En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



sábado, 28 de mayo de 2022

JULIETA DOBLES, TRAVESÍA DEL CANTO POÉTICO NATURAL

 

Miguel Fajardo


JULIETA DOBLES

TRAVESÍA DEL CANTO POÉTICO NATURAL

 

Lic. Miguel Fajardo Korea

Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural de Costa Rica

minalusa-dra56@hotmail.com

 

JULIETA DOBLES IZAGUIRRE (San José, Costa Rica, 1943) es una gran poeta costarricense.  Catedrática e integrante de la Academia Costarricense de la Lengua. Tiene una Maestría en Filología Hispánica, con especialidad en Literatura Hispanoamericana, de la Universidad del Estado de Nueva York, Campus de Stony Brook (1986). Realizó estudios de Filología y Lingüística en la Universidad de Costa Rica (1969-1971). Profesora en Ciencias Biológicas. Impartió Literatura en la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, así como talleres literarios. Es presidenta honoraria de la Asociación Casa de Poesía.

Fue co-coordinadora del Taller Literario del Círculo de Poetas Costarricenses entre 1967-1978. Actualmente, pertenece al grupo POIESIS, y ejerce como directiva de la Asociación Costarricense de Escritoras (ACE).

Ha publicado 20 libros de poesía: Reloj de siempre (1965); El peso vivo (1968); Los pasos terrestres (1976); Manifiesto Trascendentalista (coautora), 1977; Hora de lejanías (1982); Los delitos de Pandora (1987); Una viajera demasiado azul (1990); Amar en Jerusalem (1992);  Costa Rica poema a poema (1997); Poemas para arrepentidos (2003); Las casas de la memoria (2005); Fuera de álbum (2005); Hojas Furtivas (2005); Cartas a Camila (con Laureano Albán), 2007; Antología poética (2011); Espejos de la memoria, tomo I, (2013); Trampas al tiempo (2014); Lunaridades (2014), Envejecer cantando (2015); Poemas del esplendor (2016); Poemas del reencuentro (2019); Desde la alta ventana de los años (2020). Ha sido incluida en diversas antologías de la poesía costarricense, centroamericana e hispanoamericana. Su poesía ha sido traducida a numerosos idiomas.

Ha recibido diversos premios y reconocimientos por su obra: Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en poesía, en cinco ocasiones, a saber: 1968, 1977, 1992, 1997 y 2003. Asimismo, Premio Editorial Costa Rica, en1976 y el primer Accésit del Premio Adonais, Madrid, 1981. Igualmente, fue galardonada con el Premio MAGÓN, la máxima distinción cultural del Estado costarricense.

Julieta Dobles Izaguirre. COSTA RICA POEMA A POEMA.  Un recorrido por el alma secreta de la patria. San José: Euned, 2017: 200 pp. Prólogo de Gabriela Chavarría. Consta de 53 poemas en dos apartados: Costa Rica poema a poema (41 textos) y Calendario de la patria (12 textos). Asimismo, contiene portada y 16 ilustraciones, con base en óleos sobre lienzo del artista guanacasteco Ricardo Chino Morales (1935-2016).  Sin duda, es uno de los libros más pulcros y bellamente editados por la Editorial EUNED.

Este poemario de Julieta Dobles es un acendrado canto a la naturaleza y a la exquisitez de los elementos naturales de nuestro país. Haremos una escogida mostración de los versos de la mayoría de los 41 textos de la primera parte, que da título a este libro, de Nuestra Julieta Dobles Izaguirre, Premio Magón de Costa Rica, a saber:

 Fulgores de la veranera: “Yo quiero, amor, no una /sino diez / veraneras, /buganvilias de oro, / veraneras de sangre, / buganvilias de nieve / o de naranja y alba”.

Aromas del café: “¿Quieres una tacita de café? / Es savia de la patria, / incienso, más que aroma, de la tierra, / azahar de nuestra infancia, / arbolillo sagrado en nuestros predios (…) ¿Quieres una tacita de café? / que se va, con su rastro/ de colores y naranjas y rumores”.

Subiendo a Las Nubes: “Las Nubes: sus olores terrenales y estoicos/ a establo y a cuajada. / Sus inciensos sagrados/ a fresas que se mueren en la boca, / a pareja de amantes/ en el filo del éxtasis y musgo, / a lluvia entre los troncos derribados / por un rayo de soledades. / Este es el cielo de la tierra mía”.

Pasiones de la palmera: “Agua para aliviar la sed inmemorial de los caminos, / soledades resecas de los llanos del viento. / Agua para calmar del trópico la urgencia/ frente a la sed plenaria del océano”.

Retrato con volcanes: “Bajo de nuestros pies, la Tierra gime, / trozo de estrella pródigamente azul, / trozo de sueño incandescente y fiero, / sueño de dios en marcha, / sueño que se repite/ en cada uno de los hombres soñados”.

Descubriendo el marañón: “Y así, en tu presencia/ de soles desprendidos, /se imponen los aromas/planetarios, frutales, /del alma del Pacífico, / y la seca razón de claridades/que el sol crea y destruye/ cada día sobre las tierras bajas/ de la sabana, plena de verdades que mienten”.

