Luis Ibarra Mayorga
MIS TRES MAESTROS
2. LUIS
IBARRA MAYORGA
(Nicaragua,
1890-París, 1977)
Por Ricardo Llopesa
Luis
Felipe Ibarra Mayorga había nacido, en Chinandega, el 26 de diciembre de 1890 y
murió en París el 6 de agosto de 1977. El “Diccionario de autores nicaragüenses”
destaca que fue poeta, conferenciante, compositor y diplomático. En 1930
ofreció su primer concierto en el Colegio de Señoritas de San José (Costa Rica)
Luego viajó a España a realizar estudios de música, primero en Barcelona,
después en Madrid, donde le sorprendió la guerra civil. Colaboró en el bando de
Gabriela Mistral y Pablo Neruda, que posteriormente se trasladaron a Valencia con
el objetivo de colaborar con los barcos de republicanos que enviaron a
Latiniamérica. Al final de la guerra se disfrazó de miliciano, tomó un barco
para Marsella y llegó a París. Se ganó la vida por las calles recogiendo y
vendiendo chatarra (“hierros viejos”, decía él). En París hizo estudios de
Psicología Experimental, bajo la enseñanza de Mme. Monmessori. A la entrada de
los alemanes, el Encargado de Negocios de Nicaragua en París, el escritor
Eduardo Avilés Ramírez huyó. Ibarra se hizo cargo de la Legación, pero los
alemanes lo cogieron dando salvoconducto a españoles y latinoamericanos que
huían de París. Estuvo en varios campos de concentración, hasta su liberación
en 1945. En 1952 fue nombrado Agregado Cultural de la Embajada de Nicaragua en
Francia y en 1961, Cónsul General hasta su fallecimiento.
Desde
la primera cena en su casa, hasta su muerte, fuimos amigos. Aquel hombre
menudo, esquelético, ágil, nervioso, diligente y humano, enemigo de la guerra y
admirador de Ghandi, sería mi segundo maestro. Podría decir que fue él quien me
inició en la visión de un mundo distinto. Con él la literatura y la política
tuvieron en mí otra perspectiva, más cívica, más humana y más comprometida. De
él se decía que era comunista, pero como diplomático de la dictadura de Somoza
sabía resguardarse bajo el techo del silencio. Nosotros, en nuestros primeros
tiempos solíamos visitar a los republicanos españoles en el exilio, que hacían
sus actividades en la Mutualité de París, por entonces dirigida por Pierre
Biessy, de la Academia Francesa, sobre quien escribí mi segundo artículo tras
su muerte.
Yo
también buscaba a los españoles por mi vínculo sentimental con Granada, hasta
el punto de buscar entre ellos la amistad y preferencias. El “Rincón Español”
fue uno; el otro, la Casa de España, pero los de la Casa, republicanos
catalanes que habían sido diputados y senadores, también periodistas, fueron
para mí personas a quienes recuerdo con gratitud.
Como
el Cónsul supo de mi amistad con los primeros hippy que llegaron a vivir en la
acera del Sena, donde bebíamos, cantábamos y hasta practicábamos el amor libre,
Ibarra se escandalizó y me mando a llamar para vivir en su casa, en el
Boulevard Magenta, número 90. Él quería que yo estudiara una carrera de letras
y que abandonara mi idea de la medicina. Para conseguirlo me llevó a
conciertos, recitales de poesía, conferencias, pero lo más importante es que
gracias a él conocí a lo mejor de la literatura latinoamericana que por aquel
entonces del 66-67 vivía en París.
Al
primero en conocer fue a Miguel Ángel Asturias. Yo no sabía quién era aquel
indio de piedra, sereno y majestuoso. Para conocerlo, el Cónsul Ibarra me dejó
el Popol Vuh para que lo leyese. Sorprendido por aquella escritura tan
extraña, le hice varias preguntas acerca del libro y la manera de escribir un
cuento. En nuestros varios encuentros tenía claro cómo se podía escribir un
cuento y hasta una novela. Me había revelado su técnica. Luego vinieron otros
como el cubano Juan Maranillo, que representaba a Cuba en la UNESCO, al igual
que el poeta ecuatoriano Carrera Andrade y muchos otros. Entre ellos sentí el
deseo de convertirme en escritor algún día.
El
Cónsul Ibarra se sentía feliz al ver mi cambio de postura. Algo había en él que
miraba dentro de mí. Quería formarme y transformarme. Muchos años después de su
muerte supe que hizo de mí lo que no había podido hacer con sus hijos: convertirme
en poeta. Es cierto, en París escribí, tras varias lecturas de Tagore, charlas
e incursiones sobre la filosofía de Ghandi, mi primer poema sobre la madre
muerta.
