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viernes, 9 de diciembre de 2022

“Memorias de bahareque”, de Mauricio Perva: franjas narrativas contra el olvido

 

Miguel Fajardo



“Memorias de bahareque”, de Mauricio Perva:

franjas narrativas contra el olvido

 

 

 

Lic. Miguel Fajardo Korea

Premio Nacional de Educación Mauro Fernández

minalusa-dra56@hotmail.com

 

Memorias de bahareque es un volumen de 30 relatos, del escritor Mauricio Perva (Costa Rica, 1978), portada de Carlos  Cerdas, donde el eje central es el recordar selectivo del pasado. De hecho, los marcos espaciales que aborda este cuentario corresponden a la primera mitad del siglo XX.

 Asimismo, según el Diccionario de costarriqueñismos de Arturo Agüero Chaves: bajareque. m. Pared de varas o cañas que se cubren de barro. // francés.  Pared de alfajías o cañas que se cubren de argamasa u hormigón. (Agüero Chaves, 1996: 28).

Así, entonces, desde el título del libro, que opera como un condensador de sentido, estamos en presencia de un narrador que pluraliza el sustantivo memorias, porque su intención es genuina en ofrecer un conjunto narrativo que recupere del olvido un pasado irrepetible, que forma parte de las aristas del proceso histórico e identitario de la Costa Rica de raíces auténticas.

La palabra memorias recuerda otros títulos de autores nacionales, a manera de ejemplos: Memorias de un pobre diablo (1963), de Hernán Elizondo Arce; Memorias de un hombre palabra (1976), de Carmen Naranjo; Memorias de un bananero (2017), de Miguel Baltodano Quirós. En los tres casos, las memorias están referidas a personajes.

En cambio, en este volumen de Mauricio Perva, el elemento constructivo de antaño -bahareque-, es un elemento cohesionador de un periodo fundacional e histórico costarricense, con una gran cuota, focalizados desde Guanacaste, pero cuyos espacios geográficos suceden en diversos lugares y zonas de Costa Rica.

Me interesa, en este texto, ofrecer corpus discursivos que permitan ofrecer unas pinceladas para que el lector sea quien lea y complete cada uno de los textos.

Memorias del negro Thomas incluye un párrafo aleccionador:

¡Si supieran los guanacastecos el gran aporte cultural que les hemos dado nosotros los negros! Contaba abuelito, que su abuela llegó desde el reino del Congo en África, y ahí, entre llanuras y ganado, sufrió el maltrato y desprecio de los hacendados. Según decía él, que, mondongo, timba, malanga, ñame, mandinga, panga, matamba y candanga -como abuelo le decía al diablo-, son palabras que los negros trajeron desde África, en esa época colonial, y vea qué cosas, se quedaron en el lenguaje costarricense”. 

Guanacaste debe incorporar ese eje temático en la literatura regional, como un proceso de recuperación histórica, sin mezquindades, del aporte afrocaribeño a Guanacaste.

Desarraigo, deja leer la injusta historia de Ananías Uriarte:

 

Horas atrás, llegó un personero del banco con dos policías del resguardo, el desalojo era una cuestión esperada por el hombre cincuentón. Cinco años de continua sequía -en esa llanura guanacasteca-, terminaron por arrebatarle su único sustento, la tierra que le vio nacer y que sus padres le heredaron. Su mujer y su güilita le habían abandonado, en busca del verde de la zona sur, dos años atrás.

 

Las viejas tablas de nazareno, devela los códigos patriarcales de autoritarismo y explotación contra los niños. Afortunadamente, el final del relato es una reivindicación con el pensamiento de la nueva generación:

 

 -Natividad, te lo suplico, ¡dejame al güila!, no te lo llevés... mira cuán enfermo y desnutrido que está, no seas cruel... ¡dejame al güila! Natividad, no me lo quités. (…) El niño creció ente líneas de acero y durmientes de madera. Se hizo hábil en las labores ferrocarrileras, no le gustó nunca el trabajo de las bananeras, quizás para no seguir bajo el déspota yugo de su padre.

 

Crecida angustiante muestra la preocupación del personaje por su familia:

 

El temporal arreciaba sobre esa zona sur del país, en la montaña la lluvia castigaba inclemente, arrebatándole al bosque unos palencones centenarios. Ese río sonaba como estruendo de dioses enojados y hasta la tierra cimbraba donde estaba sentado el impaciente y preocupado de Eulalio Contreras.  (…) ¿Por qué ese hombre estaba tan impaciente debajo del viejo guácimo?

 

          Tenía que pasar ese río, no podía esperar mucho tiempo, porque al otro lado -en su humilde rancho- estaba su mujer con dolores de parto, acostaba en un camastro y acompañada solamente de su hija menor de tres años. Eulalio debía darse prisa con las hierbas que llevaba para el alumbramiento de su amada esposa.

 

Relato de aguardiente ofrece la difícil, pero sincera conversación de dos hombres:

-Hombre Tachito, quiero decirte algo… ¡yo sé muy bien con quién se jue tu mujer esa tarde!, lo sé toititico, pero nunca quise decirte naida, me dada lastimilla.

-Ya pa qué quiero saber Ulises, llegás tarde a decírmelo, ¡ah confisgado este de Ulises! ¿ya pa qué?, ya naida importa.

-Pues de todos modos te lo diré, sos mi amigo Tachito… Mira, esa tarde tu mujer, ¡se jue con el confisgao y condenillo de Ulises Castañeda!, sí, con este hombre que tenés enfrente, con este hombre que no las pudo amar ni valorar, y mirame horitica, en frente tuyo, pidiéndote chamba, ¡qué vida más rara es esta confisgáa!, es más, si no me crees, tomá esta cadenita de oro que vos mismo le regalaste a tu chola con el nombre de ella grabado, ¡mirá, ahí están las iniciales de la que fue tu mujer!, ellas están bien, viven en Chomes, entre el ganao y el manglar.

Los gritos de la ira, denuncia las relaciones de poder en el juego amoroso:

-Hombre Bernardo Acosta, ¿qué le podés dar a esa mujer, sos solo un peón de cafetal?

-Pues sí, tenés razón, solo soy un peón más del cafetal, y ese condenillo, es el hijo del cafetalero. ¡Ah! pero ese condenao es bien jugao, lo conozco bien.

-¿La vas a perdonar... Bernardo?

No hubo respuesta.

Bernardo Acosta llegó a su rancho con el corazón entre sus manos y esa noche el hombre no durmió.

Nunca más volvieron a ver al peón de Bernardo Acosta por ese pueblo, al sur de Aserrí, se fue en una fría madrugada con un bolso de tela en su espalda, su machete envainado amarrado a su cintura y unos reales en su ludido pantalón. Iba de pueblo en pueblo, sorteando la vida y sin deseo de arraigo.

 

            En el viejo rifle de Tirofijo, la venganza como eje temático campea en uno de sus mejores relatos:

-Hombre Anselmo, ¿cómo estuvo hoy la vaina con el secao del café?

-Diay Francisco, lo mismo e’ siempre, ¡volar pala!... ¿y qué tal tu día?

-Hoy me tocó podar toiticos los siembros de la casona de los patrones, y la verdá mejor ni hubiera estao ahí. El bruto del patrón le dio una juetiá a la patrona… ¡lo escuché toititico!, casi la mata ese infeliz. Después, tuve que dentrar en la casona pa alistar los rifles y las vainas del patrón, porque va pa Guanacaste, de cacería en dos días.

-Francisco mirá, ese hombre la llegará a matar, no es la primera vez que esto me lo cuenta alguien. ¿Vos sabés que yo jui que le enseñé a ese condenillo de Abdel a tirar? Me lo llevaba pa la Carpintera siendo bien güilita y ahí le afiné la puntería. Vieras como me ha invitao a esa cacería en Guanacaste, pero nunca le he aceptao la invitación. Yo jui el que lo llevó por primera vez a esas llanuras guanacastecas y, desde entonces, no he regresao por esas sequedades.

-Hombre Alselmo, no sabía eso… ¡con razón ese condenao tiene tan fina puntería! ¡Por Tatica que ojalá no le pase naida malo a la patrona!, ella es tan dulce y bella, yo soy capaz de convertirme en el mismitico pisuicas y cobrársela a ese condenao del patrón.

Una baranda para Sebastián es un relato sobrecogedor con las oposiciones que presenta la vida de las personas. Es un texto humanista, reflejo de los   comportamientos humanos disímiles dentro del seno familiar:

Abrió el negro portón de dos hojas con tanta facilidad, y continuó su recorrido tomando con fuerzas la bella baranda hasta llegar a su banqueta preferida. Justo antes de sentarse sobre el bello cojín azul, Sebastián volvió a mirar hacia atrás, y vio a su amoroso tío Maximiliano, al lado del húngaro, estaba su hermana Sisí, de quince años, que le miraba con ojos vidriosos y llenos de ternura, con una sonrisa que formaba una tierna parábola en su rostro. Justo antes de sentarse a mirar su bella floresta, Sebastián explotó en llanto.

Ese niño flaco, pecoso, de cabello rubio y bellos ojos celestes, no pudo contener el raudal de emoción en sus ojos, entonces, se sentó y pudo contemplar que, desde arriba en el cielo, una leve llovizna comenzaba a caer mojando a su amada floresta. En ese instante, el cielo también quiso llorar con Sebastián, y las fuentes celestiales fueron abiertas en aquella hora.

Ese sábado, Sebastián quedó sentado debajo del alero, contemplando su floresta en medio del aguacero… había regocijo en su alma, entonces, su tío Maximiliano y su hermana Sisí se fundieron en un amoroso abrazo con él.

Penurias de bahareque es un texto de gran significado por la astucia y convicción humanista de Julia, una mujer paradigma dentro del cuentario:

En cada vivienda de bahareque el asombro era evidente, estaban perplejos, absortos. Afuera en el solar, la delgada mujer puntarenense Carmen Miranda lloraba debajo de un árbol de naranjo, no lo podía creer, mientras sus dos hijas adolescentes le abrazaban. Parecía algo irreal, imaginario y utópico.

Al día siguiente, en esa fría mañana de año nuevo, las lavanderas se enrumbaron hacia el río María Aguilar con sus motetes de ropa, aún estaban atónitas y asombradas.

En sus viviendas, estaban guardadas las escrituras que las hacían las legítimas dueñas de las piezas donde vivían, sí, de las quince viviendas de bahareque que la bella Julia les obsequió la tarde anterior.

Fiebre en el maizal es un relato conmovedor por el poder de Dios y la naturaleza:

Llegó al ser las tres de la tarde al pueblo de Las Cañas. Buscó rápidamente al médico de apellido Acón, y al encontrarlo le dijo:

-Buenas tardes doctor, me urge que vaya a mi rancho pá que vea a mi hija que se muere de fiebre. De una vez le digo, no tengo reales, pero le puedo pagar con una bestia o con unas tablas de madera de cenízaro o nazareno que tengo bien sequitas. Ayúdeme, salve a mi hija, acá traigo la bestia ensillada pá llevarlo al llano en Bebedero.

(…) Adentro, la joven hija se reía sentada en el viejo catre, junto a su madre. Abrieron las ventanas de madera del rancho, dejando entrar el viento húmedo de esa noche, la joven respiraba, se refrescaba con la sorpresa sureña, la fiebre había desaparecido, de repente, por acto de magia.

Juan el carbonero es un vivo ejemplo de la agresión, la explotación infantil y la violencia intrafamiliar:

La madre se incorporó con su fiebre extrema y se asomó con la fuerte tos a la puerta de la casa, afuera, el padre tomó y levantó a su hijo Abundio y lo metió descalzo en la carbonera para que revolviera las brasas con sus pies descalzos.

Enfrente, algunos hermanos se reían, pues a algunos de ellos el padre les había hecho lo mismo; otros, se pusieron a llorar, con un sentimiento de ira e impotencia ante un padre salvaje y déspota. Dentro del agujero, el niño se quemaba sus pies descalzos, brincaba y gritaba del dolor llamando a su madre. El padre, gritaba fuertemente: ¡hacete hombre, hacete hombre, gran pendejo!

El niño no pudo resistir más y cayéndose, se quemó sus manos y rodillas. Al instante, la madre salió corriendo desde la casa y evitando el chilillo de tamarindo, logró meterse con los pies descalzos para sacar a su hijo amado, a su niño Abundio, de aquel infierno carbonero.

El mandadero de San José, presenta los deseos de superación humana de la gente sencilla, quienes solo desean una mano amiga para vencer los obstáculos:

Cuando Chalú tomó el papel, con cierta vergüenza y timidez, le dijo a la bella mujer:

- Es que… ¡Yo no sé leer ni escribir!

- Entonces, cómo hacés los mandados.

- Es que yo me conozco casi todo aquí y a mí me conocen ya todos, entonces usté solo me dice onde hay quir y yo entrego ahí el papel con el recao.

En ese momento, volviendo a ver el elegante caballero a su esposa, este le preguntó al niño descalzo:

- Y dime algo, ¿Por qué no sabes leer ni escribir?

- Diay, nunca jui a la escuela, que va, mi mita me mandó como de siete años al mercao pa hacer reales y poder comer, porque a papito lo mató una fiebre allá por onde dicen se llama Siquirras o algo así (…).

- Buenas tardes, ¿es usted la madre de Saúl, el mandadero?

- Sí, señor, pa servirle, ¿lo anda buscando pa un mandao?

- No señora, deseo hablar con usted sobre su hijo, yo soy profesor de literatura y deseo enseñar a su hijo Saúl a leer y a escribir.

- Pase usté maistro, ¡qué pena, no se fije usté en estas pobrezas!

(…) Años después, no se volvió a ver a Chalú haciendo mandados por San José, el niño descalzo de Tibás no volvió por ese mercado central ni por los almacenes josefinos. Dicen, que le vieron en 1951, siendo ya un hombre de cuarenta años, en algún lugar de Costa Rica; lo vieron con su anciana madre.

Angustias cafetaleras muestra la desigualdad social y los índices de explotación a los trabajadores y su labor abnegada:

Ya casi no tenía insumos para labrar la tierra. En el comisariato todo había subido estrepitosamente de precio. Todo tan costoso, y el saco de café lo estaban pagando tan mal. Su única esperanza estaba puesta en unos reales que le debía desde hace seis meses don Misael Urbina, a quien le había vendido un maíz para que vendiera en el mercado central de la capital. Ahí se veía el beneficio de café, ya le faltaba poco para llegar. Era una fresca mañana de enero de 1916.

A las nueve de esa hermosa mañana, Feliciano Rodríguez llegó al recibidor del beneficio, como de costumbre, cada vez que entregaba su café llamó al encargado, un hombre de cincuenta años. Esa mañana le dijo:

- ¿Cómo le amanece ñor Ulate?

- Diay Feliciano, te habías tardao en venir.

- Es que ha estao dura esa repela y necesitaba llenar toiticos los sacos.

- Mirá, di una vez pa que sepás, se está pagando el saco más bajo que el último precio, creo a dos reales menos.

- ¡Tatica!, qué… ¿nos quieren matonear?, y ¿hora… por qué?

- Diay Feliciano, supuestamente al patrón le están pagando menos reales por cada saco de café, eso escuché decir al mandador que, en Europa por la guerra, bajaron más el precio. ¿Te bajo… entonces, los sacos?

- Diay ñor Ulate, ¿qué me queda?... ¡No los voy a llevar de vuelta!

Racimo de penurias deja leer las condiciones insalubres en que las compañías bananeras mantenían a los trabajadores zoneros:

Murió sin compañía de Macho Jesús, su inseparable amigo desde años atrás, pues el hombre de Villa Colón, ese día estaba ardiendo en fiebre, sudando, casi convulsionando, acostado en su vieja hamaca, en donde -desde tres días atrás- le aquejaba la malaria, enfermedad tan común por aquellas plantaciones.

Tuvo suerte Macho Jesús, sobrevivió a la mortal enfermedad, no así su amigo guanacasteco ante la mordedura mortal. En esos años de estar en esas paupérrimas cabañas, Macho Jesús vio morir a algunos compañeros, al sucumbir por la fuerte fiebre de la malaria o el paludismo que les aquejaba.

 Se recuperó Macho Jesús. Flaco, sin fuerzas y deprimido por la muerte de su amigo el guanacasteco, tomó una decisión. Decidió abandonar ese lugar, estaba cansado, rendido, harto de las explotaciones laborales. Impotente, sin ilusión y sin dinero, pues la United Fruit Company no pagaba el salario con dinero en efectivo, sino con cupones- logró conseguir un boleto de tren hacia San José.

Y al ser las nueve de la mañana de un día cualquiera de agosto de 1934, Macho Jesús partió con rumbo a la capital. Ese día, al abordar el tren, había una manifestación de trabajadores y líderes sindicales frente a la oficina de la United Fruit Company, a lo cual Macho Jesús no le dio la más mínima importancia. Se había decidido, quería salir de esa explotación.

El hachero relata la explotación sin ningún respeto por la integridad de los trabajadores por parte de los patronos:

-Hombre Tomasito, se está poniendo fea esta vaina, vea allá en la montaña está cerrao y esa agua horitica llega aquí.

- Vos tenés razón Pablare, pero sigamos, porque este palencón hoy tiene que quedar en el suelo. Mañana tenemos que venir con la sierra pa sacar las piezas que necesito.

- Hombré Tomasito, ¡usté siempre tan precisao!

Volvieron los hombres a emprender la dura tarea de volcar el macizo árbol, de repente, comenzó a arreciar la lluvia, la faena se hacía cada vez más complicada entre el sudor de la frente y el aguacero que caía en sus ojos. Los dos hacheros solo podían distinguir la gran figura del enorme tronco.

De repente, al disponerse Pablo Esquivel a darle un fuerte hachazo al palencón, resbaló con su maltrecho calzado en la pendiente de barro colorado. La hoja afilada del hacha se fue directamente a su pierna izquierda debajo de la rodilla, el hombre cayó, dando tumbos hacia la quebrada que estaba tan cercana y un grito desesperado se escuchó por el bajo de la finca de Luis Villegas, estremeciendo las mojadas copas de los árboles.

Nayuribe ofrece una situación límite ante una discapacidad de una de sus personajes, sin embargo, dicha condición no impide el amor:

La joven solo miraba al perro, como indiferente con el maestro herediano. De pronto, una tímida mirada se desvió hacia Gregorio y una dulce sonrisa salió de sus labios, a ella le parecía muy atractivo el nuevo maestro herediano, pero no le dirigía una sola palabra, ni un saludo. Como intentando nuevamente captar la atención de la dulce muchacha, Gregorio comenzó de nuevo a sacar dulces melodías con las cuerdas, sin embargo, Nayuribe, evocando en su rostro un aire de tristeza, se levantó y se retiró con su perro hacia su dormitorio.

Doña Estebana lo había visto todo, se sentó frente a Gregorio, y le dijo:

-¡Ah, mi dulce muchacha, ella es tan buena y especial! Papito, ella cree que eres muy atractivo, lo sé muy bien. Es una lástima que ella no puede disfrutar de tus bellas tonadas.

-No entiendo doña Estebana, ¿Por qué Nayuribe no puede disfrutar de mis tonadas?

-Ah, mi muchacho, ¿no te has dado cuenta? ¡Nayuribe nació sorda y le cuesta mucho hablar… ¡Pero mi hija es tan especial!

Gregorio, solamente suspiró al escuchar esas palabras.

Estación de olvido muestra una situación límite, debido a una condición sanguínea que impide el amor entre hermanos.

-Mirá muchacha, hoy en la mañana matonearon a Jenaro... a tu hermano Jenaro. Dicen que lo matoneó el maldito del Moisés Oconitrillo. Fueron dos disparos en el cabeza, allá en Puerto Limón. Mañana te llevaré a conocer a tu tata, a ñor Zúñiga, el padre de Jenaro. ¡Ah, ese Jenaro!, tan buen muchacho, siempre te respetó como hermana; él siempre supo que eras su hermana.

Esa noche, en el camastro y en la penumbra de esa habitación, un grito desesperado salió de las entrañas de Emilce y se perdió en la montaña. Un suspiro tan amargo se perdió a lo lejos en la campiña turrialbeña.

Emilce Guillén, triste y callada, regresó a Puntarenas.

Se dice, que, de tarde en tarde, se veía llegar a Turrialba a Emilce Guillén con su avanzada edad y con su traje de negro luto. Al llegar a Turrialba a la estación del ferrocarril, se veía a la anciana perder su mirada en la lejanía de la línea férrea.

Ahí se veía a Emilce Guillén, esperando todavía un beso... ¡Aquel beso en sus labios que siempre anheló con todas ansias!, y que no recibió jamás.

Esperaba quizás que regresara, en cualquier ferrocarril... su amado hermano, Jenaro Zúñiga, ¡para pedirle un beso!

El menjurje se ofrece una perspectiva del feísmo naturalista, debido a una de las enfermedades que aquejó al país durante los inicios del siglo pasado, la lepra:

El hombre, dejó de escuchar en Aserrí el murmullo inquisidor…: ¡Cuidao, allá va el lazarino!, porque así, lazarinos, llamaban a los leprosos en Costa Rica, a los cuales, durante el siglo XX, internaban en el Asilo de los leprosos en Tirrases.

Por la zona de los Santos, vieron a Guido... ¡mascando la vida y escupiendo la felicidad!

Dolores de hacienda denuncia la condición irregular en el trato y explotación a los trabajadores de dichas propiedades:

-Sabés algo, Liborio, yo también estoy cansáa de tanta explotación y humillación, casi cuarenta años de levantarme a las tres de la madrugáa y de ser casi la última en acostarme a las doce de la noche. ¡Qué vida!, pa lo que agradecen esos patrones… la otra vez que destazaron un toro, yo me dejé los güevos pa cocinarlos, entonces, el patrón se dio cuenta, me los quitó y me amenazó con mandarme sin reales pa mi pueblo.

(…) -Mirá Benigna, ahí tengo unos reales que he guardao en estos años, tengo ganas dirme, de hacer vida en otro lao, tengo un primo que me da un pedazo e´ tierra allá por la playa. Allá, más pa lante de mi pueblo El Sardinal.

-Pues, si te vas, llevate algo de esta hacienda, le has dado todo a los patrones y ellos… solo miserias devuelven. Hablá con el patrón, llevate algo.

Libretas abusivas ofrece una perspectiva de Buenaventura, un educador modelo por convicción y su notable trabajo en una escuela rural:

Esa era la realidad del pueblo rural a inicios del siglo XX, en donde la ignorancia, la brutalidad y el licor, eran las reglas imperantes en el seno familiar; en donde se normalizaban las situaciones de abuso, de violencia y de maltrato infantil. Daba igual, padre o madre, abuelos o tíos, ellos maltrataban y abusaban de los niños. El único que lanzaba directos mensajes a los pocos feligreses, era el anciano cura de la ermita, el cual, sabía de las situaciones que aquejaban al pueblo, sin embargo, ya no tenía las fuerzas necesarias para combatir ese flagelo. A pesar de eso, el cura observaba al docente capitalino, lo observó durante todo un año y por las noches escribía algunas cartas.             

***

Como puede desprenderse de los corpus narrativos de Memorias de bahareque, del escritor y educador Mauricio Perva. Es el suyo, un universo confrontativo de situaciones límite agobiantes en la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX.

El autor muestra gran capacidad narrativa para crear tonos y espacios integrales de suspenso en la trama narrativa de sus relatos.

En muchos de ellos, la narración es morosa.  Llena de detalles que crean espacios de situación, en una especie de sistema recolectivo.

Su prosa es amena, crea suspenso e inquietudes en el lector para seguir la trama de sus relatos.

Memorias de bahareque es un gran aporte literario para redescubrir ese primer medio siglo de la centuria costarricense anterior. Su vasto conocimiento como profesor de Estudios Sociales en diversos centros de enseñanza pública, le permiten una auscultación de zonas y franjas geográficas nacionales y regionales. Y lo hace con gran propiedad artística y compromiso con los desposeídos, pues clama ante las injusticias humanas, o del sistema burocrático agotado y sin dinamismo para brindar soluciones.

Saludamos este primer libro del escritor costarricense, Prof. Mauricio Perva y le auguro una importante recepción a su obra, pues sus temáticas tocan las fibras de la nacionalidad costarricense, en abordajes de gran densidad e intensidad, desde narrativas de la recuperación.

Asimismo, hay un equilibrio entre personajes masculinos y femeninos. Muchos de los personajes agredidos o excluidos logran alcanzar un mejoramiento obtenido y salen adelante, a pesar de las adversidades iniciales.

Los 30 relatos que integran Memorias de bahareque, de Mauricio Perva, incorporan una diversidad de núcleos de significación, lo cual le confiere una perspectiva holística expresiva.

La incorporación de muchísimos lugares del país, resulta un proceso cohesionador, toda vez que los textos no se focalizan en una sola región, sino que su extensión geográfica les otorga un sentido nacional.

El bahareque es un marco icónico para establecer una etapa constructiva histórica, que afirmó muchísimo las bases de la identidad nacional durante la primea mitad del siglo XX. ¡Albricias, Mauricio! Que no se detenga su productividad narrativa. ¡Enhorabuena!

LIC. MIGUEL FAJARDO KOREA             CENTRO LITERARIO DE GUANACASTE