Ilustración: Barrilete
Barriletes perdidos
Mi barrilete era blanco. Corazón de mis sueños, volandero y ágil, tenía de pájaro y tenía de ilusión cuando en la tarde del pueblo cruzaba como una ala perdida sobre los techos y los árboles.
Algo de locura había en sus colores, algo de leve y grande. Los cortaba cantando, y quizá por eso a veces tenían forma de canción. Resultaban inquietos, alegres, sin peso, hechos para volar. Aquellas horas despedían luz. Sobre el papel, ya de noche, me quedaba dormido, cansado por el afán. Y al fin los soltaba al espacio, los lanzaba al cielo, así como se suelta una esperanza para verla mejor. Ya estaban allá. ¡Gracias a Dios! Sentía que le había puesto alas a un ensueño. Aquél día era de victoria para mí.
El ocaso bañaba en chorros de luz las cometas aquellas. De lejos las conocía. Desde el patio las nombraba. Tenían nombres pequeños, dulcitos, ligeros, inventados con risas, para decirlos de prisa con la boca llena de sol: la loca, la alegre, la luna. La mía -la de seda, que fue orgullo del barrio- era conocida en aquellos lugares por "la cantadora" Zumbaba que era un tesoro. En el aire, al agitar sus aletas, producía un son aéreo, celeste, apenitas. Me venía por el hilo, lo recibía en las manos como una miel, y feliz, apretaba el ruido contra el corazón. Aquel barrilete era un milagro, una dicha. Lo soñaba roto. Lo soñaba cantando, lo soñaba perdido, enredado entre celajes, o sentía que de pronto, entre las manos asoleadas, en vez de una cometa blanca me palpitaba un lucero.
Cada vez que lo soltaba le daba un beso. Yo le daba consejos... y creo que me entendía. Cuidado con las nubes... baja luego... no se te olvide cantar fuerte para que te oigan todos los muchachos.
Como era blanco, se confundía con las nubes, con las palomas y con todo lo blanco. Ya no lo veía. Lo sentía, lo adivinaba. ¡Este barrilete loco se me va a perder! Porque pedía más hilo, más hilo.
Una vez, la tarde se me llenó de amargura. Lloré a mares. Yo estaba conmovido de placer. De repente sentí que no me llamaba. Me quedé mudo. Seguí con la fantasía el viaje remoto, muchos días.
Todavía no la puedo olvidar. Cierro los ojos y la veo. Pajarita de seda desesperada, la mejor del pueblo, ala y música, vuelo alegre, espíritu inquieto del celaje. El más afortunado de mis cariños, el más blanco de mis juguetes, la más alta de mis canciones.
Ahora que ya no tengo amores, ni vuelan sobre el patio de la casa los pájaros que fabricó mi candor, hay minutos de sombra en que me pongo a suspirar no sé por qué imposible que opacó mi vivir. Y siento ganas sagradas de beber otra vez el aire de aquel octubre que nos despeinaba a besos. Y vuelvo a ver la gloria triste de aquella tarde, cuando rompió su hilo mi barrilete de seda, ¡la primera esperanza que se me fue de las manos!
Barriletes perdidos
Mi barrilete era blanco. Corazón de mis sueños, volandero y ágil, tenía de pájaro y tenía de ilusión cuando en la tarde del pueblo cruzaba como una ala perdida sobre los techos y los árboles.
Algo de locura había en sus colores, algo de leve y grande. Los cortaba cantando, y quizá por eso a veces tenían forma de canción. Resultaban inquietos, alegres, sin peso, hechos para volar. Aquellas horas despedían luz. Sobre el papel, ya de noche, me quedaba dormido, cansado por el afán. Y al fin los soltaba al espacio, los lanzaba al cielo, así como se suelta una esperanza para verla mejor. Ya estaban allá. ¡Gracias a Dios! Sentía que le había puesto alas a un ensueño. Aquél día era de victoria para mí.
El ocaso bañaba en chorros de luz las cometas aquellas. De lejos las conocía. Desde el patio las nombraba. Tenían nombres pequeños, dulcitos, ligeros, inventados con risas, para decirlos de prisa con la boca llena de sol: la loca, la alegre, la luna. La mía -la de seda, que fue orgullo del barrio- era conocida en aquellos lugares por "la cantadora" Zumbaba que era un tesoro. En el aire, al agitar sus aletas, producía un son aéreo, celeste, apenitas. Me venía por el hilo, lo recibía en las manos como una miel, y feliz, apretaba el ruido contra el corazón. Aquel barrilete era un milagro, una dicha. Lo soñaba roto. Lo soñaba cantando, lo soñaba perdido, enredado entre celajes, o sentía que de pronto, entre las manos asoleadas, en vez de una cometa blanca me palpitaba un lucero.
Cada vez que lo soltaba le daba un beso. Yo le daba consejos... y creo que me entendía. Cuidado con las nubes... baja luego... no se te olvide cantar fuerte para que te oigan todos los muchachos.
Como era blanco, se confundía con las nubes, con las palomas y con todo lo blanco. Ya no lo veía. Lo sentía, lo adivinaba. ¡Este barrilete loco se me va a perder! Porque pedía más hilo, más hilo.
Una vez, la tarde se me llenó de amargura. Lloré a mares. Yo estaba conmovido de placer. De repente sentí que no me llamaba. Me quedé mudo. Seguí con la fantasía el viaje remoto, muchos días.
Todavía no la puedo olvidar. Cierro los ojos y la veo. Pajarita de seda desesperada, la mejor del pueblo, ala y música, vuelo alegre, espíritu inquieto del celaje. El más afortunado de mis cariños, el más blanco de mis juguetes, la más alta de mis canciones.
Ahora que ya no tengo amores, ni vuelan sobre el patio de la casa los pájaros que fabricó mi candor, hay minutos de sombra en que me pongo a suspirar no sé por qué imposible que opacó mi vivir. Y siento ganas sagradas de beber otra vez el aire de aquel octubre que nos despeinaba a besos. Y vuelvo a ver la gloria triste de aquella tarde, cuando rompió su hilo mi barrilete de seda, ¡la primera esperanza que se me fue de las manos!
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