El
padre del Cónsul Ibarra, Felipe Ibarra (1853-1936), lingüista y poeta, autor de
un libro manuscrito e inédito, Becqueriana,
que tuve entre mis manos, fue el iniciador de Rubén Darío en la poesía.
Hay
una anécdota curiosa, a este respecto, que cuenta Anselmo Fletes, es la
conversación entre Bernarda Sarmiento, tía abuela de Darío, y un amigo de la
familia, José Rosa Rizo:
―¿Qué hago con
Rubén, don Rosa? Me lo está echando a perder Felipe.
―¿Y de qué
modo se lo está echando a perder, señora?
―Pues,
enseñándole a hacer versos. Va a arruinármelo. ¿Qué me aconseja usted?
―Pero Rubén no
hará más que copiar los versos de Felipe, señora, y no veo en eso ninguna
ruina.
―¡Qué sabe
usted don Rosa? Rubén los saca de su propia cabeza. Yo lo he visto escribirlos.
Me lo arruinó enseñándole a hacer versos.
―Doña Bernarda
―dice el doctor Rizo―, ¿tiene usted algunos versos escritos por
Rubén?
―Aquí están
los versos ―exclama la señora y alarga al doctor Rizo unos
papeles.
Éste lee. Abre los tamaños ojos, se exalta y por fin
dice:
―Doña
Bernarda, así no hace versos Felipe. No pueden ser de él. La letra es toda araños:
hilución con h y con c… estreyas… coracón. ¡Pero qué ideas de muchacho!
Es
otra faceta en la que Ibarra me inició en el conocimiento de Rubén Darío. Lo
leíamos juntos, hablábamos, me sacaba de su armario gris páginas entonces
inéditas. Fue él mi verdadero iniciador. Por más que luché contra la idea de la
literatura, París fue mi perdición. Tuve muchos momentos de duda, pero había
caído en la redes de la poesía. Llegué para leer a Víctor Hugo y regresé a
España recordando los versos sencillos de Jacques Prevert.
Para
el mes de noviembre o diciembre llegó a París el Ministro de Educación de
Nicaragua, José Sansón Terán. Venía a uno de los congresos anuales de la UNESCO. Como faltaba
personal diplomático en la delegación, me nombró miembro de una de las
comisiones para representar a Nicaragua, siguiendo las instrucciones de dar el
voto a los Estados Unidos, a pesar de una propuesta cubana de alto valor para
el desarrollo de la educación como era incluir las clases prácticas para
aquellos alumnos que no desearan continuar la carrera universitaria.
Fue
también por esa época cuando acordé llevar al Consulado a la Junta Directiva de
la Casa de España, después de que la Casa decidiera organizar un Homenaje en el
Primer Centenario del Nacimiento de Rubén Darío, que me encargué de coordinar.
La visita al Consulado fue amenizada por la propia banda de la Casa, Ibarra
tocó al piano, pero todo terminó aguadeándose a raíz del pica-pica que soplaron
los muchachos de la orquesta y mi amigo empezó a estornudar.
La
noche del 31 de diciembre de 1966, cenamos con Mme. Ibarra en un restaurante de
los Campos Elíseos, entre abrazos y besos, principalmente los besos que los
hombres dábamos a las muchas que pasaban por la avenida.
El
Homenaje a Darío tuvo lugar el 18 de enero de 1967 en el enorme salón de actos
de la Casa de España, donde cabían dos mil personas, situada en el boulevard
Stramburg.. El invitado para hablar era el conde Miguel D’Escoto, Embajador de
Nicaragua en Francia. Habló, fue muy aplaudido por más de mil españoles, se
abrazó con los directivos de la Casa y a los pocos días llamó a Ibarra y a mí
para presentarnos en la Embajada.
El
Embajador estaba hecho una furia contra nosotros dos. Llamó a Ibarra
“comunista”, lo insultó y yo recibí otra perorata terrible. Ambos fuimos
expulsados de la Embajada, con las siguientes restricciones: no teníamos
derecho a tabaco ni a güisqui, pues yo recibía una botella y dos cartones cada
semana.
En
París conocí a dos amigos de Rubén Darío, el colombiano Alberto Zérega Fombona,
que estaba muy mal de salud, vivía en el Hotel Lutecia, casi inválido, y el
uruguayo Hugo David Barbagelata, historiador que había sido secretario de José
Enrique Rodó.
