Francisco
Carrasquer
NICARAGUA, YA MÁS CERCA
Por Francisco Carrasquer
(Albalate de Cinca, 1915-Tárrega, 2012)
Premio de las Letras Aragonesas 2006
Estamos ante el libro de un poeta, y por su título
está claro (Ricardo Llopesa: El ojo del sol. Ensayo sobre literatura nicaragüense.
Editorial Instituto de Estudios Modernistas, Valencia, 2004). Es éste un libro
que hace las veces de manual, pero sin dejar de estar adornado con los
atributos literarios del ensayo. En todo caso, lo primero que me urge decir es
que a su autor le hemos de estar muy agradecidos por habernos dado a conocer la
literatura nicaragüense. El autor de este libro, que lleva casi cuarenta años
en España, sabe muy bien que estamos los españoles bastante pobres en el
conocimiento de literaturas hispanoamericanas y él, como nicaragüense que es,
habrá pensado: déjenme informarles sobre las letras de mi país, para empezar. Y
ha hecho muy bien. ¡Gracias!
La verdad es que Nicaragua no nos sonaba más que por
Su Poeta, Rubén Darío, y nuestro autor, excelente rubendariólogo él mismo, ha
querido extender su información sobre otros poetas que brillan en la vasta
constelación lírica nicaragüense, porque vale la pena, ¡ya lo creo!
De todos modos, precisamente por dirigirse a los
españoles, ha creído inevitable empezar su estudio por El Poeta Nicaragüense y
le dedica a Rubén Darío las primeras veintitrés páginas. Éste capítulo lleva el
extraño título de “Lo efímero, lo precioso y hueco en la poesía de Rubén
Darío”, título que hay que tomar con su carga de ironía, naturalmente. Lo que
me recuerda mi propia experiencia de lector de poesía, que al releer a Rubén
Darío a los treinta años y pico me di cuenta que en mi primera lectura, ¡en el
frente de guerra!, a mis veintiún años, no lo había entendido en absoluto. Y me
sentí obligado a escribir mi “Palinodia por Rubén Darío” en desagravio.
Retengamos el ejemplo que pone Ricardo Llopesa para
desengañar a aquel joven en el frente de guerra que entendía el cortejo por
“efímero”, lo elegante por “preciosista”, y lo multívoco por “hueco”. El
ejemplo propuesto por Llopesa no podía ser otro que “Sonatina”, claro. Poema
que, un poco como penitencia de mi largo error sobre la poesía de Rubén, he
remedado de algún modo en mi poema “Sonetina”, que aparecerá en mi poemario, Pondera,
que algo queda (Editorial Alcaraván, Zaragoza, 2005), contra el perverso
dicho español: “Calumnia que algo queda”.
Volvamos a la “Sonatina”. “Siete de las ocho
estrofas del poema —comenta Ricardo Llopesa— están cargadas por esa presión de angustia que vive la princesa. Al
mismo tiempo, la esperanza. Angustia y esperanza son los ejes del poema; pues,
mientras la situación es angustiosa ('la princesa está triste', 'No ríe', 'está
pálida') hay en la ilusión de la princesa un sueño de oro por encontrar un día
a su príncipe azul, que ha de liberarla de su prisión de mármol” (pág. 29).
“Pero en la 'Sonatina' —continúa Llopesa— el móvil es uno: ejercer una crítica al naciente capitalismo que
ejecuta la libertad de anular la libertad, mediante la elaboración de una
sociedad edificada sobre los pilares del individualismo y el egoísmo
materiales”. Algo, pues, que no tiene nada de “efímero”, de “precioso” y
“hueco”, ni mucho menos. La puntilla a esta cuestión nos la da Llopesa en estas
dos líneas:
La princesa “está presa en sus oros, está presa en
sus tules. Es una prisión de lujo, pero prisión, al fin y al cabo”.
¡EXTRAÑO CAMBIO TAN BRUSCO!
Después de Rubén Darío (1867-1916), en vez de seguir
las huellas de poeta tan universal, la poesía nicaragüense se repliega sobre sí
misma como queriendo volver a sus orígenes, al parecer cansada de las escapadas
y “pasos adelante” del genio de León. Y a esta suerte de repliegue, tal vez
también crisis de identidad, responde la obra de un gran poeta, muy poco
conocido en España, Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), de familia procedente de
Granada, ciudad patricia nicaragüense y centro católico de la nación, donde
Pablo Antonio Cuadra cursó estudios en el Colegio Centroamérica, regentado por
jesuitas. Luego, siendo todavía estudiante, fundó en la misma ciudad el
Movimiento de Vanguardia (1931), publicó su primer libro, Poemas
nicaragüenses (1934); fundó la revista de literatura Cuaderno de Taller
San Lucas (1934) que alcanzó prestigio internacional. Al igual que la
revista El pez y la seroiente (1961)
y La Prensa Literaria (1964), que viven hasta hoy. Fue director del
diario La Prensa; decano de la Facultad de Humanidades; Premio Gabriela
Mistral de la OEA; Hijo Dilecto de Managua; Doctor Honoris Causa por varias
Universidades, y candidato al Premio Nobel de Literatura en 1992.
Pablo Antonio Cuadra padeció dos encarcelamientos
por orden de los dictadores Somoza padre y Somoza hijo, y la persecución y el
exilio durante la revolución sandinista por defender las libertades con firmeza
frente a la dictadura militar en que embarrancó al fin aquella revolución que
en principio había querido ser la redentora de los pobres.
Trece son los libros de poesía publicados por Pablo
Antonio Cuadra. El primero, Canciones de pájaro y señora, escrito entre
los 17 y 19 años, edlitado fragmentariamente en 1964 por el Instituto de
Cultura Hispánica, hasta su publicación completa y definitiva en el volumen I
de Obras poéticas completas (San José, Libro Libre, 1983). Los poemas
son breves, con abundantes romances y predominio del verso corto, diálogos del
género narrativo y constante búsqueda de musicalidad, el lenguaje coloquial y
la aliteración.
Así podríamos seguir poniendo ejemplos de los doce
poemarios restantes, sugeridos y glosados por Llopesa. Como también podríamos
seguirle en sus comentarios sobre los poetas que merecen mención
postrubendariana, que son: El virtuoso del “prosema” (lo que también llamamos
en España “proema”) Ernesto Mejía Sánchez. El gran simbolista Carlos Martínez
Rivas. El célebre precursor del “Sacerdote Obrero” o “Teólogo de la Liberación”
y poeta “exteriorista”, como él gusta llamarse, Ernesto Cardenal. Y, por
último, otro “prosemista” bien dotado, Francisco Valle.
Pero el libro que sacamos aquí a relucir no acaba
así. Ricardo Llopesa (profesor y Académico de la Lengua) nos reserva su trabajo
“Los Raros desde la óptica de Jorge Eduardo Arellano” de veinte y nueve
páginas. Y como florón nos regala Llopesa un bello resumen de “Literatura
nicaragüense” desde su origen hasta el siglo XX.
Así, gracias al buen saber y del maestro Ricardo
Llopesa, el lector de El ojo del sol, se habrá dado un paseo tan grato
como aleccionador por la mejor Nicaragua, a la que nos ha acercado nuestro
autor por el lado más bello: por sus letras y, en especial, por su poesía
única.
Tárrega, octubre de 2004.
No hay comentarios:
Publicar un comentario