CUENTO
FUENTERROBLES
A Amparo
y Héctor.
Ricardo Llopesa
El viejo juez
respira hondo sentado en su silla de rueda bajo la sombra de un árbol. Los
altavoces del cine Tíboli comienzan a sonar “España Cañí” y “Dos gardenias”, de
Machín. Es día sábado, día de fiesta. Son las ocho de la noche y la gente se
arremolina frente a las tres puertas del cine. Los viejos se pasean. Los niños
corretean. Una mujer vende maní. En la ventana de los Esuperios se asoman dos
cabezas, a través de los cristales sucios. Se estrena “La violetera”.
El ruido asalta la paciencia de las
ovejas y berrean en el establo. Los estorninos vuelan de un lado a otro del
cielo azul confundidos por el eco de los altavoces. La gente mira a la pared,
de donde sale la música, en busca de las trompetas de la “España cañí”. Miran
el mismo frontal, rematado en escalera que asciende por ambos lados, hasta
juntarse en el centro. El viejo juez se remueve en su silla de ruedas. Debajo
del capitel hay tres flechas que indican el futuro y el pasado, a derecha e
izquiera. Sólo la del centro indica la ascención al cielo. El viejo juez saca
su pañuelo. Una franja con círculos en relieve señala el punto que separa la
planta baja del primer piso del palco.
A pocos pasos está la plaza como una
enorme puerta abierta. En el centro hay una fuente triste con cinco farolas, y
más allá, en la esquina, la casa del Tío Jacinto, con su enorme barra de
madera, donde se despacha vino y habas picantes, cuando las hay. Por encima de
la barra saltan a los ojos una ristra de ajos secos y un manojo de chiles
verdes.
En verano llega la orquesta.
Rodeando la plaza se colocan silletas para las damas. El viejo juez suspira.
Los hombres merodean. El pasodoble empuja la adrenalina y dispara a los más
jóvenes a ir detrás de las chicas, solicitando el baile con el brazo extendido.
Cuando suenan los boleros, ellas encogen el codo, vigiladas por las madres,
para evitar el roce. De la farola central salen serpientes de cuerdas con
banderitas de España.
La música se pierde en el cielo
oscuro que cae sobre las viñas negras y el trigo. Todos bailan. Las niñas se
agitan, pero los niños parecen palos secos. Las viejas mueven las caderas,
mientras dibujan piruetas con la boca, como queriendo dar el paso olvidado. Al
día siguiente, la realidad regresa a Fuenterrobles.
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