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miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA POESÍA DE JOSÉ HIERRO-RICARDO LLOPESA

Ricardo Llopesa, Nicaragua





LA POESÍA DE JOSÉ HIERRO

Por: Ricardo Llopesa


Hemos leído y admirado sus obras, y las seguimos leyendo y admirando por el portento de su palabra. Hemos reconocido su valor en el proceso de la poesía contemporánea, y se lo seguire-mos reconociendo, porque la obra de José Hierro, además de ser una de las más significativas de la postguerra española, inicia una trayectoria poética originalísima, al incorporar al lenguaje una manera de decir las cosas, donde el ritmo y el coloquialismo se convierten en la mayor sorpresa de genialidad.
José Hierro nació y murió en Madrid (1922-2002), pero vivió en Santander desde la edad de dos años, y esto le marcó en su destino de ser hombre de la mar del norte, por eso que se dice que se es de la tierra donde transcurre la infancia y los recuerdos de la adolescencia. A José Hierro le tocó vivir la tragedia española de la guerra civil, y también le tocó padecerla, cuando todavía era muchacho y se tiene el espíritu lleno de sueños. Su padre fue encarcelado en 1937, y dos años después, a los 17, José Hierro entra en prisión, condenado a doce años y un día, y comienza la angustia del prisionero a peregrinar por cárceles de Santander, Comendadora (Madrid), Palencia, de nuevo Santander, Porlier y Torrijos (en Madrid), Segovia y, finalmente, Alcalá de Henares, según testimonio que ofrece Antonio Sánchez Zamarreño en su libro Nombres propios, que es una selección conjunta con Hierro, publicada en 1995.
Esta experiencia durísima con el dolor humano, por el derecho de ejercer la libertad, acaba en 1944, tras cumplir siete años de prisión. Mejor dicho, para decirlo de otro modo, a partir de ahora José Hierro vivirá dentro de la cárcel de su propia libertad, porque eso es lo que leemos en sus poemas de entonces.
Empieza a escribir hacia 1936-37, pero su obra, de la que tenemos noticias, la que se publica, empieza a escribirla en 1944. Es decir, al salir de la cárcel. Si hoy, cincuenta años después, nos preguntásemos, ¿qué podría escribir un muchacho que fue hecho prisionero por sus ideas y sus ideales, y sometido a juicio y condenado a padecer prisión?, quizás sólo tendríamos una respuesta: Escribiría contra ese poder que aniquiló sus sueños. Algunos de sus compañeros de generación así lo hicieron, y esa poesía simbolizó una bandera de lucha por la libertad.
José Hierro, en cambio, no tomó, entonces ni nunca, una actitud radical. Pero hay que decir, que en el estrato de su poesía reside el mensaje de su pensamiento.
Sin duda, la mayor importancia de José Hierro no estriba en dejar una o varias obras maestras en la literatura. Por el contrario, hay que ir al fondo del poeta: es el escritor de talento desbordable que toma las palabras y la forma, con el fin de vol-car la experiencia íntima y el testimonio del mundo. Él escribe una geografía de su propio pensamiento. En una entrevista de Rosa María Pereda, confesó Hierro: "Yo doy, antes que nada, testimonio de mí. Pero no puedo evitar ni quiero el retrato del ambiente en que surjo y vivo, del mundo a que corresponde y del que soy consecuencia".
Tierra sin nosotros, es el título de su primer libro, publi-cado en Santander en 1947. Es un libro elocuente de la desolación que trajo consigo la victoria de la guerra. Como escribió Pedro de la Peña en su libro Individuo y Colectividad. El caso de José Hierro, en 1978: "En Tierra sin nosotros, el espectro de la lucha armada y sus inevitables consecuencias están presentes en buena parte de la obra. Un sentimiento de nostalgia y una sensación de impotencia dominan los poemas" (p. 170). No hay odio ni rencor, porque son palabras desterradas del pensamiento de Hierro. Hay, en cambio, dolor y amor en las palabras. Es el libro del adiós a Santander, y la reflexión del poeta frente al mundo. Quizás estos versos del poema "Trébol" puedan contener el espíritu de Tierra sin nombre: "Cuando a vosotros vine de Castilla,/ el aire era un dulzor de mieles de higos./ A Castilla me vuelvo, mis amigos,/ donde la tierra es seca y amarilla.// Ya perdí tu diaria maravilla,/ Norte de amor. Se cierran tus postigos/ y vuelvo a mis azules enemigos,/ cielo en que no germina mi semilla".
