En el presente blog puede leer poemas selectos, extraídos de la Antología Mundial de Poesía que publica Arte Poética- Rostros y versos, Fundada por André Cruchaga. También puede leer reseñas, ensayos, entrevistas, teatro. Puede ingresar, para ampliar su lectura a ARTE POÉTICA-ROSTROS Y VERSOS.



martes, 16 de abril de 2013

FRANCISCO BRINES LEE SU POESÍA COMPLETA

Francisco Brines




FRANCISCO BRINES
LEE SU POESÍA COMPLETA




Por Ricardo Llopesa


           


Francisco Brines, poeta y maestro de generaciones jóvenes de poetas, incansable y entregado siempre a su público, leyó una selección de su obra poética el pasado 9 de abril en el Palau de la Música de Valencia. El célebre poeta valenciano, miembro de la Real Academia Española y Premio Reina Sofía, inició son obra con "Las Brasas" (1960), libro que obtuvo el premio Adonais.
            Heredero  de Juan Ramón Jiménez, el suyo ha sido un verso limpio construido con la precisión de la palabra preciso y el ritmo del endecasílabo, que se pierde en la levedad del verso libre, a través del encabalgamiento. El eco de su voz sonó en el inmenso salón con estas palabras sacadas de "Las brasas":

                        El balcón da al jardín. Las tapias bajas
                        y gratas. Entornada la gran verja.
                        Entra un hombre sin luz y va pisando
                        los matorrales de jazmín, le gimen
                        los pies, no mira nada. Qué septiembre
                        cubre la tierra, lentos nardos suben,
                        y suben las palomas con las alas
                        el aire, el sol, y el mar descansa cerca...

            A sus ochenta años, Francisco Brines recibió el homenaje de los aplausos, unidos a los premios concedidos a lo largo de su larga vida dedicada por completo a la poesía: el Frastenrath, el Nacional de la Crítica, el Nacional de las Letras, el Federico García Lorca.
            Pertenece a la llamada Generación del 50, al lado de Ángel González, Caballero Bonld, José Agustín Goytisolo, José Hiero, Claudio Rodríguez, entre otros. Su poesía, intensa y coherente, es fruto de una escritura que viene de la observación, la reflexión fragmentada, la mirada poética que da levedad al verso, a través de la intensidad del contenido, la idea. Los versos arriba apuntados pertenecen a "Las brasas", aquel libro lejano y tan presente que presagia la voz de un excelente poeta.
            "Un clásico vivo", como apuntó Carlos Marzal, uno de los presentadores, junto a Vicente Gallego; dos de sus herederos más representativos de la poesía actual española y organizadores de los ciclos poéticos en el Palau de la Música. Una especie de ventana abierta a la voz los poetas.


martes, 9 de abril de 2013

EL EFECTO “NANDIRÍ”: EL CUENTO AFRICANO DE YVÁN SILÉN

Francisco Cabanillas




EL EFECTO “NANDIRÍ”: 
EL CUENTO AFRICANO DE YVÁN SILÉN


Francisco Cabanillas




Cada uno es mucha gente.
Fernando Pessoa

El ruido lo controlan quienes guardan silencio.
Edgar Borges

Mirar era todo… [Nandirí] Cerró los ojos y despertó; abrió los ojos y soñaba.
Yván Silén



Yván. Sobre Silén (1944), poeta, filósofo, político, pintor, no repetiré que pertenece a la generación boricua de 1970. Ni que tiene más de 20 libros publicados (1970-2013), en República Dominicana, Puerto Rico, Nueva York, México y Argentina. Tampoco mencionaré que es el tipo de escritor que vive la literatura, y que por eso, se crea personalidades literarias (el Paria, el Antinihilista), que “existencializa” poéticamente. No, no hablaré de las fiestas silenistas, ¿los  banquetes de la nada?, ni de su arco voltaico, el que empieza en el poeta maldito de El pájaro loco (1972), y se transforma en el poeta prohibido, incluso y sobre todo de la prosa, como en La poesía piensa (2010). El anti-posmoderno. El Poeta que en vez de sufrir la locura, la goza “poetamente.” Concupiscente, “porno-lírico,” “radical,” no diré que Silén fue de los pocos que, frente al reduccionismo moderno y posmoderno, apostaron a la pluralidad esencial del Ser: “Cada uno es mucha gente” (Pessoa).

De su generación, sólo el Antinihilista plantea las cosas desde esta radicalidad dionisíaca: algunos de sus compañeros podrán ser mejores escritores que él, pero ninguno más Poeta, mayúscula que el filósofo-político-pintor viven como “destino.” Como tragedia; amor fati. La Poesía mata, sí, pero piensa; y sobre todo, ve, libidiniza, por lo que el Poeta no puede sino reír, política de los dioses que se saben mortales.

No subrayaré, pues, que, metaliterariamente, una de las constantes del Poeta, desde El llanto de las ninfómanas (1980) hasta La poesía piensa (2010), ha sido romperle la columna vertebral al ensayo, para que la prosa “orgasme” (diga) en el goce del concepto que se hace imagen (poesía política). Tampoco diré nada de la afición ateo-crística del Poeta, trabajada en sus novelas, sobre todo en La novela de Jesús (2009), y en el teatro, El velocípedo de Jesús (2011); ni mencionaré el artículo periodístico, en El Diario de Nueva York, en el que hablaba de la liberación en términos teológicos, “La guerra como Dios” (1994).

En vez, me concentraré en la poética de un cuento neofantástico reciente, “Nandirí” (2012), silenista, demasiado silenista: “[Nandirí] Sabía, sospechaba, que todo aquello no era real.”

