Henry Alexander Gómez, Colombia
Henry
Alexander Gómez
(Poesía)
Del libro Casa
de hueso (Inédito)
En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario
de espumas
Eran las
mañanas y las tardes. Solía acompañar a mi abuela Ana
a llevar y
traer las vacas, del establo al potrero y del potrero al establo.
Íbamos por la
mitad del pueblo arreando las vacas
que eran como
dedos gordos de Dios.
Yo y mis cinco
años y la rama de un árbol haciendo de fusta.
El sol trepaba
por las manchas azules de las vacas y en su paso torpe
un aliento
desconocido empozaba la sílaba del sueño.
Las piedras,
las crestas de los árboles, un puñado de maderos y sus cercas.
Verlas pastar
era echar boca adentro toda la paciencia del aire,
como hundir
una luna en un enredo de hierba.
Y en los ojos
de las vacas un vacío de luz, un misterio lerdo que latía en cenizas
sobre el
corazón lento del día.
Mis cinco
años, mi abuela Ana y las moscas abriendo huecos
en las
primeras sombras de la tarde.
Entonces la
vaca Golondrina se fue de bruces al río.
El hechizo del
agua le llegó como una soga que halaba su carne
en una
cadencia sin tiempo.
Era de ver su
júbilo corriendo entre las formas del torrente. Mugía y su voz era un tambor
que trenzaba mi garganta. Un fósil nacido en lo más hondo de la vocal del
mundo.
Corría la vaca
por el río y mi abuela la seguía desde la orilla,
entre los
pastos largos y mojados,
llamando
desesperadamente su bovino. Cuidado de no ahogarse la vaca loca.
Mis cinco años
arreando el sueño de loco de mi abuela Ana. En el lomo de la vaca el viento
revuelto en un sudario de espumas.
Hará tiempo de
aquello. El río arrastrando esqueletos húmedos de hojas y trastos vegetales,
llevándose consigo mis cinco años y las alas invisibles de la vaca Golondrina,
en una
ceremonia de bocas abiertas a los muslos de la nada. Navegaba ahora
hechizado el
ocaso en una brisa de peces muertos.
Dicen que las
vacas
se parecen a
los sueños de los hombres tristes, no dejan de rumiar su soledad
en cualquier
balcón desvencijado de la vida. En el mañana
o en el ayer,
es floración la noche cerrada.
A la orilla,
sobre la piedra molida, boquea todavía la vaca Golondrina
tragando tajos
de luz. Muge mientras puede.
Gallinas
En las mañanas,
largos instantes me revelaron
el juego de su pluma,
el cacareo del mundo desde
una noble idiotez.
Su peculiar danza
me habló de un linaje perdido,
la firme intención de ser viento borrado.
Entendí, entonces, la difícil tarea
de romper
con las ataduras del aire,
la música cercana de escarbar en la tierra.
Es verdad que en las gallinas
el día ha encontrado su eje,
el cordón umbilical
en el que sostiene la luz.
Al igual que ellas, escribo la dicha
de ser pájaro caído.
A Felipe García Quintero
Parábola del padre
Padre siempre
se sumerge en las más
extrañas
empresas.
En un diálogo
mudo con la vida,
en una
incesante errancia
por el orden
prohibido de las cosas,
hizo de la
derrota
su sello
personal,
una enorme
roca de aire para empujar cuesta arriba.
Un día compró
una rueca de hilar nubes.
Decía que en
la plaza bien podría abrir
un negocio
celeste para achispar acontistas.
Pasaba horas
golpeando el pedal,
hilando el
día,
ovillando la
lana.
Desde allí
urdió toda la orilla del cielo
sin conseguir una
sola moneda.
Otro día
se hizo a un
viejo auto
para sortear
la soledad de los caminos.
Con él
cruzaría las fábricas del humo,
las páginas
secretas de las grandes montañas,
hasta llegar a
La Habana
o Nueva
York.
Pero la noche
lo dejó tirado a un lado de la carretera,
reparando el
veterano motor oxidado.
Raras tareas
emprende mi padre,
cultivó los
sueños de los ondeadores de banderas,
comerció con
olvidos,
amasó el pan
para el
inspector de patatas fritas,
escribió
cartas de despedida para amas de casa,
hasta afiló
los lápices de tercos burócratas
en una corte
de un país
que no aparece en
ningún mapa.
Hoy comprendo
que mi padre
es un poeta a
su manera,
atesora la
derrota
como quien
guarda
palabras perdidas en
la billetera.
Sin saberlo,
padre,
con cada
inútil negocio,
me ordena mi
noble función en el mundo:
el oficio de
escribir,
a cada
instante,
el arte de la pérdida.
______________
Henry Alexander Gómez (Bogotá, 1982). Magister en
Creación Literaria de la Universidad Central y Licenciado en Ciencias Sociales
de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Es director del Festival
de Literatura “Ojo en la tinta”. Ha recibido diferentes distinciones, entre
ellas, el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, el
Premio Nacional Casa de Poesía Silva y el Premio Internacional de Poesía José
Verón Gormaz de España por el libro Tratado
del alba (2016).
Ha publicado los
libros Memorial del árbol (2013),
premiado en el IV Concurso Nacional de Poesía Obra Inédita, Diabolus in música (2014) Premio
Nacional de Poesía Ciro Mendía y Teoría
de la gravedad (2014), publicado en Quito, Ecuador. Sus poemas aparecen
diferentes antologías y revistas de Colombia y el exterior. Hace parte del
comité editorial de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com) y se desempeña como
docente de la Universidad Central en el Pregrado de Creación Literaria.
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