tiempo, pero no lo vivimos.  De hecho, las expresiones “Ahora no tengo tiempo”, “Más tarde”, “Un día de estos”, “Por ahí llego”, evidencian esa dimensión de vivir absorbidos por el cronómetro, sobre todo, porque “La vida es ahora” (p. 182).
La filosofía discursiva de esta novela incluye preocupaciones sobre diversos ejes temáticos, tales como el tiempo, la sociedad, los  propósitos vitales, la función del arte como una de las condiciones de mejoramiento para la condición humana, los contextos históricos, así como las experiencia o el conocimiento de los elementos esenciales del factor humanidad.
En esa línea, describe a Nanda “Alta como su padre, portador seguramente, de la herencia de alguna de las cincuenta y seis familias cubanas llegadas a la península de Nicoya junto con el general Maceo, gran luchador y amigo de José Martí” (p. 41). La novela deslinda otro tema por recuperar para el Guanacaste eterno, la presencia estelar del cubano Antonio Maceo, entre 1891-1895, fundador de La Mansión de Nicoya, digo, de Maceo.
Nanda Castillo, originaria de Hojancha, ahora la Dra. Nanda Murray, es una investigadora, quien afirma que “Todo el sistema detecta y recodifica la energía transformándola en estados de ánimo. Mi cuerpo es mi nave. Una especie de Sonda Sopater I” (p. 29). En la temática de la corporalidad, es valiosísimo el concepto de cuerpo-casa como nave, como templo, huesos o huellas.
Sus investigaciones sobre la longevidad le plantean interrogantes medulares. Reflexiona si ¿Existiría ya algún estudio relacionando los recuerdos emocionales con la longevidad” (p. 49). “Con qué soñaría una persona de más de cien años? ¿Con qué despertaría su memoria”? (p. 64). “Empezamos a sentir la belleza con los recuerdos y hacemos entonces el mito con los pasos de todos” (p. 148). Reflexiones para repensar sobre nuestros comportamientos vitales.
Nanda Murray es una mujer decidida, para investigar de viva fuente, por esa razón “Iría hasta el pueblo de Hojancha donde vivía Emilia, la mujer más vieja de la zona, según sus registros. Ciento quince años de respuestas le esperaban en su pueblo natal” (p. 51).  Nanda se sorprende con las respuestas de la centenaria Emilia Villegas, de 115 años, cuando  aduce: “Yo digo a estas alturas que los huesos son mi casa. Y en realidad es así. Las casas, los chunches, las cosas ya no importan. Un poquito de comida, una buena cobija, música y que los huesos me traten bien es todo lo que le pido a la vida” (p. 78).   Esas recetas de vida no se venden en los negocios de la oportunidad en los aeropuertos o en las tiendas de regalos, pues suman una actitud de vida. No es un recetario fácil, de la noche a la mañana.                
Otra respuesta de doña Emilia Villegas es rotunda, en relación con que ella fue la decidió vivir más, por la siguiente razón: “El día en el músico Ribera me dejó de amar fue el día en que decidí que llegaría a vivir ciento quince años” (p. 81). “Así que cuando Ribera me dio la espalda, pues yo ya estaba preparada y me juré que viviría más que él y que todas las mujeres por las que me cambió” (pp. 85-85).
Una de las recetas que no se puede comprar en el agitado mundo comercial del siglo XXI, que nos ha correspondido vivir, es la afirmación de la mujer azul que es Emilia Villegas -“Es que aquí todos sabemos la vida de todos (…) Todos allí sabían la vida de todos. La edad, las costumbres y los haberes estaban metidos en una hoja de Excel desde su fundación” (p. 69).
Hoy, no sabemos cómo se llama nuestro vecino; casi no nos relacionamos.  Acaso, tampoco nos interesa, porque vivimos encerrados, enrejados, con portones, cámaras, temerosos, sin compartir con los demás, en una torre egocéntrica del yo soy yo, y punto. Esa receta tampoco se puede adquirir, porque es una vivencia vital “Aquí todos sabemos la vida de todos”. Hoy, esa expresión suena a siglos XIX o XX, pero muy poco, a siglo XXI.
Otro de los secretos que no se puede comprar, pero es parte del archivo de experiencias de los longevos de la península de Nicoya, es lo que afirma la narradora  costarricense  “Ninguna tenía la devoción de Emilia hacia sus propios cultos, tradiciones y valores sobre su hoja de vida.  Ella había construido una arquitectura completa con su historia,  donde  la  intimidad  era el templo mayor y los años, la narración de la prueba” (p. 85).   
  Hoy, en el mundo de las altas velocidades, de la vida en semáforo abierto, dejamos de construir nuestra intimidad, para hacerla pública a través de todos los sistemas de la mega-comunicación: la Internet, las redes sociales, los celulares, las fotografías, y todo el equipaje tecnológico que cargamos para estar al día, aunque nunca lo estaremos, porque la era de la información nos bombardea a cada instante, y eso nos angustia, contrario a la vivencia cotidiana de los longevos de la península, de vivir el día a día, sin preocupaciones arribistas.