Nandirí. En el contexto de la obra de Silén, “Nandirí” es el cuento africano, excluido por razones aparentemente burocráticas de Tannie Lee y los cuentos de la nada (2012), tercer libro de cuentos (el primero fue Los narcisos negros, 1997). Una narración a la que, sin embargo, por razones literarias, estará siempre conectado el libro, como quedó claro en la presentación del mismo, en la Universidad de Puerto Rico, en octubre de 2012, en la que se hizo una lectura de “Nandirí” —una primavera versión de esta— en el debut de Tannie Lee.

En el cuento africano de Silén, volvemos al poblado de los antropólogos: La aldea que yacía contra el mar estaba desierta. Mientras caminaban sentía las piedras en el talón, entre los dedos, en la planta de los pies. Los perros aullaban y los pájaros regresaban. Las mujeres estaban de luto. Sufrían por las niñas roídas, por las rosas muertas, sufrían por las ratas.”

Como lectores, sentimos de cerca el relato antropológico, porque este dramatiza el peso de la tradición milenaria: El brujo de la aldea fumaba tranquila y lejanamente. El chamán fumaba irrealmente.” Tradición esta que, mediante las dos mujeres que la encarnan (Nandirí y Kahina), “Corría, era necesario que corrieran,” plantea la propuesta temática que el cuento metaliteraturiza: “La clitodirectomía había sido terrible.”  

Por un lado, está la joven que se rebela desde la tradición: “Nandirí no profirió un solo grito. Se sentía profundamente mujer. Y se sentía oscuramente una metáfora. Se mordió los labios y la sangre manó como manaba el periodo de su vulva. Despertó.” Por el otro, está Kahina, la vieja sabia-ciega-bruja que auspicia la rebelión desde la complicidad con la tradición: “Kahina se detuvo, se volvió y la besó [a Nandirí] en la frente.” Una ecuación esta, entre Nandirí y Kahina, emblemáticamente silenista (tipo siamés, hermafrodita). Porque de lo que se trata en el cuento africano de Silén, es de rebelarse, desde la complicidad, ante la tradición, planteada desde la primera oración del cuento: “Le cortaron el clítoris.”

Como metarrelato, a Nandirí le toca que Kahina le corte el clítoris, lo cual acontece de modo mayormente oblicuo: “El dolor era del tamaño del mundo. El dolor era azul. Se contuvo y trató de no desmayarse, pero ya era tarde. Se desmayó. Las comadronas, más oscuras que Nandirí, le echaban una sustancia que impediría la hemorragia.” A su vez, a Kahina le toca cortarle el clítoris a Nandirí: “El bisturí avanzaba lento. La mano de la mujer [Kahina] no titubeó. El movimiento fue lento.” Pero sobre todo, a Kahina le toca guiarla (con los ojos cerrados, pues los hombres se los habían cosido, “para que no mirara a los hombres”) por la senda de la rebelión micropolítica, cuya ruta la vieja ciega domina a perfección: “Conozco el camino.”  

Rebelión que, en efecto, acontece de una manera marcadamente silenista; es decir, potenciando la posibilidad del vértigo literario. Por ello, después de cortarle el clítoris, Kahina, en silencio, pero decidida, como una flecha zen, la saca de la comarca y la lleva a una casa en otra aldea, donde Nandirí tendrá al alcance de la mano los utensilios médicos que necesita, “el hilo especial que le habían regalado las enfermeras menonitas,” para socavar esa misma tradición, “podía curarse,” cosiéndose el pedazo de carne cercenado (imagen que en otro cuento de Tannie Lee se replantea desde el falo grapado): “Porque lo que le había sucedido [a Nandirí], la tradición de los hombres, la mansedumbre de las mujeres, no era su destino.”

De ese modo trágico y a la vez rebelde, “[Nandirí] Tomó el clítoris, tomó las agujas, las ensartó infinitamente y abrió las piernas. Sabía que le dolería, sabía que sería fatal. Tomó la botella de ron que yacía sobre la mesa y bebió y se empapó el pubis. Colocó la aguja en la carne lastimada y ensartó la vulva. Lloró. Se mordió los labios y su gesto se hizo enigmático, repetitivo, lento. La aguja atravesaba la carne y surgía de ésta totalmente ensangrentada”; de ese modo trágico y rebelde, tanto Nandirí como Kahina reivindican una tradición que, en clave neofantástica, y desde una economía verbal prodigiosa, han decidido subvertir, sin querer queriendo, desde la privacidad de una casa a la que los niños de la aldea —los futuros hombres— tenían acceso, a distancia, por una ventana: “Buscó el marco de la ventana en donde estaba la luna y sólo vio aquel tropel de niños que la contemplaban [a Nandirí]. Los ojos negros de los niños la miraban hipnotizados.”

Marcada por la rebelión, la complicidad de Kahina y Nandirí resulta atroz. Atrocidad que, sin embargo, frente a la mirada impúber y distante de los niños, busca alterar el orden infame del tiempo tribal. De esa manera, como si nada hubiera pasado, Nandirí se cose el clítoris con la complicidad de Kahina: “El clítoris titubeaba y se balanceaba.” Gracias a la visión de la vieja ciega, la joven mutilada se apresta a recuperar el centro micropolítico de la mujer: “Caminó hacia el interior de la casa y sintió que la idea de curarse la obsesionaba… Buscó las agujas de coser, prendió la estufita de gas y calentó las puntas.

El silencio que habla, sobre todo al final el cuento, El clítoris cayó al suelo. La enfermera lo tomó y lo depositó en la escudilla. La aldea estaba desierta. Los niños se precipitaban contra las olas. Nandirí cerró lo ojos,” dice mucho de Kahina. Tanto que hace estallar una relación que había permanecido en clave (entre líneas). Por eso, leer en el último párrafo la alusión a la “enfermera” (que es Kahina), produce vértigo: ahora la transgresión de Nandirí se debe sobre todo al protagonismo de Kahina. Nandirí no es sólo Nandirí, sino también Kahina, centro desplazado y volcánico del cuento. Ojo de la rebelión. De ese modo, el gran efecto “Nandirí” se llama Kahina, un desplazamiento (ontológico) acoplado a tres efectos específicos: el sonoro, el narrativo y el político.