Alegría, su segundo libro, vio la luz ese mismo año en Madrid, y obtuvo el Premio Adonais en 1947. No es éste libro un canto a la alegría, como puede sugerirnos el título. Hay desga-rramiento, y quizás ese dolor lleva al poeta a descifrar en las pequeñas cosas de la vida la alegría de la sorpresa. El poeta confiesa en un poema: "Llegué por el dolor a la alegría./ Supe por el dolor que el alma existe".
A pesar de que Tierra sin nombre y Alegría fueron escritos en los mismos años, hay que destacar la sorprendente calidad de Alegría, por la certeza de los símbolos, el esplendor de las imágenes y las alteraciones semánticas. También, a partir de ahora Hierro comienza a trabajar la métrica desde una postura personal. Hace uso de la métrica tradicional, no para calcar sus versos, sino para recrearlos, para crear a partir del metro, como lo hizo Darío o Juan Ramón o Blas de Otero. Escribir versos métricos carece de sentido cuando el verso no ofrece novedad. Cuando Hierro altera la métrica consigue alterar el ritmo del verso y ofrecernos un verso distinto, otro, nuevo.
En José Hierro encontramos la escisión del metro corto y, también del largo, a fin de producir ritmo. La poesía del siglo XX tuvo que resolver este problema recurriendo a Góngora, para evitar la rigidez. Sorprenden los encabalgamientos, sobre todo los que terminan antes de la quinta sílaba siguiente, porque producen una alteración que contribuye con el ritmo. Son muy significativos los últimos versos del libro, porque son testimoniales, y además resumen lo dicho antes: "Pero estoy aquí. Me muevo,/ vivo. Me llamo José/ Hierro. Alegría (Alegría/ que está caída a mis pies). / Nada en orden. Todo roto,/ a punto de ya no ser.// Pero toco la alegría, porque aunque todo esté muerto/ yo aún estoy vivo y lo sé."
A pesar de que los poemas de José Hierro están escritos bajo el rigor de la métrica su lenguaje es claro, es llano, es comprensible, porque maneja el lenguaje coloquial que va avanzando en su poesía hasta llegar a la oralidad.
Esta es una cuestión bastante espinosa en la poesía española, porque por principio hemos sido tradicionales. Se habló de una poesía social, falta de refinamiento, y alguna vez se ha querido meter a José Hierro en esa clasificación. Pero su poesía resiste todo orden. La poesía de Hierro, como la de Blas de Otero, parte del lenguaje de la claridad, que es el que utiliza el poeta en su vida cotidiana. Al que sólo hay que agregar sentido de la belleza y sensibilidad para convertir lo cotidiano en materia poética.
Esa es la importancia de Hierro en la poesía española contemporánea: ha escrito una poesía con palabras de uso cotidiano, que hizo posible sacar a la lírica española de la mediocridad en que había caído, y esto fue posible gracias a las continuas alteraciones semánticas que dan lugar a imágenes nuevas, y que Aurora de Albornoz llamó "Realidad alucinada", por la magia de transformar la realidad mediante el uso particular de las palabras. Desde esta perspectiva, Hierro es un poeta a quien el pueblo y los intelectuales a la vez, cosa tan difícil, admiran y conocen. Tiene Hierro el talento de los genios. Y esta es ya una razón de peso que hace que su poesía sea conocida en todos los ámbitos de nuestro idioma.
