Rubén Darío
Ruben Darío,
a cien años de su muerte
Por
Ricardo Llopesa*
En
2016 se cumple el primer centenario de la muerte de Rubén Darío (Nicaragua,
1867-1916). Según entendidos de su obra, como el español Tomás Navarro Tomás,
Rubén Darío, ese 'indio triste', con bigote de mandarín, es uno de los grandes
de la lengua. Denostado, vilipendiado y menospreciado como un don nadie por la
élite poderosa y conservadora del hispanismo, sigue siendo un autor oscuro y
desconocido, a pesar de su enorme popularidad.
No existe poeta en el mundo que se
recite tanto, en salones y tertulias, como Rubén Darío. Ahí donde se precien de
rapsodas y recitadores se declama “Margarita, está linda la mar” y “La princesa
está triste, ¿qué tendrá la princesa?” Son poemas que más de una vez hemos
escuchado. ¿Pero sabemos quién era Rubén Darío? Todo el mundo dice que fue el
creador del modernismo. Una palabra que suena a moderno, que dice poco, porque
nunca ha sido un vocablo explísito ni claro. No nos dice mucho. En pocas
palabras, modernismo quiere decir que sus poetas escriben una poesía
distinta a la del pasado; rompen con los cánones y los metros que proceden de
las épocas medieval y el Renacimiento, como el octosílabo y el endecasílabo,
para escribir un poema nuevo, de metros distintos, liberados, con acentos
desplazados, hasta alcanzar el tono del verso libre. Es la poesía que nace con
el espíritu de ser distinta a la escrita hasta el siglo XIX.
El ritmo es otro, como también los
símbolos. El tema de la ciudad desplaza al del campo, se describen los
interiores y hasta la intimidad, y el hombre, con sus ideas, se convierte en
motivo de creación. Esto sonó a demoníaco, a finales del siglo XIX, cuando
Rubén Darío llegó a España. Para entonces, la iglesia católica estaba preparada
para combatir la masonería, el liberalismo y a una secta de sacerdotes
heterodoxos franceses que se llamaron modernistas. La guerra fue implacable. En
Europa la iglesia se organizó secretamente como en los mejores años de la
Inquisición, al modo de la CIA. Uno de los blancos fue Rubén Darío. Si no cayó
fue por testaduro en sus libros. De 1907 data la encíclica del papa Pío X, el
papa santo que desató una cruel persecusión contra las ideas. A partir de
entonces, todo empezó a cambiar para las literaturas hispanicas del siglo XX.
Ese mismo año Rubén Darío publicó, en Madrid, el libro titulado El canto
errante, donde se lee en un poema que refleja la realidad de la época:
Se cumplen ya
la profesías
del viejo
monje Malaquías.
En la iglesia
el diablo se esconde.
Ha parido una monja. (¿En dónde?...)
Barcelona ya
no está bona
sino cuando
la bolsa sona.
China se
corta la coleta.
Henry de
Rothschild es poeta.
Madrid
abomina la capa.
Ya no tiene
eunucos el papa.
Se organiza
por un bill
la prostitución
infantil...
Realmente,
estos versos nada tienen que ver con la estética del pasado, ni siquiera con la
idea que tenemos del modernismo. Precisamente en eso consistió el modernismo,
en abrir puertas y ventanas para que entrase aire con oxígeno nuevo y renovador
en la poesía. El modernismo abrió las cortinas para dar paso a la vanguardia.
El maestro Rubén Darío fue un adelantado. Por esa razón, Navarro Tomás lo tuvo
entre los cinco grandes poetas de todos los tiempos, sentado a la par de
Berceo, el Arcipreste de Hita, Boscán y Garcilaso.
Todavía hay muchos que no lo saben,
porque el golpe de la iglesia fue tan duro que el nocaut dura hasta hoy.
Pero hay momias rebeldes, como Tutankamón, que remueven las piedras para
alzarse de las tumbas.
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* El autor es especialista de la obra de Rubén Darío, Miembro de la
Academia Nicaragüense de la Lengua, autor de ediciones críticas y anotadas
publicadas en Visor, Joaquín Mortiz, Austral y Austral Básicos, entre otros.
Ricardo Llopesa
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46008 VALENCIA
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