Cámara de ecos. En el contexto de los efectos que, en general, marcan la literatura silenista; es decir, el político (el menos efectista, pues Silén lo comparte con la generación del 70), el lingüístico (súper efectista, al punto de devenir en una antigramática) y el teleológico (como vértigo, efecto sine qua non de lo sublime y lo siniestro), el efecto “Nandirí” se da como vértigo de lo lingüístico a lo político. De esa manera, a partir del nombre (Nandirí), el cuento plantea una visualidad imposible (el corte del clítoris precedido por su remiendo), después de la cual se siente, como resaca, el efecto político: el clítoris repuesto como una metáfora silenciosa de Puerto Rico.

Veamos, para empezar, el efecto de lo lingüístico en lo sonoro, Nandirí, nombre que suena al de una diosa premoderna. Sustantivo que evoca por contigüidad sonora otro significante, esta vez del jazz latino, “Isanusi,” título de un tema de Chucho Valdés, en Solo piano (1993). Para seducir al lector, el efecto sonoro invita desde el apócope (Nandirí, “nadie diría”)  y la elipsis (“nan-die-dirí… a… que…”). De esa manera, el cuento invita a leer lo que se dice en silencio: por ejemplo, nadie diría que… la rebelión de Nandirí se deba a la complicidad de Kahina.

Nandirí; efecto por otro lado de una sonoridad masculinizante, demasiado masculinizante: “Tropezó y cayó sobre sus senos. Su cuerpo esbelto, su cuerpo de modelo suicidada, se develó como un escándalo. Sus nalgas eran impecables. El dolor de caer fue inmenso. El dolor del pubis cambió de sitio, pero no sangró. Su senos latían.”

Del oído al ojo (porque “Mirar lo era todo”); el efecto “Nandirí” salta de lo sonoro a lo visual. En ese brinco, produce el vértigo desde una imagen imposible: el corte dramático del clítoris que se narra al final, está precedido por el remiendo artesanal del mismo. Desfase que produce esta visualidad al revés: justo cuando Nandirí se cose el pedacito de carne, el cuento narra en directo cuando Kahila se lo cercena: “El bisturí avanzaba lento. La mano de la mujer no titubeó. El movimiento fue lento… El clitoris cayó al suelo.”

Así, desde la sonoridad antropológica, “Nandirí” nos lanza al vértigo narrativo neofantástico: vuelco de un discurso que narra la causalidad al revés.

Entre la imagen brutal del corte, y la subversión micropolítica que orquesta, entre silencios, su remiendo, el efecto “Nandirí” se torna sublime. La visión de Kahina prevalece; la ironía con la que la vieja fustiga el patriarcado, “Pronto nos coserán el culo,” se impone como contrapolítica. Como la atrocidad heroica que es, mano que corta por un lado y que por el otro facilita el remiendo, Kahina se instala, frente a Nandirí, como vértigo (ontológico): “Cada uno es mucha gente.” Espejo desde el cual el cuento articula, metaliterariamente, su propia alteridad. De ese modo, igual que Nandirí es en el fondo Kahina, “Nandirí” es más que un cuento sobre África.

Una vez consumada la fruición del vértigo narrativo, hay que regresar en silencio a ver lo que quedó de la dimensión antropológica. En esa vuelta, se produce el tercer efecto del cuento, el político, que, aunque más tenue que el vértigo narrativo, resulta más elástico. Como metáfora política, el corte del clítoris produce a su vez, en silencio, el efecto Puerto Rico; una referencia silente (pero fundante), no desde la patria sino desde “la matria,” porque el silenismo es una literatura que gira, como Casandra & Yocasta (O: el libro de Titi) (2001), alrededor de las madres. Desde África, pues, mamá que corta clítoris, “Nandirí” evoca Puerto Rico: ¿isla en el proceso político de coserse lo que le cortaron?

Biopolítica. Si el ruido capitalista, según plantea Edgar Borges en el epígrafe, “lo controlan quienes guardan el silencio,” desde el efecto “Nandirí,” el silencio político lo gritan quienes más de cerca colaboran con la tradición falocéntrica: las mujeres que, como Kahina y Nandirí, se rebelan desde el cuerpo violentado por la tradición: “Pronto nos coserán el culo.”


lunes, 8 de abril de 2013

ELOI, ELI, LABA SABACTHANI (o el delito de Dios)

Yván Silén, Puerto Rico.




Yván Silén:





                                  
ELOI, ELI, LABA SABACTHANI

 (o el delito de Dios)




Ahora. . .ve y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que tengas que decir.
             Exodo 4: 12

Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos [son] mis caminos.
              Isaías 55: 8

Y Cristo, siempre jodiendo.
           Fco. Matos Paoli
 
Quien blasfema contra Dios lo alaba.
              Maestro Eckhart

Dice el necio en su corazón: no hay Dios. Se han corrompido [y] hacen obras abominables.
                  Salmo 14: 1

            Los que creían que yo iba a venir en el día de hoy a leer como poeta radical, o como cuentista raro, o como antinovelista lírico, se equivocan. Hoy he venido aquí como metaensayista (o como metagramatical o como delirante). Hoy he venido a hablar aquí del delito de Jesús o del Desaparecido. Me acerco al lenguaje que soy y me siento extraño y él, como un ángel o como un gnomo, se acerca a mí totalmente extrañado.