Después de Alegría, viene su tercer libro Con las piedras, con el viento, publicado en 1950, cuyo tema central es la imposibilidad del amor, precisamente por sentirse el poeta amenazado constantemente por el recuerdo. Es decir, el mal recuerdo de la guerra y la cárcel. Algún fragmento del poema "Fábula" podría servir de ejemplo: "Decíamos "amor",/ "sueño", "hermosura", "siempre"./ Y el sueño y el amor,/ la hermosura y el siempre, con qué gozo lograban/ poner el alma verde"// "Y de pronto, el pasado/ con su mano de fiebre".
Dos años después, en 1952, aparece Quinta del 42, libro que la crítica ha relacionado con la poesía social, publicado en uno de los momentos en que España siente la necesidad del alinea-miento y la repulsa. En este libro de Hierro encontramos su poesía dentro de los límites de la modernidad que necesitaba la poesía española. Se trata de poemas narrativos, donde la oralidad es forma de comunicación y claridad. A este respecto escribirá Hierro en su siguiente libro: "El poeta es obra y artífice de su tiempo [...] Nunca como hoy necesitó el poeta ser tan narrativo: porque los males que nos acechan, los que nos modelan, proceden de hechos. No son tiempos en que un corazón se ve asediado por vagos sentimientos".
La Antología poética que José Hierro publica con una selección de su obra, en 1953, le lleva a un lugar relevante, al concedérsele el Premio Nacional de Poesía.
Después de esta antología su obra tiene un proceso de elabo-ración más lento. En 1955 publica un largo poema, titulado Estatuas yacentes. Su libro menos conocido, por tratar de un tema histórico. Luego publica Cuanto sé de mí, en 1957, con el cual obtiene el Premio Nacional de la Crítica, y donde introduce el intimismo, a través del yo como sujeto del poema. En 1964 publica Libro de alucinaciones, y nuevamente se le concede el Premio Nacional de la crítica. En este libro experimenta la prosa poé-tica, y deja de publicar.
Han de pasar 30 años para que José Hierro de a la luz su siguiente libro Agenda, aparecido en 1991, que fue todo un acontecimiento literario. Para entonces, su obra ha tenido el reconocimiento clamoroso a través del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que se le concedió en 1981. En 1995, nuevamente la totalidad de su obra fue motivo de reconocimiento a través del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Resumir en pocas palabras la poesía de José Hierro es imposible. Sobre él se han escrito libros y tesis doctorales, y se seguirán escribiendo, porque su obra se encuentra en una prime-rísima línea de la poesía española, ya que con él se liberaliza el lenguaje hacia formas coloquiales y sacude los cimientos del ritmo desde la propia palabra.
Su libro Sonetos, publicados en 1995, recopila los escritos entre 1939 y 1993, y nos hace decir que con él el soneto adquiere otro ritmo. Podemos detectar novedades importantes, como el uso del eneasílabo y el endecasílabo, poco frecuente en nuestra tradición; las cláusulas rítmicas en que divide el verso formando grupos de sílabas; los encabalgamientos abruptos que rompen la unidad tradicional del verso; los cuartetos de rima clásica española, frente a los tercetos con quinta rima pareada al modo shakespereano. Estos mismos recursos se multiplican en los poemas. Podemos encontrar rimas esdrújulas a lo largo de todo un poema, algo casi imposible de encontrar en nuestra tradición; ruptura de la cadencia anfíbraca que no se corresponde nunca con la cláusula rítmica o, por el contrario, el uso de ritmo uniforme, mediante la iteración de cláusulas rítmicas del mismo tipo, o el romance encadenado, como en "Reportaje", donde no hay división estrófica.
Sobre José Hierro se podría escribir mucho. Las teclas no pararían. Sólo quiero decir que José Hierro es uno de nuestros grandes de la lengua castellana.

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