Cuando
Pablo Neruda llegó a París a ocupar el cargo de Embajador de Chile le pedí al cónsul
Ibarra que me lo presentase. Yo estaba impaciente por conocer al poeta que había
llenado mis noches de sueños de amor.
Pasaba el tiempo y nada. Hasta que un día me dijo Ibarra: “Voy a invitarlo a
una reunión de amigos en el Consulado”. Y así fue. Neruda llegó, llegaron
otros, pero mi estrella era Neruda. En un momento en que Neruda estaba solo le
pedí que me leyese el “Poema veinte”, pero a medida iban saliendo las palabras
de su boca lo sentía más distante. No podía creer que el poeta que había escrito
grandes versos pudiera leerlos tan mal. No hacía mucho, en una de las tantas
tertulias que se hacían en París, había oído el mismo poema en la voz de un
actor colombiano que me puso los pelos de punta.
Pero
con quien más amistad hice fue con Barbagelata, ya anciano, patriarcal, sentado
en su sillón clásico, venerable y noble.
Ibarra
me mandó a Grenoble con una beca del gobierno francés, en calidad de
“estudiante privilegiado”, a hacer un semestre sobre novela francesa. Ahí, en
la Biblioteca Pública, tuve entre mis manos los manuscritos de Stendal. El frío
y el viento en la calle eran insoportables y la niebla lo encerraba todo en un
espacio cerrado donde no veía a más de un metro de distancia. Cuando terminé le
escribí diciéndole que regresaría a España
―Vete a España, pero pasa por Valencia. Es una ciudad pequeña y muy
bonita ―me adelantó―. Pero antes vé y conoce al Cónsul en
Barcelona, el Dr. Ernesto Selva, que somos viejos amigos, para que te preste
todo tipo de ayuda si la necesitas. Yo le escribiré.
Y
así fue. Nuestra amistad duró hasta su muerte y más allá de su muerte, porque
al morir, su hermano Salamón Ibarra Mayorga (1887-1985), autor del Himno
Nacional de Nicaragua escrito en 1912, quien por entonces vivía en san José, me
escribió una carta diciéndome: “Si usted fue amigo de mi hermano también es
amigo mío” y reprodujo en un librito, titulado Homenaje a Luis Ibarra,
un artículo mío publicado en La Prensa,
de Managua.
Mi
amistad con Salomón fue muy intensa. De él conservo su última carta, escrita
poco antes de su muerte a la edad de 98 años, el 2 de octubre de 1985, así como
el Himno Nacional de su puño y letra. Salomón publicó en vida una Monografía del Himno Nacional de Nicaragua
(1955) y el libro de poemas Gris
(1975). He aquí la carta de Salomón Ibarra, fechada en Tegucigalpa, el 11 de
agosto de 1985. Es decir, mes y medio antes de su fallecimiento:
Mi querido Ricardo:
Por fin después de una dolorosa y larga crisis de
salud, que me ha dejado con los ánimos caídos.
Respondo a su última carta, que no tengo a mano, pero
recordando de ella algunos puntos que vienen al caso y lo hago del modo
siguiente: 1) Agradéscole mucho, los amables conceptos que figuran sobre mi
humilde persona, en su importante revista “OJUEBUEY”
y por la publicación en ella de mi pequeño poema “Tintas del Trópico” 2)
Recordando que entre algunas de las poesías que le envié hace algún tiempo iba
una titulada con el nombre “El bastón de mi Padre” que le suplico devolvérmela
a vuelta de correo, dejándose usted una copia. Necesito ese poema, para
publicarlo en mi próximo libro titulado “Cenizas que arden” del cual le enviaré
a usted un ejemplar. Me pide usted mi retrato y ahora le mando 2. Uno de hace
un año y el otro de tres meses.
3) No le escribo más,
como yo quisiera, por la impotencia anímica, pero le ruego encarecidamente,
enviarme a vuelta de correo su contestación.
Deseándole toda clase
de felicidades, me suscribo como siempre.- Su servidor y amigo que le quiere
mucho,
Salomón Ibarra
Mayorga.
En
cambio, el cónsul Luis Ibarra, publicó en francés Quelques vers au XXe siècle (París, 1947); la conferencia leída en
la Sorbona, en 1947, El genio de una raza
y la riqueza de un continente
(París, 1948) y el libro de poemas Deuze
chants, traducido al francés por Claude Couffon (París, 1951). También dejó
inédito un cuaderno didáctico: El método
Montessori en la pedagogía contemporánea y unos Cuadernos musicales, que reúne su obra musical.