¡Hoy…te blasfemo Dios con toda mi ternura! Te jodo Dios con amor como me jodes con pasión! Porque Cristo es el asombro de Dios. ¡Cristo es el POETA de Dios! ¡Es el suicidio de Dios! ¡Y es el orgasmo de Dios! Dios habita el zen (la sorpresa) de la misma manera en que el zen habita a Dios. Sin embargo, Dios se ilumina a sí mismo y Dios nos ilumina a nosotros. ¿Es que el día de la muerte será el día perfecto, o el día de la muerte será el día incorrecto de la iluminación? Cristo, el Retornista, buda; y Buda, el Parakleto o el Paralelo, se cristologiza. Todo lo que está por decirse se ha dicho; todo lo dicho está por decirse. En ese tránsito de la POESíA el lenguaje exclama: el lenguaje ve en el silencio y el silencio ve en todas las cosas. El silencio es la aliteración o el arpa de Dios.

Cuando escribas poesía no vayas repicando los tambores de lata ni pregonando que escribes, porque Dios, el Heterónimo, se encargará de repartir la poesía a su antojo. No escribas poesía para obtener prestigio o reconocimiento, porque la fama es el rostro del infierno. El Erebo toca su flauta junto a Cancerbero. ¿Qué es, pues, lo lírico? ¿Qué es el escándalo? Dios es lo terrible de un espejo en lo profundo de los sueños. Dios es cuando las rosas nos contemplan voyeristamente y cuando nosotros las contemplamos desdeñosamente. Dios es la equivocación de los ateos y la equivocación de los creyentes (de los pastores, de los sacerdotes, de los místicos). Dios es el instante en donde Tetragramaton (Elohin) se arrepiente de haber creado a los asesinos (Génesis 6: 6).[1] ¿Qué es la poesía entonces?

El sol había surgido de la explosión de las otras estrellas que explotaron, pero Dios tenía duda, no del eterno retorno de lo mismo (Nietzsche), sino del movimiento continuo de las espirales. Dios había borrado su nombre de sí mismo y tautologizaba (“¡Ego sum qui sum!”) y se extraviaba en las paralelas de los universo continuos. Dios era y sigue siendo lo imposible. Dios es el que puede joder al hombre: porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed, y no me diste de beber. . .estuve preso, desnudo, estuve en los manicomios, en los hospitales, en los exilios, en los taxis abandonados y no me visitaste y no oraste por mí (cuando me podría en el Sur del Bronx). Dios es omnipresente. Dios es como el café instantáneo. La risa de Dios ha recorrido peligrosamente los cielos.

El espacio se expandía bigbangmente más rápido que la velocidad de la luz. Y los asesinos no venían. Dios era y es más rápido que la velocidad de la luz. Los enigmas hoy seducen a los físicos. Porque lo fatal es el sentido de los físicos y de los matemáticos. La visión del mal nos aplasta. Desde la muerte de las estrellas hasta la muerte de los agujeros negros la visión del universo es aplastante. El nihilismo se divide: yo no existo, tú no existe, él no existe. El nihilismo quiere destruirse a sí mismo, o quiere matarse a sí mismo. Pero el nihilismo de la muerte de la materia crece y se expande. La muerte del nihilismo se enfrenta a sus propios ataúdes: el nihilismo agoniza. Dios, a pesar de la “muerte de Dios” (Nietzsche), como hubiera dicho César Vallejo, agoniza:

“Yo [también] nací un día en que Dios estaba enfermo, grave”.[2]

El hombre es el mal (la envidia, la codicia, la ira, la difamación, el colaboracionismo, el parricidio, el incesto, el deicidio, el fraticidio, el hambre, la gula, la riqueza, la idolatría, el marianismo, el bugarronismo, el odio, la murmuración, etc.). Cristo irrumpe en este nihilismo como el TERRORISTA de Dios. Cristo es implacable y nos pregunta directamente ante el absurdo: “¿Crees esto?” “Vende, pues, todo lo que tienes.” Cristo se sacrifica budamente por la estupidez humana (o por la discordia humana, o por el suicidio de los hombres en el capitalismo salvaje). Cristo se dio cuenta de que el hombre, todos los hombres, son idiotas. Lo escatológico, los últimos días que siempre vivimos, aunque lo dudemos, se ha comenzado a derramar sobre nosotros como un crimen. El colaboracionismo es más pecaminoso, más concupiscente y más vil que el incesto. ¡El hombre es el necrofílico por excelencia! El hombre come mierda. ¡Pero pese a todo, Dios orgasma en el alma del creyente! ¿Dónde, pues, está la literatura puertorriqueño? ¿Dónde yacen los carceleros y donde yacen los canallas?

El hombre demokrático se ha vestido de miedo. No posee miedo de Dios, sino miedo de sí mismo, miedo a sus crímenes y miedo de sus asesinos. El hombre demokrático no existe. Pero a pesar de ese miedo los asteroides avanzan. Por otro lado, para que la paradoja tenga sentido, Dios habita el tao de la misma forma en que el tao nos habita. Antes de morir, las rosas han decidido mirarnos.

Cristo, antes de la lepra espiritual del cristianismo, ha resultado terrible: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os roban el trabajo, y orad por los que os calumnian y  por los que os desemplean (Miguel Muñoz, Ana Guadalupe, los Judas, los chotas, los bugarrones, los que no quisieron leer el libro Los maricones o los señores de la noche, por los que aman la fama y aman el sida y aman el dinero). . .o a cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no le pidas que te lo devuelva.”[3] Al que te robe, dale más. Al incestuoso, ¿perdónalo? Al que te mate, ¿perdónalo? Al que te viole, perdónalo. Al que te robe la poesía, perdónalo o escúpelo. Porque las paradojas de Dios, en el horror de la “polis”, son como la mano de Dios que latrocina de amor tu siddha. La palabra de Dios es como el depredar de Dios. El amor de Dios nos quema sexualmente el alma. El espíritu y el sexo de Dios oximoronan. Y el Espíritu Santo es el héroe de Dios. Dios es el héroe que saquea los cenobios. ¿Dónde, pues, están las guillotinas y las sillas eléctricas? ¿Dónde, pues, está la demokracia irreal que nos comercia en el Mercado de las funerarias?

