iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles
Crónica desde España
LA YESA
RICARDO
LLOPESA
A Amor Gamir Jordán
Estoy sentado en la terraza del Bar Plaza. Al frente tengo el
Ayuntamiento. En el balcón ondea la bandera valenciana, junto a la bandera
española. En la esquina de la derecha unos carteles que terminan en forma de
flecha señalan dos direcciones opuestas: “Villar del Arzobispo 31” y “Titaguas
14”. Quiere esto decir que los poblados no están muy lejos. Frente a ellos,
otro rótulo anuncia: “Arcos de las Salinas 21”.
A mi espalda tengo la
iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, vieja, de piedra macisa y con cinco
escalones grandes. Quiere decir que las lluvias del pueblo son torrenciales y
la corriente inunda las calles. Está abierta. El interior es sobrio. Tiene una
sola nava central, rodeada de altares, a derecha e izquierda. Al fondo, se
encuentra el altar mayor, rodeado de seis columnas que soportan la cúpula. Una
especie de cielo majestuoso, rematado con una cruz de oro y un santo que parece
San Cristóbal.
Los arcos y el conjunto,
de formas triangulares y líneas rectas, hacen pensar que se trata de una
iglesia neoclásica, del siglo XVII. Su púlpito decorado con pinturas me
recuerda los tiempos cuando el sacerdote subía a dictar las normas de conduca
del pueblo. Hoy la iglesia está vacía. No falta mucho para que se llene a oír
la misa. Estoy sentado en el último escaño desde donde contemplo la soledad. En
este momento, las campanas dan las doce campanadas. El eco se expande por
encima del tejado de las casas. Es un sonido triste que resplandece en el color
apagado en las pinturas del templo. Su interior es mustio. Es una flor que
pareciera marchita por el tiempo.
Bandadas de golondrinas
llenan el cielo azul. Un muchacho que corretea por la calle me acaba de decir
que las golondrinas han llegado hoy, porque ayer no había ninguna. Mientras
vuelan, cantan. El cielo se llena de armonía de voces. Percibo su alegría.
Aquí, en La Yesa, el clima es bueno. Sopla un viento agradable que viene de la
montaña. Aunque montaña hay por todas partes. El pueblo está metido entre
montañas. El verdor lo cubre todo. Aquí todo es verde. Por lo visto, los
árboles nacen solos. Sólo en la plaza no hay árboles, porque la plaza es apenas
un rincón del atrio. Hay un árbol joven, todavía adolescente, que bo llega a
árbol. Me ha corregido Amor. Una muchacha delicada y bella que tiene el
privilegio de llamarse Amor. Una diosa en La Yesa. Pienso en Diana, reina de
los montes y veo a Amor caminando de la mano de Cupido, con su carcaj de
flechas al hombre.
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