El camino de Santiago
es un manto de neblina
que envuelve a los peregrinos;
es un amigo silencioso
que camina a tu lado;
es un sendero milenario
que alberga las huellas
que el tiempo ha plasmado
en el polvo, en las rocas,
en el follaje de los árboles,
en las montañas vigilantes
como dioses impávidos.
El Camino es un llamado de siglos,
una búsqueda eterna, una exploración,
una melodía de bordones
que anuncia pueblos sabios.
El Camino es una vereda muy larga
que sube y baja por el monte
con el sigilo misterioso
de un Santo Sepulcro
como fin.
El Camino es un altar de piedras
que derrumba los obstáculos;
es un crucero que cuelga
el sufrimiento de los transeúntes;
es la esperanza de caminantes intrépidos
que sigue una flecha amarilla.
El Camino es una corriente
de amigos despojados
de banderas y de fronteras;
es la complicidad de almas
que convergen en un sueño.
El Camino es un murmullo de voces;
es la mirada intensa de un sol
que calcina las debilidades;
es una sed de amor
que se sacia en una fuente;
es el ideal que no muere
en el cansancio;
es una ruta hacia uno mismo;
es un horizonte que se ensancha
en el alba.
El Camino es una alegría
que bulle en una jornada que se reinicia;
es una puesta de sol en una espalda
sudada y dolida;
es una proliferación de ampollas
en los pies que se derrama
en el calzado;
es la oportunidad de vivir intensamente
con una mochila, dos cayados
y un montón de romeros
que comparten el mismo sino.
El Camino es un vino añejo
que nos bebemos todos
en nombre de la humanidad;
es un rezo infinito, una danza
de incienso y mirra;
es una hilera humana
que repite con ternura:” !Buen Camino!”
El camino es un campo de olivos,
de girasoles, de puerro, de trigo
(…) donde la vida crece y se reafirma.
El Camino es la promesa a un hijo que se ama
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