Sanlúcar de Barrameda
Prosa poética
Rubén
Ricardo Llopesa
El camino es largo.
Para travesía tan lejana he calzado botas. Al salir de El Toboso pregunté a un
anciano la dirección a seguir. Con el dedo índice me indicó el sur, sin decir
nada.
Al llegar a Sanlúcar de Barrameda
paré en un manantial a beber su agua cristalina. Una mujer joven, casi
adolescente, llenaba su cántaro y le pregunté:
―¿Voy bien por este camino a Palos de la Frontera?
―Sí,
señor ―respondió ella―. Va usted en buena dirección.
Al llegar la noche hubo una tormenta
y tuve que resguardarme bajo la sombra de un árbol. A la mañana siguiente seguí
la marcha bajo el sol.
Después de mucho andar, pregunté a
una niña, con un racimo de uvas negras en la mano.
―Sí, señor ―respondió la niña. Ella
extendió su mano en señal de ofrecimiento y yo tuve que decirle que no comía
uvas negras.
En Puerto de Palos, tras muchas
vicisitudes, por fin tomé el barco. El viaje fue largo, pero llegué. En una de
sus calles pregunté a un ciego:
―Oiga, usted, ¿es esta la ciudad de
León?
―Sí, señor. ¿Se puede saber a quién
busca usted?
―A Rubén Darío, el poeta.
―Señor, Rubén Darío murió hace cien
años.
―¡Qué rápido pasa el tiempo!
―murmuró el hombre.
―Señor, ¿se puede saber de dónde
viene usted que lo veo sucio y con barba?
―Señor, vengo de España.
―¿Y se puede saber cómo se llama
usted?
―Miguel de Cervantes Saavedra.
―¡No me lo puedo creer! ¿El autor
que dio vida a Don Quijote y su escudero Sancho?
―Sí, señor. Los escritores no
morimos.
Pozo Lorente, 27 de
julio de 2014
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