En la península de Nicoya, en la Zona Azul costarricense,  la narradora no deja de sorprenderse, toda vez que “Ciudadanos de más de cien años. Hombres y mujeres que andan en bicicleta, cocinan, e ríen, rezan, cantan y conversan entre ellos” (…). También acota Y es que envejecer es feo. Feo hasta que logramos encontrarle el jueguito.  Se trata más bien de no dejar que la vieja esa que nos está robando la historia entre a la casa, se apodere de la cama, el baño y la cocina” (p. 118).
A la narradora le asaltan inquietudes, tales como que “Nadie ha mencionado sus emociones. No se incluyen como marcadores biológicos importantes, pero ¿y sus penas y sus logros? Ya la longevidad es un logro. Son vencedores. ¿A qué monstruos se enfrentaron en las diferentes etapas de sus vidas? ¿O es que no hubo gigantes contra los que dar la batalla? ¿Ese es el secreto de una larga vida? (p. 132). Teorías, inferencias, incógnitas y repreguntas sobre el fenómeno de la longevidad, la tradición, el recuerdo, la memoria, el olvido, la vida.
El que Emilia haya ocultado un secreto  centenario es un milagro, casi inexplicable, justamente, por el tiempo transcurrido “Emilia había guardado el meteorito por casi cien años  en  una  bolsita  de tela.  Era  un  tesoro (…) Emilia  guardó el trofeo toda la vida” (pp. 167-168). No son recetas que se adquieren por la Internet, con dólares o euros, en el mercado vertiginoso de las transacciones de la cosificación, pero no de la rehumanización.
El capítulo 8 de la novela, con el nombre de “En el regazo de la tierra”, es un sistema recolectivo, pues es donde la científica Nanda Murray, de Hojancha,  concluye y recomienda acerca de su investigación sobre el secreto de la longevidad, donde la carga genética, la cadena alimentaria y la organización familiar son factores esenciales.
El informe de la Dra. Nanda Murray concluye que los habitantes de la Zona Azul:
a.     Construyen una identidad idónea, sin perder la mimesis natural de su entorno.
b.     Respetan su intimidad, como lo hace el ecosistema, sin distorsiones ficcionales.
c.      Los sujetos no son piezas de recambio productivo: tienen unidad de sentido.
d.     Muestran gran resiliencia frente a las crisis vitales.
e.      Sus recuerdos emocionales se mantienen en el presente necesario.
         Recomienda “Elaborar un procedimiento para el manejo  del recuerdo emocional (…) que simule el perdón religioso, en tanto indulgencia” (p. 201), o una sustancia que estimule “el desapego sobreviniente a la liberación de las cargas traumáticas (…) En especial, el autoinducido por la culpa. Es una invención de la cultura y se tiene que desechar” (p. 202). “La creación de un fármaco que retome la emoción de los recuerdos (…) dado que la memoria y el sistema límbico es igual en todos los seres humanos sanos” (p. 202).
La Zona Azul contra la zona gris: “El Guanacaste lejos de los hoteles y las casas de veraneo de los extranjeros que persiguen el sueño de la eterna juventud. En el Guanacaste que ven ahora de la labranza y la ganadería, la falta de agua es notable y la pobreza de los habitantes sofoca a cualquiera. Casas a medio terminar, niños descalzos, niñas precozmente sexualizadas, venta de chatarra y fruta junto a los basureros abiertos (p. 205).
La Encuesta Nacional de Hogares 2018 arroja los siguientes datos en esa zona gris de  Guanacaste: desempleo 9,7 %; pobreza total 26 %; pobreza extrema 8,6 %. A pesar de todo eso, ya se comercializa los productos criollos de siempre, con el afán de vender la “longevidad guanacasteca”. La novela menciona que el laboratorio Aselpis Organic pronto lanzará  el primer medicamento, denominado ZBlue. Cuando se lo comenté a Dorelia Barahona, su respuesta fue la siguiente: “sí, lucran con los bienes patrimoniales”.
En la novela de Dorelia convergen otras historias: la de Nanda y su reencuentro con Alberto (Siemprejamás), 34 años después; la jubilación de Nanda; su reinvención como persona; la red de relaciones familiares de Nanda; el abuso sexual, entre otros. Zona Azul es una novela que incorpora un tema de Guanacaste a la literatura nacional e internacional.
La decisión de la Dra. Nanda Murray, al final de la novela es hermosa Así que ya no es tiempo de renunciar por nada ni nadie a nuestros sueños. ¿Entendés por qué me quedo aquí? -Esto último Nandayure lo dice despacio (…) Aquí es como si la tierra cantara. Dan ganas de quedarse” (pp. 206-207). Esta tierra amarra los pies, por eso, es el Guanacaste eterno de la Zona Azul más grande del planeta. Gracias, Dorelia Barahona, por incorporar a Guanacaste en la creación de tu universo narrativo.   

 
LIC. MIGUEL FAJARDO KOREA 

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