El
cónsul Ibarra murió en París, el 6 de agosto de 1977, a la edad de 87 años.
Aquí reproduzco la última carta que me envió, escrita el 10 de julio; es decir
poco antes de su muerte:
Estoy muy contento de
haber recibido su última carta del 2 de los correspondientes en la que me
participa la pérdida del primer hijo que tuvo su esposa y las operaciones a que
fueron sometidos en Masaya su tía y su cuñado Juan José. Gracias a Dios todo
salió bien por una parte y por la otra.
Cuídese y también
cuide también a su esposa porque el haber perdido el primer hijo es algo que
hay que tener en consideración para el futuro.
Recibí también el
recorte de prensa (fotocopia) del artículo suyo que había sido publicado en “El
Centroamericano”.
En cuanto a este su amigo, continúo siempre delicado
de salud sobre todo cuando me veo obligado a salir a la calle con el clima de
París, que está aún frío y lluvioso a pesar de estar acabando ya la primavera.
Sin embargo no pierdo las esperanzas de viajar a Nicaragua y sólo espero los
pasajes que debe enviarme nuestro Gobierno. Quizá la política actual en el país
no sea buena y por consiguiente, según las noticias que de allá tengo, haya
algo que perturbe al Gobierno porque éste ha ordenado restricciones muy severas
para todas las personas que desean viajar a Nicaragua, sean ciudadanos
extranjeros o nicaragüenses.
Es bueno que Ud. publique su libro puesto que está en
la mejor edad de producción literaria, si Ud. realiza esta publicación será
para Ud. un estímulo más en su vida de escritor.
Yo no sé si Ud. recibe los periódicos de Managua pues
a mí me gustaría leer algo de lo que pasa en nuestro país, ya que el mundo está
muy revolucionado y aquí en París, la radio da publicación a crímenes que se
cometen constantemente en el mundo. Esto no pasaba cuando yo estaba recién
llegado a la capital francesa, es decir que estamos viviendo un estado anormal
en lo que respecta al mundo y a sus luchas por vivir.
Espero pronto sus noticias y si le escribe a su madre
no se olvide de decirle que guardo siempre para ella un verdadero cariño por
todas las finezas que tuvo para conmigo en Masaya.
Si por casualidad ve Ud. en las librerías un libro
nuevo o viejo sobre Gabriela Mistral, le agradecería me lo enviase. Yo le
reembolsaría los gastos del mismo.
Sin otro particular y con saludos cariñosos para su
señora, le abraza siempre agradecido este su amigo a quien Ud. debe estímulos
que no se pueden pagar con nada,
Luis
IBARRA
Cónsul
General de Nicaragua
Como
documento inédito reproduzco la carta del General Charles de Gualle, Presidente
de la República Francesa, en respuesta al envío de su poemario, Vuelques vers au XXe siècle (1947).
LE GÉNÉRAL DE GAULLE
París, el 17 de enero de 1969
Monsieur le Cónsul Général
Vos poèmes m’ont paru trés Meaux et émouvants, notamment ceux qui
révèlent la part que vous avez prise aux épreuves de la France.
C’est vous dire combian je suis sensible à l’aimable pensée que vous
avez eue de me les adresser. De cette attention et de l’envoi qui accompagnait
votre recueil je vous remercie bien sincèrement.
Veuillez croire, Monsieur le Cónsul General, à mes sentiments les plus
distingués et les meilleurs.
C.
de GAULLE.
Monsieur Luis IBARRA
Attaché Culturel
Cónsul General du Nicaragua
89, Boulevard de Magenta
PARIS 10ème.
Dos de los poemas preferidos de
Ibarra eran “Canto salobre de eternidad”, que pertenece a su primer libro de
1947 y el segundo “Cantar, siempre cantar”, en versión original que encargó
para su traducción al francés a su amigo Claude Couffon, que se titula Douze Chants (París, 1952).
CANTO SALOBRE DE ETERNIDAD
Canto salobre de eternidad
es mi canto:
El mundo está perdiendo su faz;
los hombres cavando cada vez más el cielo
con turbada osadía.
Truenan todas las aguas sucias
y todas las tormentas dentro de nuestro barro.
Volveremos al mundo troglodita?
Los cuervos devoran a los cuervos;
las águilas ebrias de altura
desgarran el misterio.
Preñado está el Planeta de antinomias ocultas.
El ojo de Dios comienza a manifestarse
en su caída con su verde color enmohecido.
La tierra suda petróleo y sangre,
hieden a podredumbre sus axilas,
los rostros y las almas traslucen
oro y acero en las pupilas.
El homo-sapiens para monstruos y ritmos
contra los ritmos planetarios.
Cavando, cavando vamos
cada vez más el cielo,
cada vez más el suelo
con nuestros fierros,
con nuestros hierros,
con nuestros yerros…
Vamos perdiendo, vertiginosamente,
el ritmo puro de nuestra danza.
Estamos locos de ciencia
cavando sepulturas a la Esperanza
cavando cada vez más el cielo
cada vez más el alma.
CANTAR, SIEMPRE CANTAR
Cantar, siempre cantar,
cantar y danzar sobre
las hojas muertas de nuestra carne
para no desesperar.
La muerte,
colgada a nuestro cuerpo
como fruto a la rama,
como hermana gemela de nuestra sombra,
marcha al lado,
por delante, detrás,
poniendo puntos suspensivos
al río de nuestra sangre.
En cada día,
en cada noche
se ocultan crímenes o alboradas.
Amanecemos frescos
o amortecidos
según las luces del minuto que pasa:
puñales, manicomios, dinamitas, diamantes
orgías, cataclismos o adivinaciones-
El tiempo marca
con ritmo cierto
el movimiento de nuestras piernas,
los contratiempos del corazón
y el final retorcido de nuestro canto y danza.
Sobre la última cama
para el último sueño
la Tierra nos embarca de nuevo
en sus caderas amplias.
Entre
los muchos documentos que conservo del cónsul Ibarra, figura una tarjeta postal
de Gabriela Mistral:
Los Ángeles 1946
Caro amigo Ibarra:
Caminé con sus
alientos por varias partes. Qué humano y noble es usted. Yo necesito saber si
se decide a regresar. Está Ud. perdiendo allí la razón de su vida. Esto le
pesará mucho más tarde; le pesará enormemente. Dígame si le ofrecen algo de su
país. Escríbame al Consulado de Chile a los Ángeles, por ahora.
Afectos y recuerdos de
Gabriela
No
obstante, me parece oportuno dar a conocer la parte menos conocida suya, que
fue la más importante en su vida, la de compositor clásico, donde desarrolló
una pequeña pero intensa actividad en cuanto a lo que corresponde a la
ejecución de su obra.
Este documento lo redactamos juntos
y permanece inédito. La falta de comas, giros de lenguaje y cualquier otro
error es sólo culpa mía, porque fui el responsable de pasarlo a máquina, en
1967:
TEXTOS MUSICALES DE LUIS IBARRA
La mayoría de estas obras han sido ejecutadas.
1º.- En el año 1934 en el Conservatorio Nacional de Música de Madrid
habiendo tocado al piano “LYNCHESCA” (Valse-Caprice), el Maestro Ataulfo
Argenta.
2º.- En 1939 en un concierto patrocinado por el Cuerpo Diplomático de
Centro-América en honor de Madame Ernestina Corma se ejecutó unas obras de las
obras del Profesor Luis Ibarra, “CANCIÓN DE CUNA”; el referido concierto tuvo
lugar en la Escuela Normal de Música de París bajo la dirección artística de
Alfred Cortot.
3º.- En 1948 fueron ejecutadas por una orquesta de cincuenta profesores
en el festival que tuvo lugar en el Gran Anfiteatro de la Sorbona, bajo la
presidencia del Rector de esta Universidad.
4º.- En noviembre de 1965 tuvo
lugar otro concierto en la Casa de la América Latina, acto que fue organizado
por la célebre concertista internacional Madame Ginette Martenot de Lazard. En
este concierto fueron interpretadas por el instrumento “Ondas Martinit”, las
obras del Profesor Ibarra.
Pero esta relación de sus
actividades que redactamos a máquina no fue completa porque guardo entre mis
papeles otra más extensa, escrita de mi puño y letra, lo que quiere decir que
él y yo hicimos una relación que debíamos agregar:
1927.- Colegio de Señoritas de San José de Costa Rica.
1929.- Managua, Nicaragua.
1930.- En el Liceo de San José C. R.
1931.- Centro Artístico de Barcelona
1935.- Conservatorio Nacional de Música de Madrid
1948.- Gran Anfiteatro de la Sorbona
1952.- 29 oct., en España, Barcelona, siendo Consejero Cultural de la
Legación de Nic.
1957.- El 12 y 14 de Mayo en Managua
1965.- Maison de l’Amérique Latine en las Ondas Martinot
1966.- En junio, Sala O.P.I.C. de México, patrocinado por la Asociación
Cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores de México.
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