Reinventando prados: “Érase un monte verde, como la misma vida. / Un monte joven, rural, acuclillado / en la falda mayor de la montaña, /donde el sol irrumpía / por la puerta brillante de los amaneceres, /bullicioso, tenaz, lleno de trinos”.

Nostalgia del caimito: “un caimito para esta sed del día, / un caimito morado de delicia, /nacido, unívoco, frente al mar, / y por eso, libre depositario/ de mareas y soles y aguaceros. /Dadme un caimito para esta sed antigua/ de perfumes del mar/ en esta, mi cuna tan terrestre”.

Ventanas de Puerto Limón: “Ama y sigue tus silencios de selva, / tu música de sol a mediodía, / tu “pan bon”, tu “patí”, tu “fruta e pan”, / tus infortunios que cantan, lamentándose, / tu “riceandbins” con coco / y tus colores ciegos, restallantes, / en medio del olvido de la patria”.

Legado del cas: “el cas es cotidiana estrella de entrecasa. / La fruta que se bebe despacio, con fruición/ y se come despacio, con el mohín que el ácido/ de su carne imprevista produce en nuestra boca/ hecha agua ante el acoso del aroma/ y del mordisco   claro, sin beso”.

Sabores del gallopinto: “Esa mezcla de arroz y sus blancuras/ subversivas, valientes, /inclinadas a toda fantasía, / con frijoles de todos los colores, /rojos brillantes, negros lustrosísimos, / insolentes, terrestres, aromáticos, / es mestiza también, / como mi pueblo, / y altiva en su humanidad, /como mi pueblo, / y hospitalaria en su alegría, / como la mano de mi pueblo”.

Portalón de infancias: “Este es mi San Pedro de los inicios fúlgidos. / Nuestro primer prodigio es lo que permanece, / territorio interior de nuestros sueños, / infancia para siempre en la arteria sensible de la vida”.

Voces de Heredia: “Y recorro la Heredia de las voces / rituales, murmurantes, / las voces de mis tíos en el salón apenumbrado, / donde solo se entraba de puntillas (…) en la misma penumbra y la misma alba / de Heredia, la perenne, que hoy nos contagia, rauda, / su luz extrañamente atardecida”.

Aprendiendo mares: “Después de la Angostura, / donde el mar ha mordisqueado la tierra / hasta cubrir su cuello con espumas, / y golosea los rieles agobiados, / la ciudad y sus calles de arena inagotable, / desiertas bajo el terrible encantamiento / del sol de mediodía / que hierve en su caldero transparente”.

Peregrinaje del tamal: “Y si es en Navidad, / -que no existe en mi tierra / Navidad sin aliento de tamal- / se vuelve confortante/ el abrazo sencillamente humano, / y volvemos a sentarnos a la mesa paterna, / y a ser niños ante el tamal servido / y el portal lucerino / y el ciprés fragoroso / y el villancico panderetero y mágico, / frente al aroma único de su manto de hojas / más que hervidas, sacramente casi, / en el ritual sin tregua del tiempo y sus misterios”.

LA PAMPA DE TODOS LOS DESTELLOS: “Guanacaste y su pampa son el mar, / playas que van haciendo el horizonte, / brumosas o esplendentes, / graderías de conchas, o grito mineral. / Son el mar, en el Golfo que Nicoya bordea, /estremecida y cálida, en todos los aromas incendiados / que la tierra ha guardado por centurias, / junto al maizal que vencen los reflejos del verde, / las jícaras doradas, leves bolsas del viento, / el metate y su blanca estrella prisionera, / el sol, el bizcocho, el pozol, el aliento/ de la brisa en los vientres hundidos de los montes”.  Este poema será publicado en el Suplemento cultural de ANEXIÓN; número 321, 2022, con la debida autorización de la autora.

Misiones del aguacate: “Y Dios creó el aguacate… / un manjar para el hombre desde el viento. / De la rama a la mano, / de la mano a la boca, / en el punto de sal atormentada / donde el sol se hace pulpa. / Fruta que no es hermana de la fruta, / ni legumbre que reclame del fuego / que la salve y ablande y la destine”.

Enigmas de la naranja malagüeña: “Eres, malagüena, un resquicio del sol, / una inexplicable prima/ del limón y la toronja. Protestas débilmente / cuando te toman como simple naranja. / No. Tú eres de alcurnia campesina, / doncella tropical, rara y bienvenida, / cuando tu extraña miel, suavísima, / casi solo perfume, / inunda los resquicios rituales / del paladar y el aire”.

Biografía del higuerón: “El pueblo fue ciudad, la ciudad fue un destino, / que creció, adolescente, madurando despacio, / igual que el higuerón, /pivote solitario de los vientos (…) Y pasaron los años.  Y el higuerón de siempre: / estrella de los rumbos, referencia puntual, / eje de esmeralda lluviosa, / plantado en la desolación de los caminos / Y los caminos se volvieron cintas / asfaltadas y locas, bulliciosas, repletas, / como colmenas lanzadas al futuro”.

