Pintura de A. Mingote: Apolo y Dafne
Oficio de poeta
He aprendido a vivir en estos corredores
y conozco su historia,
el terror a la luz…
Guillermo Carnero
Me he visto caminando entre los árboles,
Sujetando las palabras en el viento
Como un ejercicio recurrente de nostalgias.
(“Corre el río y entra en el mar y su agua
Es siempre la que fue suya”).
La mirada amiga de tantos poetas,
Está allí, lluvia en la frente,
Universo humano de ventanas,
Abriendo sueños en los labios del futuro.
Después de desnudar el fuego, digo
Que el destino es una conquista
De hipnótica luz y lúcida respiración
Donde habitan extrañas realidades.
Transito estas tierras sin credencial alguna,
Aferrado al tiempo que me niega;
Vivo en un constante despeñadero,
En un regresar a las ausencias laboriosas
De mi transitoria memoria.
Hoy puedo nombrar y sujetar las palabras:
Es mío el íntimo reflejo del ojo,
La fiel caligrafía de la herida
Y el arcano gesto de la conciencia.
Lo demás es inútil. Inútil la muerte, la pistola
La navaja y la posesión ajena.
Inútil los caminos mudos.
Inútil el regazo si no tiene el halo pagano
Que lo hiera.
(Luego el poeta vence al gusano tutelar de la vida
Para ganar la luz irreversible de la mariposa)…
Mi oficio, entonces, es de insomnios, umbrales y cenizas.
De inasibles arcas y retratos,
De espejos…
Mi oficio es solamente enjugar la memoria cotidiana
De mis manos.
Escucho en silencio otras voces conmigo…
La página en blanco del cuaderno,
Es alguien y tiene los vitrales
Respirables del incienso…
Sé que mi oficio de poeta nunca construirá casas,
Ni se cotizará en la bolsa de valores de Nueva York;
Crédulo de ello, transpiro el tiempo,
Hablo con Dios,
Y le enciendo velas a la noche intraducible
De este mundo…
Oficio de poeta
He aprendido a vivir en estos corredores
y conozco su historia,
el terror a la luz…
Guillermo Carnero
Me he visto caminando entre los árboles,
Sujetando las palabras en el viento
Como un ejercicio recurrente de nostalgias.
(“Corre el río y entra en el mar y su agua
Es siempre la que fue suya”).
La mirada amiga de tantos poetas,
Está allí, lluvia en la frente,
Universo humano de ventanas,
Abriendo sueños en los labios del futuro.
Después de desnudar el fuego, digo
Que el destino es una conquista
De hipnótica luz y lúcida respiración
Donde habitan extrañas realidades.
Transito estas tierras sin credencial alguna,
Aferrado al tiempo que me niega;
Vivo en un constante despeñadero,
En un regresar a las ausencias laboriosas
De mi transitoria memoria.
Hoy puedo nombrar y sujetar las palabras:
Es mío el íntimo reflejo del ojo,
La fiel caligrafía de la herida
Y el arcano gesto de la conciencia.
Lo demás es inútil. Inútil la muerte, la pistola
La navaja y la posesión ajena.
Inútil los caminos mudos.
Inútil el regazo si no tiene el halo pagano
Que lo hiera.
(Luego el poeta vence al gusano tutelar de la vida
Para ganar la luz irreversible de la mariposa)…
Mi oficio, entonces, es de insomnios, umbrales y cenizas.
De inasibles arcas y retratos,
De espejos…
Mi oficio es solamente enjugar la memoria cotidiana
De mis manos.
Escucho en silencio otras voces conmigo…
La página en blanco del cuaderno,
Es alguien y tiene los vitrales
Respirables del incienso…
Sé que mi oficio de poeta nunca construirá casas,
Ni se cotizará en la bolsa de valores de Nueva York;
Crédulo de ello, transpiro el tiempo,
Hablo con Dios,
Y le enciendo velas a la noche intraducible
De este mundo…
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