Lo que Dios exige en Cristo es el absurdo total del amor y el imposible infinito de los orgasmos. ¿Dónde, pues, están los condones usados? Este imposible que Cristo le exige al amor se lo le exige también a la fe: “Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25).

Esta es la pregunta del espanto, del susto, del miedo y de la angustia. Jesús pregunta si el hombre puede creer en el imposible. ¿Crees en lo inaccesible? ¿Crees en lo impracticable? ¿Puedes creer en el absurdo, en la nada, y en los imposibles? ¿Puedes amar al asesino de tu madre? ¿Puedes enloquecer? ¿Puedes hacerte esquizo? ¿Puedes clavarte estupidamente la jeringuilla en tu mano siniestra? ¿Puedes vender tu casa, tu auto, tu computadora, tu celular, tu cuenta bancaria, tu agua bendita, tu semen bendito, tu sed bendita, tu comida podrida y darla a los pobres? Estas son las preguntas al joven rico que le hace Jesús. ¿Puedes matar por Estados Unidos—preguntamos nosotros jesúsmente--y no puedes matar por la independencia de Puerto Rico? ¿Puedes dar tu sangre envenenada? ¿Puedes dar tu prepucio deshilado? ¿Puedes dar tus orgasmos infectados de amor? ¿Puedes dar tu desesperación y tu suicidio? ¿Puedes dar tu temor, tu temblor, y tu chancro de sífilis? ¿Redundo, acaso? ¿Soy metamístico? ¿O es qué Dios es la lotería del ascético (del cenobita o de los eremitas)? Los ascetorios se pudren contra los espejos amarillos. ¡Pobre de Nietzsche, pobre de Freud, pobre de Marx! ¡Pobre de lo suprasensible platónica y pobre de la demokracia que trafica nuestra muerte contra el cielo y contra la tierra!

¡Cristo está vendiendo marihuana en las esquinas!
¡Cristo está regalando marihuana en las esquinas!
¡Cristo está fumando yerba en las esquinas!
¡Los aerolitos se están acercando vertiginosamente a la tierra!

Dios que ve en secreto, te dará tu muerte en secreto. Dios es el enigma (del universo que se expande y de la velocidad que no puede alcanzarse a sí misma), Dios es el del absurdo, de la nada, del ión (el que va) y de la extravagancia misma. Dios es particular; Dios es inédito; Dios es anónimo; Dios es extravagante; Dios es la quínola; Dios es la miaja invisible del universo. Cristo es, pues, el imposible de la Iglesia y del cristianismo apolillado de la demokracia. Porque el cristianismo envidia, codicia y tacha la sonrisa y las orgías de Jesús. El cristianismo le ha robado la risa a Jesús. Dios orgía en Jesús todas sus palabras. “Ve y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de decir” (Exodo 4: 12). ¡Dios, pues, estriptiza en Jesús! Dios invirtió la venganza. ¡Dios convence a Jesús para que éste baile, cante y topless en la cruz! ¿Blasfemo, acaso? Dios hace topless, Dios se viene, para que Cristo escandalice al mundo. Para que Cristo, el ungido, sea el escándalo del mundo. Matar a Dios es intentar matar el escándalo que somos. No se puede matar el tao, el camino, ni al zen, ni a la verdad, ni a la vida. Porque matar la verdad y la vida es la oscuridad de los seres que están para morir. Matar el escándalo es estar en el Orco y en la angustia podrida de la demokracia.

Hagamos, pues, una pregunta heideggeriana: ¿Qué significa ser poeta en la crisis de la demokracia? ¿Qué significa ser puertorriqueño cobardemente? ¿Significa tocar a Dios y tocar el Erebo simultáneamente? Esto es lo imposible del cristianismo: la moral del “hombre bueno”, lo ha podrido. Pero el capitalismo ha pervertido al cristianismo: le ha hurtado la risa a Jesús y la locura de Jesús. Porque la risa desnuda el alma y toda desnudez es alegre. Toda desnudez es risa de orgasmo, es risa de orgía de Dios. El capitalismo ha convertido a Cristo en mercancía subversiva del pan: “este es mi cuerpo de siddha que por vosotros es vertido.” ¡El capitalismo roba! Comed y celebrad la gula de Dios; bebed y celebrad lo ebrio de Dios. No estoy blasfemando, sino que estoy seducido por la paradoja de Cristo. Paradojemos, pues, porque la fascinación de Cristo se ha convertido en la fascinación de todas las cosas, incluyendo la de la nada misma. El capitalismo está robando cristianamente; el cristianismo está robando capitalistamente. Y la demokracia permite este hurto.

El capitalismo se ha transubstanciado: esta es mi cuenta bancaria del alma, esta es mi moneda robada que por ustedes mismos y es vertida de crisis en crisis. La cuenta del alma, esta es la marihuana sacra de Dios que por ustedes es legalizada en onzas, en libras, en leyes, en coitos y en todos los orgasmos que yacerán sobre la tierra, es solo una matita del Edén y del Reino de los Cielos que se vertirán sobre la tierra. El capitalismo ha corrompido a Dios, lo ha vuelto nada. El capitalismo produce muerte a granel. Pero Dios ha creado al poeta Yván Silén para que blasfeme y para que influencie metafilosófica y metapoetamente a los poetas del mundo: la palabra de Dios es escandalosa. Y el poeta post-postmoderno es escandalosa. No vino Dios a traer paz, sino a traer la daga del amor. Porque Dios oximorona en todas las cosas habitables de este mundo y en todas las cosas parasensibles del imposible de ser contradictoriamente El mismo. Dios es la contradicción. Ego sum qui sum y es hoy apocalipticamente más cierto que nunca. Dios es la Paradoja que visitó míticamente a María. La poèsis es lo que es.

