José Antonio Cañada, España
JOSÉ ANTONIO CAÑADA
Por Ricardo Llopesa
El noble arte del mecenazgo, de una u otra manera, es un talante muy digno al promover la actividad cultural. Es también un ejercicio de humanismo y altruismo, hoy en días en vías de extinción por las políticas gubernamentales y los nuevos programas de incentivar la creación. Sin esa mano es posible que nuestra lengua fuese más áspera y acartonada, porque gracias a ese mecenazgo Rubén Darío pudo publicar Azul..., el libro que, como una espada, separó en dos lo viejo de lo nuevo.
La primera vez que conocí a José Antonio Cañada, en una actividad literaria que organizaba Pepe Portalés, alguien dijo que aquellos vinos que estábamos bebiendo procedían de las bodegas de Cañada. Con el tiempo acrecentamos nuestra amistad, unida más por el fervor literario que el político, porque a todo esto Cañada es más político que literato. Aunque, a decir verdad, Cañada está invadido por ese extraño espíritu exquisito que lo hace buen conversador y muy sensible a desarrollar cualquier tema, siendo capaz de desdoblarse y hasta multiplicarse durante el diálogo.
Fue Cañada quien organizó y pagó de su bolsillo la enorme velada realizada en el Teatro El Molí, en homenaje a su amigo el poeta César Simón. El esplendor entre más de trescientas personas supuso un gran éxito. Para conseguirlo tuvo que trasladar en taxi, de Madrid hasta Valencia, en un recorrido de trescientos cincuenta kilómetros, a los poetas Francisco Brines, Luis Antonio de Villena y Jaime Siles, sólo para que leyesen sus versos en honor al amigo muerto. En Valencia se unieron otros poetas de la talla de Vicente Gallego, Carlos Marzal y Antonio Cabrera, entre otros. Durante la cena el vino corrió por las mesas como río de tinto desbordado, incluido el libro publicado por Visor.
Muchos otros eventos llevan su sello. Ahora proyecta editar un libro de arte de su mujer, Esperanza Blasco, que es pintora, doctora en Bellas Artes y, sobre todo, una mujer campechana, como él. Cañada nació en Villamalea, un pueblo pequeño de la Manchuela, lejos de todo, hasta del tren, donde nace la soledad. Tiene una casa Modernista, herencia de sus antepasados, que a principio del siglo XX fue todo un lujo metida en medio de la sobriedad.
Allí conserva la Bodega "Gualberto", nombre de su abuelo, donde se embotella el espíritu de la fruta que procede de los viñedos de su finca. No es poeta. Es abogado y empresario. Cuando él escribe le salen números porque es analista de estudios financieros y tributarios. Pero cuando se mete en asuntos de escritura saca el alma modernista, pero lo mira desde su Gabriel y Galán. Es la mirada del paisaje de su pueblo, cuando en la infancia vio compartir juntos a labriegos y animales entre los surcos de la tierra, como en los versos siguientes de José Antonio Cañada, al hablar de:
“Los campanillos que antaño
las mulas tañían en lontananza
con rítmica cadencia,
impregnando de encanto la besana
en aquellas serenas mañanas de simienza,
cuando los labriegos
vertían
la semilla fértil
en los anchos campos
de la llanura inmensa,
con la esperanza eterna
de conseguir una cosecha
plena de enceradas mieses
e ilusiones nuevas.
¡Qué austero era el ambiente
y qué grata, decían, la faena era!”
He dicho que no es poeta. Pero por su finca de la Manchuela, donde se elabora el vino con esmero, han pasado muchos poetas, muchos, y todos hemos bebido el vino de Baco frente a las viñas verdes de Cañada.
La primera vez que conocí a José Antonio Cañada, en una actividad literaria que organizaba Pepe Portalés, alguien dijo que aquellos vinos que estábamos bebiendo procedían de las bodegas de Cañada. Con el tiempo acrecentamos nuestra amistad, unida más por el fervor literario que el político, porque a todo esto Cañada es más político que literato. Aunque, a decir verdad, Cañada está invadido por ese extraño espíritu exquisito que lo hace buen conversador y muy sensible a desarrollar cualquier tema, siendo capaz de desdoblarse y hasta multiplicarse durante el diálogo.
Fue Cañada quien organizó y pagó de su bolsillo la enorme velada realizada en el Teatro El Molí, en homenaje a su amigo el poeta César Simón. El esplendor entre más de trescientas personas supuso un gran éxito. Para conseguirlo tuvo que trasladar en taxi, de Madrid hasta Valencia, en un recorrido de trescientos cincuenta kilómetros, a los poetas Francisco Brines, Luis Antonio de Villena y Jaime Siles, sólo para que leyesen sus versos en honor al amigo muerto. En Valencia se unieron otros poetas de la talla de Vicente Gallego, Carlos Marzal y Antonio Cabrera, entre otros. Durante la cena el vino corrió por las mesas como río de tinto desbordado, incluido el libro publicado por Visor.
Muchos otros eventos llevan su sello. Ahora proyecta editar un libro de arte de su mujer, Esperanza Blasco, que es pintora, doctora en Bellas Artes y, sobre todo, una mujer campechana, como él. Cañada nació en Villamalea, un pueblo pequeño de la Manchuela, lejos de todo, hasta del tren, donde nace la soledad. Tiene una casa Modernista, herencia de sus antepasados, que a principio del siglo XX fue todo un lujo metida en medio de la sobriedad.
Allí conserva la Bodega "Gualberto", nombre de su abuelo, donde se embotella el espíritu de la fruta que procede de los viñedos de su finca. No es poeta. Es abogado y empresario. Cuando él escribe le salen números porque es analista de estudios financieros y tributarios. Pero cuando se mete en asuntos de escritura saca el alma modernista, pero lo mira desde su Gabriel y Galán. Es la mirada del paisaje de su pueblo, cuando en la infancia vio compartir juntos a labriegos y animales entre los surcos de la tierra, como en los versos siguientes de José Antonio Cañada, al hablar de:
“Los campanillos que antaño
las mulas tañían en lontananza
con rítmica cadencia,
impregnando de encanto la besana
en aquellas serenas mañanas de simienza,
cuando los labriegos
vertían
la semilla fértil
en los anchos campos
de la llanura inmensa,
con la esperanza eterna
de conseguir una cosecha
plena de enceradas mieses
e ilusiones nuevas.
¡Qué austero era el ambiente
y qué grata, decían, la faena era!”
He dicho que no es poeta. Pero por su finca de la Manchuela, donde se elabora el vino con esmero, han pasado muchos poetas, muchos, y todos hemos bebido el vino de Baco frente a las viñas verdes de Cañada.
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