Puerta a la niebla: “En las mañanas desbordantes de sol/ Cartago es una fiesta. / Los fantasmas y brumas quedaron atrapados / en la espiral inaccesiblemente azul / o en el brillo insolente de la luz y sus verdes / matizados de púrpuras y lilas (…) Y Cartago se vuelve / de nuevo niebla y tiempo, / aroma detenido en la copa del valle, / espejismo que extienden / con sus manos los ángeles / helados de la noche”.

Preludio del yigüirro: “Ay, la voz de los yigüirros acechantes / que en el aire se buscan y se encuentran, / apareo festivo, cita tan leve y musical, / agua más agua que la lluvia hermana, / diminuto aleteo, sinfonía plenaria / que se abre en los abriles / de las lenguas de aire”.

Plenitudes del parque: “Alajuela es un parque, sí / -todos los parqueas- / camuflado en penumbras / de árboles tan antiguos y fraternos, / que tienen nombre y domicilio y ala / y travesura y risa, / cuando en mayo los mangos menudos y dorados / se desprenden allá, en las alturas, / y caen sobre los transeúntes distraídos / con un golpe de alas y una carcajada / de follajes en fiesta al fondo de la tarde. / Alajuela es también la luz del mundo / y el calor de los cielos y el perfecto abandono / entre el sopor azul del mediodía”.

Trompo del sol: “Sol sobre la lengua, pejibaye, / heredad de los trópicos, / sorpresivo sol crudo, / fruta que eres y no eres. /Breve almuerzo que ríe / en la mesa del mediodía. Alborozo de la madre palmera, / tú, alfiletero de las tercas espinas / que a veces te atraviesan / en tu caída de vértigos dispares / rodando sobre el tronco el tronco feroz / que te sostiene / desde el múltiple y alto / racimo de delicias”.

Escalando el itabo: “Flor que en tantos jardines extranjeros, / sí, eres solo flor y guardas, / altiva y lejanísima, tus sabores cerrados/ y te mueres, mayada de pura soledad / en tu torreón de lanzas, / verdeluz de la tarde veraniega”.

Itinerario de la tortilla: “Desde el maíz que tiene dientes de luz y sombra. / desde el calor de manos que desgranan / esos dientes donde la luz se endurece y estalla. / desde la piedra que abre / su antigua ceremonia de metates / o el metal, que destroza / la lágrima, vegetal y magnífica / de cada grano, o diente, o resplandor (…) saltas por todo el abecedario del sabor, / abres insospechadas puertas / al placer y al recuerdo, / y te meces en todas las infancias, / en todos los comales de la patria”.

Espejos de San José: “San José me conversa / desde sus espejismos embozados: / cada esquina de niebla, cada parque girando / en su verde burbuja sonora de yigüirros, / cada calle, barrida por un viento de hojas ateridas (…) San José, el del Parque Nacional, / donde la tarde vela cada rincón furtivo / y las parejas de estudiantes / se besan tras el libro que no leen (…) de ti recibí el mundo en mis primeros pasos / y en ti dejaré al mundo -tan ancho que me ha sido- / mirándolo y mirándote, / cuando deba decir algo solemne / enfrente de mi muerte, / en cualquiera de tus rincones / asombrados y míos”.

Génesis de la guayaba: “De sus pulpas totales, todo en ella es manjar, / incluso las semillas, como balines claros / y la delgada cáscara, pintura de los soles, / que tan solo un verde velo del sabor; / un pretexto para su desnudez, / que torna en amarilla su invitación / de siempre en setiembre, cuando sus arbolillos /inundan los caminos y los campos de aroma”.

Néctar de la papaya: “La papaya es así. / Quien ama su esplendor de fruta en fuego, / con ese anaranjado de dulzores fragantes, / la ama para siempre. / Y quien no puede gozar de sus delicias / la rechaza, tajante, / desde el vestíbulo de su insolente aroma”.

Llamando a la puerta: “Una puerta, / un atisbo tan solo del fulgor. / No hay verdad, solamente / el vértigo insurrecto de la vida / su hermosura de ala inacabada, / veloz contra la sombra engendrando la sombra / belleza fulminante / en la que estamos siendo / eternamente. / Sí, apenas una puerta, este poema, aquel, fisuras del fulgor entre la oscuridad”.

Asimismo, la segunda parte del libro, “Calendario secreto de la patria”, incluye 12 poemas, uno por cada mes del año.

Como bien señala la poeta y catedrática Gabriela Chavarría: “La celebración del poemario es el de la celebración como un gozo femenino, íntimo y ritual.  La celebración del poemario de Julieta Dobles es trascendental porque quiere rescatar una actitud mágica hacia la naturaleza costarricense, una actitud sagrada (…) La voz lírica elogia una tierra que le pertenece con todos sus matices geográficos y étnicos, hasta convertirse en un símbolo de la voz femenina, de la patria madre que celebra su riqueza natural, sus costumbres y sus pueblos”.

Este libro holístico canta a las siete provincias costarricenses, en una especie de dossier denso e intenso, con gran categoría artística y con postulados estéticos dentro de la difícil sencillez de los aromas nacionales. ¿Albricias, Julieta Dobles!