En el principium era la poesía.[4] Poèsis principium erat. Amar a Dios es amar lo imposible del universo que se torna a la velocidad de la luz posible: los enemigos y la energía negativa, la materia negativa y los universos paralelos. Amar la semejanza de Dios es amar la caída: Adán y Eva, Caín y Abél; el incesto, el fraticidio, el exilio--el ostracismo--. La poesía es el asesino. Yo soy Mefisto. ¡Io sono el gran poeta! ¡Yo soy el holograma de Dios! 

La palabra es la nadificación del ser y el ser es la nadificación de las palabras. El vacío de la palabras que se es se parece a la nada del ser que es. El universo se expande a la velocidad de la luz hacia la muerte. Algún día no habrán galaxias. En el principio la cercanía chocó con la distancia por milésima vez. El tiempo inexistente se hacía más tiempo irreal de luz. Por otro lado las palabras, a pesar de los fenomenologistas, designan y crean la realidad. Cuando digo “yo realido” estoy diciendo una verdad absolutamente radical. La palabra es carne del espíritu (la palabra es prepucio del falo de Dios, es logo de Dios, discurso de Dios, verbo, palabras, expresión, poesía: metáforas). ¡Meter es mejor que no meter! Pero los fenomenologistas, sin la epifanía del lenguaje del hombre, ese muñeco de trapo de lo sapiens, no serían posibles.

¡Sonambularíamos (de ser) como sonambulizamos (de nada)!

¡Carlos Cases, jefe del FBI en Puerto Rico, es un fariseo!
¡Miguel Muñoz, president de la UPR, es un fariseo!
¡Los independentistas que no hablan de la REPÚBLICA, también son fariseos!

Sin estas palabras que realido no habrían libros, ni periódicos, ni Internet, ni filosofía, ni el sentido mismo de lo crístico; no habría nada. Porque todas las alegorías de la filosofía estarían vacías y serían falsas como las botellas de la Coca-cola. Sin las palabras no habría mundo. No habría zen, ni habría Buda, ni habría Cristo. Dios guardaría silencio. Titubearía entre los cometas de la nube de Oort y la posibilidad de la estrella de Némesis. La palabra de Dios es, como la palabra del hombre,  ambigua: nos habla del mundo y nos habla de sí misma: se subleva. ¡Dios se hace quásar!

            Los metagramaticales, anacronizando, denominamos logos a la posibilidad misma de la poesía. La poesía es incierta. La poesía es enigma; la poesía se hace ser y la poesía se hace nada. Esto es así, porque la poesía es una revelación: Eurídice yacía sobre Orfeo, Orfeo dialogaba con Caronte (Jesús enamoraba a Magdalena). (¿Dios epifaniaba como amante?) Dios es el sufrido entre la dicha y la desgracia. La poesía es el “ghetto” de Dios que habla radicalmente en el Estigmático, en el psicodélico, en el elegíaco, en el esquizo, en el sufriente, en el doloroso, en el alucinógeno, en el angustioso y en el mescalinoso. Si no hay dolor, y no hay angustia, no habrá poesía. Porque la poesía es la antifiesta. Estoy bebiendo febreramente las aguas de la Estigia. Porque Dios sólo habla a través del tormento. El sufrimiento de Dios, en Cristo (y en los poetas de la desesperación y del suicidio), es tautológico: ¡Ego sum qui sum! Dios tautologiza la nostalgia de lo eterno: “Antes que Abraham fuese, yo era” (Juan 8: 58). ¡Dios es quásarmente el fin de todo! ¡Dios se oculta, se manifiesta y se esconde a la velocidad de la luz. ¡Dios es imposible! ¡Dios es meta-ateo y metacristiano! El poeta está cantando en el Erebo: ¡blasfemo por el amor y blasfemo en la poesía! El nihilismo ha fracasado nietzscheanamente.

            Dios está vendiendo marihuana en las esquinas de los callejones de San Juan!

¡Los cristianos, los yanquis, los ateos y, posiblemente, los socialistas pedirán ideologicamente mi cabeza! ¡Cristo es la mescalina del cielo! ¡El superhombre está vendiendo sus jeringuillas sucias, sus muletas apolíneas y sus condones usados! Todo es absurdo y todo es bello. El “hombre bueno” ha abortado la demokracia, su taza de café y su escupidera de porcelana. Jesús, en los garages de la angustia, está lavendo su Volkswagen.

¡Dios…se parece a la muerte!


[1] “Y se arrepintió Dios de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón.”
[2] Véase Los heraldos negros de César Vallejo.
[3] Lucas 6: 27; 30
[4] Juan 1: 1


domingo, 7 de abril de 2013

MIGUEL FAJARDO: UNA POESÍA DEL HOMBRE Y DE LA TIERRA






MIGUEL FAJARDO: 

UNA POESÍA DEL HOMBRE Y DE LA TIERRA




Dr. Adriano Corrales Arias,
Instituto Tecnológico de Costa Rica




La obra de Miguel Fajardo es muy singular. Como además de poeta es ensayista, educador, investigador y promotor cultural, su poesía está teñida de esos avatares. Parte de un arraigo guanacasteco que se enlaza con la poesía telúrica y social latinoamericana. Su registro es muy amplio, pero me parece que fundamentalmente es una poesía del hombre y de la tierra como complementos indispensables de la vida social guanacasteca, costarricense, centroamericana y de más allá.
La importancia de la obra de Fajardo hay que comprenderla integralmente. Ha sido el alma de la actividad literaria guanacasteca en las últimas cuatro décadas, junto con Marco Tulio Gardela.  Y su poesía le debe mucho a esa actividad de promoción literaria y cultural, a su preocupación por el hombre y la mujer ubicados en su historia y su contexto inmediato: Guanacaste, tal es el caso de su poemario SON OTRAS PALABRAS” (2010-2013).
En poesía no puede hablarse de desarrollo, sino de sostenibilidad o sustentabilidad. En el caso de Miguel Fajardo, su actividad ha sido muy importante para consolidar un movimiento literario en Guanacaste. Su poesía ha seguido un proceso que ha ido decantando su propia expresión.
Lo importante de Miguel Fajardo es que imbrica la poesía de su provincia con las principales corrientes poéticas de América Latina y del mundo. Supera la poesía tradicional para ubicarla en formas más contemporáneas, dotándola de mayor plasticidad y rigor formal. Por lo demás, hace valer el oficio, la responsabilidad y el compromiso del poeta, como un intelectual,  como un promotor cultural.
Permite que la poesía guanacasteca incorpore los hallazgos de las vanguardias y posvanguardias latinoamericanas y de más allá, así como las maneras poéticas procedentes de otras formaciones culturales, especialmente europeas.
Establece un compromiso con su realidad, pero con rigor formal. Una apertura con una prosodia y una expresión más en sintonía con la poesía centro y latinoamericana, aunque sabemos que toda obra artística que pretenda ser universal debe partir de lo local, pero incorporando los hallazgos de otras regiones culturales e investigando en sus propias posibilidades.
Por ello, Fajardo se ha abierto a otras influencias y las ha estudiado para incorporarlas en su producción poética. Véanse sus textos (pp. 100-105) en mi antología sobre la poesía costarricense “Sostener la palabra” (Editorial Arboleda, 2007: 322).
Miguel Fajardo Korea es un poeta muy destacado en Guanacaste y una referencia necesaria en el mapa de la poesía costarricense contemporánea. 



lunes, 1 de abril de 2013

LA POESÍA DE ADRIANO SAN MARTÍN

Adriano Corrales, Costa Rica





LA POESÍA DE ADRIANO SAN MARTÍN





WILLIAM PÉREZ [mediaislaEn el presente trabajo el poeta costarricense posa su ojo sobre los textos más recientes («San Lucas, ciudad Quezada» 2011 y otros poemas y «Samsara») de su homólogo Adriano de San Martín, y nos ofrece algunas claves para su lectura.




SOBRE LA POESÍA COMO SELLADO DE GRIETAS


De vez en cuando los poetas nos facilitan la tarea al separar sus poemarios en secciones, sin embargo, este no es el caso de San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas (Ediciones BBB, 2012) de Adriano de San Martín. El artificio de aglomerar todos los poemas de forma seguida logra darle al libro un carácter de diálogo interno, donde el poeta, fuera de ser monolítico en su propuesta, se intrica a sí mismo e invita a seguir ese paso acelerado.




La isla “San Lucas” es una suerte de rito iniciativo para el lector, pues debe ubicarse justo en el medio de dos polos que se enfrentan violentamente: por un lado, están las naves y edificios abandonados, acompañados de fantasmas y muertes pasadas; pero allí mismo se gesta también una vitalidad feroz, en el apareo de las tortugas y los pochotes que crecen como guardianes. El terror que genera esa contradicción (bellamente condensada con la imagen el intervalo entre flor y cuchillo) es inevitable; tanto así que desencadena una serie de textos en los cuales el poeta hace un recorrido a su pasado y lo confronta con el ahora. Es así como la selva pasa de ser el patio de juegos de la infancia al lugar de la guerra y la crudeza (De repente otra vez la montaña, pero ahora cruzada por trazadoras, bombas de gasolina…guerrilleros caídos). Más aún, la migrante cierra los ojos para contemplar el rostro joven del esposo / que se amusga allá en el pueblo de la infancia y María continúa teniendo los veinte años descocados que exhibía.

En su intento de sellar esa grieta que se ha abierto entre el pasado y el presente, el poeta decide dialogar con el nicaragüense José Coronel Urtecho para traer a valor presente (entiéndase 2011) su “Ciudad Quesada”, enseñándole así las nuevas amenazas neoliberales de la minería y el narco. Y es precisamente en este punto donde aparece una primera solución: el diálogo con los poetas. De Oliverio Girondo se aprende que del centro no quiere saber nada, lo suyo es el costado y de Luis Rogelio Nogueras que un intervalo de incertidumbre de 80 años desaparece utilizando su célebre Eternoretornógrafo.

La poesía se concibe en este punto como el oficio de lo inmediato, es decir, como una forma de hacer que las cosas siempre estén en el presente, fuera de ese intersticio en el cual gobierna la ilusión del tiempo. Bajo esta consigna aparecen poemas como “Haikai”, “Antiadariana”, “Consigna”, “Enigma” y “Posmo”, donde los versos marcan su propia temporalidad. Ese furor por la inmediatez alcanza su punto máximo con el “Elogio a la marihuana”, donde el momento preciso en que se prende la hierba es ocasión para que se concilien los ángeles y los demonios, la guitarra eléctrica y el timbal. El trauma del parto del cual hablaba Freud y su consecuente complejo del Nirvana desaparecen con uno de los mejores logrados versos del libro: regreso al instante donde nacimiento y tránsito tejen el puente hacia otro cielo…

Adviértase que lo anterior se cierra con puntos suspensivos, lo cual hace sospechar que aún no se tiene la respuesta final (esto ya se presagiaba desde el poema “Latinoamericanidad” donde el poeta se confiesa en una espera hasta que sean legibles nuestros versos). Tras sellar la grieta entre el pasado personal y el presente personal, se abre una nueva entre el presente personal y el presente colectivo. En “Panajachel” hay un desencanto con la posmodernidad, en “Poema urgente para Honduras” la historia que viene y regresa / llevándose lo mejor de la esperanza aumenta la distancia entre las estructuras sociales y las del poder. Inclusive la poesía se ve apedreada por la egolatría filosófica de Hegel y, peor aún, manchada con el rockstarismo revolucionario de Ernesto Cardenal tocando las puertas de Estocolmo y machacando al poeta pulpero.

