Carátula de libro
LECCIONES DE LITERATURA ESPAÑOLA
Por
Ricardo Llopesa
Hay libros que
dejan huella. El escritor nicaragüense José Argüello Lacayo, que tiene tanto de
sabio como de erudito, acaba de rescatar del olvido una parte importante de la
obra titulada “Lecciones de Literatura Española”, de Santiago Argüello, el
escritor amigo de Rubén Dario. El libro tienes dos destinatarios
impresindinbles, además del lector, los profesores y los estudiantes
nicaragüenses de bachillerato. El libro es alegre y anecdótico en todo su
recorrido y despierta histerés a medida avanza. Yo recuerdo aquellas clases
amenas que impartía el académico y doctor Enrique Peña Hernández, en el
Instituto Nacional de Masaya. Eran alegres y anecdóticas.
De joven pensaba
que la literatura española no servía para nada. Pero estaba en un error, porque
de su fuente procede el pasado que nos ha llevado a ser lo que fuimos con
nuestro gran Rubén Darío y, además, lo que somos, la manera de ir
fragmentándonos hasta llegar a nosotros. Esa es la manera humana de contar del
modernista Santiago Argüello, excelente prosista. Confieso desconocer estas
“Lecciones de literatura española”, modesto, como tienen que ser las grandes
cosas, pero gran libro que abre una ventana por lo breve y el acierto de cada
uno de los temas. Nunca mejor dicho que lo bueno, si breve, es dos veces más
bueno.
Tras su lectura he
quedado sacudido por la emoción que produce tanta sencillez y precisión. Eso es
estilo. Es el estilo modernista que supo sacarle provecho a la síntesis del
lenguaje. Recordemos que Santiago Argüello (1871-1940) fue uno de los íntimos
de Darío. Fue su continuador en Nicaragua. Argüello escribe como quien juega
una partida de billar. Destaca aquello que somos capaces de intuir, sin el
pretexto de encontrar ninguna razón, sino el encuentro con nosotros mismos, los
lectores; aquello que somos capaces de percibir y comprender, siguiendo el
método de despertar el ánima de nuestra creación y la memoria.
La selección que
ofrece José Argüello Lacayo, seguramente pariente suyo, despeja la perspectiva
histórica de la literatura española desde los orígenes de nuestra lengua,
pasando por la figura guerrera del Cid; Alfonso X el Sabio, hombre de ciencia;
Gonzalo de Berceo, introductor de temas religiosos; Arcipreste de Hita y su lexico
abundante, lleno de esplendor; la novela de Don Juan Manuel; la poesía
renacentista del Marqués de Santillana; Juan de Mena, introductor del verso de
doce sílabas; Manrique y las coplas a la muerte de su padre; la Celestina y la
novela inmoral; Boscán como introductor del verso de once sílabas y el soneto
de corte italiano; el gran Garcilaso, que dio flexibilidad al verso; Gutierre
de Cetina, sensual y erótico; Herrera, el Divino, hiperbólico, y Lope de Rueda,
la luz en la escena.
La curiosidad de
Santiago Argüello es similar a la búsqueda de aquellos hombres de letras del
modernismo, donde una luz, una pluma flotando en el viento es una venatna más
de observación. Sus fuentes de conocimiento son varias, Julio Cejador, el Padre
Mariana y Menéndez y Pelayo, entre otros. Pero Santiago Argüello tuvo una
perspectiva de visión más liberal que sus maestros en el momento de redactar
estas lecciones magistrales, que ―según su artífice
José Argüello― fueron publicadas en Guatemala durante los años 1935 y 36, y utilizadas
para impartir enseñanza de literatura española en el Instituto Nacional de
Guatemala, durante los años de exilio. Lástima que no se publicara la versión
escrita sobre el glorioso Siglo de Oro que dio a Lope y Quevedo.
Desgraciadamente,
Santiago Argüello se resistió a morir el mismo año de Rubén Darío, año de la
muerte del pensamiento liberal con la llegada a Granada de los jesuitas y punto
de partida del pensamiento conservador, que lo ha sepultado, a pesar de que su
obra se mantiene viva y firme.
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