 


viernes, 27 de mayo de 2022

LA LUZ POÉTICA DE LAURA GIL CHINCHILLA

 

Miguel Fajardo



LA LUZ POÉTICA DE LAURA GIL CHINCHILLA

 

LIC. MIGUEL FAJARDO KOREA

 

PREMIO NACIONAL DE PROMOCIÓN Y DIFUSIÓN CULTURAL DE COSTA RICA

MINALUSA-DRA56@HOTMAIL.COM

 

 

(Moravia /Guanacaste). Una nueva voz poética surge en la literatura costarricense. Se trata de la Laura Gil Chinchilla (San José, 1993). Médica de profesión. Incursiona en la literatura con su libro de estreno “¿Dónde está la luz?”.

 

            La hablante plantea desde el comienzo del texto la necesidad de buscar y encontrar la luminosidad que destaque su destello como habitante del mundo:

 

¿Dónde está la luz?, la luz que me permite ver.

¿Dónde está la luz?, la luz que me da fuerza.

Al final, todo oscureció y yo resplandecí:

¡El destello soy yo!

 

            En su urgente búsqueda de la luz, el yo lírico encara la antítesis oscuridad / luz.  Es clara su intención para sostener sus convicciones de luchas, no rendirse y seguir en la lucha:

 

“No me da miedo la oscuridad.

Sin ella no sabría lo que es la luz.

A veces quiero apagarme.

Nunca me he rendido.

Mi lucha continúa”.

 

Por esa razón, censura la conducta de nuestra especie, con uno de los disvalores que presenta en su convivencia con los demás:

 

“El ser humano es la única especie

que hiere al que ama”.

 

            Asimismo, realiza una auscultación del encerramiento -refugio, jaula- tanto dolorosa como prolongada:

 

“Mis paredes se convirtieron en mi refugio.

  Mi cabeza en mi jaula: no había escapatoria.

  Hay dolor.

Nada terminará”.

 

Tampoco oculta sus fobias como un obstáculo para enfrentar y desafiar al entorno que le ha correspondido vivir:

 

“Tengo miedo de tener miedo.

Todo esto me impide ser la persona que quiero ser.

Tal vez viva normal y lo normal es aburrido,

pero estar triste es peor que tener miedo.

El miedo se enfrenta: la tristeza me hunde”.

 

            En la línea existencial, se plantea interrogantes sobre el espacio de su yo social:

 

“¿Por qué yo?

¿Por qué a mí?

Lentamente se apaga la llama

y no importa si hay sol o luna,

su mundo no se detiene a pensar en si habrá otro día,

porque el de hoy dejó de existir hace horas...

Es difícil admitir que no es fácil intentarlo otra vez y no rendirse”.

 

            Paralelamente, la hablante ha sido viajera en diversos sitios del mundo, porque Ningún lugar es lejos -como se titula mi más reciente libro-, por ello, expresa su confusión por lo visto en otros espacios del planeta, en diversos órdenes, donde expresa su condición humana:

 

“Del otro lado del mundo.

Confusión por haber visto el cielo.

Me siento aniquilada dentro de mi mundo.

Invalidada y mal entendida.

Quiero volar.

Déjame volar.

Ayúdame a volar”.

 

            Es importante constatar una de las líneas de pensamiento práctico dicotómico: “La falta de deseo o sueños es el comienzo de tu propia muerte”. Por otra parte, hay una apelación al Creador en un planteamiento de diversas posibilidades. Los seres humanos tenemos muchas pérdidas.  Hay un reforzamiento espacial dinámico de los movimientos físicos:

 

“Si hay algún Dios llévame de aquí.

¿Déjame ver el mundo si hay alguno?

Me separaron de mi familia y amigos.

Me mataron en el holocausto.

Y me liberaron del infierno en la Tierra.

“Siempre será más fácil ver hacia afuera.

Porque hacia adentro es más incómodo”.

 

            La voz lírica es consciente de que “Estamos llenos de vicios y vacíos que no queremos soltar, / porque nos acompañan en nuestra soledad.  / Solo somos insignificantes átomos. /Y somos incesantemente influenciados por las masas. / No miras hacia arriba para ver qué hay ahí. / Caminas directo, /como si la vida fuera una línea recta para entrar en un tren”.

 

            La situación de la muerte tiene asidero en el orbe lírico de Laura Gil Chinchilla.  Curiosamente, redefine que ambas se necesitan, tanto ella como la muerte:

 

“A veces siento que la muerte me necesita

y no puedo escapar de ella.

Lucho contra ella, porque sé que es una trampa.

La muerte me necesita para ella sobrevivir;

yo necesito la vida para vivir”.

 

            El espacio de lo alto se torna en un sitio de análisis para ponderar la finitud humana frente a la inmensidad celestial:

 

“Es en los cielos donde puedes ver y sentir,

cuán diminuto e insignificante eres realmente”.

“El cielo también llora. Se sacude y grita.

Mueve la tierra y la desprende”.

 

            En otro aparte, la hablante confiere su lugar a los elementos de la naturaleza.  Ve con ojos de gratitud la aportación de ella en nuestra vida como una relación simbiótica con ella:

 

“Porque somos una extensión de la naturaleza,

Al final, todas nuestras inspiraciones,

provienen de lo que la naturaleza nos deja ver”.

 

            En esa misma línea de acción, establece una relación tridimensional entre el amor, el alma y el universo:

 

“El amor no tiene límites. Puedes amarte a ti mismo

y después poder ser capaz de darle tu alma al universo.

Empiezas a reconocer que tú eres uno con el universo”.

 

Laura Gil Chinchilla, como mujer, profesional y poeta, es clara en establecer su independencia y sus convicciones. Se resiste a ser una marioneta de los demás.  No lo lograrán.  Su posición es firme en que no encajará en las formas patriarcales de los otros:

 

“Manteniendo mi esencia en cualquier milímetro de la tierra que conozco.

Me intentan cambiar como si fuera una marioneta.

No pierdan el tiempo en cambiarme,

porque nunca voy a encajar, y esa será mi realidad por siempre”.

 

Tampoco desea un mundo vacío, sin salida, ni mucho menos estar castigada en un limbo infeliz, en su lucha y convicción por afirmar su propia identidad:

 

“No quiero nacer otra vez en un mundo vacío,

errado, sin salida.

Pertenecer a un limbo.

Ser castigada por no ser feliz”.

 

“Si estoy viva es para aprender o para enseñar a alguien.

No es mi decisión, sino una señal que tengo por seguir viviendo”.

           

Es muy transparente su actitud para pedirle a los demás que luchen por la vida, sean ellos mismos y no den lugar a los prejuicios, así como resistirse a las clasificaciones sociales de los otros. 

 

En esta era de alta globalización, con las revoluciones tecnológicas, los demás quieren imponerte normas, formas de pensar, para anular la individualidad, para gobernar a los demás.  En ese espectro, la voz poética de Laura Gil Chinchilla conmina a enfrentar esos condicionamientos arbitrarios:

 

“Ábrete como un libro y déjate ser asombrado por la vida,

Aléjate de tu zona de confort

y no te aferres a lo que la sociedad dijo que eres.

Tú eres tú y nadie puede cambiar eso, solo tú,

No te avergüences o preocupes por la opinión de los demás,

Porque si dejas que otros tengan una opinión sobre ti,

entonces, serás gobernado por ellos.

Nunca son los demás:

siempre somos nosotros mismos”.

 

            La poeta costarricense es rotunda en la mayoría de sus textos.  En ese tránsito vital terrestre esboza signos de duda, de incertidumbre, pero siempre dispuesta a elegir el mejor camino de entre la maraña global:

 

“Ya no sé qué es la felicidad.

Solo estoy segura de que la oscuridad sí la he visto.

Pero no me estoy rindiendo ahora.

Solo estoy comenzando a correr otra vez”.

“Hay miles de caminos:

no sé cuál elegir,

o si devolverme”.

 

Ante esos cuestionamientos es capaz de elegir, decidir y vivir como un signo de autenticidad y autoafirmación:

 

“Y me di cuenta de que todavía

tengo que mostrarle algo al mundo.

Algo de mi arte.

Y decidí vivir.

Y decidí vivir”.

 

La poesía de Laura Gil es dinámica, busca entradas y salidas.

 

“Sobre la cima se siente la vulnerabilidad descendiendo, y asciende la serenidad. Cada obstáculo me enorgullece, porque logré ver la luz, aun cuando es efímera. Es usual que optemos por el camino de lo desconocido, porque lo conocido se vuelve trágico”.

 

 

“En dos polos del mundo,

el sol se esconde antes y después.

El sol es bipolar.

El solo es.

Aun así, ilumina a los demás con ambos lados.

He sobrellevado la oscuridad y he venido del infierno.

Estaba en llamas con mi propio fuego.

Y ahora no quiero retornar”.

 

El poemario apela a la toma de decisiones, e increpa por qué se escogió dejar de luchar y respirar, así como la causal de la sonrisa invertida.  Es decir, ahonda en la condición humana y sus preocupaciones estelares como parte de la existencia:

 

“¿De qué quieres escapar, dime?

¿Qué quieres esconder?

¿Qué pretendes encontrar?

¿Cuándo fue el día en que escogiste no luchar?

El día que ya no quisiste respirar...

¿Dime cuál fue la causa de que tu sonrisa se invirtiera?”

 

El poemario inquiere sobre la presencia de los demonios que pretenden desdoblar a la hablante, quien desea pararlo, borrarlo, apagarlo, dejar de ser rehén, sin embargo, dicha figura permanece agrandada en ella, con la fuerza suficiente para dominarla y matarla, solo cuando ella lo quiera o decida, pero que, en todo caso,  ha de ser su elección:

 

“Percibo un demonio intentando desdoblarme de mi cuerpo,

cuando menos lo espero, él me ataca,

no lo puedo parar, no lo puedo borrar, no lo puedo apagar,

él me tiene prisionera, sin rejas, pero con fuego.

¿Cómo continúo aquí?, con un demonio más grande que yo,

que me domina cuando le place,

y me mata cuando yo quiero”.

 

En el orbe lírico de Laura Gil, hay una interesante reflexión sobre el corazón, con base en cuatro verbos, a saber:

 

“El corazón no se regala: el corazón se presta.

Si se regala, se pierde y si se pierde, morimos”.

 

Asimismo, el yo lírico se dirige a un tú lírico, y le expresa diversas razones, con el propósito que el otro le permita mostrarle los sentimientos de su corazón:

 

“Quédate conmigo, porque tú importas.

Nuestros océanos son los mismos.

Tú importas, porque yo soy tú, y tú eres yo.

Sigue agarrando mi brazo, porque es tuyo.

No tengas miedo, porque yo estoy en ti y tú estás en mí,

sentimos lo mismo.

No te vayas. Sigue intentando quedarte conmigo,

Déjame mostrarte mi corazón”.

 

El arte, sin duda alguna, es una manera de afirmar la identidad humana, en ese contexto: “La música jamás me defraudó, porque la música soy yo”.  El clima de violencia o agresión se deja entrever en las líneas de este poemario, donde se aboga por no ser lastimada (infierno), y una búsqueda de la salida es dejar ir:

 

“No me dejes seguir luchando.

Estoy harta de estar lastimada.

No sé si estoy en un sueño o en un infierno en vida.

Dime que me detenga, que está bien dejar ir…

Tenemos que soltar, dejar ir y ser libres.

Porque lo que es tuyo volverá”.

 

La hablante afirma sus mismidad, cuando imbrica tres estados: ser, estar, hacer, sin embargo, cuantifica cuánta soledad anida en el ser humano, máxime en tiempos de globalización, donde se vive con el semáforo en alta velocidad, sin tiempo, muchas veces, para un saludo a quienes están al alcance de nuestro abrazo, o bien, para escuchar a los demás:

 

“Podré ser sola.

Podré estar sola.

Podré hacerlo sola.

¿Cuánta soledad lleva el ser humano consigo?”

 

Campea en este universo poético el deseo de libertad, sin censura, dado que es una manera de decidir las batallas por luchar o dejar ir. Todo ello, como una suma de protegerse, sin rendirse:

 

“Oblígame a vivir en un mundo sin censura,

porque solo así podré saber lo que es mío.

Debo decidir cuál batalla elegir y cuál dejar ir.

No es rendirse: es protegerse”.

 

La hablante poética expresa miedos para no sentirse atada entre la dicotomía pensar y sentir.

 

 

“Porque el incesante miedo a no tener todo el éxito me desvela.

Ya no quiero estar atada y permanecer en vela.

No me quiero definir por lo que pienso,

sino por lo que siento”.

 

El orbe lírico de Laura Gil Chinchilla opta por la dicotomía salvarse y salvar a otros, a pesar de que aduce no tener un lugar adónde ir, ya que todos están en su propio mundo.

 

“Ningún lugar adónde ir.

Todos en su propio mundo,

en su propia mente.

Perdida del contacto con la realidad.

Déjame salvarme a mí misma.

Y luego podré salvar a otros”.

 

Finalmente, la autora costarricense sostiene versos de acendrada afirmación, elección personal y autonomía:

 

“Mi único refugio

soy yo, fui yo y seré yo.

Solo yo llevo mi cuerpo a su sepultura,

porque sé que la vida no acaba.

Mi felicidad habita en mi corazón.

Soy autónoma de mi realidad

y no puedo dejar que otros escojan por mí.

Yo soy la vida misma”.

 

            Celebramos el surgimiento de este nuevo libro de la Dra. Laura Gil Chinchilla (1993) para acrecentar el catálogo de la poesía costarricense.  Sus diversos ejes temáticos marcan un universo de variados núcleos plurisignificativos, que muestran otras perspectivas dentro del ejercicio poético nacional. ¡Albricias, entonces!


miércoles, 18 de mayo de 2022

Oficio del descreimiento: epítome y plétora de la literatura escéptica

 

Oficio del descreimiento- André Cruchaga



Oficio del descreimiento:

epítome y plétora de la literatura escéptica

 

Enrique Ortiz Aguirre

 

La vida es monstruosa, infinita, ilógica, abrupta e intensa […]

y va por delante de nosotros con una complicación infinita.

Robert Louis Stevenson, Fábulas y pensamientos

 

 

 

Oficio del descreimiento, nuevo libro del prolífico poeta salvadoreño André Cruchaga, es tanto un título como una declaración de intenciones para una poética de la totalidad que encuentra en esta obra una acción única y absolutamente paradigmática. Muy a menudo, se han atribuido a su poesía los adjetivos de excesiva, deslumbrante, pesimista, existencialista o escéptica, pero este proesario neologismo del que daremos cuenta después, y cuya creación se halla íntimamente relacionada con el demiurgo poético, creativo, que esgrimiremos enseguida encumbra la producción cruchaguiana ya como literatura escéptica a modo de una realidad sustantiva. Es más, este oficio último eleva la literatura escéptica a sus más altas cotas y constituye lo que, con el tiempo necesario y la maceración imprescindible, ha de convertir a Oficio del descreimiento en un auténtico clásico de la literatura escéptica. Precisamente por este motivo, se trata de una obra nuclear de la escritura cruchaguiana y representa tanto el epítome (por cuanto contiene en síntesis perfecta los grandes temas de su poesía) como la plétora (lleva a su máxima expresión, por obra y gracia de la sobreabundancia, una suerte de sublimidad nihilista la nada puede ser generatriz, dotadora de espacios y tiempos no instalados en el kronos, sino en la piel del kairós, tan lírica e intensamente humana) de su obra y, por añadidura, también epítome y plétora de la literatura escéptica. Ello no constituye ninguna hipérbole, puesto que su adscripción a la literatura escéptica deja de lado una posible atribución meramente descriptiva para convertirse en una indagación en la naturaleza misma de su concepción poética. De facto, ciertos elementos esenciales de la poética, que venían desgranándose con el acontecer de cada publicación cruchaguiana, encuentran una articulación holística en el demiurgo de esta obra central, atravesado ineluctablemente por la literatura escéptica. A más a más, este proesario es título y declaración poética porque satura todos y cada uno de los significados recogidos por la RAE, de una parte, para el vocablo oficio (ocupación habitual; cargo, ministerio; profesión de algún arte mecánica; función propia de alguna cosa; comunicación escrita, referente a los asuntos de las Administraciones públicas; pieza que está aneja a la cocina y en la que se prepara el servicio de mesa; lugar en el que trabajan los empleados, oficina; e, incluso, oración litúrgica o cargo en diferentes instancias) y, de otra, se arraiga definitivamente en la literatura escéptica mediante un cohipónimo inconfundible: descreimiento. Esta abundancia sustantiva da buena cuenta de un intento concreto por definir, por conceptualizar, por nombrar el objeto mismo de la poesía, ese lenguaje para nombrar el vacío que nos habita, enraizado en el escepticismo más radical. No en vano, la poesía de Cruchaga constituye esa ocupación habitual, ese cargo, esa comunicación escrita para expresar la incompetencia cognitiva humana y, por ende, nuestra instalación en la falta de creencias, antitéticamente, como principio.

Los 161 poemas en prosa conforman un manifiesto sin precedentes para la literatura escéptica, cuya epítome y plétora se explican desde su condición maestra de elocuencia descreída con el fondo y con la forma, en fusión y confusión. El alineamiento semántico resulta evidente, pero el descreimiento se hace demiúrgico por cuanto, además de dinamizar los temas, participa en la vertebración formal y estructural. Este extremo resulta dilucidador ya en el poema dedicatoria que abre el proesario, “La luz irrumpe donde ningún sol brilla”, de Dylan Thomas, auténtico credo del descreimiento que enarbola una luz en medio de la nada: la gnoseología del escéptico, la “Linterna” con la que comienza la obra, la luz del hueco, del agujero en el centro de la nadería y la “Vuelta”, a modo de eterno retorno, de circularidad permanente, con la que se cierra; el poeta vuelve corriendo, “desasida ya la boca […] al río solo para ver el granito y los artificios del paraíso” todo menos el agua, para contemplar el estatismo pertinaz de la piedra, los reflejos sin origen, las réplicas inanes del pensamiento de la incertidumbre como estado socrático, como estatua poética del escepticismo que late en un marbete definitivo: “Los acasos son siempre ecos necesarios”; así, con la metábasis transformadora de los adverbios en sustantivos, para que taumatúrgicamente, a lo Dylan Thomas, alucinado y alucinante las circunstancias devengan conceptos mediante el credo incrédulo de la poesía como episteme.

Por tanto, Oficio del descreimiento participa poliédricamente de la literatura escéptica para compendiarla a modo de paradigma modélico y para conducirla a su culmen estético desde un relativismo vehiculado por la sociedad líquida de la posmodernidad; un vate, pues, de nuestro tiempo. Así las cosas, conviene recordar que el escepticismo presenta dos momentos filosóficos perceptibles en el proesario que nos ocupa, tal y como nos recuerda Castany en su Breve historia de la Literatura escéptica, un artículo estético publicado en 2009: uno destructivo, basado en el descrédito hacia los sentidos, hacia la razón y hacia el lenguaje como herramientas fiables y en el enfrentamiento respecto a posturas dogmáticas o a planteamientos superficialmente optimistas; y otro constructivo, en el que se plantea la esencia de lo humano desde la suspensión, en los intersticios del juicio, en la práctica de la tolerancia o del significado relacional, tan respirante y poético como volátil.

La estética del escepticismo, pues, invade la retórica para promover el léxico de la incertidumbre, de la dubitación continua mediante vocablos como “quizás” (en los prosemas “Vivir cada vez”, “Laxitud”, “Sombras”, “Rastrojo” o “Equitación de la levadura”), “acaso” (en “Orilla de los ojos”, “Parecido al diluvio”, “Fuego devorado”, “Panorama”, “Aljaba”, “Desandaduras”, “Ventanas”, “Acuario predestinado”, “Rasgadura”, “Ecos interiores”, “Memoria del tránsito”, “Cauce”, “Sed del cuerpo”, “Memoria inmerecida” o sustantivado, como se dijo en “Vuelta”, el último artefacto), el propio sustantivo “duda”, sin olvidar sus posibilidades en poliptoton o polipote (en “Avidez”, “Hastíos” o “En pos de la normalidad”), las expresiones directas del descreimiento, como “no sé” (en “Duro infinito” o “Estado mortecino”), o un poema central como “Descreimiento”, que entronca con presupuestos cartesianos en busca de espacios para la soledad: “A uno le toca ser cazador solitario entre multitudes aviesas”; asimismo, en esa tensionalidad escéptica entre destrucción y creación desde pulsiones entrópicas se dinamiza el léxico de la negación (para anular certidumbres, con el fin de desacreditar lo cognoscible, de contravenirlo), con términos capaces de nombrar el vacío como “nunca” (en “Fugacidad”, “Fuego devorado”, “Ojos de soledad”, “Coincidencias”, “Resumen”, “Alguna vez”, “Temor a la ponzoña”, “Vaciedades ahogadas”, “Descreimiento”, “Padecimiento”, “En pos de la normalidad”, “Estatua de sal”, “Aullidos del absurdo”, “Rasgadura”, “Otros silencios”, “Intranquilidad”, “Ahora lo sabemos”, Sed del cuerpo” o “Rastrojo”), “extravío” (“Vivir cada vez”, “En lo hondo”, “Entre rastrojos”, “Duro infinito”, “Aullidos del absurdo”, “Apuntes, mientras amanece”, “Estertores”, “Desazón”, “Pequeñas miserias”, “Trasiego”, “Tumba revelada”, o “Extravíos”, encabezado por una dedicatoria hacia la ataraxia del escéptico sin remisión “Quiero apuntar aquí los actos improbables, / la temeridad del que no espera nada”, del poeta español Luis Miguel Rabanal”) y todo un campo asociativo de la pérdida, del desvarío, de la intemperie, del aullido, del grito, del despropósito y del absurdo, detonado por el demiurgo de la estética ética del escepticismo. Al léxico escéptico le acompañan figuras literarias muy abundantes para la ocasión, que no han de extrañarnos en la épica del descreimiento, como las elipsis, las paradojas, los oxímoron, las dobles negaciones, las ironías o las antítesis, ya que desde sus espíritus destructivos por asimilación de contrarios generan el lenguaje de los intersticios, la construcción del significado entre las grietas mismas de la duda. En esta misma línea, se agolpan las metáforas, las personificaciones, las hipálages y, en general, una sintaxis dislocada que contribuye a convocar una teoría del caos que se erige como nuevo orden ante el anidamiento poético de la incertidumbre, que da paso a un surrealismo como método racional de lo confuso, de la duda genésica. La confusión desde el caos se articula, inspirada en el escepticismo, en la presencia de diálogo una polifonía de superposición de voces, en las constantes expresiones incisas (la invasión de los paréntesis a modo de excursos y de ramificaciones que abonan el desconcierto), el fragmentarismo como concepción fractal (la duda llena las unidades y el todo, como estructura del átomo poético), o de la autorreferencialidad como modo de poiésis para eludir la representación acartonada, abiertamente falsa, y como entidad contrafáctica del mundo capaz de albergar sistemáticamente la incertidumbre mediante la construcción de imágenes insólitas y autónomas en la centralidad constructiva de lo metafórico, atornillado en una concepción de una ética estética fundamentada en el escepticismo, gnoseológica y ontológicamente concebido desde una poética sistemática del cuestionamiento, que conducirá a la propia problematización del sujeto, en la antonomasia de lo pirrónico.

Y desde el escepticismo literario entendemos también este proesario, pues precisamente los escritores escépticos tienden a no respetar las fronteras entre los géneros, a habitar los intersticios, como en el caso de estas proesías, poemas en prosa transgenéricos, inmanentemente narrativos, atravesados por la oralidad y el dialogismo de una escritura que se cuestiona a sí misma, y que se encuentra en el espacio vacío de las grietas para dibujar silencios entre los muros, para hacer macerar lo sólido y contribuir a un discurso poético de lo líquido en el perspectivismo relativista que, en la posmodernidad, no puede renunciar a la provocación de una estética vanguardista que apuesta tanto por la autorreferencialidad y autonomía de la obra artística como por la ruptura provocadora y sistemática. Es más, el carácter innovador genuino del poeta salvadoreño resulta abiertamente llamativo en nuestros días y, sin embargo, esperable desde presupuestos escépticos, habida cuenta de que los escépticos, como tales, conducen sus textos hacia la innovación a través del descreimiento en doctrinas filosóficas y preceptivas estéticas monolíticas.  

En definitiva, Oficio del descreimiento explica y ejemplifica la poética cruchaguiana, en la que la dimensión sublime, el surrealismo, la mezcla genérica, el paroxismo metafórico, el pensamiento lateral, la innovación, el diálogo, los incisos, el lenguaje coloquial, la retórica alucinada, el erotismo deliberado en su naturaleza procaz encuentran su demiurgo en la estética escéptica, todo un lenguaje para habitar los dominios de la incertidumbre, el territorio respirante del descreimiento, la condición incrédula de la piel que nos hace tan profundamente humanos.

 

 

Dr. D. Enrique Ortiz Aguirre

Catedrático y Profesor Asociado en la Universidad Complutense de Madrid