Un segundo momento de respuesta llega en boca de Max Jiménez, cuyo mayor atributo es el ser ¡Decidido!, así como de El Güegüense que se enfrenta con sus risas a un Cristo que se superpone. Ambas fuentes le sirven al poeta para reafirmar que lo que existe es el presente, pero esta vez como una toma de conciencia almargen de idealizaciones; más bien, su oficio consiste en la captura del presente contextualizado, con sus altos y bajos. Así como al inicio se mostró la Ciudad Quesada del 2011, se muestra el Barrio Amón donde conviven casas de la cultura y prostíbulos, estudiantes y travestis, afirmando: son también mi patrimonio.

San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas” no es un poemario sobre el tiempo, sino sobre el poeta frente al tiempo. El oficio de la palabra, como bien acierta Adriano de San Martín, es del presente, pero de ello no se sigue una negación del fenómeno temporal. Recurrir al pasado es una operación válida en la medida que se haga para actualizarlo, es decir, para sellar la grieta que atrapa al sujeto en un tiempo ya ido y le impide participarde su tiempo existencial y de su entorno inmediato.

Curiosamente el poeta abre con la isla de San Lucas y cierra con “La isla que somos”, evidenciando cómo el oficio poético consiste en el tránsito desde un lugar ajeno hacia uno propio, desde el pasado a la brutal realidad de su presente.




REINVENTANDO LA RUEDA



Samsara (Ediciones BBB, 2012), la rueda de la vida, reencarnación, hinduismo y Jefferson Airplane ¿Jefferson Airplaine? Sí, Grace Slick, la belleza comprimida en una tableta de ácido lisérgico, le canta al conejo blanco en un libro con un título más cercano al Baghavad Ghita que a Woodstock. Pero esto no es una ocurrencia por parte de Adriano de San Martín, se trata más bien de su respuesta a uno de los cabos sueltos del libro anterior (“San Lucas, Ciudad Quesada 2011  y otros poemas”): ¿cómo se debe recurrir al pasado?

Hay una respuesta obvia: el recuerdo. Sin embargo, tómese en cuenta que la temporalidad que le termina preocupando a San Martín en “San Lucas, Ciudad Quesada 2011 y otros poemas” es la del colectivo, es decir, aquella en la cual ocurre el devenir social, político y cultural. Siendo así, se requiere de algún otro recurso para acceder al pasado, alguno que alcance una dimensión mucho más amplia, pues nada se quiere con lo irracional y breve de toda biografía.



En esta búsqueda el poeta recurre a estudiar, en primera instancia, la concepción del tiempo que ha gobernado en Occidente: la lineal. La metáfora del filósofo Heráclito de Éfeso, en la cual el tiempo se equipara con un río, aparece en “Samsara 1”: Muchos ríos corrieron / bajo sus plantas. Pero a esto le sigue una desconfianza en la imagen del río; en su poema homónimo se lee que El caudal no se detiene aunque se enturbie con sangre y tinta. El contexto contemporáneo ya no puede creer en un río como un lugar límpido y cristalino, pues este aparece como el botadero por excelencia de la maquinaria capitalista; ejemplo de ello es el verso El boulevard es un río de basura, refiriéndose a las calles repletas de residuos del fast food y Wall Mart.

Se hace manifiesto el desencanto con el tiempo lineal, pues está directamente vinculado con la idea de progreso, lo cual le ha costado bastante a la civilización. Más que desaprobar a Heráclito, el poeta desaprueba a Occidente, arrancándolo desde sus orígenes en Grecia. En el poema “Mientras grabo música” se entabla un duelo entre el Hölderlin defensor de los dioses griegos y San Martín defensor de las chozas circulares de Guayabo. Y es precisamente esta apología de la circularidad la que sirve como clave para responder a la pregunta inicial, pues un tiempo circular es efectivamente la forma en que el pasado histórico puede ser accedido desde el presente.

Siendo el hinduismo pionero en la concepción circular del tiempo, el poeta toma prestada la noción del Samsara para emprender su búsqueda poética. Pero, tal y como se mencionó al inicio, el poemario no adquiere en absoluto un tono místico ni nada por el estilo; más bien, está plagado de referencias al rock psicodélico (Lucy in the sky with diamonds, Grateful Dead, Creedence, Santana, Joe Cocker). En el poema “En San Francisco” el adulto visita la tierra del espíritu revolucionario de los hippies y, a pesar de toparse con la versión comercializada de los años 60s (Vietnam como un restaurante en el Chinatown y Allen Ginsberg como objeto académico), lo mira con los ojos del joven que soñaba con llegar allí desde La Villa. Nótese que con ello se pone en práctica el Samsara, en cuanto la historia se repite allí donde ya había pasado.

Vale la pena apuntar que en este libro se asume el Samsara desde una posición bastante inusual. Schopenhaeur, quien haya sido quizá el más cercano en Occidente a concordar con las filosofías desprendidas de las religiones orientales, bien supo que la noción circular del tiempo deviene en la aniquilación del yo, dando como producto una actitud pesimista del mundo. Pero este no es el caso de Adriano de San Martín al decir: la nieve como un manto sagrado / cubre los dioses / que habrán de despertar / cuando nuevos hombres salidos de acá / decidan que los tiempos / nuevamente / deben cambiar. Es decir, el poeta deja intacta la forma del Samsara, en cuanto la historia se repite; sin embargo, hace una relectura de su contenido, pues toma esta repetición como una oportunidad para reescribir lo ocurrido. Esto le confiere al poeta un carácter activo frente a la historia y el tiempo, pues, fuera de esperar pacientemente a que las cosas se repitan, se está a la espera de dicha repetición para cambiar todo aquello que fue un error (dirigimos nuestro anhelo a un país mejor).   

El gran mérito de Adriano de San Martín en este poemario es el utilizar al Samsara como un artefacto de transformación social y política del mundo. Si todo es cíclico, lo que queda es esperar el regreso de los males para combatirlos y poder erigir finalmente la escritura corregida. |

[Texto íntegro reproducido de “Mediaisla, puente de palabras vivas”,con autorización de Adriano Corrales. Published: